Partida Rol por web

El paseo desde el castillo hasta la posada le había dado bastante sed, y Arkyn ya estaba terminando la segunda jarra de cerveza. La posada se estaba llenando poco a poco de los lugareños que terminaban sus jornadas. Al entrar se había cruzado con Adhellin, que ya regresaba a su taller para seguir con sus proyectos. Algunos de los presentes ya sabían de la actuación del bardo en la fiesta. Otros no tardarían en enterarse. Era una aldea pequeña al fin y al cabo.

Cruzó la plaza para ir a hablar con el Senescal a la Casa de Comercio. Desde la inauguración de la Academia, de los tres fundadores Curudae era el único que seguía aquí abajo en la aldea, junto al mercado. Siempre había alguien esperando para hablar con él, pero esta vez dio la sensación que había más de lo normal. La puerta del despacho de Curudae estaba entreabierta, y al rato se asoma para pedirle a Arkyn que entre, ante cierto malestar de los comerciantes que seguían esperando.

-Saludos de nuevo, Arkyn, le dijo mientras le invitaba a sentarse y cerraba la puerta. -Las cosas avanzan con un ritmo ahora que se escapa de nuestro control, y debemos prepararnos, dijo una vez sentado. Sacó dos copas, y una jarra de vino. Luego se quedó pensando unos segundos, y dejó el vino a un lado y sacó una botella de brandy. -No te importa, ¿verdad?, preguntó y llenó las dos copas. -Voy a ir al grano, amigo. Lo que sucede es que necesito a alguien que me ayude a estar en contacto con ciertas personas de las villas de alrededor... Personas que siguen con sus quehaceres diarios, pero con un ojo o dos abiertos por si ven algo fuera de lo común. Necesito a alguien cuya presencia ambulante por las aldeas y posadas, tabernas y tiendas, o granjas, no llame la atención. Llevar unas cartas o una información, incluso un pago por servicios prestados. Y recibir y traer otra. No tendrás que viajar lejos, ni muy a menudo. Porque incluso aquí, en Sil Auressë, me vendría bien tener a alguien pendiente de las visitas en la posada...

El Senescal bebió un trago largo del brandy y observaba al bardo por encima de la copa. Luego la depositó en la mesa. -¿Qué me dices?

La mujer sureña escuchó a Norión sin pestañear, asintiendo de vez en cuando con la cabeza. -Solamente he visto Metraith de paso, maese Norión, contestó. -Y de la Batalla de Metraith sé lo que se dijo en aquellos tiempos, poco más. Aunque si queires hablar de las personas, de lo que cada uno hizo y deshizo, no debes cometer el error de ignorar los logros de nuestro Lugarteniente Khôradur. La historia la escriben los vencedores, pero hay mucho que aprender de su derrota. Y además, desde el punto de vista estratégico, conquistó el Palacio Real de Thalion con un puñado de corsarios acostumbrados a batallas navales sin sufrir ni una sola baja.

Edrec bajó un poco la voz. -De las tierras de donde procedo, se le considera uno de los artífices en la sombra de la victoria más importante de Umbar sobre Gondor. Todo eso ya queda muy lejos, tanto en tiempo como en distancia. Pero yo duermo mejor por las noches sabiendo que el Umbareano está a cargo de nuestra seguridad.

La maestra sonrió, y por un momento su expresión tan dura habitualmente se volvió algo más tierna. -Girion, comenzó con voz suave. Era evidente que el joven dúnadan despertaba sentimientos de respeto, ternura ... o cariño en ella. -Su padre es un hombre con una coraza muy dura. No creo que al joven Girion le preocupe en exceso el concurso de poesía. Tiene otras preocupaciones. Necesita hallar su camino. Tampoco sé si es el alumno con más capacidad, más bien diría que no. Pero tiene algo especial. Es como... es como si supieras que, llegado el momento, va a estar a la altura. Ha nacido para hacer grandes cosas, Norión. No sé si me explico.

- Ah, si lo entiendo mi señora, yo siento lo mismo, ese joven tiene algo que me cuesta describir pero que me da la misma certeza que a usted. Y tenga por seguro que usted ha hecho un gran trabajo en su camino de crecimiento- Norión se da cuenta que habla del chico como si fuese su amigo, y siente cierto desconcierto pasajero al respecto.

- En cuanto a Khoradur, lo que me cuenta es interesante, pero entiendo que es un hombre sumamente ocupado, tiene alguna idea de como puedo hacer para llegar hasta él? no quiero molestarlo, pero lo que me dice no hace mas que potenciar mi interés en él - interes académico, porque el lenguage de las armas no es precisamente lo que mas lo atraía.

No es una mala cerveza - pensó cuando le dio el primer sorbo. Después de deambular gran parte de la mañana, tanto por el castillo como por la aldea, sus pies le habían conducido por si solos - casi por arte de magia - a la taberna. Era pronto para que hubiera cartas o dados, pero Arkyn sentía necesidad de, simplemente, estar allí, bien fuera consumiendo un par de cervezas, como era el caso, cantando, tocando o apostando.

Una vez que vio que no habría oportunidad de jugar unas monedas se dirigió a visitar a Curudae. Cuando escuchó la propuesta del senescal asintió con la cabeza, contento de tener algo que hacer.

- Bueno, no me vendrá mal hacer un poco de ejercicio de vez en cuando. Y claro que me gustaría echar un vistazo a los pueblos vecinos y las tierras de alrededor. Y, bueno - añadió con una sonrisa - si por el camino me entero de una cosilla o dos pues qué le vamos a hacer. Eso sí, antes de nada me gustaría saber si podría tener acceso a algún mapa de los alrededores. Para saber adónde me dirijo, vamos.

-Es pronto para Girion, pero a la vez el tiempo le apremia, contestó Edrec.

-En cuanto a Khôradur, se muestra a menudo distante pero carga con mucha responsabilidad y, ciertamente, es un hombre ocupado. Edrec se quedó observando la pared, pensativa. Su piel era morena, y era de constitución delgada y de poca estatura, aunque fuerte. Sus ojos y las trenzas de su pelo fomentaban su belleza exótica, y eso sumado a que era la única mujer en la Academia explicaba de sobre los comentarios que habían susurrado algunos alumnos sin darse cuenta de la presencia de Norión.

-Yo alguna semana le veo al terminar el día..., dijo finalmente, incluso sorprendida por haber compartido esa información, y al mismo tiempo consciente de que si no la explicaba, daría pie a suposiciones e incluso cotilleos. -Me pregunta cómo funcionan las matemáticas de las ballestas, de los lanzavirotes... Ese tipo de cosas. También hablamos de Umbar, y del sur. Del mar.

Ella fijó sus ojos en los del sacerdote, y su sonrisa era amable. -Puedo hablarle de ti cuando le vea, para que encuentre un hueco para recibirte. No te prometo nada, y te pido que las palabras que te he dicho te las guardes.

Norión a asintió  agradecido - Será de ayuda si haces eso por mi, y descuida, los Anamartar sabemos muchas cosas que guardamos en secreto, hay conocimientos que  no pueden ser divulgados y este será uno mas para mi. Agradezco vuestra buena disposición hacia  este pobre cojo, espero no haya sido una molestia para usted - sabía que no lo había sido, la mujer se había encargado de hacerlo sentir cómodo y a gusto.

Se levantó con dificultad y regresó a sus escritos, ya tenía la mente despejada y podía concentrarse lo que hiciera falta para terminar lo que le esperaba. Dejó un espacio entre sus notas para transcribir algo, y solo escribió un nombre en esa página, Khōradur.

El mes de Nórui parecía más caluroso de lo normal, o quizá Arkyn estaba más acostumbrado al clima de Rhudaur y de las tierras al norte de Bree. Llevaba ya unos días de camino, cumpliendo con la tarea encomendada por Curudae, de visitar granjas y posadas, y de darse a conocer un poco por la zona.

El bardo bebió agua de su cantimplora, y observó el mapa que le había proporcionado el Senescal. Era sin duda de una calidad superior, obra del artista Adhellin. Una copia del mapa que se había preparado para el ejército de Sil Auressë. Eso daba idea de la importancia que tenía esta misión aparentemente inocente para Curudae, pero al mismo tiempo fue un pequeño descuido de su parte. Llevar un mapa así podría llamar la atención de forma innecesaria.

Arkyn había viajado hacia el este, por el camino que llevaba hasta Metraith. Había hecho ya la primera parada de la ruta, y en el cruce de caminos visitaría una granja junto a la torre. Eso ya eran dominios del señor Echorion, el príncipe desterrado del feudo de Girithlin. Pero la presencia de un trovador ambulante no debería llamar demasiado la atención. De allí seguiría al sur para regresar hacia Sil Auressë por el camino que bordeaba la tierra de nadie al norte de Minhiriath.

De momento el viaje había sido agradable, y le habían acogido en las posadas y en las granjas. Curudae la había proporcionado algunas monedas para los gastos, pero no las había necesitado.

Arkyn seguía su vuelta por las tierras de alrededor de Sil Auressë, parando en pueblos y posadas, visitando granjas y charlando con los comerciantes. Incluso se quedaba en una posada familiar junto a un puente¹, donde había un destacamento de hombres de Echorion. Nadie sospechaba de un bardo deambulante, es más, después de los tiempos tan aciagos y de las guerras del año pasado, la gente tenía ganas de escuchar historias y música. Ya estaban con los primeros preparativos para la fiesta de verano, y Arkyn también recibía invitaciones para asistir. Pero Curudae le había dicho que se tomara su tiempo, pero que estuviera de vuelta para ese día en Sil Auressë. El día de Ioënde.

El intercambio de información y alguna carta con los contactos de Curudae había ido bien, y ya había terminado en tres de los lugares marcados en el mapa. Sólo quedaba el último, en el cruce de caminos al sur de Sil Auressë, al borde de las tierras de Minhiriath².

El cielo estaba despejado cuando se despidió del penúltimo de los lugares. Todos de la familia con la que había estado se apresuraron a abrazarlo, desconociendo la charla que había tenido la noche antes con el chico que cuidaba de los caballos. Era el contacto de Curudae en este lugar.

El camino transcurría junto a un bosque de cierto tamaño, remanente del gran bosque ancestral que en otras Edades había cubierto casi todo Eriador. Luego giraba hacia el suroeste, alejándose de las antiguas tierras de Dol Tinereb. Pocas personas viajaban hacia Minhiriath por allí. Hasta hace poco, eran el límite del feudo del Señor de la Guerra Dagorhir. Entre el camino y el corazón de ese reino del Mal había una tierra de nadie, abandonada y donde Dagorhir solía colgar a los esclavos y prisioneros como advertencia. Pero los Señores Aliados vencieron, y Dagorhir fue derrotado el año pasado. El precio había sido alto, pero un nuevo amanecer podía llegar por fin a Cardolan.

El último punto marcado en el mapa era, según le había dicho Curudae, una casa de piedra que había servido como base para algunas tropas de los Señores Aliados durante la campaña, y un hombre de Rhudaur, de nombre Broud, había decidido establecerse allí con su familia. A medida que Arkyn llegaba entre las colinas onduladas, se dio cuenta de que algo no marchaba bien. La casa aún no la veía, sólo la punta de la chimenea. Pero en la chimenea había algunas aves de carroña. Y a medida que alcanzaba ver más, del tejado sólo quedaban vigas calcinadas. Sin tejas. Entonces pasó el último montículo, y vio los restos de la casa. La piedra había sido atacada con fuego, y había aguantado, pero todo lo demás estaba calcinado.

El escenario era dantesco. Los muros de piedra ennegrecida era lo único que quedaba de lo que antaño había sido una gran casa familiar, y antiguo puesto militar. A pesar de que la presencia de los buitres y la ausencia de humo o fuego hacían pensar que ya había pasado tiempo Arkyn prefirió ser precavido. Se detuvo a lo lejos y sus ojos escudriñaron el paisaje en busca de movimiento, bien fuera de personas o de animales, obviando a los buitres.

Fue moviéndose lentamente, trazando un arco para ir contemplando la casa desde otro ángulo. La presencia de los buitres no le hacía presagiar nada bueno pero en el fondo esperaba que sólo fueran cadáveres de animales.

Tus ganas. Aquí ha habido algo gordo y seguro que encontramos alguna sorpresa - se dijo.

Arkyn observó los restos de la casa desde distintos ángulos antes de acercarse. No se veía movimiento, e incluso los buitres estaban ya saciados y tranquilos. El fuego había devorado la casa principal, y el establo. Pero algunos animales se habían escapado y sus cuerpos estaban esparcidos por los alrededores. De ellos se habían alimentado las aves de carroña. Dentro de las ruinas, se veían algunas formas humanas calcinadas e inmóviles. No quedaba nadie con vida, nadie para contar la historia de lo sucedido.

Entonces algo le llamó la atención. En en suelo, entre las piedras, algo metálico. Era una punta de una flecha orca, rota. Era algo bastante común en la zona, excepto que esta punta estaba manchada de sangre bastante reciente. No obstante, el perímetro alrededor de la casa no presentaba huellas de batalla. Ni de ninguna otra clase. Como si se hubiera tomado bastantes molestias para limpiar todo rastro de lo sucedido. Para hacer algo así, se requiere mucha disciplina. E incluso inteligencia. Algo poco habitual en los orcos, salvo cuando siguen órdenes.

En poco más de una semana, Norión había encajado perfectamente en la Academia. Los alumnos y los maestros se habían acostumbrado a ver su figura algo lúgubre por los pasillos, o entrando o saliendo de su despacho. Porque la sala de lectura se había convertido en el despacho del Anamartar muy pronto.

No era un hombre sociable, y sus tareas eran muchas. Toda la sabiduría de los maestros debía ser recopilada y preparada en tomos encuadernados. De hecho, el Maestro Cerveth había decidido asignar a uno de los alumnos como ayudante para Norión. La primera semana le había ayudado el joven Tarosh, quien compartía muchas de las inquietudes de Norión pero sin la paciencia necesaria para valorar el trabajo de un escriba. El trabajo consistía en preparar y revisar incontables manuscritos y hojas, ordenarlas, reescribirlas, y finalmente entregar casi a diario a Adhellin lo que había que escribir con caligrafía y encuadernar.

Esta semana le tocaba el turno a Girion, por expreso deseo de Norión. Y los dos se encontraban junto a la mesa del despacho, repasando hojas sobre la historia de Cardolan. No habían tenido tiempo de hablar desde la Fiesta de la Academia.

- Este trabajo que realizas es fascinante, a la par que agotador- apuntó el dunadan a su compañero dejando la última de las hojas que le había pasado Norión para que pasase a limpio. Su caligrafía era excelente, no en vano su madre había hecho una gran labor educando a su hijo con mucho afán en este sentido.

- La historia de Cardolán- leyó más para sí que para Norión. Sus recuerdos comenzaron a avivarse como si fuera una hoguera a la que se le aplicara un fuelle.

- y a la par que placentero - hacía tiempo que Norión no estaba tan a gusto en un lugar. Los líbros eran casi una devoción para él, pero si durante años había leído cientos de ellos, este nuevo tiempo traía consigo el escribirlos, el exparcir la luz de la sabiduría sobre otros, así como la academia se alzaba como símbolo físico en esa pequeña aldea, así se alzaba también el conocimiento que unos pocos exparcían en sus salones.

- me alegra que finalmente Cerveth haya accedido a que vinieras a darme una mano, me da gusto que me acompañes. No pudeo dejar de notar cuan interesado estas en la historia, lo he escuchado esa noche cuando recitaste ese hermoso poema, y se nota en el brillo de tus ojos con los escritos que tienes en la mano. Que es lo que mas disfrutas de esa historia? yo siempre me contenté con conocerla y preservar intactos sus secretos, pero ahora me interesa vivenciarla para poder escribir las páginas por venir. Que te sucede a ti?-

Girion sonrió. Norión le pedía que le contara por qué le gustaba la historia.

- Mi abuelo. Él me contaba pasajes de la historia...de la historia antigua, muy antigua. Sobre todo de las casas nobles de los elfos y los edain- dijo y no pudo controlar que su mente se fuera a uno de esos momento en los que su abuelo le contaba una de las historias preferidas de Girion, la fúnebre historia de Turin Turumbar.

- No te voy a engañar, aunque creo que ya lo sabes, pero mi familia pertenece a la nobleza dunedain, por lo que mi abuelo siempre se interesó en la historia de la familia y en que perdurara, por eso me contaba historias y por eso a mí me gusta la historia... por eso y por muchas otras cosas- dijo sonriente.

- Con respecto a la forja de los silmarils... me apasiona más que esas joyas, su creador. Fëanor. Bueno, él y su hermano Fingolfin. Fëanor nació para ser el más grande; era perfeccionista al máximo, a la altura de su talento. Pero le podía su ego y su soberbia. En cuanto a Fingolfin era el gobernante perfecto, recto justo y heroico. Su final está a la altura de su vida.- Girion se mesó la barbilla y miró al infinito.- Supongo que son dos personajes a los que me gustaría parecer. Aunque todos tengamos nuestro destino y una vida propia con sus devenires que recorrer, claro.

No es que el bardo no hubiera visto nunca escenas de muerte y violencia, pero esa vez algo se le encendió dentro de su cabeza y multitud de fragmentos de recuerdos comenzaron a aflorar. Por un momento en lugar de una casa vio carromatos y los cadáveres tenían rostros conocidos.

Sacudió la cabeza como espantando los fantasmas de su pasado y extremó la precaución. No era un hombre de armas pero si seguía vivo no era por ser precisamente Arkyn el intrépido. Fue acercándose lentamente mientras sus ojos recorrían el dantesco panorama. Tras unos minutos recorriendo el lugar y cerciorándose de que no había supervivientes su vista se detuvo en un pequeño punto brillante del suelo. Se agachó para observarlo con más detalle y comprobó que se trataba de una punta de flecha. La tomó entre sus dedos y la examinó con atención.

¿Una punta de flecha orca aquí?

Se frotó los dedos comprobando que la sangre aún estaba fresca. Cayó en la cuenta de que los alrededores no mostraban signos de batalla, lo cual era bastante inusual, y más para un orco. Algo más listo debía estar detrás y los orcos no se caracterizaban por seguir fielmente a nadie si este no era lo suficientemente poderoso como para erigirse como líder.

Debo informar de esto.

Se dirigió al camino y buscó huellas a ambos lados, para asegurarse si los orcos habían continuado hacia un lado u otro.