Partida Rol por web

El ave emitió un sonido agudo: -Hgu-raie-ew, pareció decir.

Y miraba al claro.

-Hguraewh, repitió.

Eben dibujó la distribución aproximada de los enemigos en el claro:

A la izquierda de los prisioneros había numerosos cadáveres decapitados, y todo parecía indicar que habían sido sacrificados. A simple vista, los prisioneros llevaban la misma ropa que aquellos hombres que habían acudido al monolito para llevar a cabo rituales antiguos e inofensivos. Pero esta vez, todo era diferente.

Los orcos se detuvieron mientras atravesaban el bosque, comprendió la indicación, un lugar sagrado era respetado incluso por las fuerzas de la oscuridad, el caballo no tenía lugar allí. Se bajó disimulando el dolor en la rodilla. Un detalle tan simple y tan asimilado al cabo de los años, fue suficiente para hacerle recordar al anamarta que aún en medio de un poder que parecía desbordar su existencia, seguía siendo un humano, y uno muy limitado. Se apoyó en el cayado hasta recuperar movilidad en las piernas mientras observaba el lomo de Viento. El animal había sido fiel, había cumplido su misión, lo había traído hasta el límite de las sombras. Dejarlo en medio de los orcos no era una buena idea, no faltaría tiempo para que la calma que Oromë le había brindado se disipara, y si lo que le esperaba al sacerdote era abandonar esta existencia, ese animal pasaría ser el almuerzo de esos orcos. Estiró la mano hacia las riendas del animal y miró fijo al humanoide que las sostenía. No hicieron falta palabras para que comprendiera el mensaje y se las entregase.

Norión emprendía un viaje en una sola dirección, no había vuelta atrás, Viento ya no era necesario. No había sonidos de animales alrededor, era claro que ese maldito lugar no era para él. Sea por gratitud hacia el animal o por la amistad que había tenido con su dueño, el sacerdote lo condujo unos pasos hacia su derecha y corrió de sus ojos las protecciones que acotaban su visión. - Vete Viento, que tus caminos se crucen nuevamente con el hijo de Gildur- dijo a los oídos del caballo, tras lo cual golpeó con fuerza el lomo del animal con el cayado. Tras un relinche, salió despedido hacia ese lado del bosque y se perdió de vista en la espesura -... y gracias- murmuró. 

Si los orcos estaban o no de acuerdo en lo que hizo no lo supo, nunca volvió su mirada hacia atrás. Caminó lentamente hacia el claro. Todo alrededor parecía aquietarse y detenerse, mientras el sonido de los tambores se hacía mas intenso, como anticipo de la gran celebración. Lo esperaba un ritual que despertaría la mas profunda oscuridad. Recordaba aún el contenido de los pergaminos, sabía en que consistía la invocación. Despertarás a Dagul? preguntó en su mente como si Gothdust puediese escucharlo, aunque Sir aún no estaba presente para terminar lo que estaba comenzando.

En el camino pudo ver, sin embargo, un ave que no dejaba de mirarlo. Reconoció su silueta a medida que se acercó. Denelloth, viejo amigo. No comprendió en absoluto lo que el animal repetía, sin embargo pudo notar las heridas que tenía. Se detuvo frente a él - No es lugar para ti, vuelve con el montaraz. Que él haga lo que pueda... y que no cuente conmigo- su voz era gruesa y desprovista de emoción, sus oídos solo escuchaban el aullido de la noche, el recuerdo de Ayla y de Sir le parecían distantes, como algo vivido décadas atrás. Aún así respetaba a ese animal, había sido la guía del grupo por un largo rato y no mostraba temor. Estiró su mano hacia el búho y susurró unas palabras a Yavanna, sintió en sus manos un tibio cosquilleo mientras sanaba al animal, dudando si era realmente la Valar quien lo estaba asistiendo en ese ominoso lugar. El animal seguía observándolo, pero el anamarta volvió su mirada hacia adelante - No te has ido aún... el tiempo se agota, haz lo que tengas que hacer y vete-.

La luz del sol se desvanecía hasta hacer difícil ver a pocos palmos de la cara, el impío ritual continuaba, con su espeluznante cadencia de tambores, salmodias y ocasionales gemidos de los que iba a ser sacrificados. El pequeño grupo, arremolinado en torno a Eben, había escuchado sus noticias con ansia, y las asimilaba con cierta aprensión. Todos eran conscientes de que debían actuar. Girion aventuró una propuesta y todos cuchichearon entre sí brevemente* para encontrar la mejor táctica posible. Denelloth sintió una vez más la responsabilidad de resumir las ideas y convertirlas en un plan de acción. Miró al cielo, como buscando inspiración, o tal vez una ayuda providencial que no llegaba.

-Todos iremos hacia la zona que hay detrás de los prisioneros, atravesando este sendero con mucho cuidado -acompañaba la explicación de dibujos en el suelo. -Los tres más sigilosos -en este punto miró a Eben, Russef y Girion, intentando determinar quién de ellos debería quedarse con Ferrim -nos acercaremos a los dos orcos que los guardan por detrás y acabaremos con ellos lo más rápido y silenciosamente posible. Los otros dos avanzarán**, y Ferrim intentará liberar silenciosamente  cuantos prisioneros sea posible. El resto protegeremos a Ferrim, armaremos a los prisioneros y... Y cuando llegue la hora de la verdad, procuraremos descabezar al grupo acabando con los sacerdotes encapuchados y los chamanes. Que cada cual elija las armas que crea más convenientes; yo apostaré por la espada y el escudo, porque en terreno boscoso y en la corta distancia es más eficaz.

Miró de nuevo alrededor, a la grotesca escena del claro, como evaluándola, y a sus compañeros, como infundiéndoles coraje y al mismo tiempo buscándolo en ellos.

-No soy hombre de arengas, lo sabéis. Tened presente por qué hacemos esto. Dudo que acabemos con todos; probabemente algunos escapen para advertir a otras fuerzas, y tal vez alguno de nosotros caiga. Ferrim y Girion -el aprendiz de Norión se perfilaba como el único capaz de intentar leer los pergaminos mágicos que guardaba en el estuche*** -deben sobrevivir e iniciar el ritual en cuanto sea mínimamente seguro. Si todo falla, intentad destruir el monolito por todos los medios. No desfallezcáis. Los Valar nos acompañan.

Con un leve gesto de la cabeza indicó que se iniciaba aquel último asalto desesperado.

Eben situó su puñal a mano, por si se daba la circunstancia de tener que usarlo, y cargó la lanza a la espalda. Comprobó la tensión de su arco compuesto, su mejor arma y seleccionó una de sus mejores flechas.

- Por mi parte, estoy listo, indícame qué orco ha de morir y si los Valar así lo quieren, caerá. Creo que lo más sigiloso será una flecha, pero si fallamos, tenemos que estar dispuestos al cuerpo a cuerpo.

Seguiría a Denelloth hasta la muerte sin dudarlo. Una vez indicada su disposición, permaneció en silencio esperando órdenes.

Avanzo agachado cerca de Eben y con hacha en mano esperando la orden de ataque. Quizá el resto atacaría con el arco, pero Russef confiaba más en sus hachas, solo necesitaba avanzar unos metros más con sigilo para tener mas probabilidades de acertar a uno de los dos orcos que custodiaban a los prisioneros. Y si podía cogerlos por la espalda, mejor aún; con este tipo de malditas criaturas el honor no existía, solo muerte y aniquilación.

- Avancemos un poco, sugiero al resto en un murmullo.

Girion escuchó atento la propuesta de Denelloth. Era parecida a la que él mismo había dicho, pero en este caso el grupo no se dividía.

- Permanecer unidos nos dará fuerza en caso de que el enemigo dé con nuestra posición...y podremos hacer las cosas más rápido y con más posibilidades de éxito - pensó el joven mientras miraba el mapa realizado en el suelo haciéndose un esquema mental en la cabeza.

- Bien. Yo también creo que es mejor que vayamos todos juntos- concedió Girion-. Entonces os acercáis a los orcos más cercanos a los prisioneros Denelloth, Eben y Russef, mientras Ferrim y yo esperamos cerca. Tenía pensado disparar una flecha justo antes de que os abalanzarais sobre ellos. Quizás podamos usar ese momento para que entréis en acción- propuso Girion.

- Entonces vamos a ejecutar el plan. No creo que dispongamos de mucho más tiempo.

Dicho esto el jovense levantó y, arco en mano y flecha dispuesta, siguió al grupo para cruzar el camino y luego dirigirse a por los orcos.

Ferrim asintió, serio y preocupado. Tenía la sensación de ser una pieza fundamental de todo aquello, y al mismo tiempo, de no estar suficientemente preparado para una misión como aquella. No era el más ágil, ni el mejor guerrero. Por unos segundos sintió la decepción. Si de joven hubiera encauzado su vida por otros caminos, por la senda del guerrero, por la carrera militar, quizá en ese momento hubiera sido un enano formidable en la batalla, como tantos buenos amigos khazad que conocía. Y quizá pudiera dar cuenta de tres o cuatro orcos él solo, ahí mismo, en el claro del bosque. Machacados bajo su martillo.

Sin embargo, enseguida rechazó la idea. Si su camino hubiera sido el del guerrero, no habría aprendido las cosas que había aprendido en su vida pasada. No habría sido un emisario de las Colinas de Hierro, ni un buen herrero e ingeniero. Y, por lo tanto, no habría sido enviado a Sil Auressë como representante de su pueblo ante los cardolani, no habría sido llamado para tallar aquel monolito y no habría encontrado un lazo del destino con el pasado de su clan.

Definitivamente, él estaba ahí por algo. Estaba escrito.

– Adelante –murmuró. Llevaba la bolsa de herramientas colgando en la espalda, y toda la panoplia de guerra preparada. Quizá no fuera un guerrero, pero ese martillo servía igual para tallar runas, para crear magníficas espadas y para matar orcos. Porque, quizá no fuera un guerrero, pero era un enano, y eso seguía significando ser un adversario temible.

Lejos del grupo, en el linde del bosque, Otho seguía escondido. Vio que el sol comenzaba a desvanecerse, y las sombras se alargaban. Las instrucciones de Denelloth habían sido claras, pero nada dijo de qué hacer si el sol se apagaba de repente. Hacía ya rato había visto a lo lejos algunos orcos, pero parecía que se alejaban de esta zona y se iban hacia algún punto fuera del bosque. Dudó un rato qué hacer, y finalmente optó por avanzar alejándose de todos los orcos, aunque eso significaba que no iba a poder ver las ramas rotas que iba a dejar Denelloth para marcar el camino. Confiaba en encontrar el centro de este extraño bosque, y sobre todo, confiaba en poder evitar encuentros no deseados.

Norión no entendía qué quería decir el animal. No hablaba las lenguas de los kelvar. No era ése el poder que le confería Námo. Pero vio en los ojos del búho una determinación y una inteligencia fuera de lo común, y tuvo la certeza que del mismo modo que el anamarta, el búho también estaba cumpliendo su sino. ¿Cómo todos? De nuevo tuvo la sensación de estar en una senda ya marcada, de formar parte de un pergamino ya escrito. Un encuentro prefijado siglos atrás. Una profecía, aunque una con un desenlace incierto. Una contradicción en sí, pues las profecías ofrecían una mirada al tejido acabado. Pero también resultaba contradictorio servir a la Luz desde la Oscuridad. Lo que era una certeza para Norión era la presencia de los valar. Resultaba sobrecogedor sentir y experimentar en poco tiempo a muchos de los Regentes de Arda.

Había reconocido a Tulkas el Luchador en el valiente Wulfgar, ya enterrado cerca de la Cabaña. Irmo había otorgado su don a Sir, y  además el Guardián Benaldamat seguía el sendero de las visiones. Aunque él era en realidad siervo de la poderosa Yavanna, la Reina de la Tierra y esposa de Aulë, quien estaba representado por uno de sus hijos en la figura del tozudo enano Ferrim. Ayla estaba bendecida por Varda, la más hermosa de los valar y la señora de los ainur y las Reina de las Estrellas. Sin duda. Norión por el Señor de los Muertos, al que se le solía llamar Mandos por las Estancias donde residía. Denelloth por Oromë. Pero había más. Incluso Vána, la Siempre Joven, estaba presente en la dulce juventud de Eben y de Girion. Dos jóvenes de la Academia que se habían visto envueltos en esta oscuridad sin fin. Norión había conocido a Caäniza, que poseía dones de Estë. Pero su poder era débil en este momento, pues la muerte estaba más allá de los poderes de la Sanadora. Nienna era la Plañidera, y la tristeza y el llanto ya estaban en los corazones de los habitantes de Sil Auressë. Los Poderes se habían desvelado uno tras otro. Tan solo Manwë en lo alto, y Ulmo en las profundidades del Mar se quedaban al margen. Pues fue Vairë, la Tejedora, quien tuvo que haber tejido los hechos en las Estancias de su esposo Mandos. Tal vez Finduilas servía a ella, sin saberlo. Tal vez no. Pero todos caminaban por los hilos creados por ella. Luego había un poder al que ya no se consideraba uno de los valar, aunque ése fue su origen. Varios eran los nombres que se usaban para referirse a él, pues era el Mal personificado. Los elfos lo llamaban Morgoth, otros Belegurth que significaba la inmensa muerte. Por último, una valië que a menudo pasaba desapercibida. Nessa, la Bailarina. Un espíritu salvaje que amaba las ligeras criaturas del bosque. Criaturas que ahora habían abandonado este lugar. Todos, salvo el búho. En esa ave estaba Nessa, la hermana de Oromë.

El búho miró hacia el claro, y luego a Norión. Asintió con la cabeza, y movió la pata hacia el sacerdote. Como si fuera a ofrecerle algo, pero nada sujetaba entre sus garras. Era posible que el animal, representando la inocencia de lo salvaje y frágil, simplemente quiso hacerle ver de algún modo a Norión que a pesar de todo, no caminaba solo en esta última travesía.

Entonces, remontó el vuelo nuevamente, y desapareció entre los árboles. Delante de Norión, quedaba un último tramo del camino ceremonial. Varios pebeteros estaban encendidos a ambos lados, y la fina cadena de oro que unía los postes brillaba en la penumbra. Al fondo, pudo ver movimiento, y escuchaba con claridad los cánticos forzados. Y una figura con una larga túnica oscura se movió a recibirlo. Lo había estado esperando, al parecer. Se quedó en el umbral al final del camino. Y esperó paciente la llegada del anamarta.

Una vez acordado el sencillo plan, el grupo se puso en marcha. Esta vez, iban tres delante. Eben en el centro, Russef a la derecha y Denelloth a la izquierda. Y dos detrás: Girion y Ferrim. Sin acercarse en exceso al monolito, avanzaron hacia el camino ceremonial manteniendo una distancia de unos sesenta o setenta pasos como poco al comienzo del claro.

Llegaron sin contratiempos hasta el camino, y pudieron ver de cerca la fina cadena de oro que unía cada poste. Entre poste y poste había unos siete u ocho pasos, y la mayoría hacían las veces de pebetero, aunque no todos estaban encendidos más allá de los primeros tres o cuatro más próximos al claro. La cadena tenía runas grabadas, y estaba a una altura de un metro y medio aproximadamente. El camino en sí tenía una anchura de 4 metros, y las ramas de los árboles se juntaban en gran parte del mismo creando un efecto de túnel. Tampoco era del todo recto, y los giros del camino unidos a las zonas de penumbra y el oscurecimiento del sol facilitaban el movimiento sigiloso.

-Nessa... - Sintió en aquél búho una presencia mas fuerte, un gesto de los Valar a los que había servido casi toda su vida. Asintió agradecido, aunque sin entusiasmo. No había sido olvidado por esos seres de luz, pero ahora caminaba solo, y frente a él había un poder inmenso que lo tentaba, y que lo estaba esperando.

Las cadenas doradas con los símbolos mágicos se extendían a su lado y terminaban metros delante, donde una figura oscura lo esperaba. Sabía quien era ese ser entre los mortales, y sabía a quien representaba entre los Valar. Morgoth, la encarnación del mal, alimentaba sin duda el espíritu de Gothdust así como Namo alimentaba el suyo. Mientras avanzaba se sorprendió por la ironía, al final era en las estancias de Mandos, bajo el dominio del Guardián de los Muertos, que el Señor Oscuro había sido confinado al encierro hasta el fin de los tiempos. Acaso Norión estaba destinado a mantener cautivo al espíritu de Gothdust? El anamarta no lo sabía, cuando partió de Sil Auresse hubiese preferido que así fuera, pero ahora la seductora oscuridad nublaba su juicio. Recordó como la tejedora había visto todo esto, de algún modo sabía que así sería, ella misma se había ofrecido a venir sabiendo que el sacerdote no se lo permitiría, Finduilas había insistido en que Gothdust vendría por ella y había logrado convencer a Norión, pero ahora el anamarta tenía claro que solo había hecho lo que era necesario hacer para asegurarse que este momento sucediera, solo la Muerte podía poner fin a esta oscuridad invencible, y solo Norión llevaba la bendición de Namo  en esas tierras. Sabía la hechicera que él sería tentado igual que ella? Sabía cuan cerca se encontraría de un abismo del cual tal vez no volvería?

-Claro que lo sabías...-

Caminó en silencio hacía el monolito, meditando sobre lo que se le revelaba. Siempre había visto la profundidad del abismo de la muerte frente a él, caminaba en sus bordes a diario. Pero recién el día anterior había visto a los Valar con claridad al otro lado del umbral, para recibir el espíritu de Wulfgar. Es que acaso la oscuridad de ese abismo estaba impregnada de la luz de los hijos de Eru? Otro abismo sin embargo se abría ahora frente a él, uno en el que ninguna luz existía. Cual era el abismo de Norión? Cual era la verdadera oscuridad que vibraba en su interior? Era la de la muerte, que viene a traer equilibrio y justicia, de acuerdo al plan de Namo, o el de la noche, que traía caos y destrucción, de acuerdo a los caprichos de Melkor y sus seguidores? De repente supo la respuesta, y entendió su lugar, aunque lejos estaba aún de aceptar ese destino.

En lo que pareció una eternidad se acercó a unos pasos del sacerdote oscuro, apoyado en su cayado y con un gesto inexpresivo dijo con voz clara - Fha Burzum, Gothdust, he acudido al llamado del abismo -

Llegaron hasta el pequeño sendero que albergaba las catenarias de oro. Denelloth hizo un gesto para pasar al otro lado de uno en uno con precaución para no hacer ruido con las cadenas. Evitó tocarlas como si le repugnara cualquier contacto, y cruzó de la forma más sigilosa posible, vigilando si eran advertidos desde el claro.

Eben ocupó su puesto en el grupo. Tenía preparado el arco con una flecha e iba observando el grupo de prisioneros y los orcos que los custodiaban por si hubiera alguna cosa que le hubiera pasado desapercibida la primera vez que no se había acercado tanto.

El sacerdote oscuro recibió al anamarta en el umbral del claro del monolito. Detrás de la figura oscura y encorvada, varias antorchas arrojaban una luz que creaba un extraño contraste acentuado sin duda por el hechizo de oscuridad. Norión vio movimiento y formas, pero no pudo apartar la vista del hombre con el pelo blanco, barba y extraños tatuajes en el rostro. Tatuajes que recordaban los dibujos del monolito.

En efecto, era un hombre. Un hombre un devoto de las fuerzas oscuras. Sus ojos miraban más allá de este mundo físico, y tal vez buscaban el rastro del Abismo. Tal vez. No miraba a Norion, pero sintió su presencia, y asintió con la cabeza.

-Fha-Burzum, respondió. -El Abismo te ha convocado. ¿A quién sirves?

Benaldamat seguía al grupo, o más bien al Portador de la Piedra de Enila. Pero cuando llegaron al camino delimitado por la cadena de oro, algo extraño sucedió. Su forma incorpórea no podía atrevesar la catenaria dorada.

Norión observó al sacerdote oscuro que tenía delante, su porte sólido, los símbolos en su piel, las canas de su incipiente ancianidad y su mirada perdida e intensa a la vez. Sin lugar a dudas era un hombre de fe, entregado de lleno a su causa y a sus convicciones. Llevaba consigo un estigma pesado y doloroso, sus ojos no estaban destinados a ver la luz. Pero ninguno de esos dos hombres veía eso como una discapacidad, el anamarta conocía bien cuan alto era el precio de los dones que le eran concedidos, y sabía cuan profundo disciplinaban al alma estas limitaciones. Se imaginó este encuentro en más de una ocasión, sin embargo en ninguna estaba presente el respeto que ahora sentía por ese hombre. 

- Kharthog, el inmortal... - dijo, haciendo luego un largo silencio. Recordaba de los pergaminos ese nombre, un mago tal vez aún mas poderoso, que en estos momentos debía estar frente a Ayla. - Mi paso es lento y doloroso, aún así estoy donde debo estar, el tiempo y el lugar son los que me han sido revelados. He venido para asistiros en el Kaushatar - dijo, mientras se llevó la mano a su rodilla. Podía aquél hombre ciego percibir la debilidad y la fortaleza del anamarta? Aquel pergamino hablaba de ese ritual y del la invocación que le sobrevendría, el sacerdote había pasado días leyendo una y otra vez las antiguas palabras en lengua negra y ahora reafirmaba la sabiduría de haberlo hecho.

- Mi nombre es Norión, el Hijo de las Sombras, poco significa para los mortales aún, pero los muertos lo conocen y le temen - sus labios se acomodaban rápidamente a la lengua maldita, el dialecto sonaría raro seguramente, no había tenido muchas oportunidades de pronunciarlo desde que lo había aprendido. O mas bien recordado, porque al anamarta cada vez le resultaba mas familiar. Los muertos eran en verdad sus compañeros de viaje, muchos de ellos lo conocían, sin embargo la alusión no era al sacerdocio que venía cumpliendo por años, sino al arte prohibida que había estudiado en secreto.

Ferrim no era, ni mucho menos, tan discreto como aquellos hombres. No es que fuera especialmente torpe o patán, de hecho era muy habilidoso en lo suyo. Simplemente, no podía evitar ser ruidoso. Tampoco estaba acostumbrado a tener que ir arrastrándose entre matojos y hierbas. No había tenido suficiente experiencia ejercitando esas habilidades, no había tenido la oportunidad ni la necesidad: él viajaba en carro, en poni o a pie, pero por los caminos y abiertamente.

La cadena estaba a una altura algo incómoda para él. No tan alta como para pasar por debajo cómodamente, ni tan baja como para poder saltarla. Le llamaba la atención y no pudo evitar observarla con curiosidad, intentando ver sus características, las claves de su elaboración, o incluso el significado de su presencia en el camino. ¿Marcaban el lugar, como un hito, o guiaban hasta él? ¿Eran una vía ceremonial? En ese caso, ¿estaban ahí para marcarle el camino a alguien? ¿Qué tipo de procesión maldita podría necesitarlo? Pensó en las extrañas figuras fantasmales que creyó sentir hacía unos minutos entre los árboles. ¿Era para ellos?

Absorto en esos pensamientos, pasó con poca agilidad agachándose a medias. Quizá debería haber asegurado su movimiento echándose totalmente en el suelo y gateando, pero se descuidó y simplemente bajó los hombros, tentando a la suerte, ya que podría haber rozado las cadenas con la bolsa de herramientas que cargaba al hombro. Después, volvió a la espesura más rápido de lo debido, pisando más de una ramita con sus pesadas botas.

Sin duda, Ferrim no estaba en su sitio.
 

Avanzamos en dos grupos levemente separados unos metros unos de otros. En nuestro progreso, aunque la distancia a cubrir no era grande, sí lo era el ser cauteloso y no hacer ruido.

Una cadena de oro llamó nuestra atención al llegar al camino. Sin duda se trataba de algo relacionado con el ritual que invocaban estas viles criaturas. De igual forma me detuve unos instantes en contemplar la cadena y esas runas inscritas en ella.