Partida Rol por web

-Pues yo le voy a decir que no a poder subirme a ese caballo, dijo Belkazir. Apuntó con el dedo sus botas altas y su atuendo de marinero. -Estas botas me están destrozando los pies por tener que correr largas horas.

Acto seguido se subió con un ágil salto al caballo, aunque tampoco era un experto jinete al menos parecía mantenerse bien sobre el animal. -Luego cambiamos.

-¿Cambiamos? O igual si le ponéis una vela a la montura os resulta más familiar, se rió Sudwyll. Él era un cazador, y su armadura era ligera y estaba acostumbrado a recorrer largas distancias a pie. -Además, con los pinchos de la armadura y la capa, tienes que ir incómodo Belkazir.

Luego le instó a Milkazir a seguirle. -Vamos corriendo delante, conozco el camino. Tu compatriota nos seguirá a caballo para que descanse, hasta ahora era un lastre a ver si ahora no se queda tan atrás.

Resultaba evidente el buen ambiente entre los dos exploradores del ejército de Khôradur.

Theon asintió a las palabras del Capitán, era cierto que no conocían con precisión la ubicación de Khoradur, por lo que no podía partir un solo jinete. Seguramente más adelante sería mejor, sin embargo él hubiese preferido tener tiempo como para recibir la respuesta del Lugarteniente y hacer algún plan en conjunto, aunque la noche caería demasiado rápido y no habría tiempo para planes, Melechtor tendría que tomar las decisiones por sí mismo.

Avanzaba al ritmo de la tropa manteniendo la mirada en Cathael por cualquier señal que el escudero pudiera brindarle. No tenía la experiencia de Aaren pero tenía valor, no dejaba de demostrarle a su padre que estaba preparado para la batalla. Atrás su amigo comenzaba  a dormitar, recuperándose de las graves heridas, al igual que Tarbrand que estaba a pocos metros. Estaba concentrado en lo que vendría, eso lo aislaba un poco de las emociones del resto, a diferencia de Agnor que se fundía con el grupo con mas soltura, animándolo. Se acercó al sargento para conversar un poco con él, claramente tenía mas experiencia y aprendía de su templanza ante la adversidad - Agnor, has tenido oportunidad de conocer bien a Khoradur? Se habla mucho de él, yo solo lo he visto a la distancia, en la batalla de Metraith unos años atrás- el había contemplado todo aquello a la distancia, había llegado al final de la contienda, pero ahora todo era diferente, y él estaba en medio del campo de batalla. Relajó los pensamientos y sonrió a su compañero -Si las fuerzas de Sil Auresse tienen el mismo valor que tu tienes en la batalla... no quedará un solo orco para cuando lleguemos!-

La Batalla de Metraith fue un acontecimiento clave en la historia reciente de Cardolan. Poco después de la caída de Dagorhir, una nueva amenaza se cernía sobre el corazón del reino fragmentado. Un númenoreano negro de nombre Hazvadok reunió una gran hueste y contaba con apoyos importantes. El Príncipe Pelendur reunió a los que pudo, pero la alianza de los Señores Aliados que había supuesto el fin de Dagorhir ya se había roto de forma irremediable. Hir Aervallon de Girithlin no quiso saber nada, y la Dama Finduilas de Dol Caladir se alineó con las tropas lideradas por Hazvadok. Hubo batallas en distintos puntos desde los Cantones de Faerdor hasta las Quebradas de los Túmulos, hasta llegar a la batalla decisiva a las puertas de Metraith. En los primeros envites, un capitán de Umbar de nombre Khôradur dirigió un ataque al palacio real de Thalion, el símbolo del reino de Cardolan. Con un puñado de hombres logró hacerse con ese lugar estratégico. Finalmente acabó en el bando perdedor, pero Hir Pelendur le invitó a sentarse en la mesa del Consejo posterior no como prisionero sino como representante del Reino de Umbar. La llegada del joven Echorion desde Arthedain puso fin a la ofensiva de Hazvadok, y ahora tocaba comenzar a trabajar por la paz.

No obstante, en Cardolan, las leyendas hablaban de aquel umbareano gigantesco (medía 2,10 metros, o más según quién contaba la historia). Se decía que fue uno de los artífices del Saqueo de Pelargir unos años atrás. Un maestro de las tácticas navales que pronto mostró su valía en las guerras en las tierras altas de Cardolan. Un hombre implacable, duro e intimidante. Muchos le apodaron “el Corsario”. Después de la batalla de Metraith ayudó a evitar una nueva guerra entre Echorion y Finduilas, y regresó a Umbar. Por algún extraño giro del destino, volvió a Cardolan, abandonó la armada y se unió al proyecto de la Dama Aylarien. Eso era lo que decían las leyendas que conocía Theon. Y otras muchas cosas difíciles de creer. Pero pocos le conocían en persona…

La pregunta de Theon le trajo recuerdos a Agnor. En el tiempo que había pasado en Sil Auressë, había tenía tiempo para conocer algo más a Khôradur. Obviamente conocía la leyenda que rodeaba al hombre que en la Batalla de Metraith había conquistado el palacio de Thalion con un puñado de hombres, y de quien se decía que había atacado la ciudad de Pelargir en Gondor. Y otras muchas historias sobre aquel hombre de siete pies de altura. Khôradur le había nombrado a Agnor como uno de los sargentos de Sil Auressë, a pesar de su juventud. Fue el Lugarteniente quien le había escogido para acompañar a Aelloth y a Arkyn hasta el campamento de Echorion. En aquella reunión, Khôradur se había mostrado implacable y autoritario. Por circunstancias, Agnor tuvo que comprometerse con Echorion para poder ayudar a Sil Auressë, y para poder traer los refuerzos que tanto necesitaban.

El montaraz se entregó al sueño reparador que ya empezaba a imponerse en su cuerpo, sobretodo tras la hierba que Aaren le entregó, la cual lo sumió en una poderosa somnolencia y aunque su postura no era la más indicada para el sano descanso, sí que consiguió al final cerrar los ojos y reposar...

Su mente vagaba entre sus acuciantes temas personales, el más importante sin duda era recuperar sus tierras y vengar a su madre, pero recientemente había encontrado un rastro de su padre que se contradecía con lo que sabía de él y que le suscitaba nuevas preguntas; más por muy acuciante que fueran dichos temas, su lealtad para con Echorion estaba más allá de toda duda, por lo que hasta que el príncipe no descansara en el trono de Cardolan o lo liberase de su juramento, jamás osaría desviarse de lo que se esperaba de él, pues creía fervientemente en su visión y la concebía cómo única forma no sólo de salvar a Cardolan, sino a todo Arnor.

Así pues, dejando a su mente divagar al final se durmió y ya no fue consciente de nada más hasta su despertar...

Tras tomar la hierba, no tardé en sumirme en un agradable estado de somnolencia. El traqueteo incesante del trote ligero meciéndome arriba y abajo y la cálida brisa de la llanura acariciando mi rostro fueron todo cuanto precisé para cerrar los ojos y abandonarme a la protección de mis nuevos compañeros. Sueños lejanos regresaron como sombras del pasado atrapándome en ese estado mágico y turbador que separa la vigilia del sueño. Cuando tu mente navega entra la consciencia pasiva y las ensoñaciones mas profundas. Allí permanecí durante un tiempo que no sabría precisar, siempre tratando de despertarme alertado del inminente peligro que habíamos de afrontar, atenazado por la angustia que me provocaba permanecer demasiado tiempo dormido...de que cuando finalmente despertase, ya fuese demasiado tarde. De que el sol se hubiese ido para siempre, de que las sombras hubiesen tomado el control del mundo una vez mas...

Agnor cabalgó atendiendo como podía a la montura de Tarbrand. Muy pronto el compañero se recuperaría de ese embotamiento en el que le habían sumido las hierbas, y Agnor esperaba que, al final, hubiera merecido la pena.
En cierto momento se acercó el aguerrido Theon. Tenía curiosidad por el comandante Khôradur. No tardarían en reunirse con él.
—Señor Theon, lo veréis en la distancia. Es un gigante—comentó—. Pero no solo en su estatura, también en su valía, pues su fama le precede y es bien merecida. No se me ocurre un mejor general para la batalla de Sil Auressë: comprometido, leal, fiero, implacable e inteligente. Los orcos encontrarán un hueso duro de roer.
Agnor recordó su primer contacto con Khôradur. En realidad, conoció su fama antes que su apretón de manos, algo que no se cerró hasta mucho tiempo después.
—Yo también estuve en la batalla de Metraith. No era más que un muchacho al servicio de un noble señor —Agnor era joven, pero en los caminos de Cardolan, los guerreros crecían muy rápido. Hacía mucho que había vertido su primera sangre.— Allí supe de Khôradur y de sus proezas. Tiempo después, el ánimo me llevó a Sil Auressë y el sureño me hizo sargento. Nunca pensé merecer el honor de entrar así en Sil Auressë, a donde me dirigí a servir con mi espada.
La sacó de su vaina un palmo, para que se vieran el nombre de su familia grabado en ella y el ninfiara que saltaba cerca de la empuñadura.
—Por algún motivo el señor Khôradur me quiso entre los mandos. Y por eso estoy aquí, pues se me fió la misión de buscar apoyos para la guerra. Y a la guerra vuelvo, con los apoyos prometidos. Entre los que puedo contar a algunos de los mejores hombres que caminan por esta tierra.
Le tendió la mano a Theon. Sin duda el noble dunadan tenía sus propios planes y objetivos pero, por un motivo u otro, el destino le había llevado a cabalgar con los hombres de Echorion, los Jinetes de Acero y los defensores de Sil Auressë.
—Khôradur os estará muy agradecido, señor Theon.

El animo el Milzarâk había mejorado al haberse desecho de su maldita montura. Aunque igual como decía su nuevo compañero después de unas cuantas horas a pie cambiase de idea.

Esperaba que una vez encontrase a su antiguo comandante, este fuera capaz de idear un plan para poder volver a rescatar a la gente del castillo. Su pensamiento no podía dejar de volver, de vez en cuando, a Eren. 

Melechtor espoleó su caballo para adelantarse un poco del grueso de la formación. A lo lejos pudo ver a los tres exploradores, pero el terreno era accidentado y sabía que pronto los iba a perder de vista. Giró su montura y apretó los dientes observando el cielo despejado, donde el sol ya había comenzado su inevitable descenso. Aún quedaba algo del día, pero la marcha no era todo lo rápida que le hubiera gustado.

Por otro lado, sus hombres estaban más descansados y de buen ánimo, considerando la situación. Para nada servía llegar agotados y desanimados para morir bajo la luz del sol. Se ajustó los brazales, y se alzó ligeramento sobre los estribos. -Vamos, ¡la gloria nos espera una vez más! ¡Un último esfuerzo, y podremos celebrar la victoria en las tabernas de Sil Auressë!

Una vez alejados del camino, el avance era bastante más lento. Además, algunos jinetes aprovecharon para descansar los ojos y para recuperar fuerzas. Aún así, cada paso les acercaba a su destino, y éste se hallaba ya cerca. Los exploradores se habían adentrado en las tierras altas de la región, y ahora mismo no era posible verlos. Más o menos sabían en qué dirección había partido cada uno, y confiaban en verlos en lo alto de alguna colina en breve.

Por lo demás, los Garan Gwalaron siguieron cabalgando. Entre ellos se habían formado vínculos de fraternidad, incluso de amistad. En el fragor de la batalla, esos fuertes lazos podían marcar la diferencia entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte. A esa fuerza de la entrega y del compromiso de cada uno, había que sumar la indudable habilidad, pues contaban entre sus filas con grandes guerreros y hombres de armas. Agnor representaba la esencia del jinete norteño, tan valorado y temido en las guerras de Cardolan. Bravo y valiente, gran jinete y mortal con la espada. Tarbrand además de luchador tenía un poder místico que a veces aparecía entre los dúnedain de Arthedain, y su devoción a la causa de Echorion no tenía parangón. Theon era un brillante estratega, y reunía muchas de las cualidades de los líderes a pesar de su juventud. Su inseparable compañero Aaren era un gran explorador y era capaz de adentrarse en el mismo infierno por sus amigos. Bakar y Caldrim formaban parte de la mejor unidad de caballería pesada de Cardolan. Y el capitán Melechtor había mostrado una y otra vez sus dotes de mando. Era capaz de sacar lo mejor de los hombres bajo su mando.

Entonces vieron a Senwin aparecer en una de las colinas, a unos tres cientos metros. Alzó la mano como señal de esperar, y luego apuntó en la dirección de la trayectoria de Cathael.

Agnor creyó ver un brillo como de una hoguera o algo parecido en el horizonte, antes del último descenso. Ahora se encontraban en hondo, pero Senwin gesticulaba marcando en esa dirección y luego a Cathael. Tal vez quería decir que Cathael se aproxima a ver aquello, sirviendo Senwin de enlace entre la unidad y el explorador más avanzado.

La carrera a pie por el terreno rocoso después de la larga cabalgata fue demasiado para el corsario. Intentó seguirle el ritmo a Sudwyll, pero no paraba de tropezarse hasta que finalmente se cayó al suelo. El cazador se detuvo a ayudarle, y fue entonces cuando se quedó mirando algo en el sur.

-¿Ves aquello? Creo que es un jinete. ¿No iba nadie contigo, verdad?, preguntó a Milzarak mientras éste se incorporaba. El jinete cabalgaba rápido y en línea recta hacia un punto situado más allá de Sudwyll, Milzarak y Belkazir.

-Parece que se dirige al mismo lugar que nosotros.

Fue entonces cuando Milzarak se percató de una torre de madera ardiendo en llamas en lo alto de una colina.

-La colocaron los orcos, para marcar el camino a sus refuerzos desde el sur. Pero aquel jinete no es un orco desde luego. ¿Qué hacemos?

El montaras recuperó la conciencia y acto seguido comprobó que todo estaba bien, por lo que un tanto más tranquilo se esperezó sin tapujos, bastante contento de haber podido descansar un poco y que el grupo no haya sufrido ningún percancer por ello.

Así pues dispuesto a cumplir su palabra y aprovechando la pausa que les instaba a seguir uno de los exploradores, se acercó a Aaren y le dijo:

-Lo prometido es deuda amigo, espero que esto te ayude a sentirte mejor... -expuso a la vez que colocaba sus manos en las zonas heridas del guerrero y esperaba que su magia sanadora surtiera su efecto.

Sudwyll había tenido razón en lo de que era mala idea correr por ese terreno con una armadura. Al poco rato ya estaba echando de menos al maldito caballo. Y cuando tropezó y cayó al suelo, varias maldiciones corsarias salieron de golpe por su boca. Cuando se levantó miró en la dirección por la que venía el jinete.

- En principio yo era el único jinete que iba a salir del castillo con noticias - dijo con semblante preocupado - Esconderos con los arcos preparados y yo intentaré llamar la atención del jinete para que se acerque y veamos quién es.

El jinete cabalgaba veloz hacia la torre de madera que estaba ardiendo, pero cuando se percató de la presencia de un hombre a pie cambió ligeramente la trayectoria para llegar hasta su posición.

Se trataba de un hombre joven, pero que manejaba su caballo con soltura. Portaba una lanza de caballería, y llevaba una sobrevesta amarilla y marrón, sin más identificativos.

Además de la sobrevesta y la lanza, llamaba la atención una armadura asimétrica que ofrecía mayor protección de su costado derecho. Parecía formar parte de alguna unidad de caballería de mayor tamaño. El caballo, y el propio jinete, estaban bastante manchados de polvo y de arena, y ahora que se acercaba se podían ver también manchas de sangre en la punta de su arma, así como en los costados y en los cascos del caballo. Había estado en combate recientemente. 

El jinete se aproximó con la valentía propia de la juventud, sin pensar que tal vez aquel hombre con aspecto de marinero podía suponer algún peligro para él. Detuvo su caballo cansado por la carrera, y le dio algunos golpes en el costado.

-Soy Cathael, hijo de Caldrim, y cabalgo con los Garan Gwalorn en busca de una hueste de orcos. ¿Sabéis donde se encuentran?

Estaba ansioso de encontar al enemigo, y no quería perder tiempo con charlas innecesarias.

- Si son orcos lo que buscáis va a ser realmente fácil encontrarlos, nos encontramos rodeados por varios ejércitos de esas malditas bestias - respondio Milzarâk al jinete - Aunque lo importante ahora, es si habéis venido a ayudar a Sil Auressë a combatirlas en esta aciaga hora, o al contrario, a uniros a esas bestias en el sitio del Sil Auressë.

Realmente el joven no parecía el tipo de persona que se uniese a un ejercito de Orcos, pero no había que fiarse. Igual los gremios estaban detrás del ataque.

Cathael miró extrañado al hombre que se dirigía a él, y replicó: -No hemos venido para unirnos a los orcos, sino para matarlos. Como ya hicimos en el Paso de la Loma.

Había orgullo en su voz mientras pronunciaba el lugar de la última batalla. -Y ahora cabalgamos en busca de Lord Khôradur, quien está al mando del ejército de Sil Auressë, pues con nosotros cabalga Agnor, hijo de Agnavia, y sargento de Sil Auressë, quien fue enviado a buscar ayuda para estos tiempos. Los Garan Gwalorn somos esa ayuda. Hombres leales a Echorion junto a espadas libres y a otros que se nos han unido por el camino.

Entonces vio a otros dos hombres que salieron de su escondite detrás del que le había hablado. -Yo os he dado mi nombre, pero no he oído los vuestros.