Partida Rol por web

Tras cerrar las enormes dobles puertas de madera de roble, te quedaste solo en el Gran Hall y solo escuchaste la voz tenue de Kayla pidiéndote que le dejases explicarte... pero eso fue todo lo que escuchaste por parte de la jovencita porque rápidamente te inundó una sensación de bienestar al escuchar el canto melodioso de unas extrañas aves que ocupaban el lugar. A simple vista dirías que habían como una docena de aquellos individuos y sin darte cuenta, te viste atraído por sus hermosos cantos que cada vez, más y más, iban penetrando el interior de tu mente y pusiste cara de embobado.

Sentías que tú sufrimiento había terminado, que todo estaba bien y en calma, y pese a que empezabas a sentir un poco de dolor en los oídos y la cabeza, tenías el presentimiento de que ese era el lugar en el que debías estar. A medida que avanzabas hacia la escalera fuiste consciente de que a tus pies se agolpaban múltiples cuerpos de alumnos de otros cursos, que lamentaban, lloraban y gritaban de forma ahogada...pero que sin embargo sonreían como tú. ¿Qué estaba pasando? ¿Era aquello normal?

Entonces escuchaste a tu derecha el sonido de un portazo,... Altair y Ártemis acababan de acceder al lugar, aunque por sus rostros entendiste que algo no estaba bien... Trataban de decirte algo pero no terminabas de entender...

Venga acabad con esos plumeros. - le digo a mis aves mientras apunto mi varita hacia una de esas cosas y me preparo para conjurar hasta que reparo en la presencia de Thad.

¡Cúbrete los oídos! - grito mientras hago una floritura con mi varita. - ¡Petrificus Totallus! (lo dejo hasta aquí, hasta recibir confirmación del máster)

Al llegar al Salón vimos a Thad que estaba como petrificado, seguramente debido al canto de aquellas aves, y a una gran cantidad de alumnos que se encontraban a sus pies, totalmente desmayados... o algo peor.

Artemis no perdió tiempo y en cuanto entró, ordenó a sus aves que atacaran y lanzó un hechizo a las demás. Yo no iba a quedarme atrás, así que sin dejar de correr, extendí la varita y me concentré al máximo de mis fuerzas.

¡ORCHIDEUS!

Quizás no fuese el mejor de los hechizos, pero pensé que era preferible lanzar uno que conociese que probar algo completamente nuevo y, por consiguiente, mucho más complicado.

Thad bajó la cabeza, parece que estaban influenciándolo para caer en una especie de hipnosis, dejó de buscar coraje de dónde no había y levantó la mirada hacia aquellos pajarracos que intentaban hipnotizarle, aquella noche había sido muy dura, podía rendirse y caer al suelo o sacar esa sensación que le estaba consumiendo por dentro, había encontrado quizás algo mucho más poderoso que el valor, supuso que se podría llamar odio. Odio hacia todo aquello que se pusiera en su camino, sólo quería irse a la cama y mañana ya se vería y esos bichos se interponían en ese sencillo deseo. Sólo quiero estar tranquilo, solamente quiero que me dejen en paz.

Si aquellos bichos indeseables hubiesen sido listos para sentir el odio que desprendía la mirada del niño, sin duda, les hubiera hecho salir volando, sin embargo eran simples y estúpidas aves...

- ¡ DEJADME EN PAZ TODOS ! ¡ APARTAROS DE MI CAMINO PAJARRACOS !

Sin lugar a dudas la llegada de Ártemis y Altair fue en el momento oportuno, y estando ambos preparados frente a la amenaza que tenían en frente, no se vieron afectados por el canto de las criaturas y pudieron llevar a cabo con éxito los hechizos que se propusieron. Por su parte, el joven Flamel lanzó sus seis halcones pelegrinos hacia sus presas, que al hacer contacto cuatro de ellos con sus objetivos, estallaron dejando maltrechas aquellas mágicas criaturas, que tanto daño estaban causando al resto de alumnos de la estancia, imposibilitándoles cantar.

Por su parte, Altair logró invocar a la perfección el maleficio Orchideus y transformar a tres de las aves en unas bonitas y vistosas orquídeas.

Sin embargo, lo más increíble de todo aquello fue la reacción que tuvieron el resto de aves faltantes, cuando Thad logró salir de su ensoñación sin explicación aparente, y les mandó apartarse de su camino con un grito, cosa que ocurrió de inmediato y quedaron paralizadas por completo sin ser capaces de entonar su canto. ¿Cuánto permanecerían en ese estado? ¿Cómo había logrado aquello el joven Slytherin?

Fue entonces cuando llegaron al lugar la enfermera Pomfrey y el profesor Snape, quienes se sorprendieron de que unos simples alumnos de primero hubiesen logrado reducir la amenaza que entrañaban aquellas criaturas. El profesor de pociones realizó unos pases con su varita para silenciar las aves por si volviesen a cantar y os preguntó sin un ápice de sonrisa en su rostro.

- ¿A caso no sabéis que hasta nuevo aviso los alumnos no pueden salir de sus salas comunes? Pronunció con esa voz imperturbable, carente de afecto y cariño, como si le hubiesen molestado vuestras acciones pese a ser totalmente justificadas. Confío en que no tenga que volver a repetirlo, jovencitos. ¡Largo!

Sabíais que no habría posibilidad de razonar y que era conveniente marchar del lugar mientras Snape y la enfermera Pomfrey se hacían cargo de los heridos. Aunque nadie reconociese vuestra labor en aquel momento, sabíais que vuestras acciones probablemente habían salvado la vida de muchos de los alumnos afectados.

Me voy a mi dormitorio sin mirar atrás y sin hacer caso a nadie ni a nada.

La llegada de la medimaga y el profesor de pociones me tomo por sorpresa, en especial porque nos regañó por estar fuera de las salas comunes.

Había escuchado varias historias sobre este profesor y sabía que era un hombre implacable, pero al menos parecía preocuparse por el bienestar de los estudiantes.

En ese momento guardé mi varita y me aproximé al profesor.

Mil perdones profesor, en verdad nadie nos lo informó y muchas gracias por venir en nuestra ayuda. Ahora con vuestro permiso me retiro. - digo con mucho respeto y sincera gratitud, para luego retirarme del lugar seguido de mis aves restantes.

Thad despertó justo a tiempo, y entre los tres, logramos hacer retroceder a las aves de diferentes maneras. Yo nunca había usado la magia para defenderme ni defender a otros, así que estaba doblemente sorprendida, por lo que estaba sucediendo y por mi reacción.

La entrada del profesor Snape, a quien apenas conocía, acabó definitivamente con todo el problema.

¿A caso no sabéis que hasta nuevo aviso los alumnos no pueden salir de sus salas comunes? Confío en que no tenga que volver a repetirlo, jovencitos. ¡Largo!

-Estábamos con el profesor Viander en el Comedor y hay un alumno muerto en el suelo y no me iré a mi habitación hasta que no ayude a los demás.

Mi voz salió de mis labios como si hubiera sido otra persona quien lo hubiera dicho, pero sabía perfectamente que era yo la culpable. Estaba irritada por aquel profesor que parecía no preocuparse por nada que no fuesen las normas. Acto seguido, me acerqué a la enfermera Pomfrey y empecé a ayudarle con el resto de alumnos, sentándolos y sujetándolos.

- 

La enfermera Pomfrey sonrió al ver que la jovencita de Slytherin era capaz de plantarle cara al profesor de pociones. Sabía que solo podía deberse a dos cosas, o bien era una ingenua y no sabía las consecuencias que tendrían sus actos, o bien todavía no sabía quién era Severus Snape y desconocía como se las gastaba el profesor. 

Intuyendo que Snape estaba a punto de hacerle perder muchísimos puntos a la casa de Altair por contrariarle, y probablemente cargarle con un buen castigo por su insubordinación, la amable medimaga del colegio decidió intervenir en su favor.

- Hola preciosa... Empezó a susurrar la enfermera con suma calidez en su tono de voz. Entiendo que estés preocupada y quieras prestar ayuda a tus compañeros heridos, y eso es muy loable por tu parte, de verdad. Pero estoy de acuerdo con el profesor Snape en que ahora mismo deberías obedecer e ir a tus aposentos... la ayuda que puedas ofrecer aquí es muy poca y yo puedo hacerme cargo sin problemas. Ademas, nos han advertido que sigue habiendo peligros en el castillo, y nuestro deber es velar por vuestra seguridad y obedecer a la petición del director Dumbledore. Continuó tratando de empatizar con la jovencita y hacerle entender la situación. ¿Harías eso por mí? Me sentiría mucho mejor sabiendo que estáis bien y en vuestras habitaciones... Te lo agradezco...

Snape estuvo a punto de intervenir varias veces pero Madame Pomfrey jugó con los tiempos al expresarse y el rostro del hombre pareció apaciguarse momentáneamente. Y justo al finalizar, cuando parecía que había llegado su turno para darle el sermón, nuevamente la enfermera intervino.

- Por favor, Severus. Ves de inmediato al Gran Comedor y hazte cargo de la situación... Yo me ocupo de los heridos...

Y en cuanto Snape asintió, tras mirar de reojo a la joven Edevane con mala cara, y comenzar a dirigirse al Gran Comedor,... la medimaga sonrió divertida y le sacó la lengua con complicidad a la pequeña, finalizando con un gesto de que era momento de que regresara a su habitación y no tentase más a su suerte. 

Snape empezó a caminar en dirección al Gran Comedor valorando seriamente si la jovencita Edevane estaría mintiendo sobre que había un niño muerto en el Gran Salón. Viendo la situación en el Gran Hall no veía que aquello fuese tan descabellado y pese a que tuvo ganas de recriminarle a la muchacha su comportamiento anterior, dejó pasar por alto aquello.

No obstante, algo hizo que se detuviese en seco y que dirigiese la mirada a la puerta de entrada al castillo. Al parecer había advertido que alguien se aproximaba a Hogwarts desde el patio de la Torre del Reloj.

- Me parece que tenemos visitantes... Al parecer hoy no acaban las sorpresas...

Y con un característico movimiento de su varita, hizo que la doble compuerta de madera de roble se abriese lentamente.

Al escuchar la puerta abrirse, me giro sobre mis talones y observo con curiosidad al recién llegado, pues mi curiosidad me ganó un poco.

Sabía que era pribable que el profesor Snape me largara de nuevo, pero siempre podía excusarme indicando que me había llamado la atención el sonido de la puerta y luego continuar mi camino.

[Viernes por la mañana después de "El diario el profeta" y la boda roja]

Sigo a Victoria y veo que a lo lejos se sienta en un escalón, no había pensado en esa reacción cuando le pasé por los morros a Ryder lo de la boda, oye Victoria, lo siento de verdad, perdóname, no pensé en tus sentimientos, sólo quería fastidiar a Ryder por ser... Bueno, por ser Ryder, si pudiera volver atrás lo haría pero no puedo. Me pongo cerca suyo e intento agarrarla por los hombros para consolarla, si quieres puedes pegarme, se que quieres hacerlo. Pero de verdad que no lo pensé, creeme que soy el último que haría daño a los demás, es este colegio, no se lo que me está haciendo, es superior a mi...

 Viernes, 27 de septiembre de 1991 por la mañana después de "El diario el profeta".

Victoria corrió hacia la escalera con la intención de subir hasta su dormitorio, pero las piernas le temblaron y finalmente, se sentó en uno de los escalones, agotada y siguió llorando en silencio.