Partida Rol por web

Entre rocas en ruinas respondían graznando
los cuervos a los murciélagos girando en el aire;
los lobos aullaban en los márgenes de feudo.

Frío soplaba el viento, helado e invernal.
en ira creciente desde el bosque agitado
por entre hojas rugientes.

Los hombres de Belegund estaban listos para actuar, pero el repentino oscurecimiento les hizo titubear. Y no vieron ninguna señal del castillo. Sin la coordinación con los defensores, el ataque podría ser un suicido.

Los lobos estaban ahora divididos en tres grupos, y algunos se acercaban a la colina, desafiantes.

En cuanto a los hombres, alguno golpeaba el escudo con nerviosismo para provocar a los huargos, y el que se encontraba junto a Milzarâk alejó con paso dubitativo, con claras intenciones de huir de la escena.

-¡Aguantad!, ordenó Belegund. –Cinco arqueros, listos para disparar. Resto listo con las armas.

Belegund sabía que los huargos eran muy rápidos. Si cargaban los animales, llegarían a ellos en nada. La situación era realmente mala, y tenía dudas sobre qué hacer.

Buscaba con la mirada alguna señal desde el castillo. Pero solamente vio sombras crecer bajo el sol menguante.

- ¡Sólo son perros grandes! - dijo dirigiendose al hombre que comenzaba a alejarse - no me imaginaba que los hombres del norte tuvieran miedo de simples chuchos. 

Desenvainando su alfanje y enarbolando su escudo se dispuso a enfrentarse a los huargos que se acercaban hacia ellos. Por Umbar que no dejaría que ninguno de esos malditos huargos se acercase a la carreta donde estaba Eren.

Entonces uno de huargos se lanzó al ataque hacia el flanco derecho del grupo, lejos de Milzarâk. Trató de morder a uno de los hombres de Belegund, quien se alejó de sus fauces para esconderse entre sus compañeros. El animal siguió su carrera. Estaba probando, tentando...

El instinto del depredador era rodear a la presa, así que el huargo permaneció en la retaguardia. Tenía cerca a la caravana y a los heridos, pero no le preocupaban ellos. Su presa era el grupo de guerreros armados.

Otro huargo comenzó una carrera similar a la primera, cogiendo velocidad. Éste llegaba por el lado de Milzarâk...

Esperando poder moverse más rápido que el huargo e interceptarlo, Milzarák se lanzó hacia la bestia con su alfanje apuntando a su corazón.

Turno C1

El huargo era increiblemente rápido, pero Milzarak golpeó su cimitarra intentando anticiparse al movimiento del animal. ¡Y le impactó en la cabeza! Sintió cómo perforaba el enorme cráneo, y la inercia volteó al animal pero ya estaba muerto al impactar contra el suelo a pocos metros.

Se escucharon vítores entre los hombres de Belegund, e incluso el que había pensado en huir volvía al grupo.

-¡¡MIL-ZARAK!! ¡¡EL MATAHUARGOS!!

Decían...

-¡¡VIVA EL CORSARIO!!

Animados por el inesperado éxito, varios cargaron ahora contra el otro que se había quedado junto al carromato.

Turno C2

Sacudió su cimitarra para eliminar la sangre y restos de cerebro del huargo que se habían quedado pegados al cercenar su cráneo.

Confiado en que los tres hombres se pudieran encargar del huargo, Milzarâk se preparó para interceptar a los que se dirigieran hacia ellos.

Desde el carro, Berephar miraba con preocupación lo que ocurría a su alrededor. Le costaba un poco controlar a los caballos, asustados de los huargos. Pero su mirada era determinante.

A su lado, Eren, observaba, con la espada de Berephar en la mano. El viejo dúnadan se giró para dar una sonrisa de ánimo a Gildûr, y entonces azuzó a los caballos, siguiendo a los guerreros para romper el cerco.

Turnos C3 y C4

Animados por la acción de Milzarâk, tres hombres cargaron contra el huargo que se había quedado en la retaguardia, y sorprendieron al animal. Aún así, esquivó los primeros golpes, y en vez de huir trató de morder a uno de los que le atacaban. Entonces un cuarto se unió y golpearon de nuevo. Esta vez un martillo le aplastó el tórax, y expiró.

En la parte delantera, los huargos se alejaron al ver la determinación de los hombres de Belegund, y se unieron a la manada que esperaba un poco lejos. El siguiente ataque iba a ser de más huargos. Desgastar, cansar, agotar... Y matar. Así cazaban.

Turno C4

-¡Mirad!, gritó Eren de repente. -¡Allí arriba! ¡El castillo! Hay una luz. ¡Una luz en la oscuridad!

Y era cierto. El cielo se había vuelto de color ceniza, y el sol estaba débil, así que el castillo se dibujaba sobre un fondo oscuro. En lo alto de una torre en ruinas, una luz roja y al momento otra azul.

Turno C4

-¡La señal! ¡La señal de ataque!, dijo Belegund. -¡En formación! Un semicírculo, cuidad los flancos, dio instrucciones y se colocó en primera posición, en el centro del semiarco. La caravana del campamento se quedaba detrás de él, y las dos "alas" de la formación le protegían. Eran hombres de orígenes muy diversos y muchos apenas se conocían de antes, pero habían luchado en guerras como milicianos, o con Echorion. Más o menos pudieron cumplir las órdenes.

-Milzarâk, el Matahuargos. Ponte a mi lado, dijo sonriente. Aquel golpe fortuito les había elevado la moral en el momento justo.

Turno C5

Milzarâk se colocó al lado de Belegund y se dispuso a luchar contra la siguiente oleada de huargos. La extraña oscuridad que les rodeaba aún siendo pleno día lo intranquilizaba, pero ahora era el momento de lanzar el ataque para lograr que los carromatos pudieran resguardarse a tiempo tras los muros.

Desde su posición observó a los huargos. No eran las bestian salvajes y sanguinarias que había pensado. Estaban curiosamente bastante organizados y no estaban atacando a lo loco. Parecía que se estaban preparando para algo.

-¡Cargad!, ordenó Belegund y salió en carrera. Era mejor comenzar el ataque cuanto antes, ya que la distancia que tenían que recorrer.

El objetivo era la manada más próxima a la aldea. Era de menor tamaño que la que tenían a su derecha, y además en esa dirección se encontraba el vado para cruzar el río. Los hombres de armas tal vez fuesen capaces de cruzar el arroyo en otro punto, igual que los huargos. Pero los carromatos y los heridos no. Y necesitaban asegurar cuanto antes la ruta de los aldeanos indefensos.

Belegund lideró al contingente de dieciocho hombres a cargar contra el primer grupo de huargos. Habían sido ocho, pero ahora solamente quedaban seis. Los hombres atacaron en formación de semicírculo, y empujaron a los huargos hacia la aldea, de donde venían ya algunos para unirse a la contienda. Los huargos se vieron sorprendidos por la ferocidad del ataque, y no eran buenos manteniendo una posición. Lo suyo era más ataque de hostigamiento y carga por campo abierto. Sufrieron una baja, y otro huargo huyó. Pero también lucharon, y mataron a uno de los atacantes e hireron a otros dos.

Entonces llegaron los primeros defensores de Sil Auressë. Eran seis milicianos. Lograron herir a otro huargo de gravedad, pero uno de los animales le mordió el costado con una fuerza brutal a uno joven aldeano. Casi le partió por la mitad. La imagen fue tremenda, y varios de los milicianos se quedaron más alejados del combate más feroz.

El Senescal de Sil Auressë miraba el campo de batalla. Era un hombre bajito y regordete, pero portaba una espada corta y una armadura de cuero. En otro tiempo había viajado y luchado, pero esos tiempos quedaban algo lejos para él. No obstante, era un buen líder y un astuto estratega. Había enviado a seis hombres a ayudar a los mercenarios que habían cargado, y ahora consideraba las opciones. No iban a tener otra oportunidad. -¡Vamos! Hacia el vado, ordenó.

De la aldea salió un primer grupo de unos cincuenta, pero solamente ocho podían luchar. Curudae no iba en ese grupo, pues quedaban la mayoría de los ancianos, niños y mujeres en la aldea.

-¡Tenemos que acabar con ellos!, ordenó Belegund. Quedaban pocos huargos en este primer grupo, pero detrás del vado esperaba el grueso de los enemigos. No podían avanzar si dejaban en su retaguardia a tantos enemigos.

-¡Caravana, hacia el vado!, indicó con la mano. Su mirada se cruzó con la Berephar y Eren, que llevaban el carromato. Confiaba en que fueran capaces de llegar lo antes posible.

Turno C6

Milzarâk observo como el carromato se dirigía hacia el vado y a los huargos que esperaban al otro lado del río. Parte de su corazón iba en ese carromato, pero debía encargarse de los huargos que quedaban a este lado del río o no tendrían ninguna oportunidad si les atacaban desde ambos frentes.

Con un grito se lanzó a por los huargos que aún quedaban en esta orilla esperando terminar con ellos lo antes posible para poder acudir a defender a Eren antes de que se enfrentasen a los del otro lado del río.

TURNO C6

El ataque del huargo fue rápido y casi mortífero. Sus fauces alcanzaron el hombro de Milzarâk, seccionando músculos. El dolor le aturdió, pero la lucha seguía a su alrededor. El huargo siguió su camino y buscó otro objetivo. No podía detenerse en un solo rival mucho tiempo.

TURNO C7

-El vado debe estar por aquí, dijo Eren pero no lograba ver las piedras que solían marcar el punto seguro para cruzar un arroyo. Confiaba en la experiencia de su abuelo para dirigir el carruaje. Entonces vio cómo un huargo le alcanzó el hombro a Milzarâk. Sin pensárselo dos veces, agarró la espada y se bajó del carruaje.

-Guíalos, abuelo. Hasta el castillo. Ahora os alcanzo, dijo.