Partida Rol por web

Turno 1 - Resolución

Los orcos observaron atónitos la llegada del ruidoso enano. En primer lugar se pusieron nerviosos, pero luego comenzaban a bromearse entre ellos. Ninguno de los dos se percató del peligro hasta que fue demasiado tarde.

De repente un virote impactó en el brazo de uno de los orcos con fuerza, y otra se le clavó en la pierna. El orco cayó al suelo preso del dolor y perdió el conocimiento. Su compañero no corrió mejor suerte, pues la flecha de Acero Rojo le atravesó desde el costado pasando por varios órganos y la punta salió por el otro lado. El orco miraba incrédulo el mortal proyectil, sin saber aún de donde había llegado. El dolor aún no le había alcanzado, pero supo que iba a morir en breve.

TURNO 2

Las voces del enano preludiaron los efectivos disparos. No es que sintiera alegría, ni siquiera demasiada satisfacción; la única licencia que se permitió el montaraz fue guardar tranquilamente la ballesta en lugar de soltarla. Por lo demás, continuó mecánicamente: avanzó a paso ligero hacia los orcos, desenfundando por el camino. Sólo la espada; el escudo no haría falta. Miró desde lo alto hacia la dirección de la que venían, hacia Ferrim y Arthondir, como comprobando si todo iba bien. Y lanzó una mirada alta y abierta en la dirección en la que iban, ansioso por descubrir otros enemigos en lontananza, o quizás el combate de los defensores de Sil Auressë.

Llegado a la altura de los orcos comprobó rápidamente si vivían con cierta precaución (esos bastardos mordían, aún moribundos, y sus hocicos apestaban). Confiaba en poder interrogar a alguno antes de rematarlo. Las preguntas de rigor en la habitual mezcla de oestron y el dialecto orco que chapurreaba, entre sacudidas y amenazas (pues esas bestias no entendían otro lenguaje que no fuera la brutalidad): qué hacían allí, si había otros orcos cerca y con qué misión, dónde estaba el grueso del contingente orco y si conocían algún detalle de su estrategia, o algún punto débil, así como dónde estaban sus líderes y cómo reconocerlos (aunque seguramente esto último sería evidente a la hora de la verdad).
 

TURNO 2

Al parecer sus nuevos compañeros de viaje eran mortíferos, él sin embargo, había errado el blanco, diría que la falta de práctica era la principal, pues sus últimos tiempos habían sido dedicados a los viajes y la exploración.

El disparo era largo, pero aún así no solía fallar en aquel tipo de ocasiones.

Viendo como Denelloth comenzaba a descrestar camino a rematar a los orcos, si es que alguno había sobrevivido a semejantes disparos dió por zanjada su intervención, se colgó el arco de nuevo y se aproximó al enano que tan bien había interpretado su papel.

Sois sin duda, maese Ferrim, toda una caja de sorpresas - elogió en un tono amistoso, pero de respeto al improvisado actor que había logrado distraer al enemigo.

Una vez su acompañante estuviera dispuesto, le propondría acercarse a la cima por si los demás hubieran descubierto algo desde allí, no debían andar lejos de su destino dado los centinelas.

El ataque había sido un éxito. Eben terminó de subir la loma y se acercó a rematar al orco herido. Aún estando casi muerto y con una flecha en la garganta, el explorador no quería correr más riesgos.

Espero al resto de sus compañeros para continuar el viaje.

El orco miraba la punta de la flecha que le había atravesado, y no fue hasta que vio llegar a los tres montaraces cuando empezó sentir el dolor. Un dolor punzante e intenso que le obligó a sentarse. Luego comenzó a escupir sangre negra.

No había tenido tiempo ni de desenvainar sus armas. Respiró hondo, y trató de fijar la vista. Todo le daba vueltas, pero vio al joven montaraz rematar a su compañero con una lanza. Luego llegó el más veterano, y una hembra.

Se quedó esperando el final que sin duda iba a llegar pronto.

Desde lo alto del risco se podía ver a más de una milla la redonda. Mientras Denelloth se preparaba para interrogar al orco, Eben y Acero Rojo echaron un rápido vistazo alrededor. En el norte, en la dirección a la que se dirigían, vieron varias hogueras como puntos naranjas en las laderas o en las mesetas. Un total de cuatro. El terreno ondulado e irregular ocultaba muchos de los detalles, y Acero Rojo tuvo que protegerse los ojos con la mano para fijar la vista.

Casi fue más larga la pantomima que la resolución. Desde su posición, Ferrim no podía ver qué había pasado. Solo que una figura había sido derribada de inmediato y que la otra cayó de lado, quizá más sorprendida que dolorida. De dónde habían salido las flechas era una incógnita tanto para los orcos como para el propio enano.

Y así era como debía ser, por supuesto. Letales y rápidos.

No se entretuvo. Con un asentimiento agradeció el elogio inmerecido de Arthondir.

—No fue nada—comentó, recogiendo sus armas del suelo—. Sí, subamos con los demás. Es odioso acercarse a un orco, pero a veces es necesario.

La vista desde la loma era espectacular, además de una buena atalaya. Tras rematar a uno de los orcos contempló el horizonte intentando divisar algo de la batalla mientras esperaba al resto de sus compañeros.

Denelloth se acercó ecidido al superviviente. Lo derribó con una violenta patada en el pecho y le pisó el cuello con fuerza.

-Puede doler más- le dijo, una frase muy típica de las tribus de trasgos de Angmar, que oyó muchas veces hacía mucho tiempo. No sabía si este orco la entendería. Tampoco se hacía muchas ilusiones acerca de lo que pudiera contar.

-¿Qué andábais buscando, escoria? ¿Hay otros como vosotros? ¿Dónde están tus amos? Habla rápido y te mataré rápido.

-Nnnggghh... Fha-burzum..., dijo el orco pero sus ojos estaban llenos de miedo. El delicado hilo de vida se extinguía, y sus ojos miraban a la oscuridad infinita. Aún así, escuchó el eco de las palabras de Denelloth. La muerte que le podía aliviar el dolor parecía una oferta cada vez más apetecible. -Zaboht muerto. Gothdush... también. Pero no importa. Muchos uruk siguen. Y tenemos olog. ¡El Corsario ha muerto! La aldea de la bruja elfa pronto arderá.

Miraba hacia el horizonte meridional una última vez, buscando las grandes huestes orcas que le habían prometido. No las vio, y entonces sintió un dolor punzante en el pecho. Y después, el alivio cuando la larga y fría oscuridad le abrazó una última vez. 

-Debemos seguir, dijo Acero Rojo. -No podemos ver más allá de las colinas que nos rodean, pero en aquella dirección se encuentra el campo de batalla.

Y esos fuegos extraños, pensó.

-Nos quedan unas hora de camino, Eben y yo iremos delante. Si los orcos tienen exploradores aquí, puede haber más.
 

Eben asintió a Acero Rojo, no había nada más que hacer allí y no quería perder más el tiempo. Recuperó las flechas usables de los cuerpos y se preparó para continuar.

Remató al orco con más fiereza de lo que hubiera sido necesario, y sin embargo la expresión de su cara denotaba una estupefacción total. Parecía totalmente ausente. Miró hacia el norte, como si no pudiera ver las hogueras, pero sí pudiera oír el griterío ensordecedor de la batalla. Se limitó a asentir en silencio a Acero Rojo y echó a andar hacia su destino, ignorando a sus compañeros, como dejándose llevar.

-El Corsario ha muerto -repitió, incrédulo, desolado.

Arthondir logró reunirse con el resto en la loma, el peso de las palabras de Denelloth le indicaron que esa muerte pesaba sobre los habitantes de Sil Auressë.

Quiso darles el pésame, pero no era momento para recuerdos ni emociones, era momento de convertir el dolor de la pérdida en fuerza y hacer pagar al enemigo todas las atrocidades qua habían cometido desde que pisaron la tierra de Cardolan.

Tenían que interceptarlos antes de que llegaran al asentamiento.

La pesadumbre de Denelloth caló con fuerza en Eben. La muerte de Khôradur no deparaba nada bueno y el explorador notaba un gran peso en el corazón... quizás hubiera sido mejor no sabe nada.

Puso su mano sobre el hombro de su compañero.

- Muchos compañeros..  ...hermanos, morirán a manos del enemigo en esta guerra. No hemos de dejar que la pesadumbre nos detenga, es lo que ese malnacido - señaló el cadáver del orco - hubiera querido. Honremos la memoria de nuestro amigo vengando su muerte y llevando la desolación a las hordas enemigas.

Sentía lo que decía, pero no le aliviaba en absoluto.

Denelloth miró a Eben cuando este le habló y le puso la mano en el hombro, como volviendo al mundo de los vivos. Agradecía el gesto de condolencia.

-Los orcos mienten sólo por mentir y por causar dolor, incluso a las puertas de la muerte.

Lo dijo como quien enuncia una última esperanza sin creer demasiado en ella. Era evidente para quienes le conocían que el montaraz no era un conductor de hombres, y en Khôradur había encontrado un líder al que respetaba, y al que le unía una corta pero sólida amistad basada en la lealtad mutua. Si había muerto, como alquel odioso orco había dicho, sería un golpe duro para Sil Auressë, durísimo. El Lugarteniente sabía organizar a los hombres y llevarlos a la batalla, aparte de ser él mismo un gran guerrero y un buen estratega.

Después de a Eben miró a los demás con aire abatido. No parecía hacerse ilusiones acerca del desenlace de la batalla. Las insidiosas palabras del orco habían hecho mella en él, más que las frases reconfortantes de Eben. Sospechaba que la batalla se había acabado y perdido. -Quizás los nuestros hayan rechazado al grueso del contingente enemigo y se hayan retirado al castillo. Redoblemos la cautela. ¿Qué pensáis de aquellas luces, aquellas hogueras? ¿Deberíamos acercarnos y acometerlos uno por uno, si son grupos pequeños o puestos de vigilancia? ¿O intentar acercarnos lo antes posible a Sil Auressë?

Parecía más inclinado por esta última opción, porque como ya había dicho alguna vez, tenía por objetivo volver al castillo cuanto antes.

Ferrim se pasó la mano por la cara, mirando al suelo en meditación respetuosa. Su relación con Khôradur había sido breve, pero eso no le impidió observar que era un gran hombre en todos los sentidos. Un líder notable. Lo que necesitaba Sil Auressë para alzarse con fuerza y con voz en una región convulsa. Lo que necesitaba Cardolan.

Sin Khôradur, todo eso podría flaquear, debilitarse en una lucha de clanes y de gremios. Ferrim ya había visto en las reuniones del consejo hacia dónde miraban los señores de los gremios. ¿Era un futuro de desunión lo que esperaba al pueblo? Los enanos resistirían allí mientras les fuera provechoso. Y para que lo fuera, necesitaban una ciudad sólida. Sil Auressë lo era, a pesar de su minúsculo tamaño.

El orco había vertido su veneno en los oídos de todos ellos. ¿Era mentira o una cruel verdad? Ferrim se inclinaba por lo primero. Pudiera ser una noticia falsa, pero el orco la creía verdadera.

Puestos a mentir y a desmoralizar, habría exagerado sus palabras. Pero no lo hizo. De hecho, había deslucido sus últimas palabras con la duda y la impresión de empate.

—No solo el señor Khôradur. El trasgo ha hablado de cosas que ya sabemos y otras que no tanto. La noticia de la muerte de Gothdush ha llegado al ejército. Eso puede significar que Girion ha tenido éxito, si es que no se han enterado por alguno de sus oscuros agentes. Da igual cómo: la desazón debe haber cubierto sus negros corazones y la duda puede estar en ellos—dijo, seguro de su reflexión—. No sé quién es Zaboth, pero esta escoria lo compara en agravio y derrota a la caída de Khôradur. ¿Un líder por otro líder? Sea como sea, la batalla no ha acabado. Este orco no ha hablado de victoria. Habla de que todavía les quedan cartas con las que jugar.

El enano miró a la lejanía, como si pudiera verse algo.

—Sil Auressë aún no ha caído. Allí debemos ir, con los nuestros, a defender las murallas de piedra con hachas y picas.

Eben asintió ante las palabras del enano.

- Sil Auressë - fue todo lo que dijo. Debían llegar allí, donde podrían conocer la verdad de qué había pasado y recibir nuevas órdenes.

Como Eben, también Denelloth asintió a Ferrim. Girion debía de haber llegado, se le había pasado por alto. Pareció algo más aliviado al momento. Llegado... ¿cuándo, a dónde? Se había unido a una partida de jinetes que llegada del sur, según les habían informado los Lobos, partida que iba hacia la batalla. La encontró, seguramente; el caso es que el enemigo sabía de la muerte de Gothdust. ¿Dónde estaría ahora?

-Bah, de nada sirve especular -masculló, con el ceño fruncido. Miraba ahora a Acero Rojo y a Arthondir, esperaba sus palabras mientras caminaban. Con Eben e incluso a estas alturas con Ferrim tenía un intenso pasado común, los conocía cada vez mejor. Ambos preferían dirigirse directamente a Sil Auressë, y aquello hacía que sus propias querencias se reafirmaran; pero también quería oír lo que los recién llegados tuvieran que decir sobre la encrucijada en la que se encontraban.

Cuando pasó cerca de Denelloth por la espalda, ella le puso la mano en el hombro. Fue un toque fugaz, pero firme a la vez que elegante. No se le ocurrían palabras para compartir el dolor que el montaraz sentía, pero conocía demasiado bien la carga que ahora él soportaba. Lo veía en los hombros caídos y en la mandíbula que se tensaba. En el ceño fruncido y su mirada.

Los orcos solo sabían matar, corromper y destruir todo aquello que tocaban con sus sucias garras.

Siguió caminando hasta ponerse delante de todos, y entonces se giró. -No debemos demorarnos, dijo cuando su mirada se cruzó con la Denelloth, y agachó la cabeza y respiró hondo. Le costaba un esfuerzo sostener la mirada de aquellos ojos grises y verdosos. –Nos queda un pequeño tramo para salir de estas colinas. Después, hay una meseta que nos lleva hasta el lugar de la batalla en cuestión de una hora o poco más. También podemos separarnos allí, y que uno o dos se vayan a caballo hasta el camino que hay en el este que luego sube hasta la aldea.