Partida Rol por web

Resultaba difícil describir la mirada de Sir. Esa niña de apenas siete años veía cosas que se escapaban a la inmensa mayoría. Era despistada e introvertida, y solía ir siempre cogida de la mano de Ragi, un joven de la Academia. Pero desde que Ragi tenía otras responsabilidades, Sir merodeaba por distintos lugares del castillo. En ese sentido, se parecía bastante a Caäniza.

Mientras Caäniza seguía trabajando en el pequeño huerto de hierbas curativas en un rincón del patio de armas, protegido por algunos barracones, la solía ver sentada al sol con los ojos cerrados. Y una tarde, tuvieron una charla…

-El sol está sufriendo. Le estoy dando mi fuerza para que no se apague, dijo sin abrir los ojos cuando Caäniza se le acercó. –Te llaman Äni. No, no todos. Lo hace tu amigo el bardo. No era la única cosa que dijo que no debería saber. Sin duda, esta pequeña niña poseía un don especial.

Y a continuación, le contó lo que había visto en el horizonte inescudriñable del futuro. Con las palabras de una niña, pero que en su inocencia y simpleza añadían más horror si cabía al relato. El sol se oscurecerá en el cielo, y hordas y hordas de criaturas oscuras nos atacarán. Y un mal ancestral regresará para matar a todos.

Las palabras de la niña vidente le daban vueltas en la cabeza durante varios días. Las tropas de Sil Auressë habían sido convocadas para luchar contra una amenaza que de momento parecía oculta. Pero estaba claro que algo estaba sucediendo. En medio de todo eso, nadie prestaba atención a los sueños de una niña. Y tampoco en Caäniza, la alumna de la Academia que cuidaba las hierbas.

Aquel día cuando Sir compartió sus visiones, fueron interrumpidas por otras obligaciones. Habían quedado en volver a hablar en breve. Caäniza se había encariñado de la niña de los ojos enormes, y tenía ganas de volver a quedar con ella.

Cäaniza se encontraba en las afueras de la muralla, en lo alto de la meseta. Estaba buscando alguna hierba para el jardín, pero se estaba haciendo tarde. Habían instaurado un toque de queda, y las puertas se cerraban al anochecer. Los presagios eran sin duda oscuros…

Desde su posición elevada, pudo ver cómo el portón de la aldea estaba ya cerrada, a excepción de una pequeña puerta secundaria que usaban los guardias. Entonces vio cómo ésta se abrió, y dos hombres encapuchados salieron, y con ellos iba uno tercero, más bajito y ataviado al estilo de los medianos que en ocasiones visitaban las tabernas de Sil Auressë.

Caäniza no les prestó más atención, y siguió recogiendo cosas. Aunque en su subconsciente, algo le decía que había algo raro en la forma que se movían. O más bien en cómo agarraban al pequeño mediano. Igual había bebido de más, pero lo tenían cogido entre dos por los brazos, y casi lo arrastraban. Además, resultaba extraño salir de la aldea tan tarde.

De forma involuntaria, Caäniza se encogió de hombros. Realmente, no era asunto suyo. Cuando se propuso a comenzar el camino de regreso, de repente escuchó una voz. Casi un susurro.

Ayuda

Miró a su alrededor. No había nadie. Y volví a oírla. En su cabeza. ¡Era la voz de Sir!

Ayuda…

Giró de nuevo, y vio cómo los dos hombres se perdían en la penumbra en dirección al río. Ella podía adelantar camino corriendo por la meseta. No entendía cómo ni por qué, pero supo que Sir iba con esos dos hombres. Y necesitaba ayuda.

Le tembló el cuerpo y un escalofrío recorrió su cogote, esa voz... no había tiempo que perder, se lanzo a la carrera para avanzar si podía y ver que es lo que estaba realmente ocurriendo. 
Así en cuanto tubo claro lo que pasaba, descolgó el arco y puso una saeta en el, templo la respiración y espero unos segundos a tener a tiro a esos dos. 

¡ALTO! Les grito desde las penumbras, esperando sorprenderes y desconcertarles. Tenia claro que si soltaban a Sir para apresarla a ella, le daría la oportunidad a la niña de grandes ojos a escapar, y si solo uno fuera a por ella la flecha iría a por el que custodiaba la niña.

Sin pensárselo dos veces, la joven curandera sacó su arco. Pero el grito de Caäniza se murió en sus labios. Estaban demasiado lejos, casi fuera de su vista, y se alejaban al otro lado del río. Ella corrió con todas sus ganas para intentar recortar la distancia, con toda la imprudencia propia de su juventud.

Ella se encontraba en lo alto de una meseta, mientras los dos supuestos secuestradores seguían dirección norte-noroeste por la franja de terreno que había entre el curso del río y las tierras altas. Era imposible bajar, así que Caäniza siguió corriendo con la esperanza de recortar distancia.

No podía decir cuánto tiempo había estado corriendo. Pero estaba exhausta. Por fin había llegado al punto donde podía bajar al nivel del río. No estaba segura de si había adelantado al grupo en su carrera en lo alto de la meseta, o si por el contrario estos ya habían cruzado. Bajó con cuidado hasta la orilla, y cruzó al otro lado del pequeño arroyo. Entonces vio a los tres, y a un cuarto que antes no había estado. Se encontraban a unos cuatro cientos pasos. Demasiado lejos para el arco... pero mucho más cerca que antes.

El respirar de la joven era fuerte y sus pasos imprecisos, llego a tropezar con la maleza mientras procuraba estar lo suficiente cerca como para poder saber que pasaba. Y fuera como fuese, a Sir no le tenia que pasar nada, o eso quería. 

A esas horas ya pocos transeúntes podrían ayudar y difícilmente tendría la suerte que la patrulla o algún conocido pasara por allí, aun así insistió en su afán de llamar la atención. Alto!

Con los pies aún mojados por haber cruzado el arroyo, Cäaniza se apresuró en dirección a los hombres en la oscuridad. A unos cincuenta pasos, se detuvo y puso la flecha en la cuerda del arco y gritó el alto.

Los tres se giraron casi al unísono, y uno llevó su mano instintivamente a la empuñadura de su cimitarra. Iban encapuchados, no eran muy altos y tenían rasgos de hombres del este, con bigote y barba. Se miraron entre ellos, y el que pareció el líder dio unos pasos hacia delante. A su derecha, otro se abrió unos pasos con la mano en su empuñadura susurrándole algo en un idioma extraño al líder, al que llamaba Raku.

–Sshh, dijo el oriental. –¿Qué haces aquí en la noche, niña?, preguntó con un ligero acento extranjero mientras avanzaba lentamente. –No es lugar para una niña sola…, siseó con voz amenazante, y mirada fría. No le preocupaba la amenaza del arco corto que sujetaba la desconocida, pero quería asegurarse de que iba sola.

Tenia que pensar rápido y entendía que no tenia posibilidades de ganar, ella sola, quiso fundirse con las sombras para poder escapar, le pareció que aumentaban sus posibilidades.

Ni un paso mas o disparo la fecha, advirtió a los dos que se acercaban. Que le hacen a Sir, es mi amiga.

El rufián miró fijamente hacia el lugar donde había estado hasta hace un instante la noña del arco. Pero se había movido ahora, en la penumbra de la noche. Raku trató de verla en la oscuridad. -¿Dónde estás?, dijo alzando la voz y se detuvo. -Muéstrate, no tengas miedo. No te vamos a hacer daño ni a ti ni ... ¿Cómo la has llamado? ¿Sir? No es el nombre que nos dijo el jefe, añadió mirando a su compañero. Luego se encogió de hombros. No era su trabajo cuestionar las órdenes.

-¿Dónde estás?, preguntó de nuevo. Estaba comenzando a impacientarse.

No contesto, mas aún se quedo inmóvil fijamente mirando al acechador, tenia que pensar rápido y los nervios le empujaron a reaccionar, un momento despues vio con claridad su única posibilidad, parecía que les había despistado unos segundos, que aprovecho para buscar al que sujetaba a Sir y asustarle para que la solara. Una flecha salio de sus dedos...

Desde las profundas sombras, Caäniza disparó al hombre que mantenía presa a su amiga Sir. El disparo era arriesgado, pero la joven confiaba en su puntería. Y la flecha impactó en la parte baja de la espalda, y el hombre se derrumbó inconsciente al suelo soltando a Sir. La herida era profunda, y seguramente mortal.

Los otros dos hombres desenvainaron sus espadas.

-¡Qué no se escape la niña! El jefe la necesita viva, y de una pieza, espetó el bandido oriental a su compañero. Y comenzó su avance hacia Caäniza blandiendo su cimitarra.

¡HUYE! Dudaba que pudiera ayudar mas de lo que ya lo había hecho, ya no la tenían presa y eran dos a dos si se dividían mas difícil para agarrarlas. El Raku quería apresarla i ahora tenia las manos manchada de sangre, fue su pensamiento mientas emprendía su huida. 

El hombre que había recibido el disparo agonizaba en el suelo. Caäniza se dio la vuelta para correr en dirección opuesta a Raku, y Sir ya liberada también comenzó a correr en la oscuridad. Raku dio algunos pasos hacia Caäniza mientras gesticulaba a su compañero quien avanzó para cortarle el paso a Sir.

De repente, de la nada apareció una sombra alargada desde la dirección hacia donde se dirigía Sir, quien se detuvo. El bandido también, pero ya era tarde. Se giró para ver quién era el desconocido justo a tiempo para ver cómo una ballesta cantó y la saeta le impactó en la nariz. Por poco seguía vivo, pero sangraba profusamente y estaba desconcertado.

Rápido habían cambiado las tornas, hacia un minuto, le parecía imposible salir de ese embrollo, y le temblaran las piernas ante tres malhechores, y gracias a su puntería y a que otra arma había acudido a ayudar ahora, se sentía con ganas de averiguar, quien les mandaba y por que a Sir.

Deja caer las armas, si no quieres terminar como tus compañeros. Siguió buscando el cobijo de la oscuridad, y espero a que aquel hombre mayor de aspecto tosco, declarara sus intenciones. 

Sin esperar a ver el resultado de su acción, el montaraz recargó inmediatamente su ballesta mientras avanzaba unos cuantos pasos hacia el hombre, que ahora se llevaba las manos al rostro.

En unos segundos, Raku vio cómo la niña derribó a uno de sus hombres y un hombre había aparecido de la nada disparando con la ballesta al otro. Con la cimitarra en mano, avanzó corriendo hacia el desconocido y su objetivo, Sir.

-¡Acaba con él!, le gritó al que sangraba por la nariz.