Partida Rol por web

Así, fue en Eregion donde los noldor establecieron su último gran reino. Levantaron una hermosa capital que emulaba un desafiante y magnífico navío de piedra, y la llamaron Ost-in-Edhil (La Fortaleza de los Eldar). Y más al este de la ciudad, establecieron la residencia del Gwaith-i-Mírdain (Pueblo de los Orfebres), el gremio de artesanos más importante que existió en Tierra Media. Y para facilitar la comunicación entre los artesanos elfos y los naugrim se construyó un gran camino empedrado hasta la puerta occidental de Khazad-Dûm. Con Celebrimbor a la cabeza, el Gwaith-i-Mírdain alcanzó la cúspide de su habilidad superando a todos los herreros de Arda. Con excepción de Fëanor, y únicamente en las épocas doradas de Nogrod, Belegost y Nargothrond pudo ser superado.

Ayla abrió los ojos. Tardó en ubicarse, como si dudara de si lo vivido había sido un sueño. Desconocía el tiempo que había pasado dormida, aunque el sol aún no se había puesto. La capa de Súlkano le abrigaba. Miró a su alrededor, y vio que estaban refugiados junto a la pared de un gran edificio, muy cerca del puente donde había tenido lugar el Desenlace de su enfrentamiento con Khathog. Seguían en lo alto, mirando las ruinas. La grandeza de los noldor seguía palpable pero a la vez alejada para siempre.

También se fijó que el dragón ya se había marchado. Ella seguía tumbada, sin moverse. Detrás de ella, notó la presencia de Súlkano. Sentado, en silencio, su mano le acariciaba el rostro con dulzura.

Ayla se notaba más ligera, pero con más dudas que antes. Ahora tenía una carga menos, pero también había una nueva incertidumbre de ser la dueña de su propio destino. Y aún no había terminado. La compleja profecía que había guiado las vidas de los implicados desde antes de su nacimiento aún no había concluido del todo.

-¿Qué lugares visitas en tus sueños, Ayla?, preguntó Súlkano para romper el largo silencio.

Al despertar Ayla buscó a Sulkano y se acurrucó junto a él buscando su calor. Disfrutaba de la paz que sentía en ese momento. Pero ambos sabían que la paz era momentánea, que pronto cada uno tendría que seguir su camino y solo volverían a encontrarse en las Tierras Imperecederas. Pero no es momento de pensar en cosas tristes, sino de soñar…

Antes soñaba con encontrar un lugar mágico, un lugar místico y lleno de sabiduría. De personas con las que me sentiría identificada, y entonces apareció Amon Lind. Y en ella estabais vosotros. En ese momento sentí que era parte de ese lugar, parte de vosotros, como si me hubiera reencontrado con alguien perdido. Sin embargo una parte de mí me empujó a salir cuando quería quedarme, me empujó a crecer y a luchar por gente a la que quiero, amigos que me necesitan, amigos que me ayudaron a “crecer”, que compartieron mi sangre, mis lágrimas, mis temores… No puedo irme sin construir algo perfecto para ellos, para que disfruten de la paz que yo siento ahora mismo, que siento a tu lado. Pero si me acerco a ellos me alejo de vosotros, y eso me desgarra.

He visto Ost-in-Edhil en el pasado, te vi a ti en esta ciudad. Entonces yo era un ave, era una visión, pero me miraste y sentí tu mirada…

He viajado por la Tierra Media, y he viajado en el tiempo… He visto cosas que muy pocos podrán ver. Tengo 32 años, pero tengo la sensación de haber vivido 400.

¿Con qué lugar puedo soñar ahora después de todo esto? Con una mesa compartida con toda la gente que quiero, los que están y los que no. Una agradable cena calentada con un buen vino, mientras contamos hechos pasados al calor de un buen fuego. Música tenue ambientando el lugar. Sueño con la calidez de la amistad, reuniros a todos y disfrutar de nuestra compañía. Sueño con un último trago con los amigos caídos, que sepan que su valor, su arrojo, su fe, sí que valió la pena.

Ayla guarda un momento de silencio.

¿Y tú, con que sueñas Sulkano?

-Así es el sino de los eldar. Puede que vivas muchas vidas en una, y no siempre es una bendición. En mi caso, mi recuerdo de lo vivido alcanza hasta el tiempo antes del Sol, cuando el mundo aún era diferente. Has vivido mucho, Ayla, pero todas tus vivencias juntas son poco más que un suspiro en mi tormenta. Y al mismo tiempo, los recuerdos buenos, los momentos dulces, son más escasos para mí que para ti. En ese sentido, has sido más afortunada que yo.

Una sonrisa melancólica se dibujó en el rostro del noldo. –Me gusta tu sueño, Ayla. Espero que puedas reunir a tus amigos, y juntos podréis recordar a los que ya se fueron. Porque mientras perduren en el recuerdo, seguirán entre nosotros de algún modo. Y tal vez, en esa mesa, tengas hueco para el recuerdo de nosotros. Los últimos noldor de Ost-in-Edhil.

Súlkano se incorporó y miró alrededor. –Entonces comprenderás que sí que valió la pena todo esto. Incluso mi camino, ahora ligado a tu sueño, se completará cuando puedas recordarme. En cuanto a mi sueño… No es fácil decirlo, Ayla. Solía soñar que volaba en el cielo infinito, libre de las cargas y de las penas de este mundo. He dedicado una gran parte de mi larga vida a perfeccionar ese arte, a perseguir ese sueño. A medida que alcanzaba cotas que nadie antes y nadie después podrá igualar, me alejaba de … otras cosas. No volaba alto para elevarme, sino para huir. Una huida hacia ningún lugar, porque lo que me inspira el miedo se encuentro en mi propio corazón. No hay escapatoria posible. Solo… redención. He tenido que aprender a volar muy alto para poder caminar con los pies en la tierra, y con humildad aceptar el juicio que me espera. Que nos espera a todos.

Meneó la cabeza. Aún estaba lejos aquel inevitable destino. –Lo cierto es, que al cerrar los ojos ya no soñaré con el cielo despejado, ni con la brisa del mar. No soñaré más que mi alma vuela incansable y lejos. Soñaré contigo, Ayla. De algún modo, después de tantas edades vividas en esta tierra, nuestro fugaz encuentro me ha permitido dejar un legado. Seguramente no lo comprendas del todo ahora, yo tampoco puedo ver el final de todos los caminos. Pero en los años venideros, recuerda lo que fuimos. Recuerda lo que hiciste por nosotros. Recuerda lo que hizo Zelene por todos. Recuérdanos. Recuérdame. Porque yo llevaré el recuerdo de este día conmigo hacia las Tierras Imperecederas, donde nunca morirá.

Algo captó su atención al otro lado del puente, entre las ruinas. Una figura se acercaba.

Era Ringlin. El místico alumno de Huinen se movía con sumo cuidado. Se detuvo junto al puente, a gran distancia. Sin cruzarlo. Como si estuviera pidiendo permiso o adoptando el papel de un mero observador.

Súlkano lo observaba impasible, y se le notaba tenso de repente. No estaba claro si lo conocía o no, pero desde luego no se fiaba de él.

La presencia de Ringlin dejó a Ayla con el deseo de decirle unas últimas palabras a solas a Sulkano, pero lo resumió llevando la mano del elfo hasta su pecho, donde su corazón latía con una nueva fuerza. Lo miraba a los ojos mientras sostenía la mano de Sulkano en su pecho, y con una mirada le transmitió el calor con el que sienten los hombres la amistad, el amor, el anhelo... Y todo duró lo que una mirada.

Acto seguido se levantó arrebujándose en la capa de Sulkano, tranquilizando con un leve gesto al elfo, dirigiéndose a Ringlin.

- Hoy el Demiurgo ha tenido su desenlace Ringlin. Tú me tragiste hasta mi encuentro, y me guiaste en el pasado. Pude ver Ost-in-Edhil tal y como fue. Pude ver a Sulkano de una manera que jamás me habría sido permitido, justo aquí en este edificio, y eso te lo debo a tí. Eres un observador de lo que pasa en esta Tierra, dime pues ¿qué está pasando en Sil Aüresse?

Ayla se pone en tensión esperando la respuesta. No ha olvidado las palabras del Cazador Oscuro, pero sabe que no tiene capacidad de materializarse en Sil Aüresse. Debe confiar en la fuerza de quienes la moran, es la primera prueba de las gentes que la habitan. Ayla está convencida de que con la derrota de Khatog ha evitado la aniquilación segura de Sil Aüresse y la amenaza inminente que se cernía sobre Arthedain, pero ¿quién la ayudará a ella a defender a sus amigos, a sus vecinos, sus discípulos y maestros?

-Ciertamente mi cometido es el de observar, de presenciar. Ser los ojos de mi Maestro, cuando los suyos se nublan en la soledad de su trono.

El noldo avanzó hacia el puente, y ahora su mirada se detuvo en Súlkano. Escuchó la pregunta de Ayla, pero tardó en responder. -La aldea de la luz del amanecer se enfrenta a otro peligro distinto. No están solos, y ese desenlace es independiente de lo acontecido aquí. Sin la derrota de Khathog, no había esperanza. Ahora sí la hay para ellos, pero ninguna certeza.

Terminó de cruzar el puente. -Súlkano, te recuerdo de este lugar. Fue aquí donde desenmascaraste a Goth Kuldokar, y fue aquí donde se fraguó la captura de ese espíritu. Por fin se ha cerrado el ciclo, pero la victoria en medio de un mundo arruinado y envuelto en llamas eternas... ¿Acaso es victoria?

Ayla al escuchar las palabras de Ringlin se tensa. Agarra la mano de Sulkano y la aprieta firmemente...

- Es victoria si se mantiene viva la esperanza, si la llama de la vida sigue ardiendo. Hoy ha sido una victoria para mucha gente que están más cerca de la paz, hoy es una victoria que honra a los caídos, su lucha, su esfuerzo, su sacrificio... Por supuesto que ha sido una victoria, pero en la guerra ninguna victoria es dulce porque siempre hay vidas segadas, y amigos perecidos. Pero la victoria es lo que permitirá honrar su sacrificio por los que siguen vivos, por la vida, por un mundo mejor para sus hijos y amigos, para sus padres y hermanos. Es un precio muy elevado el que han pagado, pero nos corresponde a los que cogemos su testigo no dejarlos caer en el olvido, que se sepa quienes fueron y lo que hicieron.

Por desgracia, no siempre es así, y la memoria en las eras venideras no recordará a todos, pero su legado si perdurará. Esa es nuestra victoria.

Sulkano había permanecido en silencio hasta ese momento, pues la llegada de Ringlin estaba cargada de significado para él.  Le miró con frialdad. -En las victorias aparecen aquellos que se escondieron cuando todo parecía perdido. Escucha mis palabras ahora, siervo de un gran poder desviado de la senda de la cordura, que desde su guarida en el Bosque Negro analiza, interfiere y juzga. Antaño tu señor era sin duda un señor de los noldor, pero lo que queda de él es ruin y meqzuino, movido por un eterno rencor por unas ofensas que a menudo solamente existen en su mente.

Al noldo de Amon Lind se le notaba hastiado y alterado.

-Eres los ojos del Vidente Huinen, quien se cree con autoridad para juzgar y presenciar el desenlace de una profecía que él mismo ayudó a poner en movimiento.

Ante la incredulidad de Ringlin, Sulkano dio un paso más hacia él. Grande era su estatura y poder.

-Sí, sabes que es cierto. Porque tú eres más que el lacayo que le hace recados a un enfermo. Los ojos de Ceber Fanuin ven mucho, y desde su trono de niebla él ha movido hilos en este mundo y en el de las Sombras. Ha jugado a ser un titiritero y con sus actos ha creado un peligro mayor de lo que ya había.

De repente hubo cólera e ira en sus palabras. Era consciente de que la vida de Ayla había estado el filo de la navaja, y toda la angustia y la tensión la descargaba ahora en Ringlin.

-No queda poder en Arda para juzgarle, ni a ninguno de nosotros. Solamente hay un lugar, y allí acabaremos todos los noldor. No queda poder, pero al menos quiero dejar constancia. Desenmascarar a aquél que se hace llamar el Demiurgo, pues no queda señorío en él.

El gran místico parecía haberse empequeñecido de repente ante el asalto verbal de Súlkano. Había visto furia contenida en los ojos del elfo de Valinor, y no lo había previsto. Pero se recompuso, pues también tenía el porte de los noldor de antaño. Miró a su alrededor. –Dejamos atrás un mundo en ruinas, devorado por el fuego del tiempo en el que ardemos todos. No diré más, porque este día os pertenece. Te pertenece a ti, Ayla. Hiciste lo que ninguno de nosotros pudo en su día, y derrotaste a Goth Kuldokar enfrentándote al Cazador.

Observó a la semielfa, y dio la sensación de que su mirada penetraba más allá de lo visible. Luego bajó la mirada, y observó el anillo que portaba. –El largo viaje de Zelene también concluye por fin en este día, y se reencontrará con su amado. Kaldor ya ha entrado en Ost-in-Edhil, como ha supuesto Súlkano. Le acompaña alguien de Amon Lind, añadió mirando al cielo infinito buscando algo que solamente él era capaz de ver. Entonces se acercó al orbe oscuro, y luego su mirada recorrió el puente hasta la puerta del edificio de Gwaith-i-Mirdan.

Instintivamente, Ayla siguió la mirada de Ringlin deseando encontrar allí a su amado hermano que llevaba tanto tiempo sin ver. La tensión ante la perspectiva de poder abrazarlo terminó de reavivar el cuerpo entumecido de la Guardiana. Se agolpaban en su mente las primeras lecciones que su hermano le dio. Sus primeros pasos en la magia, como Kaldor intentó disuadirla, y como se dio cuenta de que todo esfuerzo sería inútil y así fue como sus primeros pasos en el mundo de la magia los dio cogida de su hermano... Pero a la vez, sentía un hormigueo en su diafragma. Morannar fue su última gran mentora, fue la que termino de formar a la "Guardiana" que ahora era y deseaba con todas sus fuerzas que Morannar acompañara a su hermano, para ver el fruto del esfuerzo de ambos, de sus temores y alegrías, porque hoy, hoy se abría un nuevo camino, una nueva esperanza...

La mirada de Ayla recorría las ruinas de Ost-in-Edhil en busca de su hermano. Entre edificios derrumbados, fuentes invadidas por plantas, plazas abandonadas y calles agrietadas, buscadaba el destello de la esperanza de un nuevo comienzo. La tarde estaba ya avanzada, y el Sol iluminaba con un último esfuerzo el lugar que reflejaba el ocaso definitivo de los Altos Elfos. Un lugar ahora habitado por los fantasmas de un tiempo que los noldor quisieron atrapar para sí mismo.

Una figura solitaria caminaba lentamente hacia el puente al encuentro con los demás. Vestía una túnica con capucha, y la luz del atardecer teñía de rojo y negro su alargada silueta. Medía casi dos metros de estatura, aunque sus movimientos eran gráciles y elegantes, y al mismo tiempo llenos de fuerza contenida. Unos bellos guantes le protegían las manos, y en su cinto portaba una espada que le había regalado Súlkano...

-Raukumbar, susurró el noldo al reconocer el arma y a su portadora y amiga. -Tu maestra no debe faltar en un día tan señalado, Ayla. Y acude antes del ocaso definitivo del Día del Eclipse. Fuego y Luz

Ringlin también reconoció a Moranar. No había olvidado el poderío y la belleza de a mujer destinada a ser la siguiente Guardiana de Fuego de la Hermandad de los Órfebres, la Gwaith-i-Mírdain. Un honor supremo, pero al que renunció al unirse a los disidentes que se fueron a Amon Lind. Su recuerdo permaneció tiempo en la ciudad, pero ella nunca regresó. Hasta hoy, que pisaba con delicadeza las piedras de las calles de su hogar de antaño. Ringlin pudo ver en cada paso la enorme carga de sus propias decisiones, y también una fuerza viva. Un fuego eterno en las cenizas de un pasado glorioso. Pues Moranar era fuego puro, en su estado más elevado, y ella había grabado un recuerdo imborrable en la mente del místico Ringlin.

-Yúlallo Nárë nauve coivana, cálë Lúmillon tuiuva¹, dijo ensimismado mientras ella terminó de cruzar el puente. -Fuego y Luz, Cenizas y Sombras.

Al ver a Moranar el corazón de Ayla se aceleró. Moranar fue su mentora, la que perfeccionó a la Guardiana de la Luz.

 En su última despedida había incertidumbre en su mirada ante un futuro que no se dejaba vislumbrar, un desenlace que envolvía a su última creación, la Guardiana de la Luz y que no se sabía cómo terminaría, y ahora está aquí para verlo con sus ojos, para compartirlo.

De pronto, sin saberlo Ayla comenzó a sentir orgullo por el triunfo conseguido, porque para ellas dos tenía un significado adicional. El enfrentamiento contra el Cazador Oscuro, era una prueba prematura para la Guardiana, la prueba definitiva, y la superó.

No sabía en qué momento, pero Ayla se había adelantado a todos sus compañeros, y se encontraba entre ellos y Moranar, esperándola. Ansiaba decirle que había vencido al Cazador Oscuro, que Amond Lin estaba a salvo, que no había prisa en que se marcharan, pero las palabras no le salieron de su boca. Miró a Moranar a sus ojos, y la grandeza de la elfa la abrumó, pero la calidez de su mirada la reconfortaba.

Ayla esperaba su aprobación.

La hechicera de fuego y la Guardiana de la Luz se encontraron de nuevo. Dos mujeres en cierto modo complementarias, unidas por una fuerza que ninguna de las dos comprendía del todo, y al mismo tiempo nadie comprendía más que ellas. Compartieron un instante eterno en el puente de Ost-in-Edhil, y finalmente una sonrisa apareció en los labios de Moranar. Su mirada llena de fuego, de pasión y de calor, ella aprobó lo conseguido por Ayla, y sin mediar palabra le mostró una leve reverencia por la victoria obtenida. Una victoria que en parte le pertenecía a Moranar, y por lo tango en igual modo suya era parte la carga de lo perdido y el lamento por aquello que nunca iba a regresar.

-No hay victoria sin sacrificio. Ni superación sin sufrimiento. Ni habrá esperanza del mañana sin el recuerdo del ayer.

Tras pronunciar aquellas crípticas palabras, ella asintió de nuevo. Parecía dar su aprobación también a algo que estaba presente en el lugar, pero no era visible a los ojos.

-Me presento ante las puertas del hogar de Gwaith-i-Mírdain como la última Guardiana de Fuego, dijo con voz solemne a los presentes. Miró desafiante a Ringlin, y luego a Súlkano quien se mantuvo en un segundo plano.

El noldo de Ceber Fanuin dio un paso al frente. -Os reconozco, Moranar, y confirmo que poséis ese derecho. No completo, pero más que ningún otro. No se me ha dado ninguna objeción a lo que habéis venido a hacer aquí.

Y le hizo una reverencia.

-Soy Ringlin, dijo aunque por su tono suponía que ya lo sabía Moranar. -Me ha sido conferida la autoridad de Huinen el Vidente en este tema. Él responderá por lo que está por suceder, y ninguna responsabilidad asumirá por aquello que ya ha sucedido.

Sulkano oteó las ruinas de Ost-in-Edhil. Sentía de nuevo el peso de un juicio largo tiempo postergado, pero que ahora se acercaba cada vez más de forma inexorable. La cuenta de sus largos años. Nunca le había agradado pedir permiso, pues indomable había sido siempre su espíritu. Había deseado volar alto, más que ningún otro. Sin ataduras. Incluso había formado parte del desafío a la voluntad de los valar. ¿Cómo se puede redimir de unos pecados cometidos contra los mismos dioses?

No obstante, no era aún el día del juicio de Súlkano. No era el suyo, sino de otro, y el veredicto ya había sido dado en cierta medida. Su mirada buscaba a alguien que estaba por llegar. A alguien quien portaba la llave para completar la profecía. Había partido de Ilmladris para cerrar el círculo.

Entonces los vio. Dos figuras caminaban entre las ruinas, y ahora subían hacia el puente.

-Ya vienen, anunció. Eran Kaldor y Feämire.