Partida Rol por web

Podemos hablar en mis aposentos, sino tenéis algún inconveniente- dice- claro que también podemos ir a los suyos. El sitio tanto da, siempre y cuando sea cómodo y alejado a oídos indiscretos.

La mirada de Durius velaba cualquier cosa que pudiera estar pensando, no reflejando más que su seriedad habitual. Si se sentía impaciente o hastiado por la indecisión de Stolnic, si la sonrisa de Zarak había suscitado algún tipo de respuesta o si Radoslav era la promesa de una larga agonía, nada lo reveló. Ni siquiera su voz.

-Vuestros aposentos me parecen los apropiados para tal encomienda -dijo sin demorarse en la contestación-. Os sigo -repitió una vez más pacientemente.

Sin mas dilación el Senescal cruzó el patio y se dirigió directamente hacia sus aposentos privados, con Durius siguiéndole detrás. 

Stolnic se puso finalmente en marcha cruzando el patio. Durius procedió a seguirle, no sin antes hacer un gesto de despedida destinado a las damas Szantovich y Basarab que aún permanecían a la espera de que el Chambelán procediera con el protocolo de instruir a los lacayos en sus obligaciones.

Asiento, deseando abandonar el patio del castillo y recluirme en las habitaciones que tanto ocupo últimamente. No quería soportar por más tiempo la simple visión del caballero de los Cárpatos, y no quería saber qué nuevas órdenes iban a dar, y si éstas perjudicarían a mi familia aún más o no. Ya me enteraría, seguro. 

Tomé de la mano a mis hijos, y con una sonrisa que pretendía ser conciliadora, les invité a seguirme.

Las puertas se cierran a espaldas de mi amo. Lo echaré de menos. Él es alma del castillo. Él es el único que sabe apreciar en toda su belleza la delicadeza de torturar a un hombre y mantenerle constantemente al borde de la muerte, pero sano. Ahora el castillo se queda cerrado, y ya empieza a cundir el desorden.

¿El capitán es ahora quien tiene el mando? ¿Debemos todos pedir su consentimiento para abandonar el lugar? Me resulta sorprendente. Pensé que serían el Senescal y el Secretario quienes se ocupasen de gobernar en ausencia del Duque.

Bien, no tiene importancia. Tampoco pensaba ir a ninguna parte.

- El Primer Caballero de la Corte y el Senescal se dirigen a los aposentos privados de este último.

- Los Basarab se retiran a sus habitaciones.

El mayordomo dispuesto a cumplir con la petición del Caballero Durius se acercó a las damas Szantovich que eran las únicas que quedaban en el patio. A Svitlana Basarab le había faltado tiempo para regresar a sus aposentos nada más marcharse el Duque. Pero no se lo reprochaba, era un comportamiento comprensible después de todo lo que había pasado aquella maldita noche.

- Mis señoras- las saludó.- ¿Les importa si mando a algún sirviente para que lleve vino caliente a vuestros aposentos? Sin duda les ayudará a entrar en calor con esta noche tan fría.

El Duque le había sonreído, otra vez. Era algo que no había hecho con nadie de los que allí estaban lo que significaba que su despedida era la que más le había gustado. Satisfecho por su éxito buscó aprobación en la mirada de su madre, pero antes de que pudiera encontrarla el anodino Chambelán se acercó a ellos.

Tiberiu lo miró sin poder evitar pensar que no podía haber ningún hombre tan aburrido en todo el castillo.

- Yo no tengo frío- informó. Y luego con una sonrisa impaciente preguntó -¿Puedo tomar vino?

Innya aguantó a que los grandes personajes desalojaran la zona, todos atareados en sus pomposos quehaceres y sus profundas preocupaciones.

Cuando prácticamente todo quedó vacío se retiró en silencio hacia la zona de servicio, si requerían de sus servicios sabían donde encontrarla.

Cuando Tiberiu se despidió de aquel modo del Duque, Dubieta se puso la mano en el pecho pero cuando éste sonrió a su hijo se tranquilizó en parte, no pensaba decirle nada a su hijo, no delante de toda aquella gente que tanto ansiaba meter sus nobles, vulgares o sucias narices donde no les incumbe.

Posó una mirada algo fría y enfadada sobre su hijo, cuando fuesen a la habitación hablaría seriamente con él. Esperando que Schaar la siguiese, hizo un leve gesto con la mano. Cuando iba a dirigirse a sus aposentos, el Chambelan Otto se acercó y, ante la pregunta de su hijo se mostró algo disgustada y lo agarró del hombro, acercándolo a su falda.

- Ya está bien, Tiberiu, sabes que no tienes edad para beber vino - miró a Otto - Como desee. Pase una buena noche - realizó un leve gesto de despedida.

Con la cabeza erguida se dirigió con sus guardias a sus aposentos, antes de entrar de nuevo en el castillo miró a Schaar y a Tomescu, asegurándose que seguían sus pasos, necesitaba hablar con Schaar y no quería que nadie molestase.

Tomescu interpretó la mirada de su señora al momento, e hizo una seña a los dos hombres a su mando para que le siguiesen. Cada noche desde la tragedia de los Basarab, el guardia la pasaba intranquilo, temiendo que a la mañana su señora Dubieta o el joven señor hubiesen sido asesinados. Se golpeó el pecho con un puño para alejar aquellos pensamientos y siguió a la dama Szantovich. Él estaba allí, y eso era un sinónimo de seguridad.

Dagu observó como empezaban a irse poco a poco todos los presentes en la despedida. Como siempre era un momento ceremonial; pero sin ningún tipo de importancia ni trascendencia.

Entonces se percató de que podía quedarse a solas con... ese... ser por llamarlo de alguna forma, y su tía se había ido ya, asique antes de que alguien le pudiera reprender por cualquier cosa, ya que no estaba seguro de cuan estricto y cascarrabias podían llegar a ser los que se quedaban al cargo de todo, decidió irse hacia la zona de servicio, listo para cumplir con cualquier ordenanza, pues ese era su deber allí.

En cuanto las puertas del castillo se cerraron el destino quedó sellado y las obligaciones del día finalizadas. Sin más asuntos que atender, emprendí la marcha hacia mi habitación, golpeando en el suelo con el bastón para marcar el paso, como hacía siempre.

La dama Szantovich permaneció en silencio durante la despedida, dedicándole una educada reverencia a Durius cuando éste se despidió. Siguió la comitiva con la mirada hasta que la puerta se cerró, dejándola atrapada de nuevo en su particular jaula de oro.

Entonces deslizó la mirada rubí por los presentes que abandonaban el patio, unos más rápido, otros más lento. Dubieta debía enseñar a su pequeño a contenerse, joven inocente y pasional, como todos los niños, después de todo...pero eso no era excusa para su comportamiento y así lo denotaba la actitud cortante de su madre.

Le dedicó un cabeceo a Dubieta que hizo deslizarse algunos de los largos mechones de oro sobre los hombros y sobre el pecho.

Echó un último vistazo al patio deteniéndose sobre el Caballero de los Cárpatos con cierta indiferencia, como si no hubiera oído sus palabras o directamente no le hubiera visto.

-Nada de vino, chambelán... no esta noche-contestó con voz aterciopelada y extrañamente baja, pero audible, como un susurro al oído de Otto. Se volvió hacia Boru parpadeando con deliberada lentitud y emprendió el camino hacia sus aposentos, sin hacer ruido al pisar, como una figura fantasmagórica de cabellos dorados y ojos de la tonalidad de la sangre.

Ante la mirada de su señora, Boru realiza un cabeceo hacia abajo que pretende decir ``a sus ordenes´´, como una reverencia hecha únicamente con el cuello.

Así, cuando esta parte avanza detrás suya a una distancia de respeto donde la mantenga a la vista en todo momento, unos 5 pasos largos más o menos -quizá incluso demasiado cerca, como le suele pasar-.

Iacobus, al ver el movimiento de la gente y cómo las cosas se iban desenvolviendo, no pudo más que encogerse de hombros. Sus alrededores pretendían posar en él una indiferencia tan fallida como si le estuvieran mirando fijamente, y lo cierto era que no podía importarle menos. Entre las paredes de piedra, toda aquella pantomima se desenvolvía sola, y a todos aquellos parecía encantarle jugar al juego de la Corte. Pobres desgraciados, aunque no menos desgraciado él mismo, de pie en el centro de semejante cúmulo de tonterías.

Por el rabillo del ojo vio como la que iba a ser su esposa hablaba en voz muy baja a Otto, y no pudo más que sonreír. Que hiciera lo que le viniera en gana. A ver si a él aquello le traía con algún cuidado.

Giró entonces hacia los Dravescu, sobre todo hacia Zuyla.

- ¿Qué tal, entonces? ¿No ha vuelto a repetirse algo como lo de aquella noche? - le preguntó, con una sutileza que posiblemente no se esperaría de él. Como si no quisiera recordarle eso, y menos frente a otra gente - Ahora que hemos sido dejados en manos del destino, je, quizás algunos esperan que proliferen ese tipo de situaciones.

Zuyla había observado en completo silencio la marcha del Duque. Un año sin él, al menos, era lo que se avecinaba, y sin embargo parecía que los zánganos no esperarían ni un par de horas antes de comenzar a volar sin su abeja reina. Aquellas gentes sin duda eran dignos residentes de la Corte del Duque.

Los pensamientos de Zuyla, sin embargo, fueron interrumpidos por el segundo caballero de la Corte. Su pregunta, aunque sutil, podía obedecer tanto a un genuino interés por su salud como a cualquier intento de evaluación por parte del Caballero de los Cárpatos, un individuo dificil de entender. O en realidad, no tanto.

Por fortuna, no se ha repetido, gracias por el interés. respondió cortésmente. Supongo que ahora deberemos estar atentos, la marcha del Duque bien podría hacer creer a sus súditos que las leyes vayan a relajarse, cosa que no será así.

Zort observaba tranquilo el patio. Pero en realidad miraba sin mirar. Sus ojos se hallaban perdidos sobre el muro. Aquel viejo cerebro no quería descanzar. Debían moverse con ciudado. Podría haber permanecido horas concentrado en la nada, pero una voz lo volvió a la Tierra. Oir aquel monstruo mostrando algo de sutileza era una situación digna de ser admirada.

Las leyes no se relajarán claro, pero me pregunto cuánta sangre costará ello... Si nos permite nos gustaría conversar con usted unos momentos... en privado. Miró fijamente a los ojos a aquel extraño Caballero mientras con la mano hacía una seña para entrar.

Iacobus sonrió, en respuesta a las palabras de Zuyla, aunque era difícil comprender si era por alegrarse de su estado o por el corolario de su contestación.

- Si el problema tan sólo fueran las leyes, sería esta una tierra afortunada. El asunto más difícil, a mi entender, siempre es quién decide cuándo han de aplicarse, ¿o no?

Dejó los ojos del hijo para pasarlos a los del padre. El viejo le sostenía la mirada y Iacobus correspondió, sosteniéndosela fijamente a su vez. Escuchó, y acabó por extender una media sonrisa que asentía.

- Ah, por supuesto. Donde queráis. 

Miró a Flaviu.

- Haz tu voluntad. Nos veremos en un rato.

Tras lo cual, hizo una seña a los Dravescu para que entraran sin esperar más.