Partida Rol por web

Agnor manejó su caballo con maestría, lo que le permitió alejarse del camino y explorar las zonas más complicadas a ambos lados para asegurarse de que los orcos no habían preparado ninguna emboscada para atrasarlos.

No encontró nada, y cada vez tenía más claro que los orcos habían marchado apenas sin descanso y en línea recta hacia su objetivo. El Paso de la Loma. Querían llegar lo antes posible para que Sil Auressë no pudiera preparar sus defensas, y reclamar ese enclave estratégico.

Desde una posición elevada vio una pequeña granja destrozada por el fuego. Estaba a menos de una milla del camino. No distinguía bien los detalles, pero seguía saliendo humo de las ruinas. El enemigo había arrasado con los pobres campesinos que se encontraban a su paso.

Siguieron cabalgando a un buen ritmo durante varias horas. Theon se quedó también en el lado donde se encontraban Tarbrand y Aaren, no muy lejos del Capitán Melechtor. Manejaba su caballo con soltura mientras comentaban en voz baja lo que habían averiguado. Los cuatro llevaron cuidado en no revelar demasiado a los demás soldados. No tenía sentido cargarles con los pensamientos oscuros y preocupaciones antes de la batalla, y menos con desvaríos fanáticos del prisionero orco.

Lo que no podían evitar era darle vueltas a las palabras del desgraciado orco. Las prisas les empujaban hacia un enfrentamiento con demasiadas incógnitas.

Melechtor alzó la mano en señal de alto. Quería esperar a que se reagruparan todos los jinetes antes de seguir. Delante de ellos, el camino giraba ligeramente a la derecha desapareciendo detrás de una pequeña elevación. Vieron al soldado que había acompañado a Agnor enfrente a la izquierda, a bastante distancia de ellos. Agnor no estaba. Desde su posición, el soldado podía ver cómo seguía el camino al otro lado del montículo. Era un buen lugar para una emboscada, y Melechtor no quería correr riesgos.

–Aelloth, tú conoces el Paso, ¿cierto?, preguntó el Capitán a uno de sus hombres de confianza mientras esperaba a los demás hombres. No dejaba de darle vueltas a lo que les esperaba. –Necesito que cuentes cómo es la pared rocosa, el terreno… Y lo ancho que es el desfiladero. Tengo que ver la mejor forma para atacar, y puede que una vez allí no tengamos mucho tiempo para tomar la decisión.

La expresión en su rostro era seria, e incluso sus hombros parecían más caídos. Como si un gran peso cargara sobre ellos.

En los papeles que le ofreció Aaren, lo único que pudo ver con claridad era que desde el puesto de mando habían enviado multitud de órdenes de ataque a las distintas unidades. Buscaban un ataque coordinado, y prácticamente inmediato después de recibir la orden. O más bien, un ataque inmediato en cuanto llegara la oscuridad después de recibir la orden.

Tarbrand continuó todo el camino pensando si se le ocurría algún dato más sobre la declaración del orco, pero no fue así. Por lo que en cuanto su capitán ordenó un alto, se dispuso a escucharlo con atención, mientras miraba a lo lejos al soldado que acompañó a Agnor e intentó buscar a su amigo con la mirada.

No obstante, viendo la precaución que Melechtor deseaba tomar, tomó la palabra y le dijo en calidad de sugerencia:

-Mi señor, si lo deseáis puedo subir a la loma mientras el ejército pasa y si veo algo fuera de lo normal os aviso para no caer en una trampa -dijo mostrando clara su disposición a la hora de ayudar.

Seguimos cabalgando a buen paso. Las ultimas noticias sobre hordas enemigas y extrañas profecías apocalípticas , dieron lugar a un día mortecino, que acrecentaba el sentimiento de caminar hacia un final amargo. Cuando Melechtor dio el alto al grupo en un giro del camino, oculto tras un promontorio, pude discernir en él, la misma preocupación que inquietaba mi corazón. En silencio, me adelanté unos metros y oteé con calma el Horizonte, todo parecía estar en calma...

Theon había revisado las notas que Aaren le había dado, en ellas había información interesante que discutiría luego con el Capitán, una vez tomado el Paso. Cabalgó hasta el punto en que el camino se angostaba, allí el Capitán dio indicaciones que sin duda la experiencia y la astucia habían inspirado. Se puso al lado de Melechtor dispuesto a colaborar con él en el plan de ataque, mientras observaba con detenimiento los alrededores de la posición.

Los exploradores iban con buen ritmo, y Agnor confirmaba sus sospechas. El enemigo no quería perder tiempo, se dirigía rápido y directo a su objetivo.

La granja humeante le trajo malos recuerdos. Solo un par de horas antes había estado a punto de morir en un lugar parecido. Aunque la granja de los huargos parecía más una base de operaciones o un centro de mando y aquella que acababa de encontrar no parecía tener tanta importancia, ni necesitarla (una zona de paso, nada más), sí que temía que en ella hubiera vigilantes. Unos pocos guardianes orcos que estuvieran cubriendo la retaguardia para vigilar cualquier movimiento.

La clave de la cabalgada de Melechtor era el sigilo y la sorpresa, y no se podía permitir que fueran descubierto porque un par de repugnantes orcos mandaran un aviso a la vanguardia de su ejército en el peor momento. Por echar un vistazo no perdía nada y podría ganar mucho.

Le hizo una serie de señales a su compañero para que esperara en el camino al grueso del regimiento, mientras él iba a husmear a aquella granja.

Todo estaba en calma a su alrededor, pero le inquietaba al Capitán Melechtor. A medida que su unidad se reagrupaba, decidió dar un rato de descanso merecido a los caballos y a los hombres. Dio la orden de desmontar, dejando sólo tres hombres montados para vigilar el perímetro. Uno de ellos era Tarbrand.

Melechtor se quedó junto a Theon, Aelloth y Aaren. Miró de nuevo en dirección al explorador adelantado, pensando en la propuesta de Tarbrand. Entonces vieron una fina hilera de humo subiendo desde algún punto al otro lado de la colina. El capitán se protegía de sol con la mano pero no lograba averiguar nada más.

Melechtor miró a Tarbrand pensativo. -De acuerdo. Pero no subas a lo alto, es mejor que des un peqeuño rodeo por la derecha. Sin perdernos de vista.

Observó a Tarbrand. En poco tiempo el dúnadan de Arthedain se había convertido en uno de sus hombres de confianza.-Y nada de heroicidades esta vez, ¿eh? Si vez algún peligro, regresa de inmediato.

Tarbrand partió y el capitán siguió repasando la táctica. Cada cierto tiempo echaba un vistazo a los alrededores para asegurarse de que todo iba bien.

-Si llegamos y aún no han tomado el Paso, comenzó, -hemos de evitar empujar al enemigo al desfiladero con nuestra carga.

Era obvio que no sabían con qué situación se iban a encontrar. Pero si los orcos lograban hacerse con el Paso antes de la llegada de la unidad, ya no sería posible derrotarlos usando la mejor baza de una caballería: la carga. Simplemente, no se podía cargar contra un muro de roca.

Por lo tanto Melechtor se planteaba un escenario donde el enemigo estaba llegando al Paso de la Loma. -Tenemos que cargar por la retaguardia, y al mismo tiempo intentar hacer una cuña para separarlos de la boca del desfiladero.

Lo que proponía era un ataque doble.

Agnor se acercaba a caballo a lo que hasta hace poco había sido una pequeña granja algo apartada del camino en medio de la nada. El hogar de una familia luchando por sacar algo de cosecha o poder cuidar un rebaño de ovejas.

Pronto se dio cuenta de que el edificio de madera había sido destrozada casi por completo. No había ni tejado, y sólo el trozo de una pared seguía en pie. Había vigas y madera calcinada que seguía humeando.

De repente, algó captó la atención de Agnor. A su derecha, en lo alto de una colina cercana, vio la silueta de un jinete. El sol le dificultaba ver bien, pero iba montado en un caballo grande que además parecía llevar barda con testera y capizana¹. El hombre también iba ataviado con una armadura, y observaba desde la distancia a Agnor y a la granja.

Entonces alzó la mano lentamente, a modo de saludo...

Agnor esperaría ver un explorador orco cabalgando un huargo. O un murciélago espía revoloteando sobre él. Pero no una aparición como aquella. Ciertamente, pocas veces se podía ver un caballo así ataviado y, desde su experiencia, mucho menos entre las fuerzas de la oscuridad. Agnor sabía de pocos pueblos servidores del enemigo que aportaran tropas como aquella, y mucho menos entre los feudos cardolani.

Observó con cautela. No sabía quién era aquel hombre, pero que no fuera un orco no lo convertía necesariamente en enemigo. Aunque había saludado. Situado en aquella colina solo podía estar vigilando el paso del camino y quizá ya había visto la comitiva de Melechtor que seguía a poca distancia. Pero también podría haber visto al ejército enemigo. En cualquier caso, aquel no parecía un explorador ligero. Los exploradores llevan caballerías ligeras, dependen de su velocidad y agilidad, y no cabalgan con monturas de guerra con armadura. Desde la distancia Agnor podía distinguir perfectamente un buen caballo. Aquel lo era.

Debía arriesgarse. Si era hostil, no podía dejarlo poniendo en riesgo el sigilo de la misión. Si era amistoso, tendría mucho que contarle.

Observó unos segundos, pensando, pasando la lengua por los labios. Finalmente, levantó la mano y saludó. Con la mano alzada ordenó a Atreo dirigirse, lentamente, hacia aquella figura.

El montaraz, cumpliendo con el protocolo militar como siempre hacía, se llevó la mano al pecho y asintió a su capitán diciéndole:

-Así se hará mi señor, prometo mantener el contacto visual todo el tiempo, si desaparezco del mismo tened por seguro que algo grave me ha ocurrido -dijo con tono serio para que el capitán estuviera tranquilo- volveré lo antes posible- dijo para acto seguido azuzar a su montura y salir por la dirección que le había indicado su superior.

El desconocido jinete dirigió su caballo hacia la posición de Agnor. También se movía lentamente, echando algún vistazo alrededor y luego otra vez a los restos humeantes de la granja. Los dos hombres vieron ahora al menos dos formas calcinadas que a todas luces parecían restos de los pobres granjeros.

El hombre llevaba una armadura de placas, y el cinto un gran hacha además de otras armas. También portaba un escudo en el lateral del caballo, pero estaba tapado con una tela negra. No había ningún símbolo heráldico visible, lo que podría ser indicativo de que se trataba de una espada a sueldo, aunque con un porte y un equipo llamativo. 

Manejaba el caballo con soltura y se detuvo a unos veinte metros de Agnor, y se quitó el yelmo. Era de mediana edad, con el pelo peinado hacia atrás.

-Soy Caldrim, dijo con voz firme. Su mirada se perdió de nuevo en los restos de la granja. -Conocí a esta familia, dijo entristecido. -Vi el fuego anoche... ¿Sabéis qué puede haber sucedido?