Partida Rol por web

Bajó el arma y se adelantó.

-Bien. Reavivemos el fuego y calentémonos. ¿De dónde venís?

-De Dol Caladir, señor, contestó uno de los hombres de Maelor mientras se quitaba los guantes para acercar sus manos al fuego. -Servimos allí durante un tiempo, pero nos licenciaron.

El resentimiento en su voz era evidente.

-Disculpad a Murl. Es incluso más joven que yo, y tiene que acostumbrarse a que las injusticias son habituales. Servimos durante largos meses al chambelán de Dol Caladir, pero ahora las tropas de los gremios se encargan de la protección del feudo. Y nos expulsaron. Eso tiene que haber afectado también a Lord Echorion, ¿verdad?

Dol Caladir en la cuenca del río Gwathló era el feudo agrícola más importante de Cardolan. Su soberana desapareció en las últimas guerras, pero el chambelán Dagobert gestionaba los recursos, y abastecía de comida a Tharbad y también a las tropas de Echorion a cambio de protección en su frontera occidental. Al no necesitar más esa protección, Echorion había perdido un apoyo logístico importante que seguramente explicaría la escasez de provisiones que habían sufrido en los últimos tiempos. Y le había empujado a buscar la alianza con Sil Auressë en el oeste.

Al ver que los desconocidos parecían venir en son de paz, Tarbrand decidió salir de su escondite y presentarse.

-Saludos señores, me llamo Tarbrand. Estaba preparado para socorrer a mis amigos si la situación empeoraba, pero al ver que ellos han decidido confiar en vosotros no quería poner en entredicho su palabra manteniéndome acechando en el bosque. Si vuestras intenciones son sinceras, las nuestras también lo son.

Las piezas del rompecabezas cardolani de nuevo frente a los ojos de Agnor. Esos mercenarios, expulsados de Dol Caladir, parecían rencorosos con el chambelán Dagobert, que por lo que Agnor sabía, más que de regente ejercía de monarca. Y la dama Finduilas, auténtica señora de Dol Caladir, se paseaba por Sil Auressë, o (de nuevo) creía entender Agnor. ¿Cómo reaccionarían esos hombres si supieran que la señora a la que sirvieron estaba en Sil Auressë? ¿Acaso seguía allí? Agnor no la había visto. ¿El rencor hacia Dol Caladir se extendería hacia ella también? De ser así ¿sería peligroso mencionar la servidumbre de Agnor y la compañía que le servía, hacia Sil Auressë? Y... ¿no era cierto que la dama Finduilas había sido enemiga en el pasado del señor Echorion? Por otro lado, esos mercenarios sin señor ¿no gustarían de entrar al servicio de Sil Auressë o mismo del señor Echorion?

Complejo, todo demasiado complejo para el joven guerrero.

...quizá sea mejor no mentar a la dama de momento... ni siquiera es asunto tuyo, Agnor... quizá ni esté en la ciudad... mejor ser discreto...

Le lanzó un trozo de carne seca al joven Murl. Y luego le tendió otro a Maelor. Luego sacó una pieza de pan y se la dio a otro de los hombres para que se la repartieran.

-Quizá -respondió-. No estoy muy enterado. Decidnos ¿tenéis un destino? ¿Hacia dónde váis?

Los mercenarios se sobresaltaron al ver aparecer a Tarbrand. Algunos agarraron las empuñaduras de sus espadas, otros buscaron su arco. O se levantaron del suelo. Todos reaccionaron de algún modo. Así eran los tiempos aciagos de Cardolan. Todos reaccionaron, excepto uno. Murl alzó la vista para ver al recién llegado, pero mantuvo la calma. Luego agarró la carne que le ofreció Agnor, y los otros trozos. Sacó un cuchillo largo muy afilado, y comenzó a hacer cortes con una maestría inusual. -Soy hijo de carnicero, dijo a modo de explicación a una pregunta que nadie había formulado abiertamente. -O lo fui.

Se quedó mirando el estoque que llevaba. Un arma poco habitual para un mercenario. Pero Murl se había ganado el respeto de sus compañeros hace ya tiempo, y confiaban en su criterio y lo consideraban el segundo de mando de Maelor. -Buscamos alguna aldea de esta región para establecernos un tiempo. Necesitamos equiparnos, y formar una unidad de verdad. Para que nos contraten en Metraith llegado el momento.

-Así es, asintió Maelor y observó en silencio el fuego que habían avivado. Murl tenía mejor don de palabra que Maelor, incluso había asimilado el acento de los habitantes de Dol Caladir en pocas semanas. Un hombre valioso para cualquier capitán. -¿Os trata bien Echorion?, preguntó tentando un poco a los tres hombres.

-Mejor que otros -sentenció Agnor.

Nadie quería quedarse sin información y todos intentaban guardar sus cartas. Esa era la ley de esos caminos. Pero habían dicho algo interesante y que podía ser muy provechoso.

-En Sil Auressë se necesitan hombres. Quizá sea un buen sitio para vosotros si el gobierno de la aldea os acepta. Nosotros vamos hacia allí.

Al oír el nombre del príncipe, Tarbrand no puede evitar poner a su señor en un pedestal, y mostrar todo el orgullo que siente al servir a alguien como él, por lo que se irguió y dijo con una potente voz llena de aprecio:

-Echorion es el más noble y habilidoso de todos los comandantes, su inteligencia sólo se ve superada por su destreza. Trata bien a los que le siguen con lealtad, y estoy totalmente seguro que recuperará las tierras que le pertenecen por derecho propio, y en ese momento todos los que dudaron de él lo lamentarán. Dijo poniendo bastante dureza en sus últimas palabras, acompañándolas de una expresión seria en su rostro, para indicar que no bromeaba en absoluto.

Maelor escuchó en silencio cómo Tarbrand elogiaba a Echorion. Si tan buen comandante era, ¿cómo es que estaba dejando pasar el verano y seguía sin marchar al sur? Se le acababa el tiempo.

-¿Sil Auressë? Me resulta familiar el nombre. Pero, ¿no está en el oeste, cerca del Vado de Sarn? ¿Y Echorion envía tropas hacia allí?

Maelor intercambió una mirada con Murl, y luego se llevó otro bocado a la boca. -No es asunto nuestro me imagino. Pero hablaremos con el resto del grupo, por si quieren viajar hasta allí. Son buenos luchadores, y dispuestos a sacrificarse.

Poco a poco todos buscaban un lugar para descansar el resto de la noche. Le tocaba a Agnor hacer guardia, y a Tarbrand descansar. Murl se quedaba también de los mercenarios, pero los otros siete estaban exhaustos y dando las gracias sacaron sus sacos de dormir y telas, y un poco apartados pero no lejos del fuego se tumbaron en el suelo.

Maelor seguía junto al fuego, pero tapándose con la capa, sentado apoyado contra la roca. Tenía mucho en qué pensar.

Dejó que los hombres durmieran y se vio rodeado de respiraciones pesadas. Movió un poco la leña en el fuego para evitar que se apagara.

No confiaba en aquellos hombres. Tampoco tenía motivos para desconfiar. Simplemente eran unos desconocidos. Pero pensaba que había una oportunidad para conocerlos mejor, e incluso tentarlos de ir a Sil Auressë. Si el senescal y el jefe los aceptaban, serían muy bienvenidos.

-Preocupado, parece -le dijo pausadamente a Maelor-. ¿Se agotan las posibilidades, quizá? A donde vamos se necesitan hombres como vosotros. ¿O tenéis algún compromiso ya?

Maelor asintió con la cabeza sin apartar su mirada del fuego. Se hallaba de pie, pensativo. Sus jóvenes hombros cargaban con una gran responsabilidad. –Son tiempos difíciles, y la gente se vuelve desconfiada y te cierran las puertas. Nuestras opciones se reducen día a día. No nos ata ningún compromiso, pero… , se giró para mirar a Agnor y a Tarbrand que estaba tumbado pero aún despierto. Bajando la voz, dijo:  -Vosotros marcháis con Echorion a Sil Auressë. Él no mueve su caballería ni para patrullar aldeas ni para recaudar impuestos. Agitó la cabeza. –No. No lo hace. Vosotros marcháis a la batalla, ¿o me equivoco?

Maelor parecía un hombre perspicaz. Agnor asintió levemente.

-Es posible. Alguien poco recomendable parece interesado en Sil Auressë y el señor Echorion está dispuesto a prestar su apoyo. Si buscáis una ocasión para demostrar vuestra valía, vuestro camino debería ser el mismo que el nuestro.
 

Tarbrand estaba demasiado somnoliento como para intervenir en la conversación, además no creía conveniente revelar ningún dato más de su señor, por lo que dejó al joven Agnor con su charla y se dispuso a cobrar su merecido descanso.

Ya estaba todo dicho, y los hombres aprovecharon la relativa seguridad del campamento en compañía de otros hombres para descansar. En Cardolan, cada día se había convertido en una lucha para muchos en esta guerra sin fin en la que se había convertido el largo ocaso del reino dúnadan.

Muy avanzada la madrugada, les despertó el sonido de una multitud de cascos de caballos. Había llegado el capitán Melechtor con el resto de los jinetes. Rápidamente, los hombres desmontaron sus caballos y aprovecharon para descansar. Ya habían cenado provisiones de camino.

Melechtor se acercó al fuego y a sus hombres. -Ya podéis descansar lo que queda de noche, haremos las guardias, dijo observando con un gesto de aprobación el campamento que habían preparado Agnor y Tarbrand. Escuchó con atención el informe sobre Maelor y sus hombres, y añadió: -Lord Echorion siempre está buscando hombres valientes. Podéis ir al este, hasta mi campamento. Allí tenéis comida, y trabajo. No nos podéis seguir ahora, porque necesitamos ir ligeros y todos montados. El tiempo apremia, señores.

Tarbrand está tan profundamente dormido que no se despierta con el ruido de los caballos y el resto de la comitiva. Mientras nadie lo despierte seguirá así.

Fue un alivio la llegada de los jinetes. Asintió ante las palabras del capitán y se buscó un sitio para dormir.