Partida Rol por web

Llegó entonces la oscuridad
Y el sol del Reino Perdido
en la hora oscura se apagó.
Y los rojos fuegos brillaron
Bajo el cielo oscurecido
Era la Roja Tempestad
La muerte y el olvido
Era el último amanecer
De un reino perdido.

Sonaron las trompetas para una nueva carga. Cabalgaron mientras quedaba uno solo. Hacia el enemigo que les superaba diez a uno, hacia la oscuridad y el tormento, cabalgaron.

Para defender las tierras azotadas por calamidades y guerras mezquinas, para rescatar aunque sea por un fugaz instante, el espíritu de los dúnedain que fundaron el reino que se había roto en pedazos…  para decir a la muerte y a la oscuridad que aún quedaban fuerzas en el reino perdido. Cabalgaron y cabalgaron y cabalgaron sin temor a la muerte, sin flaquear sus fuerzas, escudos sin emblema en alto, las espadas libres desenvainadas y las lanzas rojas sedientas de sangre.

Cabalgaron, y por un momento se elevaron por encima de la decadencia, de lo humano y de lo mortal. Y entonces, rozaron lo eterno de las leyendas y del recuerdo colectivo. Cabalgaron y sintieron el eco del pasado glorioso de los hombres de Oesternesse. Cabalgaron como reflejo de aquello que una vez fue. Cabalgaron y junto a ellos iban los antepasados, los señores y los príncipes que ahora moraban en las tumbas de Tyrn Gorthad.

Milzarâk aguardaba montado en su caballo junto al gran portón del castillo de Sil Auressë. Desde fuera llegaban ruidos del feroz combate. Los hombres liderados por Belegund y por Pinto se enfrentaban a las manadas de huargos.

El sargento Gaerel se le acercó al corsario.

-Has de cruzar el puente de piedra, y luego toma rumbo oeste, le repitió el veterano sargento una vez más. Le había explicado la ruta que habían seguido las tropas de Khôradur. –Cuando llegues al río, sigue el curso. En unas horas llegarás a las colinas donde está el puesto de mando.

Si es que sigue en pie, pensó.

A continuación, ofreció su mano enfundada en un guante de piel. Gaerel le miraba con el único ojo, y asintió dándole una palmada al caballo. –Tienes una buena montura, y los huargos están luchando. Tienes el camino despejado. ¡Qué los valar te protejan, Milzarâk!

Se preparó para dar la orden de abrir el portón.

- Eso espero - dijo subiendo de un salto en el caballo, estaba más habituado a ir en barco que a caballo pero tampoco le era del todo extraño - ¡Abrid el portón!

Apenas se entreabrió el portón azuzó al caballo para que cruzase. Cuanto menos tiempo estuviera abierto, más seguros estarían las gentes del castillo.

Una vez fuera observó rápidamente el combate y la posición de los huargos. No pintaba bien, pero su lucha estaba al Oeste. Eligiendo la ruta mas alejada del los huargos se lanzó a galope.

El portón se abrió y Milzarâk salió raudo con el caballo. No obstante, en cuanto el animal pisó el puente de piedra y se escucharon los ruidos de combate que se estaba librando cerca, relinchó y se puso de repente a dos patas. El marinero no logró controlar el caballo, y se cayó de espaldas. Al menos seguía en el puente, aunque con un pie atrapado en el estribo.

Entonces vio a varios de los huargos cerca del puente. Estaban a unos veinte metros del final del mismo, y su aspecto era realmente temible. Uno de los animales se fijó en Milzarâk, y comenzó a avanzar para bloquearlo el paso.

Los otros permanecían atentos a los hombres que luchaban en grupos dispersos.

El sargento Pinto llevaba un vendaje aparatoso en la cabeza, y había sufrido alguna herida más en la contienda. Pero ya estaban casi a las puertas del castillo, y varios huargos habían caído por culpa de su acero. Entonces vio cómo se abrió el gran portón, y Milzarâk salió a galope, pero con la mala suerte de caerse justo en el puente.

-¡MILZARÂK!, gritó el hombre de origen dunlendino. Vio a un huargo avanzar hacia él, y comprendió que si habían abierto el portón para que saliera era para algún cometido importante. -¡SÚBETE AL CABALLO! YO ME OCUPO DE LOS HUARGOS, gritó y comenzó a correr. Le separaban unos treinta metros del puente y del huargo.
 

El golpe contra el suelo lo dejó sin aliento. Montar a caballo no resultó tan fácil como había pensado. El viaje hasta Sil Auressë había sido un viaje tranquilo relativamente. Pero dominar a un caballo cuando se encuentra rodeado de huargos era una cosa totalmente distinta.

Se soltó el pie del estribo y levantándose intentó calmar al caballo para poder subir. Entonces vio a los huargos, la situación se complicaba por momentos, si intentaba pasar de nuevo entre los huargos a caballo acabaría de nuevo en el suelo. Así que sacando su alfanje y su escudo se interpuso entre su caballo y el huargo, dispuesto a luchar hasta el final.

La llegada de Pinto logró que la lucha se equilibrara, con renovada esperanza, Milzarâk cargó hacia el huargo que le bloqueaba el paso.

Milzarâk llegó a pie hasta el final del puente. Allí le esperaba el huargo, y a su izquierda vio a Pinto llegar corriendo. Detrás del dunlendino había un par de huargos más, pero tardarían un poco en alcanzar a los dos hombres. Eso les dio unos segundos vitales para acabar con el enemigo y permitir así que el corsario siguiera con su misión de vital importancia.

Su último encuentro con los huargos le había enseñado a Milzarâk que no había que confiarse con esas bestias. Alzó el escudo y el dolor de su brazó volvió a aparecer y le hizo apretar los dientes con fuerzas. Pero no tenía tiempo que perder si quería poder salir del castillo a caballo antes de que el resto de huargos llegará, así que con un grito se lanzo sobre el huargo mas cercano:

- ¡Por Umbar!

Turno 1

El huargo atacó con furia al corsario que había cruzado el puente. Era difícil entender el motivo de su rabia y de su agresividad, pero en cualquier caso no esperó a los otros de la manada para rodear a la presa. El animal buscó morder a Milzarak, y sus fauces alcanzaron el muslo. Apretó y los dientes se clavaron en la carne, y le hicieron una profunda herida.

Turno 1-2

-¡Muere!, gritó el sargento y cargó por el flanco para atacar al huargo que tenía presa la pierna de Milzarak. No obstante, su ataque falló. Al menos, el huargo se interesó por el nuevo enemigo y soltó al corsario y trató de alcanzar a Pinto con sus garras, aunque también falló. Entonces el dunlendino le alcanzó la nuca con un golpe fuerte y seco, y el huargo se quedó aturdido.

-¡Ahora! '¡No vas a tener otra oportunidad como ésta, Milzarak! ¡Súbete al caballo, sal de aquí! ¡Yo te cubro!

Turno 3

Milzarâk notaba como la sangre le corría por la pierna, pero tenía que aprovechar la ocasión que se le había presentado. A pesar del dolor corrió a su caballo y subió a la silla.

La dura realidad le había demostrado que sus dotes de jinete no eran lo suficientemente buenas como para dominar a un caballo nervioso por la presencia de los huargos. Espoleó al caballo para que iniciase la marcha y se agarró fuertemente al cuello de la bestia sin intentar dirigir a la bestia. Confiaba en que el animal escaparía lo más lejos posible de los huargos y una vez alejado calmarlo lo suficiente y dirigirlo hacia el rio para seguir su curso. 

Turno 3 - Resolución

Milzarâk logró montar el caballo al segundo o tercer intento, dando saltos a una pierna junto al animal que se había quedado petrificado de miedo. Era cuestión de segundos para que el animal saliese desbocado, pero de momento estaba confuso y se movía en circulos. Por fin pudo sentarse, y echó un último vistazo hacia Pinto...

Le vio matar al huargo de un tremendo golpe de su espada y aunque hubo algunos más que se acercaban, de momento estaba a salvo.

-¡VETE MILZARAK!, gritó el dunlendino. Tal vez pensaba que el corsario se negaba a dejarle solo contra varios enemigos. Era posible que confundiera torpeza con valor. -Ahora nos retiramos al castillo, nos veremos de nuevo. ¡Vete!

Turno 4

Era su última oportunidad antes de que los huargos le cerrasen el camino.

- ¡Gracias Pinto, que la luz te guíe y te proteja! - hincando los talones en los flancos del caballo, hizo que se lanzase al galope hacia el final del puente.

El caballo fue lo suficientemente inteligente para echar a correr lo más lejos de los huargos posible. Una vez fuera de peligro Milzarák recuperó el control del caballo y lo dirigió hacia el río para seguir su camino.

El caballo le había jugado una mala pasada que casi había dado al traste con la misión. El estaba acostumbrado a el mar y a los barcos, pero ahora que estaba en tierra firme y el mar se encontraba a muchas leguas de distancia debía aprender a manejarse con estos animales o volvería a acabar con sus huesos en tierra.

Pinto vi alejarse al valiente corsario. Era obvio que no era el mejor de los jinetes, pero confiaba en que fuera capaz de completar la misión que le había sido encomendada. Le deseó suerte en voz baja, y luego el sargento se giró para enfrentarse a los huargos. A lo lejos vio a Belegund combatiendo, y alzó la espada a modo de saludo.

-¡Por Sil Auressë!

Hasta el final, hasta un nuevo amanecer, en esta vida o en la otra.

Por fin Milzarak pudo dejar atrás la zona del puente y los huargos. No obstante, no pudo tomar el camino que bajaba desde el castillo hacia la aldea, y al río donde podía ver las formas de los grandes molinos de agua. Tomó rumbo oeste por la meseta, siguiendo el curso del río como le habían indicado.

El caballo también se tranquilazaba ahora que no había depredadores cerca. Resultaba algo difícil cabalgar y orientarse en la oscuridad del eclipse, aunque por fin se asomaba un poco el sol por los bordes de la esfera oscura en el cielo.

Con los ánimos renovados, siguió adelante. Necesitaba buscar una forma de bajar de la meseta al río, y luego cruzarlo.

Cuando se acercó con el caballo al borde de la meseta, el corazón le dio un vuelco, la pendiente no parecía tan empinada cuando subió a pie. Intentó buscar en la penumbra el camino menos empinado, pero todos le parecían iguales.

Al final se decidió por una zona en la que el suelo parecía mas firme y donde había más plantas que esperaba que dieran firmeza al terreno.

Mientras bajaba en su mente entonó un ruego al valar Oromë, esperando que su montura tuviera al menos una diminuta pizca de la sangre de Nahar.

Milzarâk bajó como pudo por el pendiente. Caminaba sujetando las riendas del caballo. Lejos del camino que unía la aldea con el castillo, el terreno era bastante irregular, y aunque ansiaba avanzar más rápido, no podía arriesgar una rotura de tobillo del animal.

Finalmente logró bajar de la meseta, y siguió hasta llegar a las orillas del río.

Cuando llegó al río se planteó la posibilidad de bajarse del caballo y mandarlo de vuelta al castillo a ver si se lo comían los huargos. Pero aún estaba lejos de su destino y el tiempo era primordial.

- Espero que aquí sepas portarte, si no te dejaré de comida para los huargos - de susurro al oído a su caballo mientras palmeaba el lomo del animal. No esperaba que lo entendiera, pero se sentía mejor habíendole puesto del las cosas claras antes de adentrarse en el río.

Escrutó el río cuidadosamente y halló una zona en la que esperaba que el caballo pudiese cruzar con facilidad, aunque no las tenía todas consigo.

Con ciertas dudas, Milzarak condujo el caballo al agua del arroyo que descendía desde la mesetas hacia el río Baranduin en el oeste. No era excesivamente profundo, pero el fondo era irregular y era fácil tropezarse. El caballo se detuvo llegado a la mitad del trayecto, y por momentos el corsario pensó que le tocaba bajar y terminar de cruzar andando o nadando mientras llevaba las riendas. Pero le habló al caballo, y lo intentó una vez más. Grande fue su sorpresa cuando el animal le hizo caso, y con gran agilidad llegó hasta la otra orilla. También tenía ganas de salir del agua y seguir su camino.

Y eso hicieron. El terreno que ahora se abría ante él era ondulado, y la oscuridad hizo que de nuevo tuviera dudas de la dirección a tomar. Además quería evitar las quebradas más bruscas para encontrar una ruta sencilla que le podía llevar a su destino. Entonces, sucedió algo en el cielo.

¡El sol regresaba! Aún era una franja estrecha de luz tenue, pero la oscuridad comenzó a dar paso a la luz, y el sol derrotaba poco a poco a la esfera oscura que lo había tapado. Casi sin darse cuenta, Milzarak aminoró la marcha alentado por este hecho, y el caballo también parecía responderle mejor que antes. Tal vez el animal consideraba que debía dirigirle al corsario, y no al revés.