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Agnor asintió con rostro serio. Fue un alivio para él llegar a su destino, o si no lo era, al menos poder bajar la guardia unas horas.

No la bajes tanto, amigo -se dijo-. Quizá hayamos dejado atrás a los lobos, pero en estas tierras nunca faltan enemigos... y nunca sa sabe dónde están.

Arkyn saludó con una inclinación de cabeza y una ligera reverencia que acostumbraba a realizar en las posadas como saludo formal. No dijo nada pero permanecía atento a cualquier movimiento de aquel sargento o de cualquiera de los soldados. Tenía un presentimiento acerca de aquella misión y no quería hacer nada que pudiera arruinarla.

Los cuatro hombres de Echorion les acompañaron dirección noreste. Eran buenos jinetes, y conocían el terreno. Aelloth se había subido al caballo de Agnor, y Arkyn viajaba en el otro. Pasadas unas horas, dos de los jinetes cambiaron de rumbo, dejando al grupo con Werlard y otro soldado. Y poco después, pudieron ver una empalizada de madera.

Dentro había varias tiendas de gran tamaño, y en el centro una edificación de madera. Había sitio para un centenar de jinetes, pero daba la impresión de que lo usaban como base tres o cuatro docenas, y que en este momento eran poco más de veinte los soldados presentes. No les pidieron las armas al entrar, y Werlard les condujo hasta el centro del campamento, donde les esperaba sentado el Capitán Melechtor.

Melechtor tenía el pelo largo y de color rojizo, así como su barba. Su mirada era dura pero serena, aunque en sus ojos se podía ver esa tristeza que acompañaba a menudo a los que soportaban una carga o una responsabilidad. Era más joven de lo que podía esperarse, sobre todo si se tenía en cuenta que estaba rodeado de guerreros veteranos. Era posible que por sus venas corriera sangre dúnadan, además de la norteña que se veía reflejada en su estatura y en su cabello.

-Saludos, soy el Capitán Melechtor, dijo a modo de presentación. Invitó a los tres a sentarse en el banco que había delante de la caseta, mientras él seguía un nivel por encima, sentado en el sillón. –Aelloth, me alegro de verte de nuevo ahora que el verano llega a su fin.

Dio la sensación de que sus palabras contenían algo más que el significado aparente. Luego se dirigió a los otros dos: –Me informan de que sois Agnor y Arkyn de Sil Auressë, el refugio de la Dama Ayla, dijo saboreando los nombres y fijándose en sus rostros. No era un hombre curtido en la diplomacia, pero tampoco le era ajeno. –Os ofrezco comida, bebida, y cobijo en este campamento. Sois nuestros invitados, y os protegeremos. Aquella tienda es para vosotros dos, podéis descansar si así lo deseáis. Entiendo que además de acompañar a Aelloth, queréis tratar otros asuntos con nosotros. Estoy dispuesto a escucharos esta noche.

Agnor asentía mientras escuchaba a anfitrión.

-Agradecido, capitán Melechtor. Al menos a mí me vendrá bien un descanso y un plato caliente, y sin duda mis caballos agradecerán que tenga tiempo de darles un cepillado.

- Os agradecemos vuestra hospitalidad, capitán Melechtor - respondió el bardo tras el ofrecimiento de éste. - No quisiéramos importunarle ya que sin duda tendrá asuntos que atender - terció, buscando apartarse para poder intercambiar impresiones con sus compañeros antes de hablar con el capitán, - pero sin duda nos sentiremos honrados de tratar los asuntos que requieran su atención esta noche.

La comida caliente ayudó a quitar el cansancio del viaje. En tiempos de guerra, cuando el pueblo pasaba hambre y miseria, el ejército podía ser el único lugar donde la comida no escaseaba, y el estofado tenía suficiente carne curada para alimentar a los corpulentos jinetes y soldados. No obstante, se podía notar una cierta apatía y tristeza en ellos. Miradas furtivas a tiendas vacías, y gestos serios al observar cómo los cocineros sacaban cajas de raciones. Cajas que se habían preparado para la gran invasión del feudo de Girithlin, que temían que cada vez se alejaba más hacia el distante horizonte.

Terminaron de comer, y los tres se dirigieron a la tienda que les habían asignado. Aelloth se sentó en la litera.

-Melechtor es un buen capitán, y cumple órdenes, se dijo pensativo. –Además sabe tomar decisiones sin consultar cada cosa. Es posible que haya aplazado la reunión hasta esta noche porque es posible que esté presente en el campamento el propio Echorion. Una pista de si es así podría ser si vemos a alguno de sus consejeros. Los de su círculo de confianza. Rara vez viaja sin ellos.

Aelloth sopesó la situación. Estaba en la duda de si darles más información o no. Pero la duda desvaneció de su mente cuando pensó en la importancia de Sil Auressë también para los intereses de Echorion.

-Se trata de Barendil, Gorlim y Barahir. El primero es un hombre de Girithlin que huyó tiempo para unirse a las filas de Echorion. Gorlim es un dúnadan de Metraith, donde era un mercenario. Es el contacto con esa ciudad tan importante. El más interesante quizá sea Barahir. Es el nieto del fallecido príncipe Hallas de Dol Tinare, el señor de este feudo donde nos encontramos. Echorion le conoce de su tiempo en Arthedain.

Agnor se quedó de pie, escuchando a Aelloth con los brazos cruzados.

-Bien. Espero que el señor Echorion aparezca esta noche. No niego que, después de las partidas de lobos que hemos visto en el camino, estoy deseando volver a Sil Auressë. Quizá seamos necesarios allí.

Miró fuera de la tienda, pensativo.

-Pero quizá el joven señor no esté aquí. Y nuestra misión, buen Arkyn, es reunirnos con él, no con su capitán. En ese caso es posible que nuestro viaje no haya terminado ¿cierto? Y de ser así, Aelloth ¿contamos con tu compañía? Conoces estos caminos y a los hombres de Echorion mejor que nosotros.

- Bueno, lamento decir que creo que soy más útil aquí que en Sil Auresse - dijo el bardo pensando en que era más diestro con sus palabras que con una espada.- Y aún así di mi palabra y cumpliré esta misión que se me ha encomendado. Seguro que allí podrán arreglárselas sin nosotros.

-Yo también estoy implicado en esta misión. Yo mismo me presenté voluntario para la escolta. Pero eso no me impide desear acabarla pronto. Solo espero que el señor Echorion se encuentre con nosotros esta noche y podamos ganarnos su apoyo. ¿Has elegido ya tus palabras?

Se sentó en la litera y masajeó sus piernas.

Arkyn negó con la cabeza. Cuando hablaba dejaba que el momento y las circunstancias le inspirasen. Sabía de muy buena tinta que cualquier discurso preparado y preconcebido podía irse al traste con una palabra o un gesto. Prefería improvisar sobre la marcha según las emociones que detectase en su interlocutor.

- No - respondió, - pero vendrán a mí cuando las necesite. No te preocupes. Pero eso sí, cuanta más información tenga mejor. ¿Qué influencia tiene Melechtor sobre Echorion? - preguntó mirando a Aelloth.

Aelloth resopló mientras trataba de responder a la pregunta de Arkyn. Era guerrero, no un diplomático. Pero conocía las lealtades y las motivaciones de los hombres. Esa empatía le había llevado a convertirse en el emisario de Echorion. -Melechtor goza de la plena confianza de Lord Echorion, hasta donde la situación le permite..., dijo mientras se rascaba la barbilla pensativo. -El príncipe convive con la permanente amenaza de ser asesinado por alguno de los secuaces de su tío, o traicionado por uno de los suyos. Pero se ha rodeado de personas que comparten su causa, y ha convivido con ellos mucho tiempo. Por un lado, los tres capitanes y por el otro su círculo de consejeros. El capitán Melechtor es un hombre de palabra, y de honor. A través de él, tenéis una oportunidad de llegar a los consejeros. Ellos son la clave para un tema diplomático más que militar.

Sil Auressë necesitaba ese apoyo como los medianos un segundo desayuno.  No solo Sil Auressë: una alianza bien organizada, una liga de hombres justos, era lo que Cardolan necesitaba. Para sí y para el futuro de todos. Algo oscuro seguía moviendose por esas tierras y era crucial unir fuerzas y objetivos.

Agnor escuchaba atentamente al guerrero. Quizá Echorion recibiera a la delegación de Sil Auressë pero, dijeran lo que dijeran y pensara él lo que pensara, querría escuchar y ser aconsejado por sus hombres de confianza. Había que llegar al corazón de todos ellos, y quizá habría que empezar por el mismo capitán Melechtor. Confió en que la cena fuera bien.

Arkyn asintió, pensativo.

- Sí, tendremos que ganarnos al capitán - dijo. - Él es la llave.

El bardo miró a Aelloth mientras se acariciaba el mentón.

- Cuéntame. ¿Qué más sabes de Melechtor?