Partida Rol por web

No había llegado la hora de sentirse cansados cuando los humanos quisieron parar. Habían transitado en silencio y con toda precaución. Parecía que, por el momento, iban por buen camino. Pero Ferrim hubiera seguido sin detenerse.

Se sentó en silencio masticando un poco de pan, pensativo, cuando aquel buho pasó sobre su cabeza, disparado como una flecha. Los buhos son grandes cazadores, con sentidos excepcionales para observar el mundo en la noche. Su premura hizo que Ferrim sospechara: o había localizado un ratón, o había localizado algo más.

Se levantó con curiosidad y entonces llegó el joven Girion explicando aquello. Ferrim asintió, sin decir palabra, y agarró sus armas. ¿Qué hacer? ¿Adelantarse con ellos? ¿O guardar el campamento? Observó al monje. No parecía preparado para defenderse de un asalto. Si lo dejaba solo y le pasaba algo la misión podría fracasar, pues parecía que solo él era capaz de apaciguar al monolito.

Decidió quedarse, de pie, armado y atento. Si había algún peligro o se le necesitaba, podrían avisarle.

Denelloth asintió con la cabeza ante las palabras de Girion, y todos extremaron las precauciones. Todos excepto Otho, que buscaba en su zurrón algo más para comer.

Girion y Russef se alejaron del improvisado campamento para seguir al búho e investigar el origen de los extraños ruidos. Su intención no era alejarse demasiado del resto, y en todo caso regresar lo antes posible con nuevas.

La noche trajo consigo un lúgubre presagio cuando el buho sobrevoló al grupo. Girión confirmó con palabras lo que no querían escuchar. Norión sabía que podía morir frente al monolito y lo aceptaba, pero le disgustaba la idea de que su vida corriese peligro antes de que terminase la misión que los Valar le habían encomendado. Se tensó en silencio.

Notó la mirada del enano cuando detuvo su primer reacción de ir con Girión. Por algún motivo decidió quedarse a su lado, lo cual agradeció para sus adentros, sin la menor expresión. El silencio se prolongó por unos minutos, y su mirada se centró en Denelloth, espectante de sus directivas.

Girion violvió junto a Russef, sacó su arco y calo una flecha por si debía ser lanzada de inmediato. Luego miró a su compañero y asintió. Estaba reparado, podían seguir al buho y ver qué estaba pasando.

Con el arco preparado, Girion siguió la estela del búho. Voló a gran rapidez, y le perdió de vista. Pero sabía la dirección a la que se había dirigido, y aligeró el paso. Russef le seguía un poco más atrás. Lo habían perdido de vista, y se estaban alejando demasiado del campamento. Justo cuando Girion se iba a dar media vuelta, escuchó entre los árboles la voz de un hombre desconocido.

(...) Me huele a brujería, y nos está guiando al oeste (...)

Si mal no recordaba Girion, el oeste era donde se encontraban él y Russef, y el resto del grupo.

Denelloth asintió, y quedó pensativo unos instantes. Tan pronto como Girion y Russef desaparecieron, se levantó de un salto, como un resorte, mirando en su dirección; parecía haberse arrepentido inmediatamente de haberlos dejado partir así. No era momento de curiosear, maldita sea. Apretó los puños, miró a Norión (que mantenía los ojos clavados en él) y carraspeo ligeramente. Volcó sus pensamientos en el animal que les servía de vigía, y deseó con todas sus fuerzas que volviera pronto con la información de qué había ahí.

-Seguimos adelante -dijo, finalmente, señalando un punto indefinido en el horizonte. -Ferrim, Otho, acompañad a Norión. Avanzad lentamente, con mucha cautela. No quiero que, si alguien les tiende una emboscada, se enteren de dónde estamos. Yo esperaré aquí la vuelta de Russef y Girion, y si no aparecen pronto, me reuniré con vosotros enseguida.

La figura del montaraz pareció más oscura y tenebrosa por unos momentos, recortada su silueta contra el cielo. Cabizbajo, no añadió nada más.

Las voces que escuchó dejaron al joven preocupado. Era evidente que les seguían y que sabían dónde estaban...pero ¿quiénes? ¿cuántos lo sabían? ¿al servicio de quién estaban? No había forma de saberlo si no miraba más, auqnue solo fuera un poco para poder ver algo que le aclarara sus dudas.

La voz se escuchaba a unos veinte o treinta pasos. Era difícil saber en medio de la oscuridad. Pero no estaba lejos, y no parecía moverse en este momento. Era la de un hombre mayor, por el acento podría ser un hombre de la región. Se le notaba nervioso y también agotado, como si hubiera estado haciendo un gran esfuerzo.

No podían demorarse, y siguiente las instrucciones de Denelloth se pusieron en marcha. Otho guardó resignado el pastelito que le quedaba, y agarró las riendas de Viento, el caballo de Girion. Norión caminaba lentamente a su lado, y al otro lado de la montura, un poco atrasado, iba el enano Ferrim con el martillo en la mano.
 

Denelloth se quedó solo, pensativo. Norión, Otho y Ferrim caminando con el caballo podía resultar peligroso para la misión. Miraba en dirección hacia donde se habían ido Girion y Russef, corriendo detrás del búho. El ave le inspiraba confianza y paz. No había maldad en sus intenciones, e incluso Denelloth empezaba a pensar que tal vez había sido enviada para auxiliarlos. Tal era el desempeño del búho como guardián.

Todo seguía en silencio, y por momentos el montaraz notaba como las energías de la Naturaleza fluían a su alrededor. Más que otros días, las fuerzas mágicas estaban en movimiento. Se habían despertado, agitado. No eran malas en sí, simplemente las criaturas vivas sentían algo extraño.

Ya había pasado casi una hora, según estimaba Denelloth. Pero no aparecían Girion ni Russef. Ni el búho.

Girion levanta la cabeza para saber quienes son las personas que están en aquel lugar y qué es lo planean. No quería arriesgarse a que les delatasen. Su misión es más importante que ninguno de ellos, con lo que debía ser muy cauto.

Tenso por la larga espera, llevaba un buen rato mirando fijamente la dirección por la que habían desaparecido Russef y Girion y jugando nerviosamente con una ramita. De repente maldijo entre dientes y la arrojó al suelo.

La partida separada... ¿Por qué lo he permitido? Quién sabe dónde estarán y qué les habrá pasado. Y el buho, el buho... ¿Habrán tenido un encuentro desagradable? ¿Se habrá ido todo al garete?

Denelloth sufría una gran inquietud por el destino de ambos hombres, y oteaba ansioso el horizonte en busca del ave que los guardaba. Dio un paso en aquella dirección, pero se detuvo. Abrió la mano y miró atentamente la piedra que aferraba desde que salieron. La observó largamente, pero en realidad pensaba. Pensaba en Sir, en la promesa que había hecho a Khôradur. Pensaba en el monolito y en la suerte de Sil Auressë. Y se maldecía por no haber impedido la partida de los dos entusiastas compañeros.

Lanzó un último vistazo en su dirección, guardó la piedra cuidadosamente y se lanzó, a un paso muy ligero, tras las huellas de Norión y su pequeña comitiva. La misión era lo primero, lo único. Confió fervorosamente en que todos estuvieran sanos y salvos, y que, ayudados del búho, pudieran reunirse con él más cerca del punto de destino. Y partió, casi a la carrera, para alcanzar cuanto antes a Norión. Y debía hacerlo cuanto antes. Ahora, más que nunca, quería cerciorarse de si Eben seguía en la cabaña, ya que cualquier información y refuerzo podría ser de gran ayuda.

Girion trató de ver algo entre las ramas y las hojas en medio de la penumbra. Temoroso de hacer excesivo ruido, solamente logró distinguir la figura de un hombre de aspecto viejo. En su mano portaba una horca de tres púas como si de una lanza se tratara. No tenía aspecto de guerrero, más bien de campesino. Estaba de pie, y hablando con alguien a quien no lograba ver Girion. El otro parecía estar arrodillado o sentado.

Girion avanzó un poco más para ver mejor a la otra persona. Logró ver la forma de un hombre encapuchado. Estaba agachado, tocando el suelo con la mano. Pero no parecía estar sometido por el otro. Llevaba un arco y una flecha en la mano izquierda, y una gran lanza cruzada en la espalda. No le veía el rostro, pero le resultaba familiar incluso en medio de la oscuridad. Y entonces se levantó y habló a su compañero:

- Sigueme, Berl. Vamos al castillo cuanto antes para ayudar en su defensa. Rápido.

Cuando Girion pudo escuchar su voz, lo tenía claro. ¡Era Eben! Se le veía más maduro, más confiado. De repente, se giró y apuntó con su arco directamente a la posición de Girion.

- Sal donde te podamos ver o considerate muerto.

Cabizbaje y pensativo, Denelloth dejó atrás el lugar del campamento. En su corazón albergaba la esperanza de que el búho les guiaría a Russef y a Girion de vuelta. Pero esa esperanza era peligrosa, y desde luego no podía anteponerse a la realidad, y menos a la importancia de la misión.

Al mirar la piedra, pudo sentir la fuerza que emanaba. Un extraño latido que conectaba con el alma del montaraz, y al mismo tiempo resonaba más allá del tiempo y del espacio, en un lugar gélido lleno de ventiscas y nieve. Un lugar puro e inmaculado. La piedra comunicaba con el reino de Irmo, y el espíritu de Denelloth trató encontrar el camino hasta ese lugar. Hasta el Guardián. No obstante, no era el momento ni tampoco poseía los conocimientos necesarios. Sintió la fuerza canalizada a través de la piedra hacia un lugar desconocido, y luego la desolación de un Vacío infinito e inmensamente poderoso que parecía absorberle. Con enorme esfuerzo, fue capaz de cerrar su puño para guardar la piedra. Respiró hondo, tratando de asimilar lo que había visto y sentido. Solo pensar en volver a intentarlo le agotaba y le aterrorizaba.

Necesitaba encontrar a Norión.

Una vez emprendido el camino, ya no miró atrás. Los pasos del montaraz se convirtieron en largas zancadas para recortar la distancia que le separaba del resto del grupo. Pudo ver las huellas de Ferrim. El enano caminaba lento y pisaba con fuerza. Y las de Norion, quien más bien arrastraba su pierna dolida. Las del hobbit eran casi imposibles de ver. Sus pies descalzos no dejaban apenas huellas. Como si flotara sobre las hojas. Se alegró de no tener que detenerse a rastrear al mediano.

Mirando adelante y atrás, al cielo y al suelo, el montaraz continuaba su apresurado camino. Buscaba ansioso en la noche que empezaba a clarear cuatro figuras heterogéneas, tres personas y un caballo. Tras él, esperaba ver a Russef y Girion. En el cielo oteaba la presencia del búho, y por todas partes temía la presencia del enemigo.

La piedra, la puerta que esta constituía hacia un otro mundo, le repelía ahora. Le pesaba, como una carga para la que no estaba preparado. Pero se forzó a seguir adelante, a toda costa, hacia el monolito.

Denelloth alcanzó al resto a menos de una milla de distancia de la cabaña, según sus cálculos. Siguieron avanzando los cuatro juntos. El cielo comenzaba a aclarar poco a poco. No se escuchaban ruidos de los enemigos, y volvieron a ver al búho sobrevolar su posición. Pero de Russef y de Girion ni rastro, aunque cada cierto tiempo Denelloth miraba detrás de ellos.

Aún quedaban unas horas para el amanecer cuando vieron una colina algo más elevada. Era allí donde se hallaba la cabaña, aunque no era visible aún.

Entonces, escucharon un golpe. Luego otro. Y después el ruido llenó la noche. Tambores...

La hueste orca marchaba hacia la aldea, y los golpes de los tambores de guerra avisaban de su avance. Y se podía ver como varios de los árboles más altos se movían al paso de algunas criaturas enormes en la distancia. Daba la sensación de que el grueso de los enemigos ya había avanzado más de la posición del grupo.