Partida Rol por web

Tarbrand y Agnor cruzaron el vado y se adentraron nuevamente en la espesura. El sendero había sido usado y limpiado recientemente, pero su origen se remontaba a tiempos muy lejanos. A ambos lados, los árboles crecían altos y fuertes, apenas dejando pasar la luz del sol.

Pronto habían dejado atrás el vado. Tras unas horas de viaje, de repente escucharon ruidos que llegaban de delante. Sonidos de metal, de pisadas fuertes, de armas. Un grupo marchaba por el camino haciendo un ruido atronador.

Tarbrand caminaba con precaución por el camino, mantenía el silencio junto a su compañero agudizando los oídos y la vista tanto como podía, y de repente lo oyó, era un grupo armado sin duda, y lo más seguro es que se trataran de enemigos. Por lo que miró rápidamente hacia atrás asegurándose de que no quedara ninguna huella de sus pasos excesivamente marcada, ni ningún rastro que los delatara. Tras confirmarlo se colocó algo retirado del camino principal, pero teniendo visión aún en él, y le indicó con un gesto a Agnor que se colocara junto a él. Si tenían que volver al campamento para dar la noticia era mejor que partieran juntos y así podrían planear mejor sus acciones, si estaban distanciados no podrían acordar cuál sería su siguiente movimiento.

Desde su escondite, los dos escucharon cómo se acercaban los pasos. Al rato, cuatro orcos aparecieron en el camino, avanzando en dirección hacia el campamento de Melechtor.

El primero de los orcos era de menor tamaño, como si fuera un explorador. Los otros tres eran orcos corpulentos y fuertes, sobre todo uno que era sin duda el líder. Iban bien armados con lanzas y espadas, y yelmos de cuero, pesadas botas y armadura. Uno de los orcos sujetaba en una cuerda a un murciélago gigante.

Mientras avanzaban, discutían airadamente sobre algo. Se escuchaban palabras malsonantes, y otras como “troll”, “troncos”, “cueva”, “jefe”… De repente, el orco de mayor tamaño se detuvo y le pegó con fuerza al pequeño explorador, tirándolo al suelo. Éste se levantó sacando su espada, y la situación se puso tensa. Era difícil saber exactamente de qué se trataba, pero el orco grande le volvió a gesticular al pequeño que siguiera por el camino. Le enseñó la espada una vez más para darle mayor fuerza a sus palabras, y después de dio media vuelta. El orco armado con una lanza que sujetaba al murciélago se quedó con el pequeño, y el grande y el cuarto orco comenzaron a andar de regreso hacia de donde habían venido.

Tarbrand permaneció atento al movimiento del enemigo e intentó agudizar sus sentidos para desentrañar que pasaba allí. Tras ver como el grupo de orcos se separaba decidió que debían aprovechar la oportunidad y dar caza a los dos que se acercaban al campamento de Melechtor, antes de que pudieran poner sobre aviso al resto de sus congéneres. Asimismo, cuando vio que dos de los grandes orcos desaparecían, le hizo una señal a Agnor para que le prestara atención y le indicó en pleno silencio lo que pensaba hacer: señalándole con el dedo le hizo una seña de que usara el arco, imitando él mismo el gesto, luego se señaló a sí mismo, se agachó e hizo una seña como si asestara una puñalada por la espalda; acto seguido hizo un gesto con ambas manos indicando que esperara, seguido de otro en el que indicaba que el enemigo lo veía, dándole a entender que no disparara hasta que el enemigo lo detectara.

Luego se quedó mirando al norteño para asegurarse de que lo había entendido todo y para saber si tenía alguna otra idea. La verdad es que tras ver el manejo de Agnor con el arco, lo mejor es que se encargara nuevamente de esa tarea. Él intentaría sorprender al enemigo por la espalda, esperando que el disparo de Agnor se sincronizara lo máximo posible con su salida a escena, y así causar un mayor impacto en la moral del enemigo.

Si les era posible deberían intentar capturar a un orco con vida y así poder conseguir más detalles sobre la hueste que había en el bosque, pero su prioridad debía ser evitar que siguieran avanzando hacia su propio campamento.

Agnor observó alejarse a la pareja de sucios orcos. Y luego miró a aquellos dos exploradores que iban hacia el campamento. No pensaba que fueran un peligro para los hombres de Melechtor, pero sí le parecía un peligro aquel murciélago. Intuía que era un animal mensajero, y aunque los hombres acabaran con los dos orcos, era posible que el animal huyera y diera aviso al resto de los orcos. Y eso sí que era un peligro.

Atendió a las instrucciones de Tarbrand y pensó que el dunadan confiaba demasiado en su habilidad con el arco. Lo del troll había sido una suerte irrepetible. Pero había que acabar con ellos y con el murciélago como fuera. ¿El dilema? Que cuanto más se alejaran los exploradores más difícil sería dispararles y más habría que caminar escondidos para cogerles por la espalda. Pero si entablaban combate demasiado pronto quizá los otros dos los escucharan antes de perderse en el camino.

En fin, había prisa y simplemente asintió. Que fuera lo que fuera. Dispararía cuando Tarbrand había dicho y luego le seguiría armado para rematar. Y si los otros dos se enteraban... habría que acabar con ellos también. Tomó su arco y puso una flecha.

El orco explorador meneaba la cabeza en señal de desaprobación, y le decía algo a su compañero que apoyó la lanza en un árbol y sacó algo de carne podria de un saquito y se la ofreció al murciélago. Era de gran tamaño, y parecía inteligente. Sin duda el orco lo mostraba como un símbolo de estatus entre sus semejantes, y más delante de un explorador snaga, considerado la escoria de los orcos que habitualmente se organizaban en una jerarquía basada en la simple fuerza bruta. 

Los otros orcos se alejaban a toda prisa, pero estos aún no habían comenzado a andar. Era el momento de actuar...
 

Tarbrand salió de la espesura. Agnor tensó el arco y dejó que su compañero avanzara unos metros antes de disparar, cosa que hizo sin mucho éxito. Era el momento de acudir a las espadas.

El dúnedain salió rápidamente a por el enemigo en cuanto vio que Agnor comprendía su plan, quizás demasiado apresurado, por lo que pese a que intentaba moverse con sigilo no consiguió reducir totalmente el ruido de sus pisadas. Era consciente de que a cada paso que daba el factor sorpresa se reducía, y por último dio por hecho que lo habían detectado y cambió su paso de acecho a uno más acelerado, preparándose para atacar con su espada al orco del murciélago.

Turno 1-2

Tarbrand avanzó con cuidado tratando de evitar pisar ramas y haciendo el menor ruido posible. Recordaba las historias contadas junto al fuego en su hogar, en Arthedain. Historias sobre las grandes invasiones de las hordas de orcos. Las tribus orcas del Norte habitualmente estaban en guerra entre sí, pero una fuerza superior lograba unirlas. Y cuando comenzaba la invasión, se contaba siempre que el cielo se oscurecía  con miles y miles de criaturas aladas: murciélagos, cuervos… No servían a los orcos. Servían al mismo amo que los orcos, quizá un escalón por debajo en la jerarquía.

El dúnadan se dio cuenta pronto de que cada paso suyo ocasionaba ruido, y cuando tenía a los dos orcos a unos treinta pasos, estos se habían percatado ya varias veces de los ruidos. Era cuestión de tiempo ser descubierto, así que optó por avanzar a toda prisa.

Resultaba imposible saber si fue el murciélago quien le alertó, o el propio sexto sentido del orco. Pero tan pronto comenzó a correr Tarbrand, el orco se giró y preparó su lanza. Soltó la cuerda de murciélago, quien alzó el vuelo. Detrás, el otro orco se quedó mirando unos segundos la criatura alada que se había soltado, sin entender el motivo.

Tarbrand no tenía alternativa. Siguió cargando blandiendo su espada bastarda. Agnor tenía su arco listo, y disparó al mismo orco. Su flecha tenía que impactar, de lo contrario Tarbrand iba a recibir el ataque de la lanza del orco antes de alcanzarlo. Pero esta vez, falló el disparo.

El orco atacó con la lanza, pero Tarbrand logró desviar la mayor parte del golpe con el escudo y a continuación golpeó con su espada. El golpe fue brutal, y el arma dibujó un arco en el aire. La punta de la espada alcanzó al orco en la nariz, partiéndola. Comenzó a sangrar al instante, y el dolor le aturdió.

El orco del murciélago preparó su lanza para unirse al combate, y Agnor cambió de arma y comenzó a moverse hacia el lugar.

Armado como de verdad se sentía cómodo, con la espada familiar y el escudo, Agnor corrió hacia los orcos ya sin ningún interés en guardar silencio. Tarbrand le había dado un buen golpe a aquel orco, pero todavía quedaba uno y con esas viles criaturas nunca se podía uno confiar.

En su carga desesperada Tarbrand no pudo evitar el ataque rápido del orco, consiguió desviarlo en parte con el escudo, pero aún así su brazo izquierdo sufrió un duro golpe por el impacto. A parte lamentó que el murciélago gigante hubiese quedado libre, eso sin duda complicaría mucho las cosas; y aunque esperó en balde que Agnor disparara al mamífero volador eso nunca ocurrió. Por todo ello, cuando pudo acercarse lo suficiente hirió de gravedad a aquel maldito orco y se preparó para efectuar su segundo ataque.

Pero esta vez debido a su precipitación por acabar rápidamente con su enemigo aturdido cometió un grave error ...

Turno 3

La precipitación y las ansias le hicieron a Tarbrand perder la oportunidad de acabar con el orco herido. Había perdido esta oportunidad, pero salvo el orgullo, no estaba afectado para volver a atacarle.

Detrás del dúnadan, el orco explorador se había acercado con su lanza, y le atacó por el flanco. El golpe salió espectacularmente bien, impactando en la cabeza de Tarbrand que se derrumbó al instante y se quedó inmóvil en el suelo. El orco sonrió. Había sentido la fuerza de su lanza, había acabado con el enemigo. Sin duda, los amos estarán contentos con él.

Agnor llegaba al lugar del combate, y el orco se giró rápidamente.

-¿Otro?, espetó el orco. -A ti también te mataré. Agarró su lanza con confianza al encararse con Agnor. Encima de los dos combatientes, el murcíelago observaba la escena.