Partida Rol por web

Grupo Tarbrand

La pequeña expedición no se había dado del todo mal.

Sin embargo, el grupo se había desperdigado y aquello podía representar un peligro...si alguno de los Jinetes se quedaba aislado, los Orcos podrian envalentonarse y tratar de acorralarlo.

Sin embargo, Tarbrand estaba al mando ahora. Y no me correspondía a mi decidir que habíamos de hacer.

Cuando me ordenó acompañar a Ungail hacia el sur, simplemente asentí...y antes de dejarlo ir le despedí con un escueto Suerte! y no te esfuerces demasiado. Cuando volvamos a vernos, espero haber recortado algo esa distancia.

La oscuridad de la noche era todavía intensa y a pesar de las indicaciones de Tarbrand seguí a Ungail con cautela a través de la llanura. No tardaríamos en dar alcance a aquellos Orcos, por lo que no había que precipitarse. Con suerte podríamos reagruparnos con alguno de los jinetes perdidos y cabalgar juntos hacia Sil Auresse.

Des de que recordaba la soledad había sido mi compañera. Y era aquella un extraña ocasión que disfrutaba con deleite cada vez que se me daba la oportunidad de atesorarla. Sin embargo, en momentos de guerra como aquel, agradecía la compañía , fuera cual fuese.

Adelante Ungail. El destino nos espera. Arengué a mi nuevo compañero de viaje.

Tarbrand se despidió de sus compañeros y se dispuso a salir al galope tras la supuesta posición de Ginawr, pues la presteza no era una opción en aquella contienda. Así pues, notando como Centella parecía casi leer sus pensamientos, se encaminó incluso antes de que se lo indicara con los estribos, y ambos jinete y corcel se dispusieron a divisar a su compañero perdido...

Era difícil encontrar a los esquivos orcos en la oscuridad. Además, el terreno rocoso estaba mojado por las lluvias de las últimas horas, y no podían cabalgar veloz sin riesgo de sufrir algún percance. No obstante, llegó el día. Lentamente, el cielo se iluminó.

-¡Allí están!, gritó Ungail y apuntó con la lanza. Acto seguido, espoleó su caballo para atacar al primero. No obstante, el orco logró subirse a un risco más elevado antes de la llegada del jinete, y continuó su carrera hacia el sur.

-Vamos a rodearlos, indicó Ungail confiando en que Aaren iba a tener mejor suerte con el otro orco.
 

Tarbrand manejaba su caballo con soltura a pesar de las dificultades del terreno. Estaba seguro de haber recortado distancia a la posición estimada de Ginawr, e hizo sonar nuevamente el cuerno cuando el cielo se aclaró paulatinamente con la inminente llegada del nuevo amanecer. Pero no hubo respuesta.

Siguió cabalgando, atento a todo lo que rodeaba ahora que el sol comenzaba a iluminar la zona. Aunque las distintas elevaciones y los riscos del terreno irregular hacían difícil poder ver a mucha distancia.

Tarbrand seguía empeñado en encontrar al jinete restante, mas la suerte no estaba de su lado, el polvo levantado por su propia montura le impedía reconocer bien el terreno, y cuando quiso observar más detenidamente las huellas para reconocer algún rastro, todo fue inútil, pues en aquella planicie semirocosa, no parecía quedar ningún rastro...

Así pues, y sin saber bien como proseguir recurrió a lo único que le quedaba, llamar a Ginawr por su nombre, aunque teniendo en cuenta que no había respondido al cuerno, no albergaba muchas esperanzas:

-¡Ginawr! ¡Ginawr! ¡¿Dónde estás?! ¡si me oyes di algo! -exclamaba a voz en grito esperando en vano alguna respuesta o señal.

Si finalmente no encontraba la forma de proseguir iría avanzando en dirección sureste, pues parecía que el enemigo tenía claro que debían ir al sur, y quizás tuviera más suerte dejándose llevar por la razón que por sus sentidos...

Las primeras luces del nuevo día despuntaron al alba y Ungail llamó mi atención sobre un par de Orcos que huían hacia el sur.

Ahí están... a por ellos Aaren

Sin perder un instante, espoleé a mi montura y sujete el martillo con fuerza. Ungail no había podido neutralizar al primero por muy poco...no quería que a mi me ocurriese lo mismo.

Observar un destello rojo no era algo que ocurriera todos los días. Las fogatas amarilleaban en la lejanía, aunque en torno a ellas pudiera crearse una especie de sombra roja en la oscuridad. Algunos decían que el sol, al ponerse sobre el mar, destelleaba de rojo. Pero Agnor nunca había visto el mar y no podía saber si era cierto.

Así que descubrir aquella luz, casi imperceptible, llamó por completo su atención. Había sido tan breve como un parpadeo. Casi lo suficiente como para dudar. Pero Agnor detuvo a Atreo, paralizado, entornando los ojos en aquella dirección. No era el rojo de un fuego, sino algo quizá más extraño, como un brillo de cristal.

—Esperad—mandó, levantando la mano. Se estiró sobre su caballo, intentando descubrir más, en vano. —He visto una luz. Una luz roja. La señal de los enanos.

«Peligro», decía el color rojo. No era posible acercarse, había enemigos.

—No podemos llevar al comandante al peligro. Tampoco podemos retroceder.

Meditó las opciones unos segundos. ¿Qué hacer? Si se adelantaban podrían descubrir la magnitud del peligro. Pero no podían dejar a Khôradur y al muchacho sin protección.

—Debemos explorar lo que viene. Yo iré, me acompañéis vos, Girion. Milzarâk, id con el comandante.

El sureño parecía incómodo con el caballo y eso podría ser un problema a la hora de maniobrar con sigilo y rapidez. Girion, en cambio, ya había demostrado delante de Agnor que era un gran jinete, así como un espadachín habilidoso.

—Milzarâk, recordad la señales—fue lo último que dijo.

Eärnil asumió en silencio el cometido de Theon. Era un soldado habituado a las duras guerras de la frontera de Rhudaur, y aunque no había podido mostrar toda su valía en la Batalla del Eclipse, sí había contribuido de un modo fundamental a la victoria del Paso de la Loma, pues fue precisamente Eärnil quien transportó e ideó los ataques con aceite hirviendo.

Ahora tenía que crear una distracción en el otro lado del castillo de Sil Auressë. Partió sin mirar atrás con dos jinetes, confiado en poder llevar a cabo la tarea.

Grupo de Theon

Theon siguió avanzando con el resto de la unidad. El cielo comenzaba ya a aclararse, y el amanecer estaba próximo. A su lado iba ahora Faelimir. El sargento de Sil Auressë parecía preocupado, y aprovechó la ocasión para charlar en privado con Theon.

Grupo Theon

-Nos estamos dividiendo en grupos pequeños. Eärnil con dos jinetes, Agnor con un puñado… Y aquellos a los que lideró Tarbrand para dar caza a los orcos. Desconozco cuántos huargos puede haber en las proximidades de Sil Auressë, pero cualquier manada nos supera si no concentramos nuestras fuerzas.

Faelimir era un sargento joven, como lo eran otros. También había algunos muy veteranos entre el ejército de Sil Auressë. No obstante, todos los oficiales habían sido seleccionados personalmente por Khôradur. A pesar de su juventud, Faelimir poseía una gran sensatez. Sabía mirar más allá de la jerarquía y de las posiciones.

-En el castillo contamos con Gaerel, o eso espero. Es un viejo zorro, pero conoce a los orcos como pocos lo hacen. Es cierto que prácticamente todo el ejército fue convocado a la batalla campal y salió del castillo, pero desde entonces han llegado más hombres según dijo Milzarak. Podemos contar con ellos una vez en las proximidades del castillo.

Aaren cabalgaba en pos del orco, y la luz del sol hizo su aparición. Por fin había llegado un nuevo día, y eso parecía darle ánimos al corcel del montaraz. Subió por una cuesta hasta alcanzar al orco que no se lo esperaba, y permitió a Aaren barrer con la maza las piernas del trasgo. Cayó con dureza, lo que le permitió a Aaren atacarle sin oposición. No obstante, tuvo la mala suerte de que en el momento justo perdió el agarre de su maza. Perdió unos segundos valiosos, y el orco logró trepar hasta lo alto del risco, lejos del alcance de las armas cuerpo a cuerpo. El trasgo estaba demasiado débil como para seguir corriendo, así que se limitó a quedarse sentado a unos siete metros por encima de Aaren.

Más lejos, Ungail gritó con furia. Al parecer había alcanzado al orco al que perseguía.

-¡MUERTO! He alcanzado al malnacido, Aaren, gritó Ungail. Su voz llegaba desde bastante lejos hacia el sur, incluso con algo de eco.

La única respuesta a los gritos de Tarbrand fue el eco. El sol ya estaba en el cielo y comenzaba su recorrido habitual por la bóveda celeste. Vio que la meseta se extendía ahora hacia el este, bordeando la elevación que tenía a su izquierda Tarbrand. Si mal no recordaba el dúnadan, por aquel lado se llegaba hasta el camino que conducía hasta Sil Auressë desde el sur. La persecución de los orcos les había sacado bastante lejos del grueso del ejército, y de las unidades de avanzadilla que marchaban hacia Sil Auressë.

La duda era ahora si seguir hacia el este en busca de Ginawr y después llegar hasta Sil Auressë por el sur, o si dar media vuelta para regresar.

- Vos sois el hijo de Gildûr - dijo sorprendido al caer en ello - Llegué al castillo con vuestro padre justo antes del ataque y no paraba de preguntar por vos. Ambos tenemos a alguien importante en el castillo. Solo espero que la situación no este peor que cuando los dejé-

- Sí, soy hijo del Gidûr, uno de los señores de Tharbad. No he visto a mi padre desde que me dejó en el Sil Auressë hece tiempo -recordó el joven dunadan-. Yo tambiés espero que se encuentre bien -dijo el Girion un tono de voz más apagado, recordadndo el motivo de su ingreso en la academia y sintiendo por su padre algo que no relucía desde hacía bastante tiempo.

Momento después, Girion vio también la señal en el horizonte. Recordó al instante lo que les dijeron antes de salir: "Rojo peligro". Es entonces cuando vio que Agnor les detuvo y les habló, diciéndoles lo miemo que él había pensado.

Así Girion obececió y se detuvo, poniendo atención en lo que Agnor les decía.

Trazs escucharle Girion asintió con la cabeza y se dispuso a marchar con Agnor.

-En breve, los que han salido detrás de nosotros os cogerán. Si no hemos regresado decidles que hemos salido a ver qué pasaba, pues hemos bisto la señal roja que alertaba de peligro cerca de Sil Auressë -Recordó Girion para que se sintieran mejor.

El joven escudero asintió ante las palabras de los caballeros, y sin dudarlo desenvainó su espada

Dos mejor que una

Y se quedó observando a su alrededor

-Procedan con cautela mis señores, su fuerza y valor nos son necesarios

Se sorprendió a si mismo hablando así, pero era lo que pensaba

Tarbrand tenía claro que la prioridad eran los hombres bajo su mando, por lo que por mucho que se distanciara de Sil Auressë, tenía un deber para con sus compañeros y no pensaba desistir en su misión de encontrarlos a todos hasta que lo consiguiera o la muerte lo hiciera imposible...

Mientras avanzaba, agradeciendo el sol que empezaba a despuntar y a calentar su cuerpo, seguía haciendo sonar su cuerno cada poco tiempo a la vez que afinaba su oído tras ello para ver si conseguía alguna respuesta. No obstante, el cansancio empezaba a hacer bastante mella en él y su falta de percepción era prueba de ello.

Agnor y Girion aceleraron la marcha dejando atrás al resto de la avanzadilla. A cada paso el cielo se mostraba algo más claro. La luz roja de la señal volvió a aparecer, pero esta vez acompañada de un destello blanco.

Avanzar con cuidado

Ya había dejado de llover, y en los albores del nuevo día vieron los molinos más alejados de Sil Auressë. Ya habían llegado...

Milzarâk y Bergil vieron cómo Agnor y Girion se alejaron en la penumbra, y siguieron caminando. El avance era lento, tanto que cuando amaneció y pudieron ver con más claridad los alrededores, vieron cómo detrás de ellos a unos seis cientos pasos iban dos exploradores de la unidad de Theon. No los alcanzaban, pues seguramente la unidad principal de los heridos iba tan lento o más como el caballo que cargaba con Khôradur.

De todos modos, la presencia de los exploradores les hizo sentirse más seguros. Había dejado de llover, y según sus cálculos en unas pocas horas iban a llegar a Sil Auressë.
 

Ungail había dado buena cuenta de su presa, pero la mía todavía se resistía. Su voz se oía ya distante, hacia el sur. no podía permitirme perder más tiempo con aquel Orco.

Voy!! grité a Ungail para que pudiese situarme en el espacio.