Partida Rol por web

Pero alguien había oído la voz.

-No.

La figura que se acercó, envuelta en la completa armadura azul, llevaba los símbolos tanto del XIII de Asedio como de Fuerzas Médicas. Pese a lo que dijo, sacó una especie de spray y vertió lo que parecía (y se sentía) como agua fresca sobre el paladar y la garganta del soldado, ayudando mucho al alivio de la sensación.

-Lo que siente es un reflejo de reflujo, sargento, su cuerpo no necesita agua ahora mismo -señaló hacia arriba, al suero que tenía conectado el hombre- Haga el favor de no moverse, ahora mismo no tiene un torso que poder llamar tal -dijo mientras contemplaba el gotero, contemplando si debería añadir un stimm o no- Soy el Oficial Medicae Nicodemus, sargento Vladislovich, y soy el dirigente de la enfermería que ha conseguido el milagro de mantenerle a usted vivo. Sus heridas son de considerable magnitud, como no se hace una idea, y seguiremos atendiéndole aún durante un tiempo, así que NO SE MUEVA. No me obligue a tener que aplicarle restricciones y correas, ¿hmmm?

El medicae parecía amable pero de una forma impersonal, un tanto desinteresada. Como si fuera una conversación casual en una guardia para pasar el tiempo y Kolya no estuviera tumbado con lo que se sentía era una casi completa inexistencia desde los sobacos a los muslos.

-Dado que esta despierto, vamos a necesitar alguna serie de datos sobre lo que ha sucedido, sagrgento. Pero primero, ¿tiene alguna pregunta sobre el particular?

El lantanita simplemente se quedó quieto y callado mientras le hablaba el médico. Cuando habló de su torso, notó de nuevo el impacto brutal de ese ser y una parte instintiva le hizo alzar la cabeza para mirarse, pero un reflejo de cordura le hizo cerrar los ojos y volver a bajar la cabeza. Si estaba tan mal, algo le decía que era mejor no verse a sí mismo.

-Gracias a vosotros y gracias al Emperador -musitó antes de inspirar para intentar centrar la cabeza.

-Solo tengo una pregunta y una petición. ¿Han salido ya todos mis hombres de los túneles?. Si es así, hundidlos, llenadlos de promethium o hacer lo que sea necesario, pero lo que hay ahí abajo que no salga.

Como si no hubiera esperado cualquier otra respuesta, asintió ante la explicación del lantanita.

-Alabado sea -contestó, sin dejar de mirar el gotero- Y... de eso íbamos a hablar. Tómelo con calma si necesita respirar durante un momento, ¿entendido? No sabemos cuánto tiempo vamos a tener hasta volver a recibir recursos y quisiera no tener que gastar una gota de stimm que no sea absoluta necesaria.

Dejó el gotero y se centró de nuevo en el grotesco mutilado de guerra que tenía delante suyo, que se lo estaba tomando con filosofía: la mejor forma de que los pacientes se tomasen nada porque era la opción en la que menos trabajo tenía que tomarse él.

-Eso es lo que queremos hablar ahora: qué es lo que ha visto que ha pasado ahí abajo.

Y con la Gran I ahí presente en la sala, asumía que el Inquisidor estaría informado en ese mismo momento, si es que no lo estaba ya.

-Al principio solo eran seres de esos muertos que se arrastran como cadáveres andantes -comenzó Kolya- caían uno tras otro, pero no causaban demasiado problema, pues entre Alexei y yo los despachamos sin que nos atacaran ni una sola vez; pero el problema estuvo cuando quise reunirme con los demás. Estábamos dispersos para cubrir todo lo que pudiéramos, pero los túneles que hicimos dieron con un antiguo sistema de alcantarillado y ahí comenzó todo lo malo, era un laberinto que no conocíamos.

Cerró los ojos mientras se centraba en lo que tenía que contar.

-Luego vino lo malo. Mientras intentaba reunirme con mis soldados, me topé con varios de ellos caídos, muertos, y un ser de pesadilla ante ellos. Era humanóide y parecía una burla de vosotros, los medicae. Llevaba utensilios y herramientas oxidadas y una especie de jeringuilla tan grande como un bolter de un astartes. Al verlo mi cuerpo se quedó paralizado mientras él se acercaba, y cuando me quise dar cuenta, estaba luchando contra él por mi vida. Conseguí evitar un par de golpes mientras sacaba una granada de fragmentación de mi cinto, y entonces me impactó en el pecho y todo se volvió oscuro. Solo recuerdo implorar al Emperador porque me dejara acabar con ese ser y una explosión enorme. No sé si fue la granada que se debió caer de mis manos, la munición y granada de mis compañeros caídos o qué, pero me di por muerto.

Tuvo que centrarse tras recordar todo el estropicio que había formado ahí abajo.

-No sé si estará vivo o no. Y por cierto, ¿como he llegado aquí? -preguntó al final, al darse cuenta que todo eso estaba en blanco para él.

Toda la historia confirmaba lo que Nicodemus ya sospechaba por lo que había escuchado: la enfermedad y sus portadores no eran en especial problemáticos salvo por su efecto sobre la moral. En un contexto castrense, se entendía. El problema sería cuando llegasen a un caldo de cultivo civil como para provocar víctimas masivas... pero no era la peor enfermedad que había visto. No era la más eficiente. Tenía que haber algo más detrás.

"un ser de pesadilla ante ellos. Era humanóide y parecía una burla de vosotros, los medicae. Llevaba utensilios y herramientas oxidadas y una especie de jeringuilla tan grande como un bolter de un astartes. Al verlo mi cuerpo se quedó paralizado mientras él se acercaba, y cuando me quise dar cuenta, estaba luchando contra él por mi vida"

...

Buscó con la mirada a la stormtrooper inquisitorial. ¿Oficiales del Cuerpo Médico corruptos por la Disformidad? Aquello sonaba a la clase de cosa que el Inquisidor debería ser informado IPSO FACTO. La enfermedad no había estado incubándose tanto tiempo para justificar herramientas oxidadas ola... la hipodérmica descrita en el relato.

"¿...son eso los agentes reguladores que está usando el Enemigo? ¿Tienen alguna clase de jodida parodia de control de enfermedades?"

Las noticias eran preocupantes. Para empezar porque aquello sí encajaba con la clase de aprensión que él había tenido: que como agente ofensivo no estaba demostrando la mayor eficiacia comparativa. ¿Era aquello lo que estaban tratando de hacer aquellas cosas? ¿Convertir a la enfermedad en una nueva cepa de mutántrax, explodaria o gripe iota? ¿Estaban vigilando que como cualquier enfermedad no mutase en algo que no sirviera a sus propósitos?

-...no suena como que estuviera vivo para empezar... -dijo, pero con un tono algo más bajo, como si estuviera hablanmdo para sí mismo. De estar perdido en sus pensamientos, se corrigió en el siguiente punto- Le sacó de las alcantarillas su asistente. Tendremos que comunicar todo esto: es probable que quieran emprender una expedición fortificada con auspexes para delimitar la zona, aunque si fuera yo recomendaría promethium, un cura y hormigón hasta sellar todo el lugar.

Sacó la placa y empezó a anotar "A la atención de las autoridades pertinentes, q.d.g" para proceder al registro del mensaje. Lo más probable era que le pidieran un reporte más temprano que tarde, si es que no tenía que tomar él la iniciativa y enviarlo. 

-¿Algún otro detalle que recuerde sobre la entidad o sobre la zona, sargento? ¿Algún rasgo distintivo del túnel o ruta por la que llegase que pueda ayudar a una I+D?
 

Aunque no fuera el más experimentado de los medicae, ni muchos menos el más rápido, no tardó en limpiar, desinfectar y suturar las heridas y recolocar huesos dislocados. Aquello, gracias al Emperador, se parecía mucho más a su formación previa a su destino con los acechadunas que los días anteriores tirado en el barro y cargando con los heridos a los hombros sin poder hacer mucho más. Solo de recordar el campo de batalla sentía como se le erizaba la piel y un agudo escalofrío recorría su espalda.

Moviendo la mano de forma lateral, despachó a los recién atendidos, y como si de un trastorno obsesivo se tratara, volvió a ordenar y limpiar el instrumental para la futura llegada de nuevos pacientes. Y a pesar de que no negaría que el miedo lo tenía calado hasta los huesos, intentaba controlar la respiración y realizar siempre movimientos pensados para no caer presa del pánico o de los nervios.

Allí cada vez había menos medicae para atender a los soldados, así que necesitaba espabilar lo antes posible y que su presencia allí valiera por tres. Pero aquella calma pronto se vió interrumpida cuando una voz que no reconoció pidió agua. Khaled se giró de inmediato para comprobar la identidad de la persona en cuestión, cuando descubrió que aquel hombre que estaba más en la Gloria del Emperador que aquí, había despertado. Le parecía increible que sin importar el daño, el planeta o la situación, un soldado siempre hiciera la misma petición al despertar. Agua.

Ante su silencio, Nicodemus se acercó a hablar con él. Aquella no era una charla en la que él debiera participar -tampoco se le daba muy bien hablar- así que aprovechó para terminar de ultimar las tareas de rutina antes de poder atender al recién despertado paciente.

Para su desgracia, llegó justo cuando habló de un ser que parecía una burla sobre ellos mismos. Se situó junto a Nicodemus, en silencio, limitándose a observar en el más riguroso silencio. Cuanto escuchaba, le parecía sacado de una oscura y retorcida pesadilla propia de alguien con fobia a los medicae. Pero por desgracia, algo dentro de él le decía que cada palabra que decía aquel hombre, era cierta.

La vida en la enfermería transcurría con normalidad, o al menos toda la propia que cabía estando en mitad de tierra de nadie, bajo un asalto de no muertos y con dos personas hablando de lo que a todas luces sonaba a malvadas entidades disformes. El auxiliar kasrkin seguía a lo suyo, probablemente algo más habituado a aquella clase de conversaciones por vivir donde vivía, aunque la medicae inquisitorial, en su negra armadura de caparazón, se había acercado y observaba al herido lantanita.

O al menos eso cabía presumir a pesar de la máscara, debido a su postura. 

-¿Iba enfundado en un traje de contención corroído?-preguntó la stormtrooper, con su habitual tono frío-¿llegó a abrirse el traje?-añadió, mirando esta vez al ayudante de Kolya, que seguía allí mismo, vigilando a su superior, y que rápidamente negó con la cabeza con nerviosismo. 

-No... O bueno, sí... Hubo una gran explosión, y nuestras granadas... Y un cascote enorme se desprendió del techo, aplastándole y dispersando porquería por todos lados-explicó el ayudante del lantanita.

-¿Sólo porquería?-preguntó de nuevo la mujer, obteniendo un asentimiento por parte de su interlocutor. 

-Está bien. Si no hubiera sido así, no habríais llegado hasta aquí. El Emperador le ha sonreído hoy, sargento-dijo, devolviendo la atención al lantanita-asegúrese de vivir para devolverle el favor.

Y tras esas palabras, se alejó unos pasos, usando su microcomunicador para hablar en voz baja, seguramente con sus compañeros. 

Kolya negó con la cabeza a la pregunta de Nicodemus y escuchó el interrogatorio que hacía el stormtrooper inquisitorial a su adjunto, temiendo que les volaran la cabeza a los dos en un instante, pero al final parecía que no iba a ser así.

-Y que lo diga, señor. El Emperador ha puesto su mirada en mí y me ha salvado la vida, no puedo desperdiciar esta segunda oportunidad -y no lo haría. Ahora mismo descansaría para que, en cuando fuera necesario, ponerse a matar herejes de nuevo.

Cada vez que la medicae inquisitorial se movía o hablaba, Khaled no podía evitar sentir como se le erizaba la piel, esperando lo peor en cualquier momento hacia cualquier persona. Por la gracia del Emperador, aquella vez no fue una de estas ocasiones, y se limitó a realizar unas preguntas. Aunque siguió con la mirada cuando se apartó a hablar por su comunicador -algo que no le inspiró mucha confianza- abandonó su atención en la mujer para volver la vista hacia el enfermo, en absoluto silencio y como si de una sombra olvidada se tratara, comprobar que todos los instrumentos y el monitoreo de Kolya estaban en verde, y por lo tanto, correcto.

Ajeno a todo el hecho de que aquello probaba la existencia de las leyendas sobre demonios y fantasmas de la disformidad y del Gran Enemigo, Nicodemus siguió escribiendo en la dataplaca, asumiento de forma correcta que toda la intervención que necesitaba del sargento había concluido. Una vez terminó, se acercó a la stormtrooper inquisitorial, en su calidad de representante de la Inquisición en aquel lugar. Esperó a que le dieran permiso para hablar, o en cualquier otro caso permiso tácito con el silencio.

-Con la venia -dijo- Necesito saber si estoy autorizado a discurrir detalles de la conversación con mis superiores, para poder dar aviso de los encuentros.

En cuanto la respuesta fuera positiva enviaría a cualquiera (al asistente del sargento por ejemplo) a que se acercara hasta el oficial al mando allí, que era su oficial directo al mando en este caso, con la dataplaca para recibir respuesta pronta. Técnicamente podría enviar a uno de los penales, pero seguía siendo un 33% más seguro enviar a alguien menos tentado de cambiarla por un cartón de vino.

Cuando Nicodemus se acercó a la mujer y esta terminó de cuchichear, se volvió para escuchar su mensaje. A pesar de la máscara, casi se podía ver como alzaba una ceja ante las palabras del Enviudador.

-No hay necesidad de tal cosa, medicae Nicodemus. Yo misma acabo de hacer partícipe a mi sargento, y él a la sala de control de Fénix, de lo que está ocurriendo. 

...ohhhh.

-Como prefiera, oficial. Gracias.

La información estaba limitada entonces, tenía que entender. También entendía que cuando cortaban al intermediario en el nexo de las comunicaciones las cosas no apuntaban bien para los presentes: podía ver en su futuro el mismo destino que había estado a punto de tener hacía unos días: las rodillas en tierra, llorando y con el cañón del láser en la nuca.

"..."

Sólo podía rezar en realidad porque fueran lo bastante importantes como para que no pudiesen matarlos ahora y traer una nueva remesa a este punto, o porque el servicio personal para el Inquisidor le concediese unos pasos más de uso en la escala usar-y-tirar. No tenía forma de saber qué era exactamente lo que se había reportado, pero con aquello eran poco más o menos prisioneros de aquel sitio.

Intentó tomárselo con filosofía: al menos así no iba a tener que hacer nada. Hizo una señal con la cabeza a Titus para que le siguiera y tomó apoyo contra la pared.

Miró a sus compañeros. Nadie estaba haciendo nada.

-...

Trató de vaticinar si alguno de ellos llevaría encima algún tablero o baraja de naipes o un spiner o cualquier otra cosa que le ayudase a pasar el rato, pero ninguno de ellos tenía pinta de saber de la misa no la mitad, sino ni una parte: que le jodiesen si el acechadunas llevaba ahí más de un mes. El noblito quizá, pero estaba muerto y el material estaba comprometido, lo que era una mierda. En la ausencia de ninguna clase de posibilidad de distraerse, dedicó su tiempo a catalogar y comprobar el uso de los materiales médicos que le quedaban, usando las mil y una argucias soldadescas para pasar los espacios de tiempo muerto que conllevaban la auténtica veteranía.

"Mmmmm. Espeeeeera. ¿Y si...?"

Miró por un momento a la agente inquisitorial, de reojo. No estaba muy seguro de si aquella iba a ser una idea horrible o una idea genial, pero las mujeres con conocimientos especializados y que podían tumbarte de un puñetazo eran un mercado poco frecuente. En aquella habitación al menos. Giró la cabeza hacia ella.

-Hey, oficial... ¿a qué hora termina?

Técnicamente, se dijo, no tiene un grado oficial sobre tí. No cuenta como fraternización. Si le metían un tiro por bocazas sería extraoficialmente, lo que consolaba mucho sabiendo que como es natural la Inquisición nunca haría nada extraoficialmente. Ehem.
 

El silencio que se había impuesto en la enfermería solo fue roto por las dos veces que habló Nicodemus. La primera pasó sin pena ni gloria. En cuanto a la segunda... El silencio pareció caer como un jarro de agua fría tras aquel ¿ofrecimiento? Desde luego aquel podría convertirse con facilidad en uno de esos momentos que se cuentan a los compañeros y se convierten en leyenda. De como un soldado le echó pelotas para tirarle ficha a una agente inquisitorial. 

Sin embargo, esta gente iba muy bien equipada. Entre lo que debía incluirse un campo repulsor de fichas, porque la mujer se quedó mirando al atrevido medicae unos segundos, o eso cabía deducir por su postura, antes de responder.

-Nunca termino, medicae Nicodemus. 

...

"Mierda, es buena"

Tendría que improvisar rápido si quería tener la más mínima posibilidad de no quedar en ridículo, porque estaba claro que estaba siendo puesto a prueba. Al menos la mujer había sido lo menos cruel posible, lo que era un detalle, porque si uno tuviera que elegir a agentes de guardia personal en el campo de la Gran I estaba seguro de que "incapacidad para la cueldad" no estaría en los registros.

-Es usted una celosa cumplidora de su deber, oficial. Eso es admirable.

Trató de devolver la pelota que se le había lanzado con la mayor gracia posible: aquello no consistía en el qué, sino en el cómo, y el cómo consistía en trabajar con lo que se tenía.

-Cuándo termina su ronda, entonces, y pasa de despliegue a servicio activo, en correspondencia con los estatutos militares. Podríamos hacer algo, oficial...

Dejó alargal la frase, para ver si conseguía un cognomen, nombre, identificador o lo que fuese. Aunque fuese por accidente.
 

Estaba enfrascado en cambiar las cosas de sitio una y otra vez, buscando alguna forma de entretenimiento ante el no hacer nada en la enfermería. Si al menos tuvieran unas cartas, la medicae de la inquisición no estuviera por allí y fueran algunos más, podrían apostarse unas varillas de lho para pasar el rato.

Por suerte (o desgracia) escuchó algo que le llamó la atención. Por un momento, le pareció que era un valkyrie estrellándose contra el suelo de forma violenta y horrible, entre humo y llamas. Pero al levantar la cabeza y buscar el origen de tal percepción, vió que solo era Nicodemus en su intento de entrarle a la medicae inquisidora.

¿Ha perdido el juicio? Se preguntó, ocultando el gesto de sorpresa detrás del pañuelo y el casco. ¿De verdad estaba intentando lo que parecía que estaba intentando? Si quería jugársela a morir, podía revolcarse con los zombis que habían asaltado la enfermería un rato atrás.

Aun así, después de aquel horrible planchazo -al menos desde su punto de vista- el hombre volvió a insistir. Lo que para Khaled tenía dos posibles significados autoexcluyentes entre sí. Ese tío tenía agallas o era un descerebrado sin sentido del peligro.

Sin decir nada, siguió haciendo sus cosas... pero esta vez algo más pendiente de aquella conversación. Si salía mal, quizás podría darle una vía de escape al medicae. Si todo iba bien, se acercaría con la libreta a preguntarle como lo había logrado.

-Con oficial es suficiente, medicae Nicodemus. De momento, conténtese con cumplir con su deber y salir vivo-replicó la medicae, con la calidez y amabilidad propias de una avalancha de alta montaña-si después de todo esto salimos enteros, quizás y solo quizás me plantee decirle algo más. 

En resumen, aquello había sido un fracaso. Dentro de lo malo, no había demasiados testigos de como la ficha había rebotado en la cubierta de ceramita del espíritu de aquella mujer, que más bien parecía un carámbano con forma humana. 

Oooooo snap.

-Es justo.

Concedió, ecuánime, y siguió con su trabajo. Después de todo el calibre de un hombre a la hora de la verdad se mide por la falta de vinculación afectiva que puede poner en sus empresas y relaciones, y si no era esa chica sería otra. O algún mocetón si le diera el pairo. Con el número de soldados que había, encontrar uno sexualmente compatible e interesante como para un rato no era la gran hazaña imperial, y Nicodemus era un perdedor con gracia. En la Guardia hay poco espacio para aquellos que no asumen bien las derrotas.

-Entonces quizá escuche. Ya sabe donde encontrarme, después de todo.

Empezó a manejar los frascos y comprobar, a ojo de buen cubero, cuánto podrían diluir las dosis para que tuvieran una mínima eficacia sin comprometer el sistema. ¿No había triunfado? Bue, mala suerte: si no lo hubiera intentado ni siquiera lo hubiera sabido, y cuando menos le había valido para verla en acción. Reflejos ágiles, elegante, y un témpano. En una escala del 1 al 10 un sólido ocho.

Después de aquel corte, la medicae inquisitorial volvió a lo suyo, que parecía ser tomar notas en una placa de datos, imponiéndose un incómodo silencio solo alterado por el tecleo de la mujer. Bueno, y por los débiles sonidos de combate que se las apañaban para llegar a ellos a veces a pesar de la distancia y lo subterráneo de su posición, claro.