Partida Rol por web

-¿Tú eres Benaldamat?, le preguntó el hombre encapuchado.

El elfo lo observó, mientras asintió con la cabeza. -Soy Benaldamat, Guardian del Norte, Guerrero Onírico, Campeón del Vala Irmo y Paladín de Yavanna. Tú eres el lobo que todos quieren encontrar, pero que nadie se atreve a buscar, tu eres el fundador de la Hermandad del Lobo. Eres Haldamir el tío de Thelran… El recuerdo de lo que una vez fuisteis perdura en el tiempo, ahora como un recuerdo, como una ilusión, con el paso del tiempo será un mito, para terminar siendo leyenda.

Haldamir cerró el puño con fuerza. -En mis sueños he visto a lobo blanco, y al azul. He visto a Thelran. Pero son imágenes confusas y no logra descifrarlas. Lo único que me da seguridad es este lobo negro. Fue quien me trajo hasta aquí, y de alguna forma hasta ti.

Haldamir dio unos pasos hacia el lobo, pensativo. -El tiempo de esconderse ha terminado. Tus compañeros y el Rey con su séquito están ya casi en Annúminas. Conozco el lugar, y normalmente hay poco más que ruinas y fantasmas. Pero esta vez será diferente, porque no son los únicos que han acudido a la Ciudad de Reyes. Ni la fuerza de mi sangre, ni la de los lobos, ni tu espada, ni siquiera la de Thelran, serán suficientes para vencerlos me temo. Pero los dúnedain estamos acostumbrados a luchar cada día una guerra perdida con la esperanza de un nuevo amanecer. Y otro. Y otro. No estamos dispuestos a caer en la oscuridad y en el olvido. Nunca nos rendimos. ¡No mientras la sangre de Númenor corra por nuestras venas!

-Y cuando toda esperanza se desvanezca y la Oscuridad se cierna sobre las ruinas de lo que una vez fuimos y sobre todas estas tierras del Norte. En ese momento, el Rey tendrá a su lado a los que siempre le fuimos fieles.

Eben, Denelloth y Ferrim tomaron rumbo este, tratando de llegar a la zona aproximada donde ponía estar Khoradur. Les esperaban bastantes horas de camino, más si se tenía en cuenta el lento avance del artesano enano. Además, la inesperada lluvia les dificultaba la visión y hacía más traicionero el terreno rocoso e irregular.

Aunque nada ocurriera, fue una noche intranquila para todos. El sacerdote herido gemía, y la lluvia que empezó a caer poco antes del alba atravesaba en pequeñas goteras el tejado maltrecho de la cabaña. Denelloth tuvo sueños inquietantes que no reveló, pero que le hicieron murmurar repetidamente y dejaron un rastro de cansancio en su cara.

Antes de salir, pidió a Norión ayuda con su pierna* y todos se despidieron afectuosamente pero sin alharacas. Sabían que podía ser la última vez que se vieran, pero ninguno quería tentar a la suerte. Denelloth se arrebujó en su capa y se pusieron en camino.**

-Vamos, amigos.

Estaba atento a cualquier señal que pudiera indicarle la posición del ejército enemigo, para poder rodearlo y alcanzar la posición de Khôradur: columnas de humo, bandadas de murciélagos, huellas de transportes o desplazamientos de tropas... Eben se puso automáticamente a la cabeza, avanzando a una distancia no demasiado grande.  Ferrim y Denelloth lo siguieron, el montaraz con la ballesta cargada y en la mano. Serían discretos, cuidadosos y letales.

Durante la anterior marcha, Ferrim se había sentido un tanto fuera de lugar, torpe. Pero tenía la seguridad de no ser el más torpe del grupo, puesto que Norión en un sentido, y Norión con el herido en el otro, se le hacían más inadaptados y lentos que él mismo.

Sin embargo, ahora estaba seguro de ser el auténtico lastre. Tan fuera de lugar se sentía, entorpeciendo y ralentizando la marcha de aquellos dos hombres, que por momentos parecía un rico enano con su escolta. La sensación no le agradaba en absoluto, pues Ferrim estaba acostumbrado a ser habilidoso y envidiado por su capacidad. Pero eso valía en la forja, en el taller o en el mercado. No en una marcha secreta por los parajes de Cardolan.

Hizo como pudo para adaptar su caminar al de los dos humanos, intentando ser silencioso y discreto pero, fuera como fuera, estaba seguro de que ellos lo tenían por una molestia, un lastre que entorpecía el camino en un momento en el que primaba la velocidad y la ocultación.

Así caminó, enfurruñado a ratos, concentrado otro, pero siempre atento a lo que ocurría a su alrededor.

Como de costumbre, Eben se colocó delante del resto del grupo, ahora reducido a la pareja formada por Denelloth y Ferrim. Los dos montaraces se movían con sigilo y rapidez, incluso el veterano Denelloth a pesar de la herida de su pierna. Al enano le costaba más, pero compensaba su falta de cualidades para correr y moverse sin hacer ruido con su enorme aguante y testarudez. Se negaba quedarse atrás, y además le beneficia el buen hacer de Denelloth, ya que podía seguir sus pasos y el dúnadan le avisaba de cualquier cosa a tener en cuenta en el suelo.

Mientras avanzaban, estaban atentos a los alrededores, y al cielo. No vieron murciélagos esta vez, tal vez gracias a la incesante lluvia. Tampoco otros enemigos, hasta que de repente algo captó la atención de Ferrim. A simple vista parecían rocas a varios cientos de pasos, pero Ferrim vio aves con alas negras, y flechas clavadas en cuerpos sin vida. Eran al menos tres cadáveres separados entre sí por unos diez pasos. Era imposible saber más sin acercarse.

Avanzaban de forma sinuosa, adaptándose al terreno, buscando cobertura de soto en soto o cerca de desniveles desde los que poder otear y tras los que poder cubrirse u ocultarse si fuera necesario. En cierto momento, Ferrim tocó el codo de Denelloth y le indicó tres cadáveres en la distancia. Deelloth agradeció la información, y pronto cruzaron sus miradas con la de Eben. Bastó un simple gesto para indicarle que se acercase a echar un vistazo, mientras Ferrim y Denelloth se aproximaban más lentamente, los sentidos alerta, preparados para cualquier eventualidad.

Eben se acercaba con cuidado desde la izquierda, y más adelantado. Ferrim y Denelloth detrás. No parecía haber enemigos, al menos no vivos. Pues se trataba de cadáveres de orcos. Media docena en total, los más próximos muertos por flechas, y algunos más alejados que habían sido abatidos por espada o cuchilla a corta distancia. La mayoría de las heridas las habían recibido por la espalda, como si hubieran sufrido un ataque por sorpresa.

Eben observó desde una distancia prudencial los cadáveres de orcos y retrocedió con cautela hacia la pareja que le seguía unos metros más atrás.

- Orcos, muertos en una emboscada. - informó Eben - ¿Quieres que me acerque más?

Eben tenía su propia opinión al respecto, pero no acostumbraba a darla, prefería recibir y cumplir órdenes.

Miró en todas direcciones antes de decidirse. Los cuervos parecían normales, no de esas criaturas corruptas al servicio del mal que abundan en el norte.

-Sí, vamos allá -respondió a Eben. -Registremos a alguno; intentemos averiguar qué ha pasado. Hagámoslo rápido y larguémonos cuanto antes.

Afianzó la ballesta en la mano y se acercó a los orcos caídos, volteándolos con el pie.

A Eben no le hacía ninguna gracia perder el tiempo con aquellos orcos, pero podría ser interesante obtener alguna idea de quién o qué los había matado.

Manteniendo el sigilo y el arco tenso y preparado se acercó, pero sin tocar nada, solo observando a los orcos y leyendo las huellas de lo que podría haber pasado.

Ferrim siguió a los hombres con Hakk en la mano, observando a un lado y otro, desconfiado. Aquellos repugnantes orcos habían muerto huyendo, pero ¿de quién? Era bien sabido que los orcos son tan peligrosos para los demás como para ellos mismos, y que las rencillas y las traiciones eran parte de su naturaleza vil.

—Sus heridas...—mencionó en voz baja—. ¿Qué armas los mataron?

Se acercó con cautela, sin bajar la guardia, para inspeccionar los asquerosos cuerpos y lo que fuera que hubiera en ellos o a su alrededor que hablara del combate. Quizá la marcha campo a través no fuera lo suyo, pero de armas y metal sabía, y mucho.

Los tres observaron los cadáveres orcos. No querían perder más tiempo del necesario, pues en sus corazones anhelaban seguir el camino hacia el este. Hacia Sil Auressë. No obstante, un grupo de orcos abatidos en la noche llamaba la atención como para pasar sin más.

Eben miraba el suelo en busca de huellas, pero las pisadas de los orcos se mezclaban con otras, y en el terreno rocoso azotado por el viento y ahora mojado por la lluvia era muy difícil ver nada. El enano Ferrim identificó rápidamente las armas usadas. Flechas con punta de acero, hechas con mimo y cuidado. Se podían observar tres tipos distintos de plumas, como si cada arquero tuviera su sello personal. Incluso el color variaba ligeramente. El arma podría ser un arco compuesto, reforzado con un hueso. Un arco largo usaba flechas más largas. Se podía apreciar la buena puntería de los arqueros, y que contaban con la sorpresa en el ataque. Algunos orcos fueron abatidos antes de agarrar sus armas. Otros fueron perseguidos con flechas clavadas, y rematadas con armas cortantes. Cuchillos largos o espadas.

Todo había sucedido en la noche, hacía pocas horas. Denelloth miraba la escena en silencio, como recordando algo...

como recordando algo...

Las frías tierras de la frontera con Angmar... En aquel lugar tan inhóspito como sagrado para los dúnedain del Norte, allí fue donde Denelloth recibió el adiestramiento de Montaraz Real. Y su bautismo de fuego poco después.

De lo que aprendió, recordaba ahora las enseñanzas para las emboscadas. Tres arqueros formando un triángulo. Su mirada recorrió los puntos, y los encontró. Los escondites de donde habían disparado. Un arbusto, una roca de gran tamaño, y una grieta de las Quebradas. Formaban un triángulo, y en el centro, a unos veinte o treinta metros de esos puntos, los orcos que recibieron disparos de las tres direcciones. Por eso habían huido en todas las direcciones. Una carnicería.

En ese tipo de ataques, además de los tres arqueros solía haber otros dos o tres listos para rematar a los enemigos. Luego todos se retiraban a un punto escogido previamente. Una patrulla de seis u ocho podía hostigar a las tropas enemigas sin parar durante días.

No obstante, todo aquello quedaba muy lejos del reino perdido de Cardolan. El puesto más cercano con tropas de Arthedain era el Vado de Sarn, pero tenían prohibido entrar en estas tierras de forma abierta. Los montaraces de Arthedain que vigilaban en secreto este tipo de territorios solían ir en grupos más pequeños, y no preparados para acciones militares de este tipo.

De pie, inmóvil mientras Eben y Ferrim examinaban huellas y armas, Denelloth miraba a la lejanía, bajo la fina capa de lluvia que agrisaba y difuminaba el paisaje. Pareció paralizado por un largo momento, presa de la imaginación o de la memoria. Al cabo de ese tiempo ladeó la cabeza. Miró en varias direcciones, y terminó alzando el brazo para señalar tres puntos sucesivamente: un arbusto, una roca de gran tamaño que parecía un troll de piedra, una grieta en las quebradas. Los puntos formaban un triángulo, y ellos estaban en el centro.

Se acercó a Ferrim y acarició el penacho de la flecha que sostenía el enano, pensativo: -Los emboscaron, resguardados a unos treinta pasos en aquellos puntos. Tres arqueros, formando un triángulo. Los orcos intentaron huir, pero fueron rematados a filo y tajo.

Dió unos pasos hacia el oeste, erguido. -Y tienen buena puntería-. Aunque daba la espalda a los otros, pudieron adivinar una media sonrisa en su rostro. -Buen trabajo. Está claro que no somos los únicos cazando orcos por la región. Me pregunto... Quizás alguna patrulla del Vado de Sarn se haya excedido en sus funciones llegando hasta aquí. Varda los bendiga.

Volvió a mirar alrededor, esta vez más inquieto, más tenso, más sombrío. Como recordando viejas amistades y compromisos. Viejas heridas, en definitiva. Finalmente hizo un gesto con la cabeza, indicando que retomaban la ruta.

Eben observó el suelo pero había demasiada confusión.

- Las huellas están demasiado confusas, pero debe ser lo que has dicho. - dijo, asintiendo a Denelloth. - Al menos no todo son enemigos, pero estas emboscadas pueden hacer más cautelosos a los orcos, e incluso tener más vigilancia. Tenemos que llevar cuidado.

Ante el gesto de Denelloth, una vez más Eben se pone en vanguardia abriendo camino a sus compañeros.

O quizás...

Mientras marchaban, empapados y oyendo el amortiguado sonido de la lluvia y sus propias resipiraciones, Denelloth cogió el colgante de su bolsillo, lo miró un momento y se lo puso en torno al cuello. Caminar le ayudaba a pensar.

No podía ser una coincidencia. El colgante en la cabaña y el ataque al estilo de los Fradrim Aran. No podía imaginar cómo, pero parecía que la Hermandad del Lobo estaba presente en la región. Thelran y los suyos... Sin duda el ideal de Ayla tenía muchos y poderosos defensores.

Y parecían estar al tanto de sus movimientos. Thelran conocía la cabaña, había estado allí, y probablemente fueran por delante en su misma dirección. ¿Girion los habrá encontrado?

Sería una gran fortuna para el joven, sin duda.

El montaraz iría también atento a posibles rastros que avanzaran por delante de ellos.

—Ningún orco fabricó esto—dictaminó Ferrim, tras observar los tajos. En su gran mano sostenía algunas puntas de flecha. Ninguna de esas armas había salido de ninguna herrería orca.

Como tampoco lo había hecho el medallón del lobo de la cabaña. Ahí había habilidad y amor por el buen trabajo.

Los orcos se matan entre ellos, y los aliados de los orcos matan y son matados por orcos. Así era el enemigo, traicionero y vil. Esas armas tan delicadas no eran de los orcos, pero tampoco de ninguno de sus aliados. No. Los servidores de la oscuridad no le ponían ese mimo a sus obras.

Eso era moderadamente tranquilizador, aunque no aseguraba mucho más. En cualquier caso, fuesen quienes fuesen, al menos les habían limpiado un trecho del camino. Ferrim odiaba a esas repugnantes criaturas, pero no por ello ansiaba enzarzarse en combate. Cuantos menos encuentros desagradables, mejor para ellos.

Denelloth dispuso la marcha y Ferrim continuó caminando.

Siguieron el camino, tratando de recortar distancias a las tropas de Sil Auressë lo antes posible. La zanzada de Eben era larga, y buscaba la ruta más rápida para que Denelloth y Ferrim pudieran cruzar sin grandes dificultades. La herida de la pierna de Denelloth le molestaba para correr largas distancias, pero pudo mantener el ritmo a pesar del dolor. Aún así, apenas podían mirar lo que les rodeaba y tuvieron que centrar toda su atención en seguir la estela de Eben.

De repente Eben se detuvo. Había sentido algo. Tenía delante unos árboles, y miró un momento de reojo a su izquierda. Creyó haber visto algún movimiento...

-¿Por qué corréis hacia los orcos en vez de huir de ellos?

Una voz sonó desde esa dirección, a la izquierda a unos veinte o treinta pasos, desde detrás de unos arbustos. No podían ver a nadie, pero estaba claro que los había estado esperando. Y tal vez no era el único que se hallaba cerca.