Partida Rol por web

Theon había terminado su reunión con el comandante Minastir, y ahora se encontró con Aaren fuera de la tienda de hierbas. El joven se había encargado de preparar todo el equipo para los cuatro. El viejo caballo de carga portaba ahora tienda de campaña, ganchos, estacas, antorchas y lo demás, pero encajaba con la tapadera de buscafortunas o mercenarios con la que se disponían a entrar en Cardolan.

Agradecí amablemente al Yerbatero las facilidades de pago que nos ofreció, y le encomendé a nuestro regreso para recibir sus veintidós monedas de plata.

Que Yavanna te lo pague Rhav... Dije antes de esbozar una leve sonrisa...pero descuida, porque también yo pienso hacerlo, si el destino no me niega el retorno hasta tu tienda. Y por la confianza que ahora depositas en nosotros, te será devuelta con intereses Y con estas palabras me despedí definitivamente del anciano.

Cuando vi venir a Theon, me acerqué curioso hasta donde se encontraba, y le hablé con pocas palabras.

¿Y bien?... Aquí ya hemos terminado.

El rostro de Theon se mostraba relajado, una sonrisa se asomó cuando vio al grupo listo para partir. - Buen trabajo, con esto estamos listos para partir- montó su caballo prontamente y esperó a que cada uno se dispusiera a avanzar, quería que todos viesen que eran un grupo compacto y homogéneo.

- Vamos a recorrer los alrededores, todo lo que podamos averiguar será de valor para Arthedain, pero no pueden... no debemos por ningún motivo revelar nuestro vínculo con ellos. Para todo el mundo nosotros somos cinco personas en busca de buen dinero a cambio de algún servicio en armas, nada mas. No hay lobos ni banderas que nos importen, quiero que tengan eso claro antes de seguir- su mirada se centró en Abêl y sus cachorros - por lo demás, somos un equipo , el botín se repartirá entre los cinco en partes iguales, y una buena paga es nuestro objetivo. Comiencen a creerse esa historia o nadie mas lo hará-

Luego se puso a la par de Aaren - Finalmente comenzamos nuestra misión, voy a necesitar de tus ojos, de tu consejo y de tu hacha, amigo mío. Si yo muero, vuelve a la torre y pide hablar con el comandante, ponlo al tanto de lo que hayamos averiguado por favor. - esas palabra sonaban como un plan de contingencia ordenado para que las cosas no se fuesen de control, pero dejaban entrever el grado de incertidumbre que Theon tenía respecto de lo que podían encontrar mas adelante, y a la vez dejaban muy claro cuan grande era su confianza en su nuevo compañero.

Las últimas palabras de Theon me inquietaron bastante. No sabía en que consistiría exactamente nuestra misión, pero me quedaba bastante claro que no sería una expedición rutinaria.

Descuida amigo. No permitiremos que ese momento llegué.

El plan que había trazado me gustaba, en realidad, no se alejaba mucho de la verdad.
5 aventureros en busca de fortuna...y podré seguir siendo un Aguila. Pensé satisfecho

Antes de partir me acerqué a Theón y le entregué una pequeña nota con todas las cosas que había comprado para la travesía. No quería partir pudiendo haberme dejado algo que él considerase importante.

–Partimos por fin, dijo el joven guerrero y miró a su hermanastro Egnadan, unos pocos años menor que él. A pesar de no haberse criado juntos, estaban unidos desde la muerte de su padre.

Con cuidado puso su pie sobre las rocas del vado, y comenzó a cruzar. –Egnadan, tú quédate siempre junto al caballo de carga.

Luego miró a Theon y a Abêl en busca de confirmación.

–Nada de órdenes, nada de sargentos, nada de “señor”…  Es mejor acostumbrarse a hablar abiertamente desde ya, para no levantar sospechas.

Los cinco se adentraron en Cardolan. En otra época, había sido un reino dúnadan noble y próspero. Un aliado de Arthedain contra el mal. Pero pronto los conflictos lo dividieron en feudos y principados inmersos en eternas guerras mezquinas. Pero incluso esos tiempos fueron mejores que el presente. La Gran Plaga acabó con cualquier posibilidad de reunificar el reino, y los dúnedain abandonaron las tierras del reino perdido. El terrible Señor de la Guerra Dagorhir fue enviado por Angmar. Espectros tumularios invadieron las sagradas tumbas de los señores de Oesternesse. Ahora, solo quedan un par de príncipes dúnadan, y las guerras se habían convertido en asedios sin sentido, en pequeñas escaramuzas, en robo y pillaje de granjas… No había gloria, ni esperanza.

Viajaron siguiendo el curso del río Baranduin hacia el sur, para luego ir hacia el este. Era la parte septentrional de la región conocida como Minhiriath, formada por tierras altas y quebradas cubiertas de hierba. Un poco más al sur se extendían los antiguos dominios del Señor de la Guerra, y aún seguían habitando allí orcos escondidos en los laberintos de cuevas. También abundaban los lobos.

En las próximas semanas, el grupo encontró algún trabajo esporádico protegiendo a granjas aisladas, o ayudando a los pastores a reunir y a proteger a las ovejas, que seguía siendo la base de la economía en el centro de Cardolan.

En medio de este panorama realmente desolador, hallaron un pequeño atisbo de esperanza en una aldea recién fundada, de nombre Sil Auressë. Una aldea construida de la nada junto a las ruinas de un antiguo castillo. Un sueño imposible de tres personas: un corsario umbareano que había luchado en el bando de Dol Caladir en la reciente Batalla de Metraith. Un tabernero que se había convertido en líder de una banda de mercenarios y después en el líder de los gremios. Y una misteriosa elfa.

El grupo visitó Sil Auressë en varias ocasiones. Fueron visitas breves a tomar alguna cerveza en la Casa Común, y para comprar víveres y enterarse de los asuntos de la región. Poco a poco, más personas de los alrededores acudían a la llamada de Sil Auressë. Cientos de personas trabajaban reconstruyendo el castillo. También convocaban hombres para el ejército. La aldea se encontraba a menos de una semana de Metraith y del cruce de los caminos reales.

Avanzamos durante semanas siguiendo el curso del rió, el viaje se hubiera acortado bastante de tener todos una montura como la de Theon, pero no me importaba caminar.
El aire fresco de las quebradas y el sol reflejando la hierba verde de las colinas, reconfortaban mi espíritu. Y como el resto compartían las Tiendas de Campaña, yo podía tumbarme en mi hamaca por las noche, y dormir al raso mientras contemplaba la majestuosa Corona de Durin antes de dormirme, y me regocijaba con el lucero del Alba minutos antes de levantarme para desayunar.

En nuestro trayecto, pudimos oír manadas de lobos en la lejanía, en una ocasión llegamos a verlos fugazmente en un promontorio contra la luz del crepúsculo en Occidente...sin embargo no eran el tipo de lobos que a Theon le hubiese gustado encontrar, sino de los que has de cuidarte por las noches con un buen fuego y una mano en tu empuñadura.

Por lo demás, no hubo muchos momentos de sincera felicidad hasta llegar a Sil Auressê. Pastoreamos y ayudamos en algunas granjas dispersas a orillas del Baranduín, y con el paso de los días nuestros lazos se hicieron mas fuertes, hasta que pronto, Abêl, los muchachos, Theon y yo, formamos un pequeño núcleo de camaradas, más parecido a una familia que a un grupo de aventureros.
Cuando hacía buen tiempo, me llevaba al joven Egnadan conmigo a buscar hierbas y hongos por las laderas de las colinas y en las pequeñas zonas boscosas que nos encontrábamos. Y cuando el tiempo estaba revuelto, ayudaba a Menegor y Abêl en el cuidado de las armas y el equipo. El resto del tiempo lo pasaba a solas, o hablando con Theon, en los breves y raros interludios en que no estaba estudiando sus libros.

De esta manera, nuestra tapadera dejo de serlo, pues se confundió con la realidad que trascendía a nuestras verdaderas identidades. Eramos 5 soldados en una misión, pero también eramos 5 amigos en busca de aventuras.

Volvimos en numerosas ocasiones a Sil Auressê, en busca de víveres y noticias de las tierras colindantes, pero algo me decía que allí se encontraba el verdadero propósito por el que Theon nos había arrastrado con el.

Ya había pasado el ecuador del verano, y el grupo cada vez estaba más cohesionado y unido. La rutina diaria, los turnos de guardia, la formación mientras avanzaban campo a través, quién tenía la palabra a la hora de hablar con los lugareños… Todo funcionaba bien, y el ambiente era bueno. No eran tiempos fáciles para nadie. En los años posteriores a la Gran Plaga, la comida escaseaba, los lobos y otros depredadores se habían multiplicado. Había grupos de bandidos y forajidos al acecho, y también el peligro de los restos de los ejércitos del Señor de la Guerra. No obstante, durante aquel verano no le fue mal a ese grupo de hombres provenientes de Arthedain. Ayudaron en distintos lugares a reconstruir alguna granja, a reunir rebaños de ovejas, a proteger… A menudo, solamente recibían las gracias y algo de comida, pero n tenían prisa. Estaban allí para conocer el terreno, y para darse a conocer.

Había rumores de que los mercenarios se dirigían a Metraith, en el cruce de los caminos reales, más al norte. Allí, se ofrecían los hombres de armas como si de una subasta se tratara. También, más lejos en el norte, en Rhudaur, había estallado una guerra. Pero Theon no quería salir de estas tierras aún. La aldea de Sil Auressë, y sobre todo el insistente rumor de que pronto se iba a convocar a los hombres para luchar por una buena causa, le mantenían aquí.

Una noche, Theon, Aaren y Egnadan volvían al campamento después de unos días de excursión y forrajeo. A menudo, cuando se desplazaban por el territorio abandonado de Minhiriath, por las colinas cubiertas de alta hierba, prepararon un campamento en un lugar protegido y exploraban los alrededores con dos o tres hombres, mientras el resto aguardaban junto a las monturas, el equipo y la tienda.

En cuanto vieron el campamento a lo lejos a la luz de la luna, supieron de inmediato que algo no marchaba bien. La tienda estaba tirada en el suelo, no se veían las monturas… Había sacos y objetos tirados por el suelo junto a los árboles. Y la hoguera se había apagado hace ya tiempo.

–¡MENEGOR!, gritó el joven con voz desgarrada y comenzó a correr hacia el campamento a toda velocidad, dejando caer su mochila.

Un fugaz escalofrío recorrió su cuerpo, sabía que lo que acababan de ver podía significar solo una cosa. Instintivamente atinó a desenfundar su espada ancha casi al mismo momento que la mochila de Egnadan caía al suelo. Cachorros, reaccionan rápido pero sin pensar.

Se acercó a Aaren y le habló en voz baja - Hagamos esto juntos, bordeemos la tienda cada uno por un lado diferente, pero sin dejar de vernos mutuamente, y cubramos al niño, o lo sumaremos a él también a la lista de lobos despellejados- le dio una palmada en la espalda y sacó su arco. Sus miradas se cruzaron y empezó a correr envolviendo hacia la derecha, atento a algún signo de movimiento frente a él.

Asentí en silencio a las indicaciones de Theon mientras desenvainaba y embrazaba mi escudo, y enseguida me deslicé con cuidado por la ladera intentando no hacer ruido, sin perder a Theon de vista.

Mierda, Menegor, Abêl...temía encontrarme con sus cuerpos en cualquier momento. En el mejor de los casos, habrían podido percibir la amenaza antes que esta cayese sobre ellos, viéndose obligados a huir con lo puesto.

Theon dirigió el avance hacia la posición del campamento con habilidad. El tiempo que habían pasado juntos le había servido para conocer las fortalezas y debilidades de cada uno. Aaren avanzó por la izquierda, y Theon por la derecha. No pudieron frenar al joven Egnadan, pero incluso su impetuosa carga sirvió para que sus dos compañeros tomaran posición.

No obstante, el campamento estaba completamente vacío. Los asaltantes se habían llevado las armas y los objetos de valor, así como al caballo de carga. Tampoco había cadáveres, aunque sí se podían ver señales de lucha. Un cazo roto, el yelmo de cuero de Menegor partido por un golpe que ahora sujetaba en sus manos su hermanastro, golpes de armas en el árbol donde habían atado al caballo...

El campamento había sufrido un ataque por sorpresa, les habían cogido desprevenidos. Y los asaltantes se habían tomado bastante molestias para cubrir sus huellas.
 

Mientras me acercaba a Egnadan, no podía dejar de pensar que era lo que habíamos hecho mal:
...podríamos haber tomado mayores precauciones asegurando el perímetro con Trampas, o permanecer juntos...

Pero algo como aquello era casi imposible de prevenir. De haber tomado demasiadas precauciones hubiéramos llamado en mayor medida la atención de los merodeadores, y de permanecer juntos, seguramente hubiésemos corrido la misma suerte que Abêl y Menegor, fuera cual fuese esta.

De cualquier forma, no todo estaba perdido aún. Nos habían saqueado, y había signos de lucha, pero los cuerpos de nuestros compañeros no se encontraban allí, y a primera vista no pude encontrar evidencias de sangre.
Aquello solo podía significar dos cosas:
O bien seguían con vida, o los habían hecho prisioneros.

Antes de pensar en nada más, debíamos averiguar quienes los habían atacado, cuantos eran, por donde se habían ido, y cuanto hacía de ello. Solo de esa manera sabríamos si era posible rescatarlos. A buen seguro, que no iba a permitir que mis camaradas se enfrentarán al horror de la tortura y el cautiverio si existía la más mínima posibilidad de salvarlos.

Apoyé mi mano unos instantes en el hombro de Egnadan, pero enseguida le hice saber que no teníamos tiempo para lamentarnos.

Chico, eso no significa nada...piensa... _Hice una pequeña pausa y cuando Egnadan levantó su mirada hacia mi continué_ ...¿ Acaso ves su cuerpo entre este estropicio?

Ningun maleante se habría tomado las molestias de enterrar a sus victimas, y mucho menos de cubrir tan cuidadosamente su rastro. Sin duda seguían vivos, si eran prisioneros o no, eso estaba por verse.

Le hice un gesto al hermano pequeño para que me siguiese, y cuando Theon llegó a nosotros, le indiqué con la mano la zona de la derecha, por la que él había venido en silencio.
A esas alturas, Theon y yo nos entendíamos muchas veces sin necesidad de palabras, de modo que sin levantar la voz, ambos nos dispusimos a analizar las huellas del terreno y las marcas del campamento para ver si podíamos descifrar lo que allí había ocurrido.

Los asaltantes habían actuado con rapidez y coordinados, de eso no había duda. Seguramente, bajo el manto de la oscuridad. Aún así, era difícil explicar cómo habían podido subyugar a los dos compañeros sin más signos de lucha.

Aaren observó con cuidado las marcas en el tronco del árbol. Parecían golpes de cimitarra y algún impacto de flecha que luego se habían molestado en sacar. Pero había un rastro de alguna sustancia pegajosa y verdosa.

Veneno...

También halló algunos trozos de cuerda que aumentaron sus esperanzas de que Abêl y Menegor habían sido llevados con vida. Aaren vio una huella solitaria que podría ser del caballo de carga, y se dirigía al este. Pero habían pisoteado a consciencia el perímetro del campamento. Tal vez, más lejos en esa dirección hallarían el rastro.