Partida Rol por web

Girion se pertrechó para la ocasión. No se puso su cota de mallas si no que fue con el coleto de cuero para poder moverse más rápidamente y con más comodidad. En realidad lo más importante era el sigilo, aunque nadie espraba que fuese un camino de rosas.

Armado con sus espadas y su arco y acompañado de su fiel Viento, su corcel, acudió a la cita en el patio del castillo.

Detrás de Khôradur, Denelloth aguardaba pacientemente, sin decir palabra. El Lugarteniente era un maestro motivando a los hombres a su mando. Con la cabeza encorvada, los ojos al ras de la capucha, miraba a Ferrim y a Otho alternativamente, esperando oir su respuesta a tan peligrosa proposición. También a Russef y a Girion. Ambos le habían demostrado ya su fiabilidad cuando de sostener un arma en la mano se trataba. Un poco de músculo no le sobraría a la compañía, aunque era cierto que ni todas las espadas de Sil Auressë les serían suficientes; sería el sigilio su principal arma.

Ferrim acudió a la revista ataviado con todas sus armas y con su capa gris con capucha, un viejo manto de buena calidad con minúsculas hojas de abedul bordadas en azul oscuro en los extremos. Le había acompañado por los caminos durante años y miles de millas. Era su vestimenta de viaje, lo que usaba en tránsito. A sus pies, un petate de cuero, sencillo y discreto.

Cuando Khôradur se acercó a hablarles, hizo una leve inclinación de cabeza a modo de saludo y escuchó sus palabras.

-Señor, no hace falta que os esforcéis. Mi decisión está tomada. El senescal Curudae ya me informó debidamente y me pidió colaboración. La forja queda en buenas manos, y puede que quede así por largo tiempo. Porque Ferrim, hijo de Ferric, partirá con el grupo y con él sus armas y sus herramientas, y quizá ninguno vuelva. Pero si en mis manos está colaborar en la destrucción o calma de ese monolito, que nadie diga que se le pidió ayuda respetuosamente a la familia Bálamar y esta no la prestó.

Se giró al resto del grupo. Ahí estaban el hombre encapuchado y el erudito insolente.

-Traigo conmigo mis herramientas personales, legado de mi familia, duras y fuertes como el mejor acero enano. Decidle el poema, y Ferrim lo grabará en la piedra por todos los siglos. Quedo a vuestro servicio -concluyó, con una leve reverencia.

El pragmatismo de Ferrim le permitía separar lo personal de lo necesario. Se había sentido insultado por Norión, pero eso no le impediría llevar esa misión hasta su final. Ahora sabía que había objetivos más altos en juego que sus diferencias personales, y un enemigo común más peligroso que la antipatía.

Khôradur sonrió ante las palabras de Ferrim

-En nombre de Sil Auressë y del mío en particular, os doy las gracias por vuestro ofrecimiento y sacrificio. Aunque no podemos ver lo que nos deparará el futuro, el cual se presenta sombrío, confío en nuestra fuerza y sabiduría, y de que saldremos de esta ilesos.

Miró al hobbit sonriéndole

-Bien maese Otho, quedáis vos pendiente de respuesta.

El mediano escuchó boquiabierto las palabras de los presentes. Profecías oscuras... Monolitos ancestrales... Hueste de orcos... Luego se quedó pensativo un buen rato, hasta que finalmente habló: -Esta aldea no es mi hogar. Ni tengo la fuerza ni la habilidad de los soldados que la protegen. No soy un guerrero. No obstante, igual que vosotros, los hobbits nos hemos asentado en estas tierras, donde los peligros acechan. Y esas amenazas a las que nos tenemos que enfrentar son las mismas. Lo fácil sería partir de inmediato de esta aldea, para así llegar hasta mi comarca. Pero no lo haré. Quiero ayudar, aquí y ahora. No sé hasta dónde me llevará mi coraje, y si voy a ser más estorbo que ayuda. Lo poco que pueda aportar, hasta donde mi voluntad me acompañe, y hasta el alcance de mis habilidades, todo eso entregaré a esta misión.

Trató de hacer algo parecido a una reverencia mientras miraba a reojo a los demás presentes.

Denelloth asintió gravemente a las palabras de Ferrim, impresionado, y también a las de Khôradur, aprobador. El enano miraba ceñudo a Norion, al que parecía no tener en gran estima; pero no añadió más, y al montaraz tampoco le pareció oportuno hacerlo. Al oir a Otho no pudo contener una sonrisa, arqueando las cejas; era impresionante el valor que demostraba en una circunstancia tan difícil como aquella. Recordó su único encuentro anterior, con el mediano secuestrado y medio ahogado en un riachuelo. Esta gente (aunque no había tratado demasiado con ellos) tenía su carácter, sin duda.

Respiró hondo. La compañía parecía formada. No esperó más y, dejando al Lugarteniente los agradecimientos y ánimos que seguro tendría para Otho, fue a saludar a Girion:

-Es bueno verte de nuevo sano y salvo, joven Girion -dijo, tomándolo con firmeza por ambos brazos y sonriendo suavemente-. Ojalá sigas así y volvamos a encontrarnos, pues creo que no partiremos juntos esta vez.

Y a continuación se dirigió a Russef, al que palmeó la espalda y dirigió unas cuantas palabras en voz baja. Y esperó a su lado a que el destino pusiera en marcha sus ruedas.

-¿Cómo van tus heridas, Russef? Me alegro de que formes parte de esta nueva empresa, y espero que tenga buen fin para tí; pues es un placer compartir camino y esfuerzos contigo, aunque no quisiera que tuvieras que emplear tus hachas en ningún momento. Pero sé que no dudarás en hacerlo si es necesario.

- ¡Denenelloth!- se alegró el joven cuando el montaraz fue a saludarlo y la cogió por los brazos-. Que, ¿ya me estás echando del grupo, o acaso tu eres el que te quedas por aquí?- bromeo Girion.

- Sea como fuere, espero que volvamos a juntarnos en alguna expedición, no hacemos mal grupo- dijo sinceramente.

- De todas formas me tienes que contar dónde te metiste, cuando te dejé en el vado del río siguiendo unas huellas que habían dejado los captores de Otho y las chicas.

Norión permaneció a la sombra del Lugarteniente, encapuchado y silencioso, dejó que las palabras del hombre al mando se pronunciaran primero. Elocuente y firme, Khoradur supo darle la verdadera magnitud al problema al que se enfrentaban y no obtuvo mas que aceptación de parte de aquellos a quienes él mismo había convocado. Ferrim y Otho, dos seres diametralmente opuestos pero igualmente necesarios para él. Sintió un escalofrío al escuchar las palabras tan bien dispuestas del enano, había negado su ayuda cuando él se la había pedido y ahora se mostraba servicial... Norión había sufrido lo suficiente como para poder hacer a un lado su orgullo y aceptar la ayuda que ese enano les brindaba, le gustase o no.

Tras ellos estaba Otho y Girión, uno se había convertido en una fuente de inocencia que contrastaba con tanta oscuridad y le daba vitalidad, lo necesitaba para no flaquear en el momento mas oscuro, solo él tenía luz inagotable en su interior. El otro, su alumno predilecto y fiel compañero, era la promesa dúnedain por excelencia, talentoso y valiente, el hijo de Gildur no tenía rival entre los alumnos de la academia - Me alegra saber que nos acompañaran- dijo mirando a los tres por igual, inexpresivo como de costumbre - la labor que nos fue encomendada a Denelloth y a mi es sumamente importante y puede que no todos regresemos con vida, su ayuda es bienvenida y se suma a la de los buenos hombres que nos acompañan - señaló  a Russef también. Estaba tenso, lo que tenían por delante era una misión suicida de la cual dependía el futuro de Sil Auresse y de lo que quedaba de Cardolán. 

Khôradur sonrió ante las palabras del hobbit y le dio unas palmadas en el hombro

-En ocasiones la ayuda puede venir de cualquier forma, y no precisamente de unas manos poderosas, un acero fuerte o una gran sabiduría. Si vais en esta empresa y se ha pedido que vengáis, maese Otho, es por algo, y estoy seguro que si salimos victoriosos, vos tendréis algo que ver en ello.

Miró fijamente a todos los allí presentes

-¡Amigos, en vosotros tal vez recaiga el futuro de nuestro sueño!. ¡Partiréis cuanto antes y que los Valar os protejan! Denelloth estará al mando de esta expedición, aunque Norión os guiará cuando sea preciso en las materias que se escapan a vuestro conocimiento. Denelloth, cuando estéis dispuestos a partir avisarme. Nosotros seguramente lo haremos poco después que vosotros o tal vez incluso antes, para daros mejor cobertura. Lo dejo en tus manos.

Denelloth miró alrededor, a los presentes, con una calma inusitada.

-Ya estamos listos. El tiempo de recoger equipo y víveres para día y medio. Nos reuniremos aquí lo antes posible para partir inmediatamente, salvo que Norión diga lo contrario y convenga salir más tarde. Id ligeros, dormiremos al raso.

Miró a Khôradur a los ojos y estrechó su antebrazo: -Suerte y prudencia, Lugarteniente. No arriesguéis vuestras vidas a la desesperada. En un día y medio deberías tener noticias nuestras.

Sin decir más se alejó a paso rápido, si bien con una leve cojera.

Denelloth apretaba el paso y los dientes; tenía prisa, pero la pierna le dolía.

Quería, en primer lugar, despedirse de Sir. También recoger la piedra, pero era inaudito el apego que el melancólico montaraz tenía por la pequeña. Una especie de necesidad, como si hubiese asociado la felicidad de su propio destino al de ella.

Llegó a la amplia sala donde Sir seguía inconsciente, recuperándose de sus heridas. Denelloth se arrodilló a su lado, le apartó el pelo de la cara. Le cogió de la mano, la mano que aferraba la piedra y musitó unas palabras de despedida y de un próximo encuentro.

-Ahora me llevo la piedra. Pronto te la devolveré- añadió.

Salió de la habitación como había entrado, rápido, sin una mirada atrás. Apartó cierta amargura de su mente y se concentró en la misión. Habría que ser rápidos y ligeros, y siendo tan numerosos... Alguien adelantado, eso es.

Pasaremos junto a la Cabaña Abandonada, pero sin acercarnos demasiado; tal vez yo, para ver si Eben ha pasado por allí...

Siguió imaginando el camino que harían, recordando sus anteriores viajes por la zona: la ruta por campo abierto, la llegada al bosquecillo, el claro.

Pero lo primero era lo primero... Salió al patio, subió a una de las torres en construcción, un lugar elevado y solitario. Miró al horizonte, y buscó aves en el cielo. Pensó en un halcón. Necesitaba algo rápido y capaz de defenderse de las alimañas que pudiera encontrar. Quería la ayuda de un ave para que reconociese el camino por él, y fuera capaz de volver para contarlo. Oteó el horizonte y se puso a silbar.

Khôradur mira fijamente a los ojos de Denelletoh y estrecha su brazo para devolverle el saludo

-Solo las justas para daros el tiempo necesario y acabar con todos los enemigos que podamos -afirma sonriendo- ¡Que los Valar os protejan y os guíen -vuelve a repetir, dándo más enfasis en la despedida.

Asintió a las palabras del Lugarteniente, el momento decisivo estaba por llegar, y agradecía que Sil Auresse tuviese un líder con el coraje de aquél hombre. Denelloth estaba al mando del grupo, sabia decisión, y el sacerdote conocía bien su postura sobre salir cuanto antes. Él tenía otro pensamiento, pero se daba cuenta que los hombres ya comenzaban a disponerse para el combate, había muchas vidas en juego,  y tal vez había llegado el momento de las desiciones arriesgadas y no el de las certezas que nunca se iban a alcanzar.

- Dame una hora, Denelloth, quiero hablar con Finduilas antes de partir- eso era lo menos que podía tardar, considerando su cojera y que aún no sabía si Cerveth había podido dar una mano o no a la búsqueda que ella estaba realizando. Se acercó al montarraz y le susurró mirándolo fijo a los ojos - No olvides tomar la piedra que te pertenece, amigo, si al bajar no lo has hecho, la tomaré yo- 

Se apoyó en su cayado y comenzó a caminar hacia la puerta de la academia, sin darse vuelta ni detenerse volvió a hablar -Girion, me acompañarías una vez mas a la biblioteca? necesito de un joven talentoso para que me asista en esta intensa hora por venir -

- Un placer volver a veros y coincidir en esta aventura- dijo Girion, contestando a Norion que se hhabía acercado a hablar con el joven.

Tras esto Norion habló con Denelloth, lo que le dio tiempo al joven para acercarse a Otho e intercambiar con el un par de frases.

- ¿Te han dado bien de comer? - preguntó Girion al mediano para presentarse y romper el hielo.- Me alegra volver a verte, se que no es una misión fácil, pero sé que entre todos podremos salir airosos de esta misión tan importante.

Girion sonrió al mediano y le palmeó la espalda para darle ánimos. Luego volvió junto a su caballo, Viento, justo en el momento en el que se volvió a acercar Norion para hablar esta vez solo con él. 

- Por supuesto que te acompaño. Dime en lo que te puedo ayudar y lo haré lo mejor que pueda, para eso he venido aquí- contestó cortes y servicialmentea a Norion.

Khôradur seguía junto al sargento Gaerel repasando los efectivos que iban llegando poco a poco. Quedaba mucho trabajo por delante, y mucho antes de tener listo todo el ejército, tanto el grupo del monolito como los refuerzos hacia el Paso de la Loma habrían partido ya. Con ellos, irían los mejores deseos y las esperanzas de muchos, y a su vez el éxito final dependía de la firmeza y de la fuerza de los milicianos y de los soldados que tenían que contener a las huestes oscuras para tener alguna opción.

En el recuerdo de muchos estaban los ausentes. El joven Ragi de la Academia había ido en la primera expedición al claro, y de allí en dirección a la meseta. No había regresado, ni tampoco los soldados enviados a buscar a los otros desaparecidos en el norte. En el oeste, el aprendiz de montaraz Eben seguía, hasta donde se podía saber, en su puesto de vigilancia en la Cabaña. Era el enlace con la Colina Huarga, donde el mercenario Wulfgar oteaba el horizonte… Nada se sabía de ellos tampoco.

Eärnil terminaba de preparar su caballo cargando aceite para después unirse a los pocos efectivos que irían con él hacia el sur. Un par de arqueros buenos, un lancero y un cazador. Todos se presentaron voluntarios. No hubo grandes discursos, solo los ánimos y reconocimiento a su esfuerzo. Todos sabían que acababa de regresar de las tierras altas, de donde habían atacado los huargos.

Denelloth se ausentó solo. Primero para pasar por la sala donde estaban cuidando a Sir, y luego para subirse a una de las torres. En él recaía la responsabilidad de liderar el pequeño contingente con una misión incierta y sin duda peligrosa. Su éxito se basaba en el sigilo, y en la rapidez. Y en algo más. Necesitaban hallar la forma de vencer a fuerzas ancestrales y desconocidas.

Antes de partir, Norión y Girion entraron en la biblioteca donde previamente habían acudido los maestros Cerveth y Edrec para ayudar a la Dama Finduilas.

Girion y Norion encontraron a los dos maestros junto a varios libros abiertos. Edrec sujetaba una vela mientras Cerveth leía en un libro y otro. Con la otra mano, ella repasaba un dibujo que marcaba la posición de los astros.

Sentada en un sillón, mirando el techo, estaba la Dama Finduilas. Bajó la cabeza al notar la presencia del anamarta y su acompañante.

Finduilas tenía el porte de los antiguos dúnedain, y su fiereza y espíritu indomable. Su edad era difícil de estimar, pero era incuestionablemente bella. Sus facciones eran nobles, su piel clara y su cabello oscuro. Su mirada oscilaba entre intensa y seductora, entre indomable y frágil. Puro fuego, y hasta hace poco la soberana de uno de los principados más importantes. Había manejado con maestría tanto los hilos de la política como las fuerzas de la magia. Su derrota había sido sonada, y aún así había encontrado el camino de vuelta a Cardolan. Ahora, desde Sil Auressë, seguía buscando su lugar en este tablero nuevo. En este tiempo nuevo.

 –Es la hora, ¿verdad?, preguntó sin realmente esperar respuesta. –Habéis decidido partir sin mí. No sé si ha sido decisión tuya, Norión. Pero sea así o no, tendréis que cargar con las consecuencias de esa decisión.

Por momentos, se podía ver un atisbo de locura en la mirada de la hechicera.