Partida Rol por web

- Hola, Sombra. Necesito que me hagas un informe de lo que ha sucedido y te has enterado en mi corta ausencia en Sil Auressë-

Lian cepillaba con calma al Viento y asintía con la cabeza. Girion había descansado un par de horas, y ahora los dos se encontraban a solas en el establo. -Se convocaron dos reuniones. Una de Othrind, el Consejo de Guerra. Y otra del Consejo de Sil Auressë. Una iniciativa de Curudae, pero se ha encontrado con un rival duro en lo político. El molinero Tubar. En el Consejo trataron temas como la evacuación de las granjas de alrededor, la convocatoria de la milicia, y más cosas. Hablaron Norión, Finduilas, y otros representantes de la aldea.

Le miró al joven hijo de Gildûr. -No sé si era lo que querías saber.

-Padre, he reunido a una docena de buenos hombres. Leales y armados, dijo Nobber cuando les habían servido la cerveza en la Casa Común. Su mirada se perdió unos instantes en la esbelta figura de la camarera, pero enseguida centró su atención en la figura autoritaria de Tubar. La primera reunión del Consejo había sido intensa y el joven estaba algo desubicado, pero confiaba ciegamente en su padre. Siempre tenía un plan.

-Padre, comenzó dirigiéndose a Tubar nuevamente como solían hacer en la familia. -Los hombres están listos para unirse a la milicia, o para cualquier otra tarea si procede...

–Voy a revisar la coraza, dijo Bergil mientras le ayudaba a quitar la armadura manchada de sangre de huargos. El Lugarteniente había regresado brevemente a sus aposentos antes de volver a Othrind.

-Le he pedido al cocinero Intorin un plato de pescado a la sal, dijo el joven mientras colocaba con cuidado la cimitarra de Khôradur encima de la mesa de madera. Se le notaba preocupado, consternado. Pero también determinado. Y en su cinto llevaba ahora la espada de su padre.

Khôradur sonrió

-Gracias Bergil

Khôradur, libre del peso de la armadura y de su cimitarra se estiró y se frotó los hombros

-Veo que llevas la espada de tu padre y por tu cara algo te preocupa. ¿De que se trata?, ¿el ataque de los huargos?

El joven asintió con la cabeza. -He visto movimiento de soldados, se ha convocado a los milicianos... Están todos preocupados ante lo que se avecina, tal vez porque desconocemos de qué se trata.

Bergil se quedó en silencio, recordando las guerras de Dagorhir y otros conflictos. Apenas había vivido tiempos de paz en su corta vida, y la fugaz esperanza de que un mundo mejor era posible que había hallado en Sil Auressë se desvanecía ahora ante la cruda realidad. Ayla les había ofrecido un sueño, y tras su marcha costaba mantenerlo vivo.

-Aún así, no estamos indefensos. Contamos con el Comandante de Umbar, un pequeño ejército de hombres valientes, y una milicia bien entrenada y equipada.

No quería cargar más preocupaciones sobre los hombros de Khôradur. Bien sabía él lo que era la espera del guerrero antes de la batalla. -Si hay algo que pueda hacer, algo en que pueda ayudar... Estoy preparado. Me ofrezco como escudero para mi señor.

Acto seguido, sacó la espada de su padre y se la ofreció al corsario. No sabía muy bien cómo se hacía ni si era digno de ofrecer su lealtad a su señor, y miró al hombre que le había acogido para que le guiara.

Tubar y su hijo bebían a solas, en una de las esquinas de la Casa Común; no en la gran mesa, que solían ocupar cuando daba uno de sus "discursos" para inflamar el ánimo de sus seguidores contra "los de arriba", sino en una mesa apartada. Tubar miraba a la puerta fijamente, con aire serio y distraído, dando vueltas a su jarra cerámica mientras su hijo hablaba. Agitó levemente la mano cuando este terminó, como desechando alguna idea peregrina.

-No hagas nada, Nob. Es decir, nada por el momento. Nada que no sea defender la Villa... Acercó su cabeza a la del hijo sin perder de vista la puerta y cuidando de bajar la voz para evitar ser oído por los otros parroquianos. -Bueno, sí. Procura que nuestros amigos, ya sabes, nuestros partidarios más fuertes, no estén en primera línea de peligro. Asegúrate de que sea así en todos los gremios que controlamos, y procura que ocurra lo mismo en los que no controlamos. En esos gremios "dubitativos" nos vendría estupendamente que cayese alguno que otro que no nos resulta simpático, ¿no? Entre los trabajadores de la madera, mejor si caen los leñadores y no los toneleros; procura que Hrok coloque en primera líne a aquellos que no querían aceptar nuestras normas hace un par de meses, ¿recuerdas? Guardaremos a esa docena de hombres como guardia personal, ¿qué te parece?

Dio un largo trago a su jarra mientras miraba a su hijo por el rabillo entrecerrado del ojo. Ay, Nob, no eres el más espabilado de la villa, pero mira que buena slud y buena planta tiene... Con un empujoncito, tal vez, pueda llegar lejos...

-Además -añadió, tras un eructo- quiero que preguntes a Lubba y los hermanos Leknud si vieron o escucharon algo llamativo en Ronniach la última vez que viajaron al Norte. Y entérate si nadie conoce el bosquecillo ese donde está el monolito del que tanto hablaban en la reunión del Consejo.

Se estiró, echando un vistazo por la ventana. Los hombres habían empezado a formar las compañías, a aprovisionarse de armas y armaduras, y sus familias a aprestar sus pertrechos, en cas ode que se hiciera necesario guardarse en en castillo. El nerviosismo podía olerse en el ambiente. Nadie quería perder su casa y sus propiedades, y los pastores agrupaban apresuradamente los rebaños en la plaza central, lo que contribuía aún más a aumentar la barahunda. Algunos llegaban a toda prisa desde las granjas más lejanas con todo lo que podían cargar y los niños lloriqueando agarrados a las faldas de sus madres.

Todo aquello turbaba más bien poco a Tubar. Estaba más atento a la llegada de algunos hombres de su mayor confianza, gente de recursos que podían guiar hombres y sabían desenvolverse en situaciones complicadas. Quería asegurarse de que aquellos hombres pudiesen alentar a sus milicias a defender sus casas en lugar del castillo, si las ódenes del Lugarteniente no eran las adecuadas... para los intereses de Tubar. De hecho, ya había hecho enviar un par de ágiles jovencitos (tramperos campesinos) para vigilar el más alejado de sus molinos.

-Mantengamos cerca a esa docena de fieles, Nob. Y si puedes, dales caballos; pueden ser útiles para defender lo que tanto nos ha costado ganar.

- Tubar, ¿eh?- musitó Girion mientras se mesaba la barbilla pensando en las posibles formas de actuar en consecuencia.- ¿No sabrás dónde para ahora Tubar?- preguntó sin mucha convicción.

- Muy bien Liam, como siempre me has servido de ayuda. Cepilla a Viento y dale unas manzanas grandes y jugosas, se lo ha ganado con creces- dijo Girion dando una palmada en la espalda a Lian y acariciando a Viento.

Khôradur asintió ante las palabras de Bergil y no pudo evitar sonreír cuando dijo que no estaban indefensos por tenerle a él

-Espero que eso baste, un comandante no es nada sin la fuerza y el coraje de sus hombres

De pronto, Bergil le ofreció sus servicios. Khôradur se quedó mirando al muchacho que le ofrecía su espada y le lanzaba tímidas miradas. Sonrió, cogió la espada que se le ofrecía y la observó con detenimiento.

-Es una buena espada, y estoy seguro que quien la empuñe lo hará con honor -dijo mirando al muchacho- Si es tu deseo acepto tus servicios, ¡escudero de Sil Auressë!

Al cruzar el puente para entrar en el castillo, Eärnil pudo ver los cadáveres de los enormes huargos amontonados cerca de la entrada. La presencia de los guardias y arqueros en las murallas, y el ajetreo de las tropas no dejaban lugar a dudas. Se estaban preparando para un nuevo ataque.

Había sido convocado para presentarse ante el Lugarteniente Khôradur en la sala de Othrind junto a Ethlor. Al entrar en los establos, se encontró con su fiel caballo.

-Tubar si no está pendiente de los molineros, suele encontrarse en la Casa Común. Tiene una pequeña mesa reservada, y creo haberle visto entrar allí con su hijo Nobber. El muchacho tiene fama de mujeriego. También hay rumores de que la hija de Tubar tiene una relación secreta con alguien importante, pero no sé más.

Liam se despidió de Girion y buscó un par de manzanas jugosas del cesto.

-Qué así sea. Juro ser fiel y prestar mis servicios con la palabra y el silencio, en el hacer y el dejar hacer, en tiempos de abundancia o de necesidad, tanto en la paz como en la guerra, en la vida y en la muerte, a partir de este momento y hasta que mi señor me libere, o la muerte me lleve, dijo Bergil recordando el juramento que le había enseñado su padre. El juramento que le había unido a la causa de los Señores Aliados, y finalmente le había llevado hasta la muerte. Como a tantos otros.

Pero... ¿acaso de no es igual de justa esta causa?

-Por Sil Auressë, dijo y tomó la espada de nuevo y la guardó con cuidado. Entonces vio por la ventana cómo se abría el portón. Entraba Eärnil y el sargento Ethlor sentados en el mismo caballo.

Russef se encontraba tumbado en su litera en los barracones del ejército en el castillo. Apenas había tenido tiempo de deshacer su escaso equipaje desde que había acudido a la convocatoria de Sil Auressë. Y ahora, se avecinaba una batalla. Notó el cansancio en sus piernas, y respiró hondo. Estaba acostumbrado a caminar grandes distancias por las tierras altas de Minhiriath, pero también sabía valorar la importancia del descanso.

Junto a él, había otros milicianos y soldados. Muchos afilaban sus armas, en silencio. Pensativos. A pocos pasos de Russef, un hombre ataviado con una armadura de cuero, de aspecto más exótico, jugaba con una daga. Calzaba botas largas, y una fina capa oscura. Estaba aparentemente tranquilo, apoyándose en la pared.

-Russef, ¿no?, preguntó el hombre con acento del Sur. -Mi nombre es Belkazir. He acudido desde Tharbad para unirme a esta lucha, aunque desconozco a qué o a quién nos enfrentamos.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, y el brillo de sus ojos daba entender que había visto guerra antes. Y que no le desagradaba.

-Por fin....¡vamos mi joven escudero!, ¡veamos que nuevas nos traen!

Mientras se dirigen al encuentro de Eärnil y Ethlor, Khôradur charla con Bergil

-Ser mi escudero no sólo significa que me asistas portando mis armas o realizando aquellas tareas que te encomiende. Seguirás siendo mi sirviente pero con más obligaciones, y entre ellas es que te formes bien, tanto en mente como en cuerpo -se detiene y se gira para mirarle directamente- Tu padre debió de enseñarte bien, pero ¿cuanto conoces de la historia de los Dúnedain?, de los reinos del norte o de la Tierra Media en general?, ¿que sabes sobre tácticas militares? o ¿que armas sabes usar aparte de tu espada?. Algún día espero que te conviertas en algo más que un escudero, tal vez un caballero, o un sabio, da igual, pero que tengas varias opciones para elegir y te formes para ser algo más grande de lo que eres ahora y sirvas con honor y gloria a tu pueblo y a Sil Auressë, si tu destino es quedarte aquí. Y tanto para lo uno como para lo otro, y más en estos tiempos que corren, se ha de saber usar la cabeza -dice señalándose la suya- aparte de la espada.

Despidiéndose de Liam, Girion se dirigió a la casa del común, tenía que ver quién era esa tal Tubar y por qué era rival de Curudae. No es que le importara mucho quién mandaba o qué politica imponía, pero esto levaldría para no oxidarse de los tejemanejes de la vida política y su influencia en los mercados. Sobre todo cuando volviera a Tarbad y le hiciera frente a su padre.

Lo mejor de todo es que ya tenía un contacto dentro de la casa de lo común: Lairin, camarera peliroja, alta, delgada, de buen cuerpo y mejor cara. Recordaba Girion antes de entrar a la casa de lo común.

Al entrar se dirigió a la barra y espero a que Lairin reparar en su presencia. Cuando sus miradas se cruzaron Girion le sonrió cómplicemente, con una pizca de seducción.

- Hola guapa- dijo en bajo cuando se acercó-. ¿Mucho trabajo?- preguntó para iniciar la conversación.- Con todo lo que está pasando es normal que el estrés de la gente se contagie y afecte a todos.

- Cuéntame- dijo Girion metiéndose en harina-, ¿sabes algo de las últimas disputas de Sil Auressë?- le preguntó cuando se había cerciorado de que nadie les escuchaba.

Russef Wrings, digo al tiempo que hago una leve reverencia con la cabeza.

Yo tengo una leve idea de a qué nos enfrentamos y, créeme, mejor no saberlo. El enemigo es numeroso y poderoso; hay que estar alerta, digo aún incómodo por la reciente herida.
 

-No os defraudaré, dijo el joven bajaba por las escaleras de caracol tratando de seguir la enorme zancada del Lugarteniente. Cuando se detuvo en la planta baja, y se giró para preguntarle por sus armas, y hablarle sobre la importancia de conocer más, asintió serio. –Quiero ingresar en la Academia, he estado escuchando a los maestros hablar de la historia, enseñar lenguas de los elfos, y otras cosas. Para poder servir bien a Sil Auressë, y por mí, quiero hacerlo. Sobre las armas, aprendí un poco la lanza, y aquí he estado practicando con la milicia para poder luchar en formación. Tengo que mejorar muchas cosas aún, admitió y dudó un instante y añadió: -Sé que no es un arma noble, pero me manejo bastante bien con mi honda. Puedo darle a un conejo a treinta pasos, dijo orgulloso dando un par de golpes a su cinto donde efectivamente se asomaban las cuerdas de una honda que llevaba escondida.

-Eso os ofrezco. Y mi valor y mi lealtad, añadió y de repente dio la sensación de que dejaba atrás su adolescencia con pasos agigantados para convertirse en un hombre. -Pero... Nunca he matado a nadie, añadió el niño que aún aguardaba en su interior y que sentía miedo. Miedo de morir, miedo fallar, miedo de no ser lo suficientemente hábil o tener el valor suficiente llegado el momento de la verdad.

El veterano sargento vio al Lugarteniente con su joven asistente mientras se limpiaba las manos con un trapo blanco, y se acercó unos pasos. Los demás sargentos ya se dirigían a la sala de Othrind. –Hirgon, unas palabras, señor, preguntó serio y se quedó apartado junto a la puerta del pasillo que conducía hasta la celda sin interrumpir la conversación de Khôradur con el joven. El trapo en su mano presentaba alguna mancha de sangre oscura.

–Hola Girion, contestó con voz dulce y su rostro se iluminó. El apuesto Girion le hizo olvidar la pesadumbre y el miedo que se había contagiado de la aldea. –Algunos más vienen a beber, pero la mayoría están ocupados preparándose para lo que se avecina. Muchos de los obreros utilizan este lugar como punto de encuentro, pero ya están todos con la milicia creo. Dejó descansar la jarra de vino que portaba en su cadera, escuchó las palabras de Girion acercándose para evitar ser escuchado. Pero en absoluto le importaba ser visto junto a él.

-¿Disputas? ¿Te refieres a lo que sucedió en la primera reunión del Consejo? Algo he oído. Pensaba que ibas a estar presente, no sé, en representación de tu padre…. No quiso entrometerse más en ese asunto, ni en el porqué de su interés por la presencia o no de Girion en un sitio u otro. –Curudae y Tubar habían llegado a un acuerdo para la composición del Consejo, con personas afines a un bando u otro. Se debatió sobre las medidas a tomar, pero pronto se convirtió en una lucha de poder entre los dos. Me ha llegado que Finduilas, Norión y el representante de los enanos salieron bastante airados y enfadados del comportamiento de algunos que en vez de mirar su bien común y ayudar, se dedicaban a conseguir el poder.

Entonces miró a una de las mesas más apartadas, donde un señor mayor charlaba con un hombre más joven, que podría ser su hijo. El joven le estaba mirando a Lairin con mirada lasciva y poco disimulada mientras el mayor la hablaba serio, hasta que le llamó la atención y siguieron hablando.

-Tubar y su hijo Nobber, susurró ella para confirmarle a Girion lo que ya sospechaba.