Partida Rol por web

Anael asintió a su compañero cuando este le propuso dar una vuelta por los alrededores. Él no se iba a mover del lado de la niña y menos ahora que se habían quedado solos ellos dos. Tras dejar sus armas a punto, las dejó cerca por si las necesitaba y sacó su arco y sus flechas. Preparó unas cuantas clavadas en el suelo por si necesitaba recargar con rapidez, si les atacaba alguien.

-¿Podemos hacer un fuego o mejor no lo hacemos? -preguntó a la niña y al mismo tiempo se sintió mal y raro por hacerlo. Nunca antes había preguntado algo tan sencillo y personal a un niño, pero Sir le había demostrado que veía, sentía o intuía -o una combinación de las tres- algo especial, pudiendo discernir cosas que podían pasar o que estaban ocurriendo a bastante distancia.

El hombre miró a la niña como esperando contestación y la vez sintiendo que no necesitaba que le contestara.

Aeldric caminaba a paso ligero en dirección a las Quebradas. Era consciente de que pasado mediodía tenía que optar entre regresar al campamento, o pasar la noche en soledad. Optó por lo segundo porque con su vista aguda detectó algunas formaciones rocosas que resultaron interesantes.

A media tarde llegó al lugar. Era un recoveco extraño en una ladera pronunciada, donde se habían derrumbado grandes rocas desde una altura de unos veinte metros. El risco creaba un pequeño parapeto que protegía de la lluvia y de las miradas indiscretas, y las rocas formaban una muralla natural. Y la casualidad o la buena fortuna habían hecho que había allí una cueva natural. No era muy profunda, pero lo suficiente como para estar bien protegidos. Incluso se podía colocar una tela para tapar la entrada de la misma.

Ya quedaban pocas horas de luz, así que Aeldric iba a comprobar de primera mano la seguridad del refugio que había encontrado. Desde luego, la posición era inmejorable a menos de cuatro horas de la zona de los Túmulos.

Anael protegía el pequeño campamento mientras Ragi salió a explorar el terreno. Confiaba en poder cazar alguna pieza menor. Los agujeros del suelo indicaban la presencia de pequeños roedores, y Ragi había aprendido a preparar sencillas trampas para sobrevivir en el campo. No siempre había estado en las calles de Tharbad, aunque en sus callejones más oscuros y barrios poco habitados estas habilidades le habían servido en más de una ocasión.

Por la tarde Ragi regresó con alguna pieza, y el ánimo de los tres parecía ir a mejor. Aeldric no había regresado aún, así que comenzaron a preparar la cena. Con un poco de suerte, podían pasar un par de días sin hacer uso de las provisiones. Aunque contaban con numerosas raciones, sabían que no eran infinitas y seguían sin tener una idea clara del tiempo que les esperaba en aquel lugar misterioso y peligroso.

Al caer la noche, se hizo el silencio en las Quebradas. Anael le preguntó a Sir sobre la hoguera, pero justo entonces escucharon el aullido de los lobos. O de los huargos. Y les hizo temblar de miedo.

Aeldric parecía contento de su hallazgo pero no estaba confiado. El guerrero se dispuso a comprobar que no había peligro antes de pasar la noche tanto con su aguda visión como con ayuda de Anar Ilfirin. Tal vez su espada le ayuda a detectar de alguna manera la posible presencia de seres no corpóreos en los alrededores. Con la espada desenfundada, comenzó a avanzar hacia el refugio... en silencio...furtivo.

Los ojos de la pequeña miraron a sus acompañantes. Sentía miedo, y no podía evitar recordar cómo un enorme huargo le había mordido con sus fauces. Casi la había partido en dos, y seguía viva de milagro.

-S-se alejan de nosotros, contestó pero no estaba del todo claro si era algo que sabía, algo que deseaba... O simplemente una suposición. -Pero si podemos pasar la noche sin encender el fuego mejor. Por si regresan.

Luego miró la carne que colgaba de unos palos que había preparado Ragi. La sangre goteaba de sus presas. Era para hacer más jugosa la carne.

El joven explorador asintió a la pequeña tanto para tranquilizarla como para indicarle que tenía razon. Un fuego podría verse desde lejos y delatar su posición. Era mejor que nadie supiera donde estaban en esos momentos.

Benaldamat la reconoció en un instante. Esos ojos que lo miraban, le recordaron cuando por primera vez huía con Enila en sus brazos buscando protegerla de todo mal, buscando protegerla de un destino oscuro. Y pese a sus esfuerzos ella estaba en peligro.

No obstante la veía delante de él, a través de una gruesa capa de hielo. Sabía que era inútil, sabía que era una visión que le mandaba Irmo, pero aun así no pudo controlarse. Lleno de frío aire sus pulmones, y tosió. Volvió a llenarlos de nuevo, pero esta vez consiguió retener el aire y gritó, gritó con su alma y no con su voz, gritó con la fuerza de toda la logia con un sonido capaz de traspasar toda barrera.

-          Enilaaaaaaaaaa, aguantaaaaaaaa te encontraréeeeee.

Golpeó con sus puños desnudos la gruesa capa de hielo hasta que le sangraron los nudillos, intentando llegar a ella, pero el hielo no se rompió. Se sintió impotente, y lloró, lloró sin consuelo mirando la imagen que se le mostraba. Las lágrimas se le congelaban en las mejillas, pero no sentía el frío.

Desesperado miró al cielo buscando a alguien, y gritó.

-          Madre, Padre ayudadme a llegar a ella…

Volvió a golpear el hielo una última vez, y se dejó caer sobre el hielo mirando los ojos de Enila…

Anael asintió. Sabía que la leña seca no hacía humo pero un lobo podría detectarlo por su fino olfato; pero las llamas siempre se veían por la noche con lo que no era prudente encender el fuego.

Al oír los aullidos del los lobos el humano se giró hacia el lugar de donde venían, pero no mostró preocupación. Su faz, siempre estoica, no dejaba que un sentimiento aflorara en ella. En las calles de Tharbad, donde se ahbía criado, quien mostraba un sentimiento, mostraba una forma de debilidad que sus enemigos aprovecharían.

-Comamos un poco y descansemos. Yo haré la primera guardia- dijo Anael escuetametne.

El elfo desenfundó su espada Anar Ilfirin, y con cuidado comenzó a inspeccionar el interior del posible refugio. Toda la zona de las Quebradas estaba cargada de Esencia, pues era terreno sagrado donde se hallaban las tumbas de los señores de los edain desde los Días Antiguos. Y ahora, con la invasión de los malvados espectros tumularios, esa fuerza mágica se había agitado.

Aeldric no alcanzaba a percibir los flujos de energía, ni podía saber si el Oscurecimiento había afectado en algo a los seres que moraban en aquellas tumbas. No obstante, detectó un brillo intenso y gélido en la hoja de su espada, y tuvo la convicción de que Ana Ilfirin podía hacer frente a aquellos espectros si se diera el caso.

Por lo demás, la cueva estaba deshabitada y podría valer como base para llevar a cabo el desconocido cometido de Sir. Aeldric pasó la noche en el sitio, y parte del día siguiente para asegurarse de que era seguro. Después regresó con el resto...

Anael y Ragi se turnaron para hacer las guardias mientras Sir dormía. De vez en cuando la escuchaban gemir o vieron cómo sus labios se movían. Estaba nerviosa, y era habitual verle dormir inquieta y atrapada en extraños sueños que luego trataba de comprender o asimilar. Por eso durante el día solía estar más cansada aún de lo que se podía esperar por las heridas que había sufrido su cuerpo.

La noche pasó sin incidencias, y por la mañana todo estaba tranquilo. Terminaron de preparar la carne mientras esperaban a Aeldric, quien llegó poco antes de la noche.

Aeldric regresó al primer campamento y les informó de su hallazgo mientras cenaban la carne que había cazado Ragi. Se trataba de una pequeña cueva bien protegida cerca del linde de las Quebradas de los Túmulos. Era un lugar mejorable para poder preparar cualquier excursión hacia la zona peligrosa durante el día, para luego regresar antes de la caída de la noche.

El día siguiente los cuatro recogieron las cosas y se desplazaron hacia el nuevo sitio. Estaba a unas seis horas de camino, y en efecto era un lugar bien protegido y oculto en un extraño recoveco de una ladera que se había derrumbado en parte. Se hallaba a menos de cuatro horas de los túmulos. Allí montaron su campamento y la base de operaciones.

Aún no sabían con certeza qué era lo que buscaba Sir, pero pronto adoptaron una rutina de explorar los alrededores en busca de señales en el cielo, y al mismo tiempo Ragi seguía preparando trampas para cazar y así aguantar más tiempo con las provisiones que les quedaban. Encontraron un pequeño arroyo que les proporcionaba agua potable. En ningún momento dejaban sola a Sir, y los días transcurrieron sin contratiempos aunque también sin avances notables.

Trataba de tomar aire, pero no podía moverse por la presión de la gélida y espesa agua. Sus párpados estaban congelados, y sus labios llenos de grietas profundas. Los dedos se habían congelado, y no sentía su cuerpo. La oscuridad le rodeaba en aquella tumba acuática, y estaba desubicada. No sabía si estaba subiendo o bajando. Todo lo que sentía a su alrededor era el frío y la muerte, pero ella no se amedrentaba. No sentía miedo, ni angustia. Ya no. Había estado en este lugar numerosas veces, y ya sabía que era algo pasajero, que el dolor se iba a desvanecer. Que no era real,  que al menos no era lo que sus sentidos le decían. Y en medio de aquella negrura, buscó una vez más una salida. Un camino. Una señal.

Entonces sus ojos se abrieron un poco. El esfuerzo era grande, pero logró hacerlo. Sus pupilas se dilataron. Notó las vibraciones en el agua, y su cuerpo tembló con ellas. Escuchó el eco lejano y distorsionado de una voz que su mente y su corazón querían atribuir a alguien a quien conocía. A quien echaba de menos. A quien necesitaba. Más allá de la razón y de la lógica, fue la esperanza la que le empujó a creer. A dar el salto para alcanzar lo imposible. Pues nada lo era realmente en el Mundo de Irmo.

-¡Eeehhh!

Sir se despertó con un grito. Tardó unos instantes en tranquilizarse y tragó saliva varias veces. Vio a Anael, a Ragi y a Aeldric, y se tranquilizó un poco aunque seguía respirando de forma agitada. Su mirada se perdió en el fulgor de las brasas de la pequeña hoguera del refugio, y finalmente habló: -Han pasado muchos días desde el Oscurecimiento. Ya queda menos para que se quita la oscura barrera que lo distorsiona todo y para que se desvele la luz. Hay que buscar en el cielo. Una ave que no vuela con otras, que busca la soledad. Y tiene su nido en las tumbas.

Ragi trató de tranquilizar a la pequeña que parecía haberse despertado de una pesadilla y, ante sus palabras, decidió observar el cielo para encontrar alguna pista de lo que decía.

Ver un ave solitaria no debería ser complicado y así podrían avanzar hacia el destino de su protegida para que pudiera completarlo y, quizá, llegar a algún lugar seguro.

Cada vez todo tiene menos sentido para mí. Pensó Aeldric para sus adentros.

-Debéis saber Ragi y Anael que conforme vayamos avanzando más cabe la posibilidad de encontrarnos con seres a los que vuestras armas no pueden dañar...como aquellos espectros que nos sorprendieron durmiendo días atrás. Solo que estos seres son más peligrosos. Lo único que puede servir contra ellos es mi espada, pero no puedo detenerme a combatir siempre... Tendremos que tratar de evadir a estos seres en la medida de lo posible y evitar el combate. Solo combatiré si no queda más remedio. ¿Estáis conforme?

Mientras Aeldric hablaba y esperaba respuesta observaba de vez en cuando el cielo y los alrededores.

El elfo además ojeo a Sir, agitada por su despertar. - ¿Qué sueles soñar, niña? Si no te importa responder...¿ves a Ayla en tus sueños? ¿Ves algo o a alguien?

-Antes soñaba con más cosas. Vi el sol hacerse débil y desaparecer antes de que sucediera. Y sí. Vi a Ayla en un puente, en medio de una tormenta. En una ciudad en ruinas. Se enfrentaba a un señor malo. Y el sol se apagaba en ese sueño. Debe haber sucedido al mismo tiempo que las guerras aquí.

Sir respiró hondo, tratando de recordar. -Esas cosas las vi hace algún tiempo. Luego más reciente vi a Girion y a Denelloth. Se llevaron mi piedra...

Sus manos trataban de acariciar entre ellas la piedra que ya no estaba, y finalmente cogió un pequeño caballo de madera que siempre llevaba consigo. -Sin esa piedra no puedo... pero ellos la necesitaban. En la Gran Piedra donde sucedieron cosas malas. Las vi. Vi a un enorme huargo. Vi a Norion. Vi mucha sangre, y muchos orcos. Vi...

Comenzaba a agitarse y su voz se convirtió en un sollozo. -Pero ya no veo nada más que fría y oscura agua. Y una barrera de hielo. Necesito regresar al camino. Buscad al ave, les imploraba. -O que os encuentre.

El elfo miró a Sir sosegadamente, pero se intuía un deje de preocupación en su mirada. El elfo se incorporó y comenzó a recoger sus cosas. -Que nos encuentre, ¿no? Entonces me temo que os tengo que volver a dejar solos unas horas. Buscaré un a zona despejada a una distancia prudencial de vosotros, pero no muy lejos. Trataré de encontrar algún punto alto o bien me quedaré bien a la vista de todo...absolutamente todo. Obviamente, si estáis todos conformes con esta decisión.

Aeldric volvió a preguntar a la niña. -Viste a Ayla, luchar...¿sabes cómo acabó el encuentro?

La niña negó con la cabeza. -No sé cómo terminó lo de Ayla. Ni sé nada del Monolito. No puedo ver más allá de esa barrera.

Se notaba la urgencia en su voz, y toda la mejora en su salud que había experimentado en esos días desde que partieron de Sil Auressë parecía esfumarse. -Buscad la señal... No os preocupéis por mí. Aquí estoy a salvo.

El joven explorador siguió observando el cielo buscando una señal. Fuera cual fuera que le indicara algo.

Sabía que su protegida no les pediría eso sin un motivo y quería descubrir cual era su camino para poder asegurarse de que sería seguro para ella.