Partida Rol por web

Donny leyó la carta una y otra vez, y su cara tenía por una vez una expresión distinta de la hostilidad: terror. Completamente conmocionado, salió del agujero del suelo. Le dio el papel a Viviane, apretándoselo contra el pecho.

-Si alguien me sigue le parto por la mitad -anunció antes de cambiar a lupus y salir corriendo.

Querido Botón-del-pánico:

Como bien puedes imaginarte tengo a tu madre, aunque no supe esto hasta que no le rompí el brazo. Tranquilo, no es nada que no pueda curarse con un poco de descanso. No me interesa matarla por el momento. Me gustaría darte la oportunidad de recuperarla.

He visto que tienes el Gran Klaive de Niebla-de-verano. No se me ocurre ninguna razón por la que el Clan te la daría, más allá de que hayan perdido la cabeza del todo. En cualquier caso, veo que sabes usarlo y he decidido retarte a un duelo. Abajo te dejo una dirección: ven a verme. Tienes una hora desde el momento en que leas el mensaje.

Por supuesto, más te vale venir solo. Si no lo haces, prepárate para tener unos cuantos hermanitos más. Sabemos que ha dado a luz a un Garou: con la ayuda del Chotacabras podrá tener unos cuantos más. Por lo que he podido comprobar, es bastante receptiva cuando se la asusta lo suficiente.

¿He dicho ya que tienes que venir solo? ¿Y que tu madre será violada y sus hijos se convertirán en nuestros Parientes?

Sinceramente,

Yaoorgjj de los Danzantes de la Espiral Negra.

Viviane esperaba arriba con un pie puesto sobre la chapa, y por primera vez desde que entraron dejó de prestarle atención al entorno para dedicársela a su amigo al ver que tenía una carta. Todos eran conocedores de las atrocidades que el Wyrm podía hacer, y que hubiese una carta dedicada al Ahroun que le causaba terror era algo que le ponía los pelos de punta. Mucho.

No dijo nada cuando este salió estrellando la carta contra su pecho. Lo primero que pensó es que si alguien le iba a seguir, esa iba a ser ella, pero omitió decirlo por si de verdad era capaz de cumplir esa amenaza. Se limitó a mirar cómo desaparecía por la puerta mientras le pasaba la carta a Alecto, dándole tiempo a que la leyese. Mientras, en su cabeza se aclaró la única idea que le parecía coherente para con su manada: salvar al Ahroun.

Cuando Alecto terminó, la ragabash se plantó delante de ella, más seria de lo que jamás había estado.

-Soy la única que puede seguirle. ¿Entiendes? -la cogió por los hombros, mirándola fijamente. El miedo estaba impreso en sus pupilas, pero no vacilaba al hablar-. Tienes que volver al Clan y guiarles. Que preparen un rescate o lo que sea. Yo... improvisaré para mantenerle con vida todo lo posible.

Y Alecto supo que no aceptaría un no por respuesta. Aun así, en vez de salir corriendo tras el Ahroun, esperó un momento para asegurarse de que lo haría.

-¿Te has vuelto loca? ¿Qué vas a hacer allí? Sin Awen y sin mí no tienes ninguna posibilidad. Sin ánimo de ofender, no eres precisamente Superman y por muy lista que seas no vas a marcar ninguna diferencia allí. Sabes tan bien como yo que esto es una trampa y van a haber el ciento y la... -se detuvo y se pellizó el puente de la nariz antes de acabar la frase, justo a tiempo-. Mira, te lo voy a poner fácil: Yo no sé conducir tu moto, y tú no sabes tocar a Awen, así que tienes dos opciones y en las dos estoy yo: O vamos detrás de él y nos partimos las cara todos, o nos vamos en la moto al clan cagando leches.

Viviane la miró y supo que, dijera lo que dijese, no iba a arriesgar la vida de aquella Galliard. No después de todo lo que había pasado y a sabiendas de dónde se iban a meter. Claro que la necesitaba a su lado, pero sabiendo que había más gente que pudiera protegerla. Era un pensamiento egoísta pero le dio lo mismo.

Reparó en el agujero, a solo un paso de ellas.

Viviane dejó caer los brazos muertos y agachó la cabeza mientras Alecto hablaba y exponía sus argumentos. No se atrevió a mirarla después de todo, porque sabía que parte de lo que decía era cierto. Era lista, pero no tenía mucho más aparte de eso. Ni siquiera la entereza de su madre. Y, por supuesto, sabía que eso era una trampa. Lo había sabido desde el principio.

-No... No puedo, Alecto -dijo. Le temblaba la voz y las manos, casi tanto como la noche anterior entre las sábanas-. Sólo con pensar que nos pueden descubrir y que puedes acabar como Leigh, o como la madre de Donny, yo... No lo aguantaría. No podría soportar ser la responsable de la muerte de otro miembro de mi manada y...-cogió todo el aire que pudo y redujo la distancia que las separaba. Se atrevió a mirarla y a acariciar su mejilla con una sonrisa triste. Pero en sus ojos no había duda ni temor, sino todo lo contrario: Decisión-. Eres demasiado valiosa para mí.

Eso fue lo último que dijo antes de empujarla con todas sus fuerzas hacia el fondo del agujero.

Sorprendida por su engaño, Alecto no pudo oponerse al empujón. Lo siguiente que sintió, en lugar del beso prometido, fue sus tripas encogidas por la gravedad y un fuerte dolor en la rodilla por haberse golpeado contra la escalera.

La dirección a la que enviaron a Donny era una chatarrería olvidada a medio camino entre Naperville y Chicago. Llegó después de asustar a un autobús entero y de estar a punto de agredir a un anciano que le increpaba por molestar a todo el mundo con su bolsa. Luego una carrerita hasta el lugar sin dejar de pensar si habrían matado ya a su madre o qué hora era. Tampoco sabía a qué hora había leído la nota. En realidad había pocas cosas que supiera.

El lugar apestaba a óxido y a metal. Las máquinas estaban paradas y por la pinta que tenían llevaban mucho tiempo abandonadas. Los coches apilados unos sobre otros habían tomado una paleta de colores diversos desde el marrón al verde y habían sangrado sus pinturas, sus combustibles y aceites en el suelo durante años, dejándolo completamente estéril. Quizá hasta se hubiese infiltrado al subsuelo para envenenar algún tipo de acuífero o algo sobre lo que hablaban en clase de ciencias. Lo único que sobreviriría allí serían las ratas y las arañas. Nadie quería una casa cerca de aquel vertedero, así que nadie vería lo que estaba por ocurrir.

Cuando Donny llegó, encontró a Uñas-de-cristal (o como quisiera llamarse ahora) esperándolo junto a tres pilas de coches. Del electroimán que pendía sobre sus cabezas habían colgado a su madre. Estaba consciente, aunque amordazada. Le habían pasado una cuerda alrededor del pecho, probablemente porque uno de sus brazos estaba roto y colgarla de las muñecas habría acabado muy mal.

Viviane había llegado a la chatarrería donde habían citado a Donny mucho antes que él. Había escondido la moto a unos kilómetros de allí y había corrido en forma de Lupus hasta el lugar. Oculta por sus dones pudo ver cómo Uñas-de-cristal hablaba con sus compañeros para preparar la trampa.

El lugar apestaba a óxido y a metal. Las máquinas estaban paradas y por la pinta que tenían llevaban mucho tiempo abandonadas. Los coches apilados unos sobre otros habían tomado una paleta de colores diversos desde el marrón al verde y habían sangrado sus pinturas, sus combustibles y aceites en el suelo durante años, dejándolo completamente estéril. Quizá hasta se hubiese infiltrado al subsuelo para envenenar algún tipo de acuífero o algo sobre lo que hablaban en clase de ciencias. Lo único que sobreviriría allí serían las ratas y las arañas. Nadie quería una casa cerca de aquel vertedero, así que nadie vería lo que estaba por ocurrir.

Uñas-de-cristal ordenó a dos tipos que colgasen a la madre de Donny, a la que habían machacado a golpes, del electroimán que pendía sobre sus cabezas. Le pasaron una cuerda por el pecho como si aún tuviesen algo de compasión, pues su brazo roto no podría resistir la presión de un cuerpo tan pesado sin romperse de peores maneras. Parecía cierto que pensaban cuidarla a su manera.

Viviane observó que el perímetro era vigilado por cuatro tipos que iban y venían de la Umbra. Uno de ellos era el Danzante que había peleado contra ellos en Callahan Co., pero al resto no los conocía. Uno de ellos, por las mutaciones que intentaba ocultar con la capucha, era indudablemente un fomor. No podía estar segura acerca de los otros.

Lo que sí podía imaginar era que la Umbra hervía de Perdiciones, porque había escuchado algo al respecto. Los Danzantes ya habían perdido a gente en una de sus trampas y bravatas y querrían minimizar los daños.

Donny llegó poco después y se encontró únicamente a Uñas-de-cristal. El resto estaba escondido junto a las pilas de coches. Uno apuntaba con un fusil a Donny sin que éste lo viera. Dos estaban preparados para entrar en escena si fuera necesario. Lo habían preparado bien.

Donny tenía bastante claro que era una trampa. Dudaba mucho que hubiera sólo un Danzante o que planease jugar limpio. Que su madre siguiese viva ni siquiera era improbable. Pero aún así no se detenía. Sabía que la rabia y el miedo eran cosas diferentes, pero en ese momento era incapaz de distinguir dónde terminaba la una y empezaba la otra.

Otra cosa en la que Donny no estaba pensando demasiado en ese momento era el Velo. Por eso atravesaba la chatarrería en Crinos. Era una forma en la que podía manejar con comodidas en Klaive, y en la que se sentía menos vulnerable.

Entonces vio a su madre, e inmediatamente después a Uñas-de-cristal. No se había imaginado que fuese ella, quizá por la manera en que amenazaba con violar a su madre. Pero claro, había sido Furia Negra. Y lo único que detuvo a Donny fue saltar sobre ella fue que primero había visto a su madre herida y colgada como un jamón.

-Tú -ladró, enseñando todos los dientes.

Donny llegó en Crinos, Gran Klaive en mano y gruñó algo como "Tú". El tirador apostado sobre los coches apuntó en dirección a su cabeza mientras Viviane se le acercaba por detrás sin que la oyese.

-Yo -respondió la Danzante con una sonrisa-. Veo que vienes solo. Eso me gusta. A tu madre también, ¿verdad, Loretta?

Cambió rápidamente a la forma Crinos y le señaló con una garra negra y brillante a la luz del sol.

-Suelta esa espada. Vamos a pelearnos honorablemente. Suéltala te digo. Tengo a un hombre apuntándote a la cabeza y otro preparado para cortar a tu madre por la mitad. Suelta el Klaive.

-Yo -respondió la Danzante con una sonrisa-. Veo que vienes solo. Eso me gusta. A tu madre también, ¿verdad, Loretta?

Cambió rápidamente a la forma Crinos y le señaló con una garra negra y brillante a la luz del sol.

-Suelta esa espada. Vamos a pelearnos honorablemente. Suéltala te digo. Tengo a un hombre apuntándote a la cabeza y otro preparado para cortar a tu madre por la mitad. Suelta el Klaive.

Después de dudar unos momentos, Donny clavó su fetiche en el suelo. No podía hacer otra cosa. No era una lucha muy honorable si podían cargárselos a él y a su madre en cualquier momento, incluso si ganaba, pero suponía que esa era la idea.

-Ahí lo tienes. Dispárame una de esas garras y te lo hago tragar. ¿Puedo arrancarte la garganta ya o tienes alguna otra petición? -gruñó, adoptando una posición defensiva.

Viviane subió sigilosamente hasta donde se apostaba el tirador y le agarró un brazo para luego intentar arrancarle la garganta de un garrazo en Glabro. El tirador, probablemente un fomor sin mutaciones evidentes, soltó un gorgoteo y se le escapó el fusil, que rebotó por los coches hasta caer al suelo.

La Danzante dio un paso en su dirección como si fuese a abalanzarse cuando de una de las torres de coches cayó un fusil de asalto y rebotó contra el suelo antes de quedarse quieto. En la cúspide, Viviane en Glabro tenía sujeto a un tipo por un brazo mientras le intentaba arrancar la garganta con la otra.

Yaoorgjj no se lo pensó dos veces y corrió hacia el Gran Klaive. Donny llegó primero.