Partida Rol por web

Sil Auressë

[20] Epílogo

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13/01/2019, 23:23
Ragi

 

El regreso de Sir

 

Ragi, de la mano de Sir, entró en Sil Auressë aún temeroso de lo que podía encontrar. Tenía muchos amigos en la aldea cuando la había abandonado para proteger a la niña y, por desgracia, no sabía hasta donde había llegado la guerra. A pesar de que la gente se acercaba a felicitarle por haber llegado hasta allí recordaba a los caídos con pena.

El ataque de los murciélagos en el torreón aún le daba pesadillas y temía que el recuerdo de Milriel, la guerrera que le había enseñado a montar a caballo, se esfumara de aquellos a los que había salvado dando su vida para protegerle mientras encendía el foco.

Sabía que después de todo aquello quedaría mucho por hacer. Inconsciente del resultado de la guerra, entendía que debían reparar todo aquello que hubiesen destrozado los orcos en su ataque. La oscuridad sería una herida que debía sanarse poco a poco, pero nunca deberían olvidarla. Fuera cual fuera el resultado, si habían perdido deberían preparar una nueva defensa y, al contrario, si habían ganado deberían sanar las heridas y prepararse para evitar nuevos ataques.

No sabía cuánto tiempo tendrían antes de un nuevo ataque, pero se enfocaría en aprender a defender a la muchacha de la mejor manera posible.

-Estamos de vuelta - le dijo a su protegida con una sonrisa-. Al fin en casa.

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13/01/2019, 23:24
Denelloth

 

Insomnio

 

Denelloth estaba agotado cuando por fin se recostó, pero fue incapaz de conciliar el sueño. Ni siquiera pudo cerrar los ojos. Se quedó tumbado boca arriba, mientras decenas de imágenes se agolpaban en su cabeza. Quieto, en silencio, con la cabeza zumbando y los brazos extendidos junto al cuerpo, revivía momentos de los últimos días que se sucedían sin orden ni concierto.

Veía el monolito como lo vio por primera vez, alto, solitario y amenazante. Vio las caras de los que asistieron a la última reunión del Othrind. Revivió la angustia que sintió cuando Sir resultó malherida, la inquietud que las enigmáticas frases de la niña habían sembrado en él. Recordó las palabras de Khôradur, de Benaldamat, de Norión y de muchos otros cruzándose fugazmente en su memoria con escenas pasadas, sin que pudiera hacer nada por retenerlas o ahuyentarlas.

Se vio a si mismo acechando la Cabaña de los Montaraces y el rostro de Wulfgar siendo sepultado por la tierra; volvió a sentir a Hugaew sobrevolando sus pasos. Se encontró de nuevo con la fulgurante mirada de Norión cuando todos lo creyeron un traidor. Notó el hedor de los muertos y vio caminar de nuevo aquel horrible cadáver decapitado. Sintió helarse su sudor al recordar al temible huargo y una náusea cuando se le representó otra vez aquel ignominioso portal abierto a realidades que no se atrevía a concebir.

Y miedo, miedo y más miedo. El miedo estaba siempre presente, en mayor o menor grado, desde los días de prisión y tortura en Angmar. Le corría por las venas y le atenazaba los miembros. Por enviar a los hombres bajo su responsabilidad hacia destinos inciertos, por el temor constante a que fuese demasiado tarde, por la muerte que le rozaba constantemente, fría y pegajosa. Y no conseguía librarse de esa pesadez, de ese miedo y esa muerte que lo rodeaban, tenaces e implacables.

Se llevó las manos temblorosas al rostro y sollozó. Notó la barba crecida, asomando entre las lívidas cicatrices de su rostro desfigurado. Estaba solo, tumbado en aquella cama en una de las torres de Sil Auressë, recordó. Ahora todo había terminado. Pero no podía dormir, no podía dejar de llorar.

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13/01/2019, 23:25
Eben

La Cabaña de los Lobos

 

Tras regresar a Sil Auressë con Norión y sus dos compañeros heridos, Eben permaneció un par de días más en el castillo. La alegría inicial por la victoria dio paso, poco a poco, a la normalidad. Los soldados empezaban a relajarse en las guardias a la vez que los niños volvían a recorrer la plaza del pueblo. Quedaba mucho por reconstruir, pero la vida nuevamente se abría paso a través de la devastación.

El ambiente del castillo era cada vez más acogedor, pero Eben se sentía incómodo. Su necesidad de aire fresco le hacía subir a menudo a lo alto de las almenas desde las cuales podía observar a lo lejos su amado bosque. Más de una vez coincidía ahí con Acero Rojo, quizás lo más próximo a un alma gemela que el cazador podía encontrar en todo el castillo.

El montaraz era muy tímido con las mujeres, de hecho prácticamente no se había relacionado con ninguna. Su carácter solitario y el tiempo que pasaba aislado en los bosques no habían desarrollado en él las habilidades sociales necesarias. Pero con Acero Rojo la cosa era distinta, podía pasar horas hablando con ella de los bosques, de la naturaleza o simplemente dejándose llevar por la fresca brisa de la mañana. Eben admiraba el espíritu luchador de la muchacha a la vez que la respetaba como guardiana de los bosques y la consideraba al menos su igual en la lucha, posiblemente muy superior.

El explorador conocía el trabajo que hacían los Lobos, pero no se sentía lo suficientemente bueno como para unirse a su causa. Fue la propia Acero Rojo la que le propuso unirse al grupo. Por supuesto necesitaría la aprobación de Dos Colmillos, pero confiaba poder ganarse al líder de la manada.

La decisión estaba tomada. Eben no seguiría más en el castillo. Habló con su maestro Denelloth y le comunicó sus intenciones. Se dirigiría a la cabaña para terminar de arreglarla. Montaría allí un puesto de guardia permanente y un centro para la recuperación del bosque, al menos hasta que Dos Colmillos aceptara su ingreso en los Lobos. Acero Rojo se ofreció a acompañarle y ayudar a preparar aquel lugar.

El trabajo de recuperar los bosques no era menor que el que se hacía en la ciudad. Eben y Acero Rojo trabajaban muy duro protegiendo los escasos animales que habían sobrevivido de la caza furtiva, a la vez que tenían que ayudar a proveer de caza a los habitantes del pueblo. Era un equilibrio delicado que les consumía gran parte del tiempo, pero que llevaban con agrado como solo dos almas de la naturaleza podían desear.

El peligro ya había pasado y el bosque cicatrizaba sus heridas rápidamente. Desde su ingreso en los Lobos, Eben y Acero Rojo prácticamente no habían tenido que hacer ninguna incursión, disfrutando de un agradable periodo de paz. No sabían qué les podía deparar el futuro, pero mientras disfrutaban de estar juntos luchando por lo que creían.

La cabaña del bosque, poco a poco, se iba convirtiendo en su hogar.

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13/01/2019, 23:26
Khôradur

Recuerdos de batalla

 

Khôradur se estaba poniendo su coraza asistido por Bergil. El muchacho se había ofrecido a acompañarle, a pesar de que aún seguía siendo en parte un niño y tenía miedo, pero Khôradur había visto el potencial del muchacho y no dudó en permitir que le acompañase.

Ya sea porque me veo reflejado en él cuando tenía su edad o por otra cosa, estoy seguro que hago bien en que me acompañe.

Se acercó a la ventana y contempló el castillo, aún por terminar, mientras los hombres se preparaban.

El momento aciago y que todos temíamos ha llegado. La Oscuridad va a golpear a nuestras puertas y hemos de hacerle frente.

Observó a los hombres mientras se preparaban. Soldados y milicianos que preparaban sus armas y equipos para dirigirse hacia un destino incierto.

No están listos y no somos suficientes, pero estoy seguro que darán lo mejor de sí para que Sil Auressë sobreviva y tengamos un nuevo día

Sil Auressë, a su memoria acudieron recuerdos del pasado. La llamada de Ayla para que se uniese a un sueño que Khôradur ha hecho como propio. Recordó su llegada a Tharbad en su navío corsario y sonrió con el recuerdo de las caras atónitas y asustadas de sus habitantes al verlo llegar. De las reuniones con Ayla y Curudae para poner en marcha este sueño; los discursos para intentar atraer gente a la aldea, de su marcha, establecimiento, las construcciones. Durante unos minutos Khôradur permaneció ajeno a todo y ensimismado en los recuerdos del pasado de Sil Auressë. De pronto se incorporó y golpeando con su puño el dintel de la ventana.

¡No permitiré que este sueño caiga bajo la Oscuridad!

Al dar un discurso ante las tropas antes de partir, Khôradur observaba a sus hombres. Veía el temor y la duda en sus ojos, pero también la determinación de quien no tiene otra opción y de que de ellos depende el futuro de sus seres queridos.

No me fallarán.

Y no lo hicieron. Al llegar al combate lucharon dando lo mejor de sí, aunque veían caer a sus compañeros, a pesar de que el Sol fuese oscurecido por la magia más oscura. Uno a uno, lucharon y rechazaron al enemigo.

Son demasiados pero aún así les estamos haciendo frente.

Y tampoco se amilanaron ante la llegada de los trolls, aunque Khôradur se enfrentó a ellos junto con Barendil, consciente de que era mejor un ataque poco numeroso y rápido que lanzar a todos sus hombres contra ellos. Y donde otros hubiesen caído, ellos salieron victoriosos, aunque hubo un momento en que Khôradur pensó que no lo contaría y se vio obligado a tragarse su orgullo y pedir ayuda.

Y el Sol volvió a iluminar, entonces Khôradur no dudó. Pronto se pondría y era necesario aprovechar ese poco tiempo de ventaja e intentar desbaratar al ejército enemigo, o al menos causarle el mayor número de bajas. Ordenó el ataque pero tuvo un error de cálculo, descuidó por completo a los huargos que destrozaron a la compañía que se ocupaba de distraer al enemigo.

Murieron por mi culpa y mis errores.

El ataque seguía, Khôradur al frente de sus hombres, dispuesto a vengar a los caídos y por la defensa de Sil Auressë. Corrían hacia el enemigo dispuestos a romper su formación y provocar su desbandada.

Pero el destino es caprichoso y quiso ahora que hubiese dos giros inesperados. Walec, jefe de la milicia se enfrentó en combate singular a Zaboht, uno de los líderes orcos del ejército. Khôradur sabía que si Zaboht caía, tendrían parte de la batalla ganada y confiaba en que Walec pudiese con él, pero Zaboht se impuso ya acabó con la vida de Walec.

Khôradur entonces se dispuso a acabar el combate que inició Walec, lleno de rabia y el ardor de la venganza. Intercambió mandobles con Zaboth, ambos estaban igualados, y cuando Khôradur se dispuso a realizar un poderoso ataque, que si hubiese impactado en su contrincante posiblemente habría inclinado la balanza a su favor, cometió un nuevo error, dudó. Y lo último que contempló fue como una hoja orca se acercaba a su rostro, para notar seguidamente un poderoso golpe y un dolor intenso, como si múltiples cuchillos se clavasen en su piel, antes de que la oscuridad le envolviese y los ruidos de la batalla se apagasen.

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13/01/2019, 23:27
Denelloth

 

Un reencuentro y una despedida

 

Denelloth se levantó y salió al exterior. Empezaba a clarear sobre las llanuras de Cardolan. Prometía ser una larga y cálida jornada, pero el aire sobre la torre era todavía fresco y le despejó la mente. Encontró la estrella de Eärendil de forma instintiva sobre el horizonte, y se apaciguó bastante su espíritu. Cerca estaba Elemmíre, y reconoció Luinil y Soronúmë, en lo alto del cielo.

Estuvo callado un rato, mirando al horizonte, sobre el que el sol se demoraba en aparecer, dedicado sólo a respirar acompasadamente. No pensaba en nada; admiraba desde la altura los páramos vacíos, ondulantes y todavía grisáceos, cuya monotonía sólo era rota de cuando en cuando por oscuros sotos de bosque y largas líneas de riscos y quebradas. Le pareció incongruente que alguien pudiera vivir en esta tierra vacía y reseca, y luchar por ella.

El sol comenzó a asomar en el oeste, inundando la tierra de una leve luz rosácea. De pronto percibió una mota en el cielo. Una mancha negra lejana, ínfima, que crecía con lentitud. Denelloth reconoció unos pequeños movimientos oscilantes, y supo que era Hugaew.

El búho de las quebradas tardó todavía un tiempo en llegar a la torre. El sol iluminaba los dorados campos y descubría ocultos y amenos valles; a la luz del día Denelloth veía más claro por qué los dúnedain vivían y sangraban en aquella tierra con tanta obstinación, desde que sus antepasados numenoreanos llegaron a Lond Daer tantos siglos atrás. No se movió cuando el búho se posó en una almena cercana, absorto en sus pensamientos. Tras un largo rato se acercó al pájaro y, por primera vez, lo acarició con una delicadeza extrema, como a una amante inalcanzable. El hombre y el ave no necesitaban hablar para entenderse Denelloth sabía que el búho había acudido a su petición de ayuda por su voluntad de aliviar los males de aquella tierra, que también era la suya. Y el búho sabía que el hombre le estaba absolutamente agradecido por su labor de guía y guardia.

Contemplaron juntos y en silencio cómo el castillo y la aldea despertaban a la vida. Los primeros ruidos matutinos, las pequeñas rutinas que volvían a serlo, el ajetreo de los habitantes para volver a iniciar sus vidas. Casi como cada mañana, casi como si nada hubiera ocurrido. Desde su atalaya, todo parecía un juego de piezas infantiles. Se miraron. Resultaba muy gratificante.

Una de esas figuras diminutas apareció en el patio. Era el senescal Curudae. Pareció localizar a Denelloth de forma intuitiva, y le hizo una señal para que se uniese a él. El montaraz miró largamente a Hugaew, que parecía impasible, antes de descender.

El senescal y el cazador cruzaron unas pocas palabras en su camino a las estancias de Khôradur. El Lugarteniente yacía allí, en la penumbra, rodeado de velones. Estaba pálido y demacrado, vestido con una sencilla y elegante túnica de fieltro con piezas de terciopelo. Curudae y Denelloth guardaron silencio. El Lugarteniente se debatía entre la vida y la muerte, y quizás nunca volvería a abrir los ojos. Había llegado hasta el extremo en el cumplimiento de sus obligaciones. Denelloth se dolía mucho de su destino, y casi lo sentía como una culpa propia. Sin embargo y en el fondo de su ser, sabía que el imponente, orgulloso y vivaz umbareano no se podría sentir satisfecho si no hubiese puesto todo en juego para cumplir con su cometido. Y a fe que lo hizo.

Antes de salir, Denelloth dedicó una profunda inclinación de cabeza al que había sido su superior y al que había considerado su amigo. Deseó intensamente que siguiera siéndolo.

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13/01/2019, 23:28
Norión

 

Los trazos del Custodio

 

La mesa de madera estaba cubierta por papeles y libros, iluminados por el reflejo del sol que entraba por la ventana. En el centro había un libro de profecías, Tulintë I Quettar, con antiguas visiones sobre la eterna lucha entre la luz y la sombra, a la izquierda un libro en quenya que relataba lo que los noldor habían hallado en las profundidades del abismo y otro libro que detallaba los lugares de enterramiento de los dúnedain que por siglos habían custodiado los anamartar, sobre ellos había enrollados unos pergaminos en lengua negra. A la derecha un libro de su puño y letra contaba la historia de Metraith, y otro aún en blanco tenía escrito sólo su título, Sikil Kaluva Tielyanna, y en él se plasmaría la historia de una pequeña aldea de Cardolan. Junto a ellos había dos copias y el original de un libro centenario, escrito por la casa de los Enach, que guardaba secretos de la antigua Númenor. Tomó el original entre sus manos, la calidad de sus hojas le habían permitido durar por siglos, pero para el anamarta significaba mucho más, era el obsequio que una mujer como nunca había existido le había hecho. Abrazó entre sus brazos el tomo, como si al hacerlo pudiese estar junto a ella por última vez, pero así como Finduilas no estaba a su lado, tampoco lo estaría ese tomo. Le había jurado a un naugrim entregarle ese conocimiento, para que sean ellos los que custodiasen su sabiduría durante los siglos por venir, y Ferrim se había ganado con creces ese derecho, por su fidelidad, por su valentía y por haberlo perdonado. 

La sombra de un búho a través de la ventana lo distrajo y separó el libro junto a una copia. Su mirada recorrió entonces los bocetos que estaba realizando para Carumirë, uno sobre la aldea y otro sobre el castillo. El primero tenía marcado un altar a Yavanna en el centro de la plaza y una región amplia a unos cientos de metros del lugar que haría las veces de cementerio, con una pequeña capilla en honor a los Valar. Esos lugares aún por construir serían las estaciones para la ceremonia de conmemoración por los caídos que oficiaría en breve. El segundo marcaba un pequeño templo a un lado de la Academia frente a los jardines, debajo del cual había detalles sobre un Mausoleo. Norión tenía pensado ubicar allí los dos cuerpos que había embalsamado, el de Walec y el de Gildûr, el padre de Girion tal y como le había solicitado el joven, Para ambos tenía previsto realizar un responso especial dentro del Castillo en los próximos días. La carga del guardián de los muertos era pesada, y en esos tiempos difíciles tendría mucho trabajo por hacer. Los caídos debían descansar, sus familias necesitaban ser consoladas, sus historias tenían que ser escritas. Ésa era la tarea de todo anamarta y en eso él no se distinguía de ningún otro. Pero para Norión la muerte no era más que un paso a otra existencia a través de un umbral que él mismo había cruzado, y al otro lado Namo guiaba la fëa de los mortales hacia su destino en su infinita sabiduría. Su pensamiento se perdió en las visiones del más allá, un día dejaré mi hröa e iré a tu encuentro, Maestro, pero no será hasta terminar lo que me has encomendado.

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13/01/2019, 23:30
Girion

El regalo del discípulo

 

Los restos de la batalla aun se notaban por las calles y demás lugares de Sil Auressë, pero cada vez se notaba más lejana en la mente del joven dunadan. Y no solo en la de Girion. Todo empezaba a volver a la normalidad y eso se notaba en los ánimos de la gente. Girion caminaba erguido hacia el castillo, en cierto modo alegre porque iba a encontrarse con su mentor, Norion. En sus manos portaba un gran fardo que abultaba mucho pero en sus manos parecía liviano. Al llegar al estudio del anamarta, llamó y entró.

-Quería entregarte esto antes de marchar.

Al abrirlo se descubrió la capa del huargo gris contra el que habían luchado en el claro del monolito. La piel la habían curtido exquisitamente, quitándole gran cantidad del cuero de la piel y cosiéndole un forro interior, haciendo que esta fuese liviana pero muy cálida. El broche del cierre de la capa era el escudo de armas de la familia de Girion hecho de una aleación de mithril, el emblema que portaba su padre y que había pertenecido a su familia durante innumerables generaciones.

-Gracias por encargarte de embalsamar a mi padre. Pero, sobre todo, gracias por ayudarme a mí. Por encontrarme en la oscuridad y llevarme a la luz. Te llevaré siempre en mis recuerdos, siempre.

Tras una breve charla, Girion se marchó, pero en la puerta, se paró y habló a su mentor.

-Si algún día te cansas de la capa, regálamela -dijo sonriente y luego desapareció por la puerta.

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13/01/2019, 23:31
Khôradur

Del Gran Mar he venido…

 

A Khôradur le llegaba el rumor del viento, el murmullo de las olas y el olor del mar. Tuvo una imagen fugaz de una costa llena de verdor, y a medida que se aproximaba pudo ver que en su superficie había distribuidas lo que parecían ser diferentes poblaciones.

Estoy en un barco…

Observó con detenimiento el navío, era de color blanco, así como las velas con un emblema que no pudo reconocer, formado con motivos vegetales y florales, y tenía un mascarón de proa con la forma de la cabeza y el cuello de un cisne. A medida que el navío en el que se encontraba se acercaba a la costa, observó que las poblaciones en las que se había fijado eran aldeas, pero una destacaba, una imponente ciudad blanca, con muros como el mármol y torres con cúpulas como perlas que relucían a la luz del sol. Khôradur sonreía, se sentía en casa.

De pronto se encontró siendo un niño, en los muelles de la ciudad de los corsarios en Umbar. Corría por las calles sorteando a las gentes que se arremolinaban cerca del puerto. Las naves de Umbar volvían a casa tras una victoriosa campaña en las costas de Gondor. Khôradur miraba expectante a los navíos y a su tripulación y los saludaba.

Cuando sea mayor seré uno de ellos.

De nuevo cambió la escena, se encontraba despidiéndose de su amada Miriel. Miriel, que murió en la Gran Plaga....

¿Sigue viva?, ¿Cómo es posible?

Era su primera despedida, cuando Khôradur se enroló por primera vez en un navío, ¡eran tan jóvenes!

Han pasado muchos años, Khôradur se encontraba en el asedio de Metraith, combatiendo ferozmente junto a sus hombres.....La escena de nuevo cambió, y estaba hablando con Curudae sobre Sil Auressë.

La escena pasó, seguía sumido en la oscuridad, a duras penas podía respirar, notaba como tenía la boca llena de sangre. Intentaba incorporarse pero no podía. Escuchaba los gritos y el ruido del choque del acero, y de pronto un murmullo lejano llegó a sus oídos, parecían caballos y gritos, gritos de esperanza. La ayuda había llegado, aunque posiblemente era tarde para Khôradur.

La sangre llenaba los pulmones de Khôradur, y cada vez le costaba más respirar. El lugarteniente realizó un espasmo en el suelo y los sonidos de su alrededor se esfumaron.

De nuevo se veía en la proa de un bajel dirigiéndose hacia una costa verdosa. A medida que se aproximaban Khôradur comenzó a notar un fulgor procedente del paisaje que tenía delante suyo, la costa, el mar, las montañas e incluso el cielo brillaban cada vez más. No era molesto ni cegador, y Khôradur cada vez se sentía mejor. Cerró los ojos y dejó que el aire llenase sus pulmones.

Que aire más limpio. ¡Huele a sal! ¡La sal del océano!

Khôradur soltó una carcajada, estaba pletórico, como hacía mucho que no lo había estado. Se dio la vuelta y observó que en el navío había varias personas más. Algunos parecían pasajeros, mujeres, hombres, algunos de considerable edad, pero también había niños. Era curioso porque la mayoría parecían que viajaban solos, incluso los niños, solo unos pocos parecían ir acompañados por sus familiares, como una familia completa con los padres y tres pequeños....pero todos estaban igual de felices, como él.

Se fijó en la tripulación. Todos hombres, o eso parecía, ya que tenían un aspecto que le recordaba en cierto modo a los elfos. No decían nada, realizaban su trabajo en silencio, con el semblante serio. El único que decía algo era el que parecía ser el capitán del navío. Khôradur se fijó en él durante un momento antes de dirigir de nuevo su vista hacia....

¿Casa? Estaba en casa, su madre estaba cantando y su padre volvía de una expedición. Khôradur sonreía y él y su hermano Arpharazak corrieron a abrazarle.

De nuevo, como otras veces, la escena cambió, estaba en Metraith, luchando con sus hombres. Tenía delante a un guerrero del ejército enemigo. Un feroz bárbaro armado con un gran hacha de combate. Khôradur paró el golpe y le golpeó con su cimitarra, tan fuerte que le hizo daño en la mano y vio cómo cayó fulminado. Notó la sangre húmeda en su boca

Tosió, y escupió sangre, mucha sangre. Estaba tumbado y acababa de notar un fuerte golpe y un gran peso encima, sensación que permanecía a la vez que escuchó el ruido de la batalla, pero de nuevo volvió la oscuridad.....

Khôradur notó como el peso que le oprimía el pecho desaparecía, cogió aire, que se entremezcló con su sangre y abrió brevemente un ojo. Le llegaba el ruido del combate y fugazmente pudo ver, delante de él y de pie, a un hombre que no le era familiar, pero que por sus ropas no debía de ser del ejército orco.

De nuevo se sumió en la oscuridad para dar paso a una luz abrumadora. Se encontraba de nuevo en el navío, y Khôradur sonreía y se encontraba contento. Se asomó por la borda, multitud de delfines les acompañaban, saltando y sumergiéndose de nuevo. Los niños que se encontraban allí los observaban embelesados. Khôradur sonreía, le recordaron a su....

Hijo... Lo tenía en brazos, acababa de nacer. Su esposa se encontraba bien, o al menos eso parecía. Le dio un beso en la frente y alzó a su hijo recién nacido por encima de su cabeza. Lo abrazó de nuevo y salió al Gran Salón de su casa donde sus familiares y amigos esperaban. Lo presentó alzándolo de nuevo y un griterío de alegría se alzó, a la vez que sintió como le estrechaban la mano y le felicitaban por ser padre.

La paternidad le cambió, le hizo ser mejor, sobrevivir para ver un nuevo día, disfrutar de las cosas pequeñas, aunque seguía deleitándose en el combate, obtener botín, vencer a sus enemigos y proteger aquello que le importaba.

Es lo que he intentado hacer con Sil Auressë.

Se giró y se colocó del lado que no tenía malherido para escupir toda la sangre. Tosió y empezó a escupir, casi a vomitar. Intentaba sacar toda la sangre que se le había quedado en la boca, en la garganta, en los pulmones, y llenarlos con aire puro. Necesitaba sobrevivir, no por él, sino por aquello que amaba.

Por Sil Auressë...

Khôradur había intentado moverse para liberar toda la sangre que podía de sus pulmones. Al principio parecía que su intento había surtido efecto, había cogido aire de nuevo, escuchaba el fragor de la batalla a su alrededor e incluso podía ver parte de la misma, pero de nuevo los pulmones se le encharcaron, de manera súbita, y le faltó el aire. Khôradur comenzó a tener espasmos y una negrura le envolvió.

De nuevo estaba en el navío acercándose cada vez más a la costa. Podía ver a lo lejos lo que parecía un puerto, con torres y edificios de un blanco marfil, y una fila de navíos con forma de cisne amarrados a los muelles. Normalmente al acercarse a tierra firme sentía cierta tristeza, pero en esta ocasión todo era diferente.

Dirigió su vista hacia babor y pudo observar un navío negro a lo lejos. Su oscuridad destacaba con el azul del mar y el brillo que les envolvía. Intentó centrar su mirada en ellos pero no podía ver gran cosa. Unas figuras parecían manejar el navío, y una figura alta se encontraba en el timón. Dirigió su vista de nuevo hacia los muelles...

Para encontrarse en la ceremonia de su boda. Su esposa estaba radiante, la bella Ardûkarzhet. Mostraba en su rostro el orgullo de su casa y su linaje. Ambos estaban felices, pero era una felicidad fingida. Khôradur buscaba entre los asistentes a su bella Miriel, su auténtica amada. Allí estaba, llorando y sonriendo, pero él sabía que sus lágrimas no eran de felicidad, y él sentía un dolor en su corazón, más fuerte que si lo hubiesen traspasado por una espada.

De nuevo estaba en un navío, pero no en el que se encontraba. Estaban asaltando Pelargir y él estaba al mando, a su lado su fiel Ulbanathân, Runtharok y Beleg, que no renunciaba a su nombre élfico por mucho que le hubiesen insistido. Todos asaltando el hogar de sus antepasados a la búsqueda de botín y de la ruina de Gondor.

De nuevo una negrura le envolvió....

La costa estaba cada vez más cerca. El resto de pasajeros estaba cada vez más alegres y el mismo Khôradur reía al notar como las olas golpeaban el casco y le mojaban la cara. Observó como otros navíos similares al que se encontraba lo seguían, eran una pequeña flota de una docena de barcos, todos con el mismo rumbo.

Dirigió su vista hacia el navío negro que se acercaba. Su presencia destacaba ante tanta luz. A lo lejos, otros navíos negros le seguían, pero algo pasaba. Se fijó como alguno de ellos se detenía de súbito, le parecía escuchar gritos que procedían de su cubierta y de súbito un remolino oscuro, negro como la noche se formaba debajo de él y lo absorbía sin dejar rastro. Pero Khôradur se sentía tan bien que al principio no le preocupó, incluso se alegró, ya que esos navíos negros parecían no pintar nada allí.

Su negrura desentona con la belleza del lugar.

Se volvió de nuevo y....

Estaba en casa, con su hijo. Tenía un año y estaba jugando con él. Su esposa cosía mientras los contemplaba. En su rostro se veía cierta felicidad, y si bien Khôradur le tenía cariño no la amaba, y sabía que lo mismo le pasaba a su esposa.

Su hijo le tiró una pelota, Khôradur la cogió y se encontró siendo un niño, en los muelles de Umbar. Estaba jugando con varios de sus amigos de la infancia con espadas de madera. Algunos de ellos morirían poco después durante un asalto de Gondor. Otros en el mar, ya adultos. De toda la pandilla de la infancia, sólo quedaban tres, incluyendo a Khôradur.

Éramos tan inocentes en esa época.

Detuvo la estocada de su amigo Helzûk y de pronto se encontró de nuevo en una de las refriegas siendo un adulto. Era el asalto de un navío mercante de Gondor. Estaba luchando con un marino tan alto como él, acababa de detener su golpe y antes de atravesarle el corazón. Notó un golpe en la cabeza, fue cuando un marino le dejó inconsciente durante la lucha, y de nuevo la negrura le envolvió...

Khôradur sonreía, el aire del mar agitaba sus cabellos, notaba la sal marina en su rostro. Nunca se había sentido mejor

Incluso aunque la costa está tan cerca y pronto pondré el pie en ella, me da igual. ¡Me siento vivo!

De pronto cayó en la cuenta, ¿estaba vivo?, recordó los momentos previos a llegar allí. Luchaba al frente de las tropas de Sil Auressë, enfrentándose a un enemigo superior, pero al cual estaban plantando cara, evitando su destrucción. Las tornas se habían vuelto a su favor con la llegada del Sol, por lo que lanzó un ataque contra la vanguardia enemiga, ataque que no resultó lo esperado. La compañía de Eliver destrozada por los huargos, la muerte del fiel Walec....y su lucha contra el líder orco Zaboth, al que podría haber vencido si en un momento dado no hubiese dudado, viniendo luego el dolor y la oscuridad.

Mis errores nos llevaron a esta situación. Me dejé llevar por el júbilo y la duda en los momentos cruciales.

El navío se acercaba a la costa. El brillo que emanaba el paisaje le cegaba, tanto que tuvo que entrecerrar los ojos. Para cuando pudo abrirlos....

Sil Auressë. Estaba reunido con Ayla y Curudae. Las primeras piedras de lo que sería Sil Auressë se estaban colocando y se alzaban el esqueleto de las futuras construcciones.

-Podríamos tener el mercado funcionando en un mes, que nos aportaría beneficios para afrontar con garantías la construcción del castillo principal. - Dijo Curudae con su normal diligencia. Khôradur asintió

Necesitamos ese castillo cuanto antes - pensó en ese momento, preocupado por no disponer de una fortaleza que les protegiese. Alzó su copa y bebió.

Al dejar la copa se encontraba en una posada. Pelargir, hace veinte años. Era joven y cumplía una misión de espionaje, recopilando información sobre las defensas de la ciudadela. No había tenido problemas para pasar desapercibido entre las gentes de Gondor, aunque su estatura llamase la atención.

No será fácil, a pesar de la decadencia de Gondor, es fuerte, muy fuerte. No lo tendremos nada fácil.

Gritos atrajeron su atención, de nuevo un gran foso oscuro se abría en la mar, y atraía hacia él a dos navíos negros. Gritos de horror y dolor se escuchaban rasgando la idílica tranquilidad que se respiraba.

Su navío se acercaba al puerto, pronto tomarían tierra. Observó en tierra a un grupo de personas que descendían de un navío similar al que se encontraba. Hombres, mujeres, niños, de diferentes edades. Pudo ver a un grupo de soldados, alguno de ellos le resultaban familia....hasta que observó a uno de ellos al cual observó con asombro

¿Walec?

Por unos segundos la imagen de Walec se borró. Escuchó el ruido de la batalla, mientras un velo rojo se cernía sobre sus ojos. Escuchó una voz que le preguntaba si le escuchaba. Intentó responder, pero no pudo, intentó abrir su ojo sin conseguirlo.

¡Puedo oírte!

Una voz familiar vino hasta él.

-¡Mi señor! ¡Oh mi señor!

¡Mi buen y leal Bergil!, ¡aquí estoy!, ¡te escucho!

Pero de nuevo todo se alejó y la negrura le rodeó por un instante...

Se encontraba en el muelle, por fin había desembarcado. Todo lo que le rodeaba era luminoso. Cerca de ellos se encontraba el navío que había llegado antes, y allí estaba Walec junto a un grupo de soldados. Se fijó en ellos.

Los reconozco, a algunos los vi caer en la batalla por Sil Auressë, a los otros los tenía luchando aún. ¿Qué hacen aquí?

Entonces comprendió donde estaba, recordó de nuevo el momento en que dudó y ese momento de duda fue aprovechada por Zaboth para golpearle, el terrible dolor en la cabeza.

Estoy muerto entonces

Respiró hondo y se dirigió hacia Walec

-¡Walec!

La figura se giró, su rostro estaba sereno pero al verle mostró sorpresa

-¡Mi señor Khôradur, vos aquí!

Khôradur se acercó.

-Eso me temo mi buen Walec, lo único que recuerdo es ser golpeado por Zaboth y caer en una negrura. Desde entonces he estado navegando, no sé cómo, hacia este lugar, teniendo visiones de mi pasado, seguramente por el terrible golpe.

Walec y sus compañeros se miraron entre sí.

-Mi señor, este es nuestro viaje final. Si vos estáis aquí es que...

Khôradur asintió

-Sí, estoy muerto, eso he temido desde que te he visto. Os alegrará saber que entre las brumas de la vida y la muerte, pude ver como llegaba la ayuda y Zaboth era abatido. Mi corazón me dice que podemos ganar, aunque hayamos pagado un alto precio.

Unas figuras se acercaron. Vestían túnicas blancas y su rostro era sereno. No eran hombres, pero tampoco elfos. Llamaron a todos y les ordenaron que los siguiesen. Khôradur antes de seguirlos miró hacia el navío que le había seguido. Pudo observar que los navíos negros que conseguían llegar a la costa se dirigían hacia otro punto de la misma.

Khôradur caminaba junto a sus hombres. Se mostraba tranquilo, consciente de que su destino había llegado. De tanto en tanto sonreía al escuchar las palabras de sus hombres, libres de atribulaciones y pesares. Un gran portal se abría delante de ellos y lo atravesaron.

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13/01/2019, 23:36
Norión

 

Las puertas de Mandos

 

Las escaleras de la Academia en ocasiones resultaban eternas para el anamarta, su rodilla era un estigma que lo acompañaba desde que era niño, el precio de seguir entre los vivos, y en cada escalón le recordaba su propia debilidad. Apoyado en su cayado en una mano y sosteniendo dos libros con la otra, pudo descender hasta la base de la Academia. Ese edificio se había convertido en su hogar, Norión estaba agradecido a Cerveth por haberlo invitado a formar parte de aquel proyecto que contrastaba con la decadencia que asolaba Cardolan. Atrás habían quedado los oscuros momentos que había vivido durante la Gran Plaga, incluso después de los combates contra Gothdust y su horda, nada había sido tan aterrador como aquellos momentos. Recorrió a paso lento la sala que se había dispuesto como casa de curación, la visitaba a diario para ver el estado de los enfermos más graves e interceder ante Namo por ellos. Caäniza e Ionell hacían un gran trabajo, aún así no podían con todo, algunos aldeanos se ofrecían a colaborar, incluso el mediano Otho se había sumado. Jóvenes, ancianos y niños, mujeres y hombres, la muerte había golpeado la puerta de todos ellos, algunos habían oído su voz y los habían dejado ya, mientras otros se aferraban a la vida. Namo, dales más tiempo, que sus corazones anhelan vivir.

Un joven de vestiduras negras estaba en una esquina, inconsciente y separado del resto. Otho cuidaba de él con diligencia, el anamarta cruzó miradas con el mediano y tras un gesto de aprobación, prosiguió su paso, aún no es el momento, se dijo. Un elfo de cabellos plateados descansaba en otro extremo, lo había conocido en visiones y en una forma etérea, y ahora estaba frente a él.

- Hermano, descansa, pronto volveré a visitarte - le susurró a Benaldamat, haciendo referencia a un lugar onírico que ambos compartían, en el borde entre los dominios de Irmo y de su hermano Namo. Prosiguió su recorrida hasta llegar al de un hombre de gran estatura y porte señorial, un umbareano tan temido en el mar como en la tierra, uno que había confiado en él y había puesto en sus manos la misión más difícil. Lo miró en silencio, ambos habían cargado a su modo con el peso del destino de esa aldea y de toda la tierra a su alrededor. Puso su mano en la frente del Lugarteniente 

- Namo, bendice a este gran hombre que camina con un pie en tu reino y otro en el nuestro, enséñale lo que tiene que aprender de su pasado y lo que tiene aún por delante, y permite que regrese para cumplir su propósito - oró en voz baja. El cuerpo de Khôradur había sido derrotado, pero su fëa aún prestaba batalla y Norión la tomaba de la mano, para guiar su camino de regreso.

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13/01/2019, 23:38
Milzarâk

 

Milzarâk y la nieta de Berephar

 

Milzarâk se acercó al lecho donde yacía Khôradur, el cual había sido, durante muchos años, su capitán a bordo de la nave corsaria "Incursor". Por orden de su padre, Milzarâk había partido de Tharbad en búsqueda de Khôradur para que guiase de nuevo a sus compañeros corsarios, pero el destino le había tenido reservado un amargo revés. Justo cuando logró dar con el capitán en medio de una cruenta batalla, la espada de un gran orco, con el que luchaba, cayó sobre Khôradur hiriéndolo de gravedad.

Habían logrado traerlo a un sitio seguro, pero dudaba de que su capitán pudiera recuperarse y ayudar a sus antiguos camaradas en modo alguno. Más ahora se encontraba en la situación de tener que volver junto a su padre Ulbanathân para contarles las tristes nuevas. Estando perdido en esos pensamientos notó como alguien se acercaba y cogía su mano. Era una mano suave y a la vez firme, y sabía a quién pertenecía. Eren se acercó a Milzarâk y contempló también al hombre que yacía en la cama. Sabía lo que estaba pensando Milzarâk y cuáles eran sus planes.

- La fortuna hizo que nos encontrásemos compartiendo un mismo destino, la oscuridad nos separó, pero de nuevo la luz de un nuevo día permitió que volvieras a mí con vida. Te acompañaré allí donde vayas y tu destino será el mío.

Milzarâk se giró y contempló sonriente el rostro de su amada. Sabía que juntos eran más fuertes, y que superarían los problemas que el destino decidiese poner en su camino. Ya sabía el mensaje que tenía que transmitirle a su padre cuando regresase. Era el mensaje que Khôradur sin pronunciar palabra le había transmitido.

"Cada uno debe elegir su propio camino. Si piensas que tu camino no es el correcto, busca otro camino. Pero si piensas que tu camino es el correcto, lucha por él con todas tus fuerzas."

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13/01/2019, 23:39
Khôradur

 

El destino del Lugarteniente

 

Se encontraron en una gran sala, de la que partían numerosos túneles. Todo el mundo estaba asombrado. Las figuras que los acompañaron se llevaron a todos los allí presentes, mientras Khôradur y sus hombres se quedaron. También había otras personas a las que no conocía, varios soldados con el emblema del árbol blanco, otros con las siete estrellas de Arthedain, dos eran de su pueblo, de los corsarios, reconocibles por su armadura y yelmo, y con quienes cruzó la mirada y un leve gesto de asentimiento a modo de saludo, otros eran un grupo de hombres rubios y altos, con petos de cuero, a quienes no conocía, y también varios hombres barbudos vestidos con pieles. Todos esperaban ansiosos.

De pronto un vocerío desagradable se escuchó. Una enorme fila de figuras se acercaba y cuando estuvieron más cerca, todos, sin distinción echaron mano de sus armas. Eran una multitud de orcos, aunque también había hombres. Khôradur se fijó en ellos, portaban emblemas algunos de los cuales reconocía, de su pueblo de los Corsarios, tanto capitanes como simples soldados o marineros, reconocibles por su semblante y sus ropas, también había gentes de los odiosos Númenóreanos Negros, otros parecían ser simples ladrones y pordioseros, asesinos crueles por la ferocidad de su rostro, e incluso había gente bien vestida y con joyas. Algunos incluso parecían ser de tierras lejanas por el color de la piel y los rasgos de su rostro. Todos estaban encadenados y gemían y gritaban pidiendo clemencia y perdón, pero nadie les escuchaba. Estaban acompañados por las enormes figuras. Muchos se resistían en avanzar, pero eran levantados por las grandes figuras y obligados a continuar. Una de las figuras que se encontraban con ellos les hizo señas de que guardasen las armas.

-No os debéis preocupar, no os pueden hacer daño, y allí a donde van no podrán escapar.

Khôradur entonces guardó su arma y se adelantó

-Venían en los navíos negros, ¿verdad?

La figura asintió

-Así es Khôradur, hijo de Arghazor. Fueron reclamados por Mandos, pero algunos escuchan la voz de su amo oscuro y logran escapar a la llamada, por eso algunos barcos se pierden.

Se dirigió hacia uno de los túneles.

-Es la hora, seguidme.

Los allí presentes siguieron a la figura por el túnel. Después de caminar durante varios minutos llegaron a una gran sala, inmensa, grandiosa. La vista no alcanzaba el final de la misma ni su altura, ya que el techo no se veía, aunque inmensas columnas bellamente labradas con multitud de escenas de todo tipo indicaban que debía de tener un techo. Aún así, a pesar de que el lugar impresionaba, no sentían miedo, y siguieron caminando.

No pudieron decir cuánto tiempo caminaron, solo que llegaron ante un gran trono, sobre el cual sentado, se encontraba una figura inmersa cuyo rostro no podía apreciarse bien por una capucha que se lo ocultaba. En cuanto llegaron esta figura se alzó, y con voz profunda y solemne habló.

-Sed bienvenidos a los salones de Mandos. Por vuestros actos habéis sido juzgados y sentenciados. Vuestro espíritu es noble y aunque algunos de vosotros habéis cometido actos despreciables, vuestras buenas acciones han tenido más peso al final de vuestra vida. Pero aún así, Arda no está libre del mal, y en vosotros hay una mancha oscura. Por lo tanto, para libraros del mal que en su momento hayáis cometido y del mal de Arda que os haya podido contaminar, permaneceréis aquí un tiempo hasta que el mal esté totalmente purgado.

Durante unos segundos un sepulcral silencio reinó en la gran sala

-Mas no seguiréis el destino de los demás mortales, porque otro destino os aguarda. Tras purgar el mal iréis al Salón de los Héroes, donde aquellos mortales que se lo han merecido permanecen hasta que llegue el momento de la Gran Batalla. En un futuro, cuando Morgoth, el gran Señor Oscuro se libere y regrese a Arda, las fuerzas de la luz y la oscuridad librarán su última gran guerra, la Dagor Dagorath, y vosotros lucharéis en el ejército de la luz. Tal es vuestro destino y por eso estáis aquí.

Khôradur sonrió, era un guerrero, y no le importaría esperar y prepararse para luchar llegado el momento

-Bien, creo que estaremos un tiempo aquí, será una buena ocasión para mejorar nuestras habilidades, enseñarlas a otros y aprender de los demás. Si hemos de luchar en el futuro contra el mal, tendremos que estar preparados.

Sacó su cimitarra

-Caballeros, ¿comenzamos?

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13/01/2019, 23:40
Norión

 

La flor de la vida

 

Los jardines del castillo no eran demasiado grandes pero representaban un himno a la vida, así como la Academia era un faro de luz en medio de la ignorancia. Norión quería alzar en medio de ellos un templo, como los que en la antigüedad se construían, para que los Valar guiasen a los hombres desde ese diminuto lugar. Mucho han hecho por nosotros en este tiempo, es lo menos que podemos hacer, pensó para sus adentros. Yavanna, Aulë, Varda, Vairë, Irmo y Namo habían estado presentes de un modo u otro cuando el cielo se oscureció, incluso Oromë y Tulkas hicieron lo propio muy lejos de allí, y sin ellos la noche se hubiese perpetuado, el Fha Burzum hubiese reinado en una nueva era. El recuerdo de la profunda oscuridad volvió a su mente por un instante, el vacío que todo lo devora aún seguía existiendo, en algún lugar. Pero la llama volvería a surgir una y otra vez, alumbrando el camino, así sería mientras quedase un Custodio con vida. La voz de una niña lo hizo volver en sí, al voltearse la vio jugando entre los arbustos, alegre, vital, sonriente. Y el anamarta sonrió desde el fondo de su ser, su inmutable rostro cedió ante la felicidad de ver jugar a Sir. Esa joven alumna estaba llamada a ser su maestra, tal vez la más grande que jamás hubiese tenido.

Cerca de ellos un hombre encapuchado estaba apoyado contra el muro, pensativo. El sacerdote lo reconoció y se acercó a él. 

- Da gusto verla así, tan llena de vida - le dijo a Denelloth - Hemos hecho un buen trabajo, amigo mío, contra todo pronóstico esa luz habita entre nosotros - sintió que su garganta se cerraba, mucho habían tenido que pasar, y ambos llevaban el yugo del sufrimiento a sus espaldas, y sin embargo lo habían logrado, la emoción invadió fugazmente al anamarta. Eran dos hombres muy diferentes marcados a fuego por la oscuridad. Dos guardianes tenaces que lo habían dado todo, ambos llevaban una herida en sus rodillas y en su propio corazón, y sin duda alguna habían librado una gran batalla, pocos eran los testigos pero muchos los que se habían beneficiado sin siquiera saberlo, en ese tiempo y en los que estaban por venir. Ése era el camino de los Guardianes de Enila, una entrega fiel, plena y silenciosa. 

- Mucho nos queda aún por delante, y hasta que ella haya cumplido lo que vino a hacer, estaré a tu lado protegiéndola - dejó su cayado en el muro y puso su mano en el hombro del cazador. Asintió en silencio a su amigo, no había mucho más que decir, contemplar a la niña decía más que mil palabras.  

Instantes después retomó su camino, con los dos pesados libros que llevaba en uno de sus brazos, y antes de marcharse se volteó – Mi nuevo discípulo pronto estará listo para que hables con él, de seguro encontrarás esa conversación... interesante. Sólo recuerda que “el que ahora es, no es el que era”luego se adentró en el castillo.

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13/01/2019, 23:42
Denelloth

 

En el patio del castillo

 

En el jardín del patio se encontraron Norión y Denelloth. El sabio llevaba unos libros, y el cazador parecía distraído, con el aire de quien va a dar de comer a los pájaros. La familiar figura renqueante del anamarta, oscura incluso en pleno día, fue sin embargo un alivio para el espíritu de Denelloth, que le salió al encuentro.

Se saludaron sin grandes aspavientos y se hicieron algunas preguntas, como viejos amigos; no hablaron del monolito, y parecía que habían pasado años de aquello. No es que no quisieran recordarlo; simplemente, la vida se abría camino, implacable y en su naturaleza está devorar el futuro y enterrar el pasado.

Hubo un largo silencio. La realidad circundante irrumpió, concreta, en el pequeño círculo tranquilo que habían formado momentáneamente. Cada uno se vio impelido a seguir su camino, pero resistieron un poco más. Sin duda, ambos se planteaban qué sería del otro. Denelloth suponía que, más pronto que tarde, los pasos de Norión lo llevarían lejos de Sil Auressë; y por un momento intuyó que sus caminos volverían a cruzarse en algún momento.

La conversación derivó hacia Sir. No podía ser de otra forma. Denelloth lamentó que las cosas hubieran salido así; ese "así" permitía interpretar muchas cosas distintas. Que hubiera abandonado Sil Auressë en medio del peligro, o precipitadamente, o sin haberse visto antes, o sin él.

- Me alegro de que esté aquí y a salvo; no sé si habría un lugar mejor -dijo, con voz apagada. No se esforzaba por ocultar la inquietud que le causaba el destino de aquella niña, pero el dolor por no haberla protegido hasta el fin era igual de evidente; Denelloth llevaba dentro la fuerte pasión de los dúnedain empeñados en una tarea, fuera cual fuera.

Casi no habló más, y escuchaba a Norión, cuyas palabras, llenas de sabiduría, se abrían fácilmente camino hacia su corazón.

Estuvieron callados otro rato y se separaron. Sin grandes despedidas. Se verían pronto.

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13/01/2019, 23:43
Ayla

Ecos del pasado y del futuro

 

Una tenue luz iluminaba la estancia que era la habitación de estudio de la Dama de Sil Auressë. Las sombras de la alcoba sin ventanas se movían al ritmo del baile de la llama de la única vela que había encendida. Una vela sobre una calavera. Algo aparentemente tétrico y oscuro, pero nada tenía que ver con eso…

La Dama observaba la vela mientras los gritos y cánticos de celebración que estaban aconteciendo en la plaza de la aldea Sil Auressë se colaban por la ventana del dormitorio adyacente. La fiesta había comenzado, y muchos se dirigían hacia allí. Pero en su mente, los gritos de alegría la llevaron a otro lugar. A otra habitación bajo tierra, a la luz de una vela. Oía unas palabras lejanas que poco a poco cogieron fuerza.

- No puedo acceder a tu petición Dama Ayla. Alam es nuestro prisionero, y si Metraith no capitula al anochecer, será ajusticiado…

Ayla recordaba el noble porte que tenía aquel hombre sentado frente a ella. No tenía tantas canas, y sólo alguna arruga se intuía en su rostro. El orgullo se veía en su mirada, pero no el orgullo dañino y pedante de quien se cree superior a un rival, sino orgullo por estar seguro de estar exactamente en el lugar que debía estar. Veía en sus ojos que no le agradaba aquello, pero era lo que tenía que hacer.

La Batalla de Metraith los separaba en bandos distintos, mientras la Dama intentaba negociar con aquel desconocido la liberación de su compañero de armas y amigo. Pero aquella conversación en aquella habitación fue suficiente para que ambos miraran el alma del otro, y sin palabras se conocieron, y vieron que no eran tan diferentes como les habían hecho creer.  El destino los había llevado hasta allí, como enemigos, y en ese entorno hostil se forjaría una férrea amistad.

La batalla tuvo lugar, y las tropas del enemigo fueron derrotadas, y los humanos que acompañaron las huestes de orcos y huargos quedaron prisioneros. Mas el honor que demostró aquel extranjero que estaba en una guerra que no era suya, conmovió a la hechicera. Y así fue como Ayla intercedió ante el Consejo que se celebró para que a los Numenoreanos de Umbar prisioneros se les perdonara la vida y se les concediera carta de libertad para volver a sus hogares.

Tal gesto hizo que el fino lazo que había unido a la joven hechicera y al noble extranjero, se fortaleciera como si de mithril se hubiera hecho. Y dicha unión fue sellada con un puñetazo que Alam propinó al extranjero por haberle amputado un dedo, y allí en aquel momento toda ofensa quedó olvidada… Y una vez encajado el golpe y volviendo la mirada al guerrero, le tendió la mano y le dijo:

- Mi nombre es Khôradur, siento lo de tu dedo.

Ayla se levantó un segundo de la silla en la que se había sentado, y se había dado cuenta de que tenía entre sus manos el medallón que Khoradur le entregó cuando le acompañara al encuentro de Finduilas. Una Finduilas que ya no estaba en Sil Auressë. Aquella batalla librada en el pasado le presentaría a las personas que hoy día han forjado el destino y la supervivencia de Sil Auressë. En el medallón estaba escrito: "Del Gran Mar he venido…"

Con paso lento avanzó hacia una vitrina y cogió una hermosa copa entre sus manos, volvió a sentarse en la mesa y puso el medallón frente a ella. Se sirvió un poco de vino, y vio como el vigoroso zumo llenaba su copa, cuando otro recuerdo la golpeó:

- Ayla la aldea de la luz del amanecer se enfrenta a otro peligro distinto. No están solos, y ese desenlace es independiente de lo acontecido aquí. Sin la derrota de Khathog, no había esperanza. Ahora sí la hay para ellos, pero ninguna certeza.

Terminó de cruzar el puente. -Súlkano, te recuerdo de este lugar. Fue aquí donde desenmascaraste a Goth Kuldokar, y fue aquí donde se fraguó la captura de ese espíritu. Por fin se ha cerrado el ciclo, pero la victoria en medio de un mundo arruinado y envuelto en llamas eternas... ¿Acaso es victoria?

Ayla recordaba perfectamente su respuesta, como si la pregunta se la hubieran vuelto a hacer ahora. Se volvió a levantar y cruzó la estancia hasta su dormitorio y se dirigió a la ventana y observó. Vio los estragos que causa una guerra. Vio restos de edificios que habían ardido, hogares derruidos… Pero también oía los gritos de júbilo y celebración de las gentes de Sil Auressë, y entonces sintió que sí merecía la pena seguir luchando, y así lo seguiría haciendo. Entre todos, vivirían la vida que con el sacrificio de muchos habían conservado, y los honrarían durante todas las eras venideras.

No obstante tales pensamientos no calmaban el dolor que sentía por los compañeros heridos, por los amigos caídos. Y fue así como unas lágrimas se perfilaron en sus ojos violeta, y lentamente surcaron su rostro mientras ella miraba al horizonte. Unas lágrimas que recogían el calor y la luz de su alma, fuego y luz, la esencia de la Dama. Dos elementos que se complementaban en un círculo si fin, encerrados en unas lágrimas brillantes que cayeron sobre el medallón que Khôradur le dio años atrás y que ahora ella apretaba entre sus manos húmedas…

Y así fue como de pronto algo llamó su atención, o más bien alguien. Entre los hombres y mujeres que se dirigían a la celebración, pudo sentir unos ojos que la miraban fijamente, y entonces lo vio. Un hombre encapuchado, entre la gente, estático que la observaba. La Dama lo observó y sin apenas darse cuenta, desapareció entre la multitud.

Volvió a entrar en su dormitorio, y se dio cuenta de que pronto Norion, el Custodio, acudiría a su encuentro.  Se recompuso poco a poco, y volvió a arreglarse. Entonces volvió a dirigirse a la sala de estudio, y la vela sobre la calavera que le regalara Alam estaba medio consumida. Preparó sobre la mesa los pergaminos que necesitaba para examinar aquello que Norion traería, cuando escuchó un leve ruido a sus espaldas. Supuso que Norion había llegado.

Pero no fue así, cuando la Dama se giró en lugar de Norion vio a un hombre alto, de constitución fuerte, envuelto en una capa. Sus manos eran grandes y curtidas en mil batallas. En cierto modo le recordó a Khoradur, y ciertamente deseó que así fuera. Pero cuando miró a sus ojos vio oscuridad, dolor, y miedo. La Dama instintivamente retrocedió sorprendida preparándose para hacer frente a aquel desconocido, cuando de pronto aquel hombre cayó de rodillas y tendió su mano en silencio hacia Ayla. Ninguna palabra mediaba entre ambos, pero aquel hombre estaba pidiendo ayuda. Ayla se acercó despacio, cauta, sin dejar de observarlo, y se dio cuenta de que era el mismo que había visto momentos antes.

Conforme se acercaba, se dio cuenta de que la mitad de su rostro estaba tapado por una tira de cuero atada por detrás de la cabeza. Entonces el hombre levantó la mirada, y asustado retiró la mano.
- Lo lamento noble Dama, pero no soy digno de poder tocar la luz de la que sois portadora, puesto que la vergüenza es mi compañera de camino, y la oscuridad ha devorado mi alma.
Ayla se detuvo un segundo, al haber retirado el hombre su mano. Y se quedó observando a aquel extraño.
- ¿Quién sois?
Él se levantó despacio y evitó mirarla a los ojos. Sabía que la pregunta que le había hecho la Dama, no esperaba como respuesta un nombre, pues uno puede adoptar a lo largo de su vida varios nombres. Aquella Dama le pidió que mostrara quien era. Y atraído por la melódica voz de la mujer de la que había oído hablar, se dio a conocer…

La Dama escuchó atenta la terrible historia que aquel hombre le contaba. Por primera vez, no tenía palabras de consuelo para alguien. Sin duda Sil Auressë era el Amanecer de la Luz, una segunda oportunidad para todos los hombres. Pero aquel hombre que tenía enfrente no buscaba una segunda oportunidad. Estaba perdido, y no sabía lo que tenía que encontrar.

- No hay palabras que pueda decirte para calmar tu dolor. Ni tú las querrías seguramente, pues tu dolor ahora forma parte de ti y de lo que eres. No puedo ofrecerte más que un lugar de paz, y el destino guiará tu nuevo camino Aicanâr, pues no depende de mí interceder por ti ante el destino. Eres tú quien debe encontrar un nuevo camino, y elegir los pasos que darás de ahora en adelante. Solo entonces dentro de un tiempo sabremos si podrás encontrar aquello que buscas. Intenta vivir esta noche como uno más, y veremos qué es lo que nos depara mañana.

El hombre permaneció en silencio nuevamente, sin mirar a la Dama a los ojos. Entonces comenzó a avanzar hacia la puerta, y cuando llegó al vano de la puerta se detuvo.

- El mañana para mí solo depara dolor.

Y abandonó la estancia. Ayla intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Y no sabía qué podía hacer con aquel hombre, ni tan siquiera si podía hacer algo. Pero Sil Auressë tenía una fuerza que era mucho mayor de lo que ella creía. Solo los Valar pueden ver qué le deparará el mañana a aquel hombre. Y fue mientras Ayla tenía tales pensamientos, cuando una voz familiar la llamó. Ahora sí, Norion había llegado.

No medió palabra entre ambos, pues ya lo dijeron todo en la cabaña de los montaraces. Nunca imaginaría que un hombre podría experimentar el cambio que había bendecido a Norion. Recordaba cuando lo pudo sentir en la fiesta de la Academia, como notó su fuerte fëa… Sin duda estaba destinado a hacer grandes proezas entre los hombres. Ya había comenzado a hacerlas, pero su camino no había hecho más que empezar.

Con gesto solemne, le entregó un libro a Ayla que aceptó con brillo en la mirada. Inclinó levemente la cabeza agradeciéndole el esfuerzo que le había supuesto poder entregarle hoy aquel libro.

Tenía unas motas de de polvo en su cubierta, y Ayla sopló con cuidado para limpiarla. Cuando alzó de nuevo la mirada Norion se había marchado. Sin duda, pese a la celebración y algarabía que las gentes de Sil Auressë estaban disfrutando, Norion aún tendría muchas cosas que hacer.

Con el libro entre las manos, Ayla se dirigió con lento caminar a su mesa de estudio. Examinó paciente los símbolos y dibujos de la cubierta. Tenía tantas ganas de desvelar qué secretos guardaba su interior, y a la vez algo dentro de ella estaba inquieto. Echaba de menos sentir a Hilde Sikelion.

El libro había sido confeccionado con esmero respetando el estilo antiguo del original. La cubierta estaba un poco reseca y levemente arrugada. Estaba encuadernado para poder resistir el paso de los años. Mientras observaba el libro sin llegar a abrirlo, la vela se consumió y solo el dormitorio se quedó iluminado por la tenue luz que entraba por la ventana. En ese momento, el aullido de un lobo se escuchó en lontananza, y en ese momento supo donde debía dirigirse.

La Dama cogió una botella de vino de su alacena, y una copa. Preparó una bolsa con viandas varias, se puso su capa parda con la que tantas veces había pasado desapercibida, cogió el libro y con paso presuroso bajó por las escaleras saliendo de la torre. Se dirigió al hospital improvisado en la Academia y entró a la sala donde se encontraba Khoradur.

Bergil seguía al lado del Lugarteniente de Sil Auressë, incansable. Ayla caminó despacio hacia una pequeña mesa que había en la sala, donde descansaba el yelmo partido, y puso encima la botella de vino y la copa, así como las viandas que había cogido.

-No he encontrado otra manera de agradecerte el esfuerzo que estás haciendo por custodiar a mi amigo.

Ayla se quitó la capa y miró a Bergil.

-Siéntate y come que lo necesitarás. Voy a salir de Sil Auressë y he venido a comunicárselo al Lugarteniente de Sil Auressë.

Parecía que Ayla flotaba en el aire cuando se dirigía hacia el camastro donde se encontraba su amigo y se arrodilló a su lado.

-No sé dónde estás, pero sé que puedes oírme. Como siempre, vengo a decirte que voy a salir un momento de Sil Auressë. Tú sabes dónde voy y no tienes por qué preocuparte. Descansa amigo, que pronto regresaré.

Lo besó suavemente en su frente.

Se volvió a poner en pie, y se dirigió hacia salida. Se detuvo justo antes de abandonar la sala, se giró y buscó a Bergil con la mirada.

-Por favor, si algo cambia en él que me lo hagan saber lo antes posible.

Y poniéndose la capa parda, cruzó el umbral de la sala y salió. Como llevada por el viento, se dirigió hacia los establos donde la esperaba Undume. El animal piafaba impacientemente, de algún modo percibía la excitación de la Dama, y sabía que iban a salir. Ayla sacó de su zurrón unos azucarillos, y recordando lo que tantas veces había hecho Thelran con su caballo Ruthbeleg, obsequió a Undume con el rico dulce. Juntos abandonaron los establos, y dio un pequeño rodeo para no cruzar la plaza del mercado atestada de gente celebrando la victoria de Sil Auressë, su victoria.

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13/01/2019, 23:47
Norión

 

Los elegidos de los Enach

 

Alcanzar la segunda planta de la torre le tomó un largo tiempo, pero no podía delegar esa tarea en nadie. Le había prometido a la Elda que haría una copia del libro de los Enach para ella. Las páginas encerraban los misterios arcanos mejor guardados por los hombres, cuando aún eran hermanos de los elfos y sus gestas hicieron historia muchos siglos atrás. Norión llegó hasta la habitación de la fundadora de Sil Auressë, y tratando de no interrumpirla dijo en voz baja - Ayla, he aquí lo que os pertenece. Tú mejor que nadie le darás un buen uso a este conocimiento - Tras ello dejó la copia del tomo sobre una mesa en la gran habitación. Resultaba interesante que esas páginas hubiesen sido escritas por la mano del Custodio, el hombre que había conocido el abismo, y que fuese él quien le dejase el legado de Númenor a una elfa, la Guardiana de la luz. 

- Êl eria e môr, sikil kaluva tielyanna - le susurró en su propia lengua, asintiendo con su rostro encapuchado. Mucho habían hablado ya y mucho aún tenían por delante, cada uno de ellos había clavado su hoja en el pecho de los líderes de la oscuridad cumpliendo sus propósitos, pero ninguno de los dos había acabado su tarea todavía.

Norión dejó rápido la habitación de Ayla, a sabiendas que ella estaría sumamente ocupada. En sus manos llevaba otro libro, el original, el antiguo, el más sagrado. Y su destinatario no era otro que Ferrim. Recordó su primer encuentro, por ese entonces eran rivales y por poco no estuvieron de acabar con sus vidas mutuamente. Pero Namo y Aulë tenían otro plan para ellos. Había sido ese libro el que realmente los había acercado, y ante él Norión había hecho un juramento que estaba dispuesto a cumplir. Bajó con lentitud por el camino que llevaba del castillo a la forja de los enanos, aún había vestigios del combate que había tenido lugar en los alrededores del vado, los ecos de los gritos de batalla parecían escucharse todavía. También los ecos del combate en el que había participado acudían a su mente, en él no fueron las armas enemigas sino las flechas de sus compañeros las que lo dañaron, en su brazo y en su corazón, el precio que pagó para poder cumplir lo que le había sido encomendado. Pero esa muerte le había permitido renacer en quien era ahora, y les estaba agradecido por lo sucedido. Enila los había unido de un modo que no podía separarse, y el anamarta se dio cuenta que sentía por todos ellos algo nuevo.

La puerta de la forja estaba frente a él, entreabierta. Creyó escuchar al otro lado voces conocidas, la de Ferrim y la de los otros guardianes de Enila que ya estaban dentro de la forja o estaban por llegar, y al reconocerlas sonrió. Al final del camino encuentro un nuevo comienzo... pero esta vez no lo recorreré solo. 

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13/01/2019, 23:49
Aeldric

 

El Protector del Camino de los Errantes

 

Aeldric descansó y bebió en celebración de la victoria de la luz en aquel día tan oscuro que llegó a esas tierras. El elfo recordó experiencias pasadas que pasó junto a Rashat y se encargó de recordarle siempre que el elfo disfrutaba de barra libre en su nueva taberna... Aunque no le importaría mucho al dueño de la taberna ya que el elfo no era una gran amenaza para agotar las existencias de bebida.

El guerrero siguió entrenando sus habilidades en solitario los próximos días en Sil Auressë, hablando con los lugareños y en ocasiones con la dama de luz, aquella que fue en otra época una compañera más de viaje. Pero de repente un día el guerrero desapareció y nadie lo volvió a ver más.

Muchos visitantes de Sil Auressë aseguraban haber visto al guerrero portador de la espada Anar Ilfirin en lo alto de riscos, entre árboles y en los lindes del camino de los Errantes, sin duda el guerrero había vuelto a su cometido de defender aquellos caminos, atento a cualquier amenaza para erradicarla o para advertir a los ciudadanos de Sil Auressë. De vez en cuando volvía a la aldea para descansar o para hablar con Ayla y algún que otro amigo, pero corta era su estancia para volver a su labor de guardián. 

El elfo Aeldric Kininward, hijo de Beldar Kininward, cumpliría con su misión esta vez y nada le alejará de su obligación. El guerrero parecía ausente en esas tierras, pero ahí estaba, siempre oculto en los rincones menos sospechados del Camino de los Errantes.

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13/01/2019, 23:49
Tubar

 

Tubar el Molinero

 

Entre la multitud que animaba la plaza de la aldea, Tubar se encogió de hombros cuando vio pasar al huraño jefe de los cazadores. También había evitado todo el tiempo a Curudae. La comprometida escena en el despacho de Cerveth le había colocado en una posición peliaguda. Más valía no hacerse notar, al menos por el momento.

Pero eso no quería decir que fuese a olvidar los perjuicios y las afrentas sufridas.

Llegará el momento en que ajustemos cuentas, vosotros y yo...

Cuando hubo pasado el sombrío montaraz respiró aliviado y miró malhumorado el pequeño puesto de una aldeana que se había lanzado ya a vender unos pastelillos de manteca recién hechos. No tenía ni una moneda. Los enemigos habrían saqueado sus molinos, si bien no se había atrevido a acercarse todavía. Estaba viviendo de las sencillas comidas comunales que dispensaba la cocina del castillo a quienes la necesitaban.

Suspiró, mirando a los portones del recinto. Era un hombre pragmático y no era la primera vez que sufría un revés. Al fin y al cabo, su Nobber estaba sano y salvo, y su hija... Bueno, bien mirado, Cerveth no era un mal partido, al contrario. Su mente empezaba de nuevo a maquinar. Repasaba una y mil veces su disculpa, surgida providencialmente quién sabe de dónde, para haber entrado en aquel despacho.

De momento, dejarlo claro, muy claro. Que no me pillen por ese lado. Y mantener esa charla con Cerveth... No hay que perder el respeto de la gente y del gremio. Cuando todo se calme recobraré mis posesiones y mis negocios volverán a marchar. Y entonces... entonces veremos por dónde camina el agua, como se dice...

Y se perdió en la muchedumbre, rumiando sus desgracias, sus miedos y su venganza.

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13/01/2019, 23:51
Girion

El legado de Gildûr

 

Los pasos de Girion le llevaban de vuelta a la aldea, y a la cuadra donde el Liam le esperaba con los caballos listos. Viento lucia espléndido, dados los cuidados que le había otorgado el joven como buena recompensa por la labor hecha en la batalla. Al lado del muchacho estaba Anael, quien le había ayudado toda su vida como si de un hermano mayor se tratara y como tal había dejado que partiera para hacerse un hombre en la batalla de Sil Auressë. Ahora volvían a estar juntos.

Mientras caminaba, escuchó el constante martilleo de salía de la fragua de los enanos que se encontraba en el río. Allí, el día anterior había mantenido una charla con Ferrim, el maestro herrero para negociar futuros acuerdos comerciales. Aunque en la charla se habló más de los recuerdos de la batalla, sobre todo de la que vivieron en el monolito. Entre risas y recuerdos ahora lo veían de otro modo, pese a que ambos sabían que estuvieron a punto de morir. Habían quedado en volverse a ver aquella misma noche:- Y espero que me tengas un regalo a modo de espada o cota de malla -soltó a modo de chanza antes de despedirse.

Antes de llegar a las cuadras se detuvo junto a la taberna. Allí, al primero que vio fue a  Denelloth. Las tres últimas noches habían acabado en aquel lugar contándose lo vivido en los días más oscuros, pero aquella noche sabía que no iba a entrar allí. Como los primeros días, Girion buscaba a Denelloth y éste estaba más lejos de lo que el joven pensaba, pero cuando menos se lo esperaban volvían a coincidir. Tras un abrazo como el que se dan los buenos amigos, se despidieron: El destino puede separarnos, pero como recordamos en nuestras más que agradables charlas en esta taberna, seguro que ese mismo destino nos vuelve a unir -dijo sonriendo al montaraz-. Y no desdeñes la propuesta de trabajo que te he hecho. Y aunque ahora no quieras o puedas por lo que sea, descuida, que en un día por llegar te la volveré a ofrecer.

Tras esto entró brevemente en la taberna para pasar por la barra y entregar a Lairin, la camarera, el anillo de oro de su familia. -En oro puedes sacar varias monedas por él, pero te abrirá bastantes puertas en Tharbad y un trabajo si quieres y si me buscas.

Justo en la puerta pasaba Theon con quien también había coincido estos días. Ambos se habían hecho la promesa de ir a sus respectivas ciudades y así visitarse mutuamente. El hecho de que el joven dunadan tuviera un problema en su ciudad natal de Tharbad, posponía esa visita para mejores tiempos, pero era una promesa.

-No olvides nuestra promesa, Theon. Ten por seguro que yo la cumpliré. De hecho quizás antes de lo que pensaba, pues algo tengo que hacer con mi herencia y el norte pide a gritos que le lleven mercancías. O quizás sea solo una visita de ocio para ver a un viejo amigo y que éste le agasaje con su hospitalidad -dijo y sonrió. Luego abrazó al caballero y se alejó.

Girion montó en Viento y miró en su derredor. En la colina, la torre del homenaje se erguía en el castillo. Allí había tenido una reunión con Berephar para preparar su entrada en el Consejo, pues la muerte de su padre le había hecho ser parte implícita en el devenir de la misma. Lo que hablaron distaba mucho de las alegres conversaciones de taberna con Denelloth, Theon, Agnor, Eben y demás compañeros. En ellas la diplomacia y la política primaban y las piezas de ajedrez se movían cuidadosamente para orquestar el gran tablero que otrora fuera el reino de Cardolan. 

Pero un recuerdo mucho más importante salió cuando la observó: Gildûr, su padre. El noble iba a ser enterrado en la cripta del castillo, inaugurando esta misma. Un nudo se le hizo en el estomago del dunadan recordando su muerte. Y aunque nunca había pensado que su padre reposaría fuera de Tharbad, lejos de la lujosa cripta que la familia de Girion poseía en aquella ciudad, ahora no imaginaba un lugar mejor para que su padre descansase. Él había sido uno de los mecenas de todo aquello. Creyó en Sil Auressë y apostó por él. No, no había mejor sitio que aquel para enterrar a Gildûr.

El joven cruzó la puerta de entrada del pueblo y respiró hondo y sonrió. Mientras cabalgaba hacia la forja para cumplir una promesa, recordó cuando su padre le había mandado obligado a Sil Auressë. Qué pocas ganas tenía de entrar y que pocas ganas tenía ahora d partir. Llegó siendo un joven malhumorado sin pasión y se iba siendo un hombre esperanzado lleno de vida.

-Sil Auressë, cómo has cambiado nuestras vidas.

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13/01/2019, 23:54
Anael

La lealtad de Anael

 

Anael esperaba a que Girion llegara junto con Liam. Ya no había motivo para ocultar nada, pues ahora él era su nuevo señor. Aquel chico al que quería y había cuidado como a su hermano pequeño, al que su padre Gildûr había mandado proteger y del que no se separaba, se había convertido en el cabeza de familia y por lo tanto en su señor.

Gildûr. Sin duda alguna había sido la persona a quien más había querido, aunque eso no era algo especial, pues Anael solo quería a dos personas, a Gidûr y a Girion. La noticia de la muerte de éste le había dolido como si un arma le hubiera atravesado. Sabía que no se encontraba bien, pero no creía que fuese su fin. Si no seguramente no se hubiera separado de su lado. 

"Está muerto". Era lo primero que escuchó a su llegada a Sil Auressë tras regresar de la misión de proteger a la niña Sir por si la guerra no se ganaba, encontrando por el camino a Benaldamat, el guerrero onírico. El propio Girion entre lágrimas se la contó, si no no se lo hubiera creído.

El joven dunadan le entregó todo el dinero que poseía y le dejó libre de cargos. Podía ir a donde le placiera, era libre. Sin decir nada, como era su costumbre, se marchó. 

Pasó los siguientes cinco días haciendo batidas con los grupos que se habían prestado para ello, mostrando una temeridad que rozaba la locura, siempre al borde de la muerte. De hecho la buscaba. Quería aniquilar al mal como castigo por la muerte de su mejor amigo. Pero realmente se castigaba a él porque se culpaba de la aquella muerte que no hubiera podido evitar.

Al sexto día volvió. Numerosas heridas mal curadas cubrían su cuerpo y no le quedaba ningún centímetro de ropa que no cubriera la sangre, sangre sobre todo de enemigos abatidos. Desecho mentalmente se acercó al cuerpo embalsamado de Gildûr y le dio las gracias entre lágrimas. Al levantarse notó como un peso se quedaba con el muerto. Era la culpa. Y algo más. Las últimas palabras que Gildûr le había pronunciado se repetían en su cabeza. Detrás de su repentina muerte había algo más. Algo que Anael necesitaba averiguar para liberarse de ese peso.

Luego quiso poner todo en orden. Se aprestó ayudar en las labores de reconstrucción y quedó con las personas que había conocido en este periplo, con Ragi, Aedric, Rashat y con Benaldamat. Pero sobre todo visitó a la pequeña Sir, a quien sin duda había cogido gran afecto.

Pero, a quien realmente buscaba era Girion. Sin Gildûr el joven era la persona más próxima a él, la que más quería y con quien quería estar. Era lógico que después de una vida sirviendo al padre luego sirviera al hijo. Se abría una nueva vida para Anael y esta vez no se permitiría estar lejos.