Partida Rol por web

-Bien hecho Ferrim, agradeció Acero Rojo. Estaban en deuda con los dos jinetes que habían llegado a su auxilio. -Mi nombre de Acero Rojo. Él es Ferrim. Y Eben, le dijo al jinete.

-Tengo algunas hierbas que podemos hervir en el agua. Pueden ayudar un poco a que se recupere antes.

De un pequeño saquito sacó semillas de Rewk que había encontrado en algunos pequeños bosques junto a los arroyos de Cardolan. Tenían el tamaño de un guisante. Con cuidado, utilizó su cuchillo para partirlas en dos, y las echó al agua hirviendo.

Después entre todos le hicieron ingerir el brebaje.

-Mi nombre de Ginawr, dijo el jinete mientras sostenía la cabeza de su compañero para que pudiera ingerir la infusión medicinal. -Él es Tarbrand. Somos jinetes al servicio de Lord Echorion. Y también jinetes de Garan Gwalorn. Una unidad recién formada para luchar en las batallas de estos días.

Tarbrand parecía estar estable, pero seguía sin recuperar el conocimiento. Contaban con dos caballos, y sopesaban si era posible montarlo a un caballo para seguir avanzando hacia la aldea de Sil Auressë.

Tarbrand parecía estar mejor, pero no recuperaba la consciencia. Eben que no entendía nada de primeros auxilios estaba nervioso pensando que cada segundo contaba y que cualquier retraso era un grave problema.

- ¿Creéis que podemos llevarlo en uno de los caballos? No quiero que sufra más, pero me preocupa lo que esté sucediendo delante nuestra.

-Sí, creo que debemos probar subirlo a su caballo, dijo Acero Rojo e hizo un gesto con la mano explicando cómo creía que era la mejor forma. -Si Ferrim lleva las riendas del caballo, y Eben o yo al otro lado... Creo que podemos seguir avanzando hacia la aldea mientras Tarbrand descanse en el caballo. Ginawr tú irás en tu montura, listo para actuar si nos encontramos con enemigos. Entre Eben y yo podemos turnarnos para la vanguardia.

Luego pensó un rato más, y corrigió. -Mejor Eben adelantado, y yo con Tarbrand. Como llevo el arco...

Tocó su arma con la mano, y se preparó para continuar la marcha. -Cuando hayamos avanzado un tramo, puedo intentar curarle un poco más. Nuestro Guía me enseñó algunas cosas...

Y así lo hicieron. El tiempo apremiaba, y el resto de los Garan Gwalorn, es decir, los compañeros de Ginawr y de Tarbrand seguramente ya habían llegado a Sil Auressë. Todos los allí presentes querían llegar lo antes posible a la batalla, y así poder ayudar a plantarle cara al enemigo que amenzaba con aniquilar el frágil sueño de un nuevo comienzo para Cardolan.

Subieron a Tarbrand entre varios, y lo colocaron lo mejor posible para el trayecto. Luego comenzaron a andar. Cada paso que daban les acercaba a la aldea, y al mismo tiempo Tarbrand podía descansar y su cuerpo recuperarse.

Tras una milla de camino, Acero Rojo le comprobó el vendaje y poniéndole las manos cerca de la herida murmuró algunas palabras mientras movía las manos en círculos. Era una oración al vala Oromë que le había enseñado el misterioso Guía de los Lobos.

¡Y surtió efecto! Tarbrand abrió los ojos, y respiró hondo al notar el dolor y el recuerdo de la herida sufrida. Pero el dolor menguó rápidamente, y su cabeza se despejó. Se hallaba subido a un caballo, y Ginawr y los deás le informaron de lo sucedido en el combate contra los huargos, y de que unas pocas millas les separaban ya de Sil Auressë

El montaraz entreabrió lentamente sus ojos, sintiéndose bastante desorientado al encontrarse en su montura y rodeado de aquellas gentes. No obstante, poco a poco fue haciendo memoria y recordó todo lo que había acontecido, sin duda la mordedura de aquella criatura le iba a dejar una gran cicatriz, pero eso para un hombres de armas como él no suponía ningún inconveniente sino todo lo contrario.

Así pues, una vez le resumieron brevemente lo acontecido, Tarbrand realizó una sentida reverencia desde su montura en dirección a la mujer que iba en aquel grupo, en agradecimiento a sus cuidados, a la vez que decía:

-Muchas gracias mi señora, aquellos capaces de sanar en las más difíciles situaciones merecen el mayor de los respetos -indicó agradecido para acto seguido presentarse formalmente pese a que seguramente ya conocían su nombre- mi nombre es Tarbrand compañeros y aunque el precio haya sido costoso, me alegra haberos podido ayudar con semejantes criaturas -dijo con sinceridad y esbozando una sonrisa- acudimos a vuestra posición tras ver a los malditos huargos desde bastante distancia, además nos encontramos a un dúnedain, de nombre Arthondir -expuso esperando que aquel fuera el hombre al que se referían como "guía"- el cual siguió hacia Sil Auressë tras pedirnos que buscáramos a sus compañeros, y espero haber cumplido mi parte -concluyó haciendo una leve pausa para escuchar sus respuestas- así pues y si no es indiscreción, ¿cuál es vuestra historia buenas gentes? no es muy normal ver naugrim por estas tierras -dijo finalmente posando su vista en Ferrin cuya presencia le intrigaba.

Acto seguido, y con el permiso de los presentes, se desvistió ligeramente el torso para poder aplicar su magia sanadora sobre sí mismo, no sin antes preguntar a los demás:

-¿Alguien más necesita cierta curación? no es gran cosa pero algo de alivio os traerá -preguntó para ver si alguien había tenido la misma suerte que él en la pelea anterior, de lo contrario optaría por usar todas sus curas en él.

Anta la petición del desconocido de que les contase su historia Eben no pudo hacer menos que sonreír.

- Una historia bien larga, pero principalmente centrada en la defensa de estas tierras. Hemos conseguido detener uno de los rituales del enemigo, pero sus hordas acechan Sil Auressë. - Asintió con la cabeza - Arthondir se adelantó ya que no tuvimos otra opción que dividirnos, bueno es saber que sigue su marcha.

- Me alegra de que te encuentres mejor, hemos de apresurarnos.

-Me alegro verte de nuevo despierto, camarada, le dijo Ginawr a Tarbrand y le dio una palmada en el hombro. Luego miró hacia el norte. Hacia Sil Auressë. -Tengo el presentimiento de que nos necesitan en la aldea. A este paso tardaremos aún más de una hora en llegar, y no quiero que se queden toda la gloria el resto de los Garan Gwalorn ¿Qué me dices, Tarbrand? ¿Cabalgamos de avanzadilla hacia Sil Auressë, y nuestros nuevos amigos llegarán un poco más tarde siguiendo nuestra estela?

El montaraz escuchó atento lo que le decía el único edain del otro grupo, lo cual sin duda eran buenas noticias, por lo que respondió:

-Gran trabajo, sin duda ayudará en la batalla final, nosotros hemos combatido y cabalgado tanto que ya casi ni recuerdo cuánto llevamos, pero ha merecido la pena, uno de los ejércitos conseguimos imposibilitarle su avance durante muchas horas, y al ejército principal, yo mismo me encargué de matar a su líder, sin embargo, por cada orco que cae, quedan diez más sin un rasguño y es por eso que el lugarteniente, que se encuentra en un estado precario, y sus hombres han decidido retirarse definitivamente al castillo y realizar allí la defensa final -concluyó concretando un poco más su historia.

Luego se giró hacia su compañero y le respondió con simpatía diciendo:

-Veo que los Valar cuidan mejor de ti que de mi amigo mío -dice Tarbrand con sorna cuando su compañero se alegra al verlo, para luego añadir en referencia a emprender el galope- ¿Acaso tienes que preguntarlo Ginawr? jeje, ya hemos derrotados a dos ejércitos enteros, y sabes lo que eso significa, ¿no?, no hay dos sin tres, así que si estas buenas gentes no tienen ningún inconveniente, partimos de inmediato a la que espero que sea la última batalla, pues a este paso, no creo que aguante mucho jaja -rió como si no le importara su propio cuerpo; no obstante, antes de irse se despidió de aquel variopinto grupo diciendo- ha sido un honor conocerlos honorables compañeros, si hay algo más que pueda hacer por vosotros decidlo y haré lo que esté en mi mano por posibilitarlo -concluyó con educación pues no iba a abandonar a aquel grupo a la ligera.

Tras pronunciar unas breves palabras, Tarbrand viró su caballo y siguió la estela de Ginawr en dirección a Sil Auressë. A su paso, los dos jinetes de Garan Gwalorn levantaron una gran nube de polvo en el camino.

Detrás quedaron Acero Rojo, Eben y Ferrim. Pero estaban seguros de que pronto volverían a encontrarse pues su camino era el mismo que el de los dos jinetes que habían acudido a salvarlos.
 

Acero Rojo alzó la mano para despedirse de momento de los dos valerosos jinetes de Garan Gwalorn. Habían acudido a ayudarles en el momento justo, y a pesar de las heridas vio cómo Tarbrand no había dudado un instante en volver a la carga para ayudar a una aldea que no era la suya.

-Son hombres de honor. Y de coraje, dijo ensimismada. Luego miró a Eben y a Ferrim. -No debemos demorarnos. No tenemos caballos, pero podemos correr la distancia que nos queda para llegar a Sil Auressë. Nuestros arcos, lanzas y hachas aún pueden llegar a la batalla que se está librando.

Los dos jinetes siguieron por el camino hacia la aldea. Tras un tramo galopando, vieron algunas flechas clavadas en el suelo. Y en una de ellas ondeaba el ribete rojo de Echorion y un mensaje enrollado.

Tarbrand tomó el mensaje y lo leyó. Estaba escrito en adunaico:

Tarbrand, tomaremos por sorpresa la aldea desde el sur. Ven pronto pero sigiloso, te esperamos con Agnor. Theon.

Desconocían el tiempo que hacía del mensaje, pero siguieron la marcha. A medida que se acercaban a su destino, comenzaron a ver indicios de que la guerra ya había comenzado... y el tiempo para el sigilo se había agotado.

Ferrim observó alejarse a los dos jinetes. Sin duda eran valientes y aguerridos. Haber sido herido en combate, hasta rozar la muerte, no impedía que el tal Tarbrand tomara las riendas de nuevo. ¿Qué ánimo terrible animaba a aquel espíritu, que no podía abandonar la batalla?

Fuera lo que fuera, y a pesar de los impedimentos del camino, no podía quedar mucha distancia hasta Sil Auressë. Iba siendo hora de llegar y enfrentar la verdad. ¿Destruida, salvada o en el filo? La aldea podía estar en cualquiera de esas situaciones.

El corazón de Ferrim voló hasta el de sus hermanos naugrim. ¿Habrían sobrevivido? El ánimo se le encogió unos instantes al pensar en la muerte de sus compañeros. Pero una cosa tenía clara: si alguno de ellos había muerto, había vendido muy cara su vida.

No hay otra forma de vencer a un enano que pagando un alto coste.

–¡Vamos! ¡Vamos! Pues los amigos nos esperan, sea para ayudar en la batalla o para dar justo descanso a sus cuerpos.

Eben saludó con la mano a Tarbrand cuando se fue. Juiciosamente habían elegido moverse lo más rápidamente que pudieran para llegar cuanto antes a Sil Auressë.

En cuanto desaparecieron, Eben escuchó a sus compañeros y asintió... si querían llegar a tiempo lo mejor era avanzar a un paso más ligero, aunque llegar extenuados no les ayudaría en nada.

- Aumentemos y forcemos un poco nuestro paso, pero no hemos de descuidar la vigilancia ni llegar exhaustos hasta el punto no ser más una carga que una ayuda. Hay que dosificarse.

Los tres compañeros aligeraron la marcha, e incluso Ferrim avanzaba a gran ritmo por el camino siguiendo la estela de los jinetes de Garan Gwalorn. Pronto los dos caballos dejaron de verse, e incluso la nube de polvo que levantaban a su paso. Pero la dirección era la misma, y siguieron corriendo. Escasas millas les separaban ya de Sil Auressë, pero toda la región estaba siendo desolada por una terrible guerra, y los siervos de la Oscuridad podían acechar en cualquier punto.

Ferrim persistía en su camino, convencido de la necesidad de llegar a Sil Auressë cuanto antes. La suerte de los suyos le oprimía el corazon. ¿Habría resistido la aldea? ¿Y la forja?

Eben continuaba la marcha forzada. Aunque él tenía las piernas más largas, el enano tenía más resistencia por lo que amobs mantenían un buen paso.

Observando la cara preocupada de Ferrin comprendió que estaba tan preocupado como él mismo de llegar a tiempo a su destino.

Perdido en sus pensamientos apenas se fijaba en el camino.

La carrera por el camino que conducía a Sil Auressë resultó agotadora. Pequeños remolinos de viento y los propios pasos de lso tres levantaban el polvo rojizo alrededor que les asfixiaba, y el terreno ascendía ligeramente.

Había pasado ya un tiempo de que los dos jinetes habían desaparecido en la distancia. Ahora ni siquiera se veía la nube de polvo que habían levantado. Cada uno tenía sus motivos para llegar lo antes posible, y como era sabido, las prisas no eran buenos consejeros. Fue Ferrim el único quien se percató del peligro, y acto seguido dio el alto a los otros dos.

En el camino, a unos ocho ciento pasos, había un grupo a pie. Eran nueve en total, cuatro junto al camino y otros cinco dispersos en a distancia de tiro de arco de sus cinco compañeros. Incluso desde la distancia, no había duda.

Eran orcos.

Iban armados con lanzas y cimitarras, y parecían estar discutiendo entre ellos. Detrás de los trasgos se podía ver una colina, y Ferrim yh Eben sabían que detrás de aquella elevación estaba la aldea de Sil Auressë. Ya casi estaban, pero esa banda de orcos les cerraba el paso.

En el cielo se podían ver algunas hileras de humo subiendo desde la zona de la aldea o del castillo. Estaban demasiado lejos como para ver más detalle de lo que podían ser.

Eben hizo una mueca, no se había percatado del peligro pero por fortuna Ferrin si.

- Son demasiados para nosotros. Puedo hacer que pasemos desapercibidos un tramo, pero debemos dejar el camino y continuar por otro sitio donde solo nos expongamos a una o dos de esos criaturas.