Partida Rol por web

Me mantengo a una distancia prudencial de mi señora y su hijo, lo bastante apartado para no parecer inmiscuirme en donde no debo, pero lo bastante cerca como para no perderles de vista. Dudo que nadie intente nada delante del duque, pero el instinto sigue pidiéndome cautela. Estoy seguro de que el futuro matrimonio de Dubieta le ha ganado alguna envidia peligrosa. Pero nadie se acercará a ella o a Tiberiu sin vérselas primero conmigo.

Mientras el duque se despide y los nobles le presentan sus respetos, guardo silencio e intento pasar desapercibido. Sólo soy un sirviente, debe parecer que no estoy allí.

Llegó al patio quedándose en la retaguardia, mezclándose con el resto de sirvientes.

Tenía la espalda recta y la cabeza mirando al frente, mostrando la perpetua predisposición a obedecer los deseos de sus superiores, pero la mirada estaba nublada por un malestar que se empeñaba en ocultar y fija en un punto que coincidiría con la altura del cuello de prácticamente todos los presentes, no iba a ofender a nadie con un cruce de miradas, ateniéndose a su posición en aquel lugar. Sin poder evitarlo giró un poco el rostro comprobando que sus sobrinos se encontraran en el lugar con una conducta intachable.

Le recorrió un escalofrío y cerró las manos sobre el faldón sintiendo un pinchazo de dolor en los huesos por el frío.

Nuestra madre nos había llevado, y todos o la gran parte de la familia iba por obligación no por mostrar lealtad ante nadie. La niña había pasado el año en el castillo con mas pena que gloria ahora que habían sido recluidos y eso se podía dejar notar en el semblante propio, con la mirada ligeramente mas apagada y la piel mas clareada por las pocas salidas. 

Él se iba, y con ello ella creía que se iba el mal, el mal del castillo aunque el que mas respeto le infundía era el caballero de los Cárpatos, tras aquella noche en penumbras que parecía tan cercana y que de vez en cuando volvía a ella en la noche.

El duque habló y ella escuchó, saliendo de sus ensoñaciones de vida mejor al menos por un tiempo. Aun no sabía cuando volverían a casa, ni cuando verían de nuevo a su padre. Bendita inocencia. Custodiada ya solo por su madre permaneció a su lado en silencio, mas mansa en formas pero igual de impertinente con las miradas, que, aunque no fuesen de miedo o con mal gesto, seguían posándose sobre cada uno de los asistentes allí presentes. 

Asiente ante las palabras del Duque e inclina la cabeza ante su regalo por su boda.

Es un verdadero honro recibir un presente de vos, mi señor. Os lo agradezco mucho- dijo, al recoger los dos pergaminos- y no se preocupe por el castillo, queda en buenas manos- o eso esperaba,... o mas bien, por la cuenta que les traía. Ante las palabras de Durius no duda en replicar- oh, vamos Secretario. Sabéis perfectamente que vuestro consejo es primordial para que yo pueda tomar decisiones. Nunca haría nada sin vuestra opinión y beneplácito. Al fin y al cabo, el sello debe colocarse con el beneplácito de ambos. Así es como lo ha dicho el Duque y así es como será- sentencia. 

El Duque mira con frialdad a Durius, pues no es hombre al que le guste que le repliquen.

Su expresión se suaviza ante la despedida del pequeño Tiberiu e incluso llega a sonreírle, demostrando que tal vez su alma no sea toda de hielo.

Finalmente, asiente ante las palabras del Senescal y cierra el póstigo de la ventanilla del carruaje, dando así señal para iniciar su viaje.

Los soldados han abierto las puertas del Castillo y la comitiva Ducal sale por ellas.

El mayordomo acababa de cabecear afirmativamente a cuanto el Duque le dijo cuando escuchó al caballero Durius exculparse de hipotéticos errores futuros culpando a otro. Comportamiento que de seguir confirmaría las sospechas de Otto de que el caballero para defender su puesto había tomado por costumbre atacar a otros.

Aparte de todos los presentes en el patio, en el Castillo se quedan:

- Quince guardias feudales a las órdenes del Capitán Zarak.

- Seis sargentos feudales y dos guardias feudales novatos del séquito de Radovina Szantovich de Bran, supuestamente bajo el liderazgo del Guardia Boru.

- Dos milicianos del séquito de la dama Dubieta Szantovich, bajo el liderazgo del Guardia Tomescu.

- Una docena de lacayos del Castillo, a las órdenes del Chambelán Otto.

- Dos criadas a las órdenes de Radovina Szantovich de Bran.

- Seis siervos de los Basarab, al servicio de Svitlana Basarab de Polonia.

- Cuatro sirvientes a las órdenes de Zort Dravescu.

- Cuatro guardianes de las mazmorras que sólo obedecen a Carcelero.

- Dos sirvientes al servicio del Escudero Flaviu Krevcheski.

Dagu aún estaba algo afectado pro las muertes ocurridas y, ahora, se iba el duque.

Había llegado a la plaza siguiendo a su tía y ahora estaba entre una masa de sirvientes, guardias y nobles que despedían al Duque.

No iba a avergonzar a nadie y menos a su familia, solo tenía que trabajar y era algo que había tenido que hacer toda su vida, eso no lo olvidaría jamás. Asique se mantuvo quieto, aguardando a que fuera el momento de irse a seguir con sus labores, pues en realidad los sirvientes no pintaban nada ahí ya que solo estarían callados y esperando a ver quien sería el que les daría las órdenes, aunque en su caso no cambiaría nada. Las órdenes las daría el Chambelán, el que se las diera a él era otra cosa.

Asique, con el frío de la noche transilvana, Dagu esperaba poder volver a sus tareas... y, a quien quería engañar, al calor del interior del castillo.

De nuevo, de noche. Zuyla evitó mirar a su padre directamente a los ojos, pero sabía lo que deb´ñia estar pensando el anciano diplomático. No hacían falta palabras. Ya no.

El Duque montó el espectáculo de su partida como se esperaba de él, y todos los presentes actuaron ocmo se esperaba de ellos. A excepción de la imprudente réplica de Durius, y del grio de aquel jovencito, todo como estaba sin dudo previsto.

Zuyla reprimió una mueca. Todo el ducado, sujeto a los azares del destino y a los temperamentos de un caballero Durius, que, sgún los rumores, había sido objeto de un ataque contra su vida por parte del otro Caballero de la Corte. Sí, sin duda los meses venideros iban a ser de lo más interesantes...

El capitán Ferenk da órdenes para que los quince guardias feudales formen para despedir al duque y asiente a las palabras de su señor. Parece preocupado por algo, por como se acaricia el mentón, aunque es difícil saberlo con seguridad, con esa medio sonrisa, entre divertida e irónica en su rostro, mientras observa a todo el personal del castillo

El escudero esperaba en la segunda fila a espaldas del caballero al que serbia. Los dolores de la espalda, ya casi habían desaparecido, pero en la cara había quedado un leve resquicio de la herida, una fina línea blanca indicaba donde había estado la herida. Tenía las manos ajadas par el agua y los trapos, limpiar la armadura del caballero le había llevado mucho tiempo: desmontar todas las piezas, limpiarlas una por una, sacarles brillo, engrasar las correas de cuero, había sido un trabajo arduo, pero merecía la pena ver el resultado.

El petimetre se preguntaba como mantendrían el orden en el castillo, hasta ahora la presencia del duque era más que suficiente para calmar las aguas, pasaría lo mismo con el nuevo mandatario.

El silencio parecía ser la premisa mayor de Iacobus, tanto que si no fuera por la cantidad de miradas de los presentes que se dirigían hacia él prometiéndole infiernos y rencores eternos, hubiese pasado totalmente desapercibido. Era notorio que el caballero sabía cómo hacerse notar y cómo no, incluso aunque su presencia podía ser en ocasiones tan inmensa y fuerte, como una sombra gigantesca que le acompañaba a todas partes. Lo único que sucedió fue que, a medida que los hechos se iban desenvolviendo, en el rostro de Iacobus iba extendiéndose una sonrisa que acabó, coronándose por completo, con las palabras de Durius.

Qué cobarde hijo de puta, para que luego vayan diciendo. Y, joder, qué chupada de polla la de este otro.

Sus ojos reposaban ahora sobre el Senescal, habiendo pasado por Tiberiu. Cuando el Duque comenzó a marchar, por fin, Iacobus se limitó a hacer un saludo de despedida con la cabeza y se apartó del camino. Lo de la boda, aún estaba por verse. La última vez... Je, la última vez. En fin.

Cuando la comitiva ducal salió, y las puertas del Castillo se cerrararon, la voz de Iacobus atravesó la noche.

- ¿Bien? ¿Alguien tiene algo que ordenar, esta noche?

El Senescal ve como se marcha el Duque y su partida. 

Bueno, creo que ahora es nuestro turno- piensa mientras se acerca hacia Durius y le susurra algo.

Creo que lo mejor será que nos reunamos para charlar con mas calma sobre los asuntos del castillo. Y ahora puede ser un buen momento, ¿no crees?

Durius se volvió hacia el Senescal cuando este le habló. Las puertas de la comitiva ducal seguían abiertas pese a que Gyula Kadar ya las había cruzado,dejando tras de sí una estela de polvo apenas perceptible en la oscuridad de la noche.

-Desde luego, Senescal. Prioridades son prioridades y me temo que mucho se va a exigir de nosotros ahora que el Duque ha partido... con sus guerreros de sangre. Decidme, ¿dónde queréis que nos reunamos? Simplemente, os seguiré -afirmó haciendo una seña con el brazo invitándole a abrir camino.

Durius se había vuelto hacia el Senescal y se vio cómo al cabo de un corto tiempo, asentía a la vez que sus labios se movían en lo que debía ser una respuesta. Movió su brazo, invitando a Stolnic a abrir camino. Solo entonces dirigió una breve mirada a Radoslav, cuyo grito provocativo había sido lo que seguramente sería el preludio de su comportamiento ahora que Gyula Kadar había partido.

Miró alrededor, observando cuanto el Duque dejaba atrás, y su mirada relamapagueó fugazmente a la luz de las antorchas.

-Capitán Zarak, que cierren las puertas del Castillo -ordenó-. Chambelán, es vuestro turno. Estoy seguro que nuestras damas desean retirarse a sus aposentos. Senescal, cuando queráis.

Tras las palabras de Durius invitando a las señoras a retirarse, de una forma que dejaba poco lugar al rechazo, doy un paso al frente, en silencio, para acercarme a Dubieta por si desea retirarse. Aquella forma de susurrarse delante de todos justo cuando se aleja el duque es cuando menos sospechosa. Aunque todo parece muy premeditado. Sólo espero que el Senescal no desee ningún mal a su prometida.

- Teneis razón, secretario Durius - hay una sonrisa en los labios del capitán que es difícil saber si es de agradecimiento o de ironía- Guardias, cerrad las puertas - alza la voz- A partir de ahora nadie saldrá de la fortaleza sin mi permiso expreso, conforme a las instrucciones de nuestro señor el duque. Quienes tengan que salir de forma más o menos constante, que me busquen para tal fin*

Tras estas palabras, y tras comprobar que las puertas se cierran, sonríe y se retira a sus aposentos

Boru se endereza aún más-si es que se puede estar más recto- ante la invitación de Durius a las damas a retirarse.

Como encargado de su guardia personal, es su deber escoltar a Radovina hasta sus aposentos. 

Así, espera a que su señora decida retirarse. Si así lo hiciera la seguiría aunque no se lo pidiese. Solo una orden directa de la misma le haría vacilar de esa disposición.