Partida Rol por web

Al ver a Wulfgar, a Girion se le hizo un nudo en la garganta. Estaba muy mal herido y no tardaría en morir si no se le sanaba de forma urgente y con los medios necesarios. El joven no tenía conocimientos en curar y no podían llevarle a ningún sitio para que le curasen.

Sin embargo se armóde valor y se acercó al hombre. Sacó un pañuelo y se lo pudo en una de las heridas por las quemanaba sangre, intentando parar la hemorragia. 

- Wulfgar, resiste amigo, como lo has hecho ante los orcos. Eres un campeón- animó al fornido hombre-. Pero dime, y es muy importante, ¿has visto a Denelloth y un grupo de hombres acercarse a la cabaña?- preguntó el joven en un intento de encontrar a su grupo.

En cuanto vio a Wulfgar aún con vida, el primer impulso de Eben fue ir a su encuentro, pero Girion se le adelantó. Eben observaba los alrededores con el arco tenso y atento al más mínimo movimiento.

- Wulfgar, ya he mandado aviso a la aldea pero he tenido que volver. - Eben se fijó en la herido que tenía en la pierna y por la que había tenido que dejarle, posiblemente esa sería la que tenía el veneno más adelantado. Otras dos saetas estaban en su pecho. Eben no sabía como curarle y las heridas eran demasiado graves como para moverle.

Necesitaban la información que reclamaba Girion, luego Wulfgar podría descansar y reposar con sus antepasados.

- Wulfgar, escúchame - Se acercó a su compañero y le dio suavemente en la cara, esperando que reaccionase - Denelloth y su gente, ¿lo has visto? - Las preguntas le dolían más a Eben que a Wulfgar, pero la información era importante.

¿Qué es esto? pregunto para sí mientras observo esa sustancia extraña en la punta de las flechas. Podría ser algún tipo de veneno; malditos orcos!! exclamo

Decido quedarme escondido y a la expectativa mientras Girion y Eben avanzan, siguiendo con la vigilancia.

-No, no ver nadie, dijo con dificultad. -Solo orcos. Chaman. Tambores. Tenian miedo este lugar, dijo apuntando a la derecha de la puerta casi sin fuerzas de levantar el dedo. Y soltó una carcajada que de repente se convirtió en otro ataque de tos.

Estaba débil, y sus ojos ya no se podían fijar en ningún punto concreto de este mundo.

Russef seguía oculto, atento a los alrededores. Sus compañeros ya se encontraban en lo alto, y al otro lado de la cabaña. Los había perdido de vista.

Creía haber escuchado algo desde el otro lado del montículo, pero no estaba seguro.

Entonces vieron al familiar búho emerger por encima de los árboles, y tras dar una vuelta alrededor del montículo donde se hallaba la cabaña, aterrizó en lo alto de la misma.

La cabaña contaba con una plataforma elevada en una de las esquinas del tejado. Se había arreglado hace poco, y desde allí se podía ver por encima de la mayoría de los árboles. Y fue allí donde se puso el búho, y desde allí observaba los alrededores.

A Eben no le gustaba el búho. La última vez que lo había visto de alguna manera quería traerlo hasta la cabaña y ahora que estaba aquí se situaba en lo alto de la atalaya, como si desease que observara desde ese puesto.

Denelloth ni estaba ni había pasado por la cabaña. Posiblemente aún se encontraría por los alrededores, pero sería como buscar una aguja en un pajar. A no ser que el búho quisiera enseñarle algo.

Dedicó unos instantes a Wulfgar. La cosa estaba muy mal y solo podía empeorar si lo tocaban. Eben tenía conocimientos básicos de primeros auxilios, aquello le superaba en mucho. Prefirió no tocarlo y con un gesto subió a la atalaya.

Una vez arriba se aproximó con cuidado al extraño animal, manteniéndose alerta por si éste atacaba. Por un instante observó al animal intentando ver hacia dónde dirigía la mirada y entonces intentó mirar en la misma dirección.

Russef se movía entre los árboles haciendo bastante más ruido de lo que le hubiera gustado. Por lo tanto optó por alejarse un poco más de la cabaña para evitar las zonas más frondosas.

Finalmente llegó hasta el origen del ruido, y vio la silueta de un caballo entre los árboles. Aún no veía a nadie, pero no podían andar lejos. Tal vez fueran sus compañeros...

El búho no se inmutó al ver al montaraz. Seguía en su posición en una de las esquinas de la atalaya. Eben se asomó por ese lado, y recorrió con la vista los alrededores. Primero notó algunos grupos de orcos moviéndose entre los árboles más alejados. Se dirigían a Sil Auressë, alejándose cada vez más.

Entonces vio algo en el lado opuesto de donde habían subido Girion y él. A pie de la colina, debajo de unos árboles, había un caballo y junto al mismo lo que parecían dos figuras encapuchadas hablando entre ellos, y uno tercero de menos estatura pero de constitución fuerte.

¿Un enano?

-No tiene buen aspecto, dijo una voz de repente detrás de Girion. El joven dúnadan se giró sobresaltado y vio al mediano Otho. No entendía de dónde había salido, pero estaba claro que los de su raza tenían una extraña habilidad para moverse sin hacer ruido.

- ¡¡Otho!! ¡loados sean los Dioses!- Dijo efusivamente Girion al ver al mediano.

La aparición del búho dejaba a las claras que su grupo estaba cerca, pero la aparición de Otho no dejaba dudas, estaban cerca.

- Sí, este hombre necesita ayuda y rápido...quizás Norion...- comentó siguiendo sus palabras-. Pero entes de nada, ¿dónde están los demás?- le preguntó mirando detrás de él por si estaban cerca.

Eben bajó raudo las escaleras hasta encontrar de nuevo a Girion.

- He visto un caballo y tres figuras que no son orcos, voy a acercarme, quédate cuidando de Wulfgar.

Eben sale por la parte trasera de la cabaña, con el arco preparado y escondiéndose para acercarse a las tres figuras que ha visto desde la atalaya.

Eben bajó por la escalera y salió por la puerta para comentarle a Girion lo que había visto. Cuando estaba a punto de salir escuchó a Girion:

- ¡¡Otho!! ¡loados sean los Dioses!.

Se asomó y vio a Girion hablando con una persona de baja estatura. Primero pensó que se trataba de un niño, pero no era así. El tal Otho era uno de los medianos, un pueblo curioso que se había instalado en la zona hace unos pocos años.

- Sí, este hombre necesita ayuda y rápido...quizás Norion...- comentó Girion siguiendo sus palabras-. -Pero antes de nada, ¿dónde están los demás?

Habían encontrado a los aliados, o al menos a parte de ellos.

- Que pasen dentro, estarán más ocultos, y que nos cuenten los últimos acontecimientos.

Eben permanecía al lado de la puerta flanqueando el paso a los compañeros pero con el arco preparado por si se acercaba alguno que no estuviera invitado a la reunión.

- He visto un caballo y tres figuras que no son orcos, voy a acercarme, quédate cuidando de Wulfgar.

-Sí, son Norion y Denelloth. Y Ferrim. Están allí abajo, dijo el mediano indicando con la mano en dirección aproximada a donde se dirigía Eben. Luego entró dentro de la cabaña. Tal vez había algo de comida... 

-Me han mandado aquí para ver si había enemigos, añadió.

-Saludos, soy Otho, le dijo al recién llegado ya dentro de la cabaña.

- Voy a avisarles para que vengan a la cabaña. - Eben salió a buscar a Denelloth y el resto de compañeros para indicarles que podían venir a la cabaña.

Eben bajó desde la cabaña y se encontró con Denelloth, Norión, el enano Ferrim (al que no había visto antes) y también con Russef quien había dado un rodeo por detrás.

Subieron rápidamente la cuesta hasta llegar a lo alto donde se encontraba la pequeña cabaña, ya que ésta ofrecía una mejor protección de los posibles enemigos en los alrededores. Además, desde lo alto de la plataforma que había en el tejado se podía vigilar el perímetro. Subieron también el caballo de Girion, Viento.

La cabaña había estado abandonada largo tiempo cuando Denelloth y Eben habían comenzado a trabajar para rehabilitarla según las indicaciones de la Dama Aylarien. No obstante, la estructura de madera era fuerte. La chimenea también funcionaba, y se podía cocinar. El interior consistía de una única estancia con ventanas sin cristales. Había una mesa alargada y dos bancos para tres o cuatro personas. Había un par de huecos para sacos de dormir, y cuenco para agua. Poco más.

Denelloth había trabajado sobre todo para reparar el tejado, y el altillo. Fue entonces cuando se le ocurrió construir una pequeña atalaya a la que se accedía por una escalera vertical desde el interior.

Russef y Girion se habían encontrado con Eben cuando habían corrido detrás del búho. Eben a su vez iba de camino a la aldea para avisar del ejército enemigo, pero decidió volver aquí con los otros dos. En la cabaña se encontraron con el valiente Wulfgar, sentado junto a la entrada. El guerrero nórdico había luchado con los orcos, y había recibido varios disparos Girion le estaba atendiendo, pero la triste mirada del joven confirmó lo que ya sabía también el propio Wulfgar.

No había nada que hacer.

Wulfgar giró la cabeza en dirección a los recién llegados, pero sus ojos vidriosos, aunque abiertos, ya no veían nada de este mundo. Era cuestión de poco tiempo que su espíritu abandonara de forma definitiva el cuerpo moribundo que ya no le respondía. No obstante, una extraña sensación de paz y de tranquilidad, incluso de gozo, se había apoderado de él en sus últimos momentos en este mundo.