Partida Rol por web

Dispara al mismo que ya había tocado su compañero.
Tan cerca estaban ya de la salvación qué aún más coraje le dio que fueran atrapados por esa banda de alimañas.

TURNO 2

Los cuatro lobos estaban rodeando al pequeño grupo. Rápidos y feroces, resultaban un desafío para sus mermadas fuerzas. Caäniza dejó volar una segunda flecha, Russef y Denelloth cerraban filas en torno a Sir. Una de las bestias se abalanzó en dirección a la niña, como un rayo, tan cerca de Denelloth que este pudo advertir su pelaje costroso y los espumarajos en sus mandíbulas entreabiertas.

-Que no pase, Russef!

El montaraz se parapetó tras sus armas y afianzó las piernas en el suelo, dispuesto a cortar el avance del lobo, y a responder con toda la fuerza posible.

Turno 3

Caäniza preparó su arco mientras avanzaba, y Denelloth cambió de arma. Disparó de nuevo para seguir abriendo el camino hacia la salvación. Los animales seguían cerrando el cerco, y Denelloth y Russef trataron de proteger a Sir. Un lobo hizo un amago de ataque por el flanco. Los lobos mostraban su malvada inteligencia al elegir como objetivo a la más débil. Y entonces uno esprintó entre Russef y el montaraz, y antes de que le pudieran golpear con sus armas, ya casi había alcanzado a Sir.

Denelloth trató de empujarlo con el escudo para dificultar su ataque. Las garras del depredador rozaron la cabeza de Sir, que se echó atrás para evitar recibir los peores golpes. La niña trataba de defenderse con las manos desnudas, y se encontraba a merced de un nuevo ataque del lobo. Denelloth le golpeó con su espada pero el animal ya estaba fuera de su alcance. Entonces Russef gritó con rabia blandiendo su enorme hacha. Amagó un golpe por lo alto, para luego barrer las patas del animal para inmovilizarlo. Le alcanzó en una de las patas traseras, y el lobo aulló de dolor pero seguía encarado a Sir.

-¡Jinetes!, gritó de repente la niña. Enfrente tenía las fauces del terrible lobo, y había apartado la mirada y había visto algo. No eran lobos, eran hombres con lanzas. Y sintió que los estaban buscando a ellos, que eran amigos, que no venían a hacerles daño. Entonces comprendió algo.

-¡No nos encontrarán en esta oscuridad!

TURNO 3

¡Jinetes!

Denelloth oyó a Sir y por un breve instante sintió un intenso alivio; seguramente aquellos difusos ruidos lejanos que habían oído hacía no demasiado correspondían a una tropa a caballo, y no a más lobos. Jinetes tan cerca de Sil Auressë, no podía tratarse de enemigos, o eso quiso pensar.

-¡Tienen que encontrarnos -vociferó-! ¡Haced señas, encended fuego, lo que sea! ¡¡¡A nosotros, aquí, aquí, los lobos, ayuda!!! ¡Seguid hacia el castillo, vamos, tened, aguantad!

Pero aún se encontraban en una situación mortal, y sabía que difícilmente podría nadie detenerse a encender una llama. Así que siguió enzarzado en la lucha, aferrando sus armas, intentando siempre acercarse, palmo a palmo, a la seguridad de las murallas.

-¡No nos encontrarán en esta oscuridad!
 

Denelloth maldijo la oscuridad que antes les había resguardado. Tardó un momento en darse cuenta, y entonces hizo cesar el sortilegio que los envolvía en tinieblas.

Cuándo todo parecía ya perdido, y la carnicería era ya un hecho Sir gritó. Era posible que les ayudaran pero para ello deberían encontrar al grupo. Que la niña dijera que no les encontrarían le alentó a probar una de sus habilidades secretas. Respiró hondo y se concentró,  queria brillar y asi llamar la atención de esos jinetes. 

El lobo se abalanzó sobre Sir, y le mordió con fuerza en el costado sin soltarla ya, zarandeándola como si de una muñeca de trapo se tratara. La niña estaba malherida e inconsciente...

Denelloth cargó su furia y frustración, y golpeó con la espada al animal. Russef hizo lo propio por el otro costado.

Entonces, la oscuridad mágica que les había rodeado desapareció, y Caäniza estiró el brazo. De su palma, salió un haz de luz que brillaba con fuerza en la noche.

El sargento Leaniach tiró con fuerza de las riendas del caballo para hacerlo girar sobre sí mismo. Hace un instante, únicamente había visto sombras y penumbras en aquella dirección. Pero de repente, un punto de luz blanca relativamente cerca, y sombras moviéndose. Lobos. ¡Estaban luchando!

-¡VAMOS! ¡POR AQUÍ! ¡¡¡¡A LA CARGA!!!!!

Detrás de él, dos jinetes le siguieron galopando hacia el punto de luz...

TURNO 5

Al ver llegar a jinetes, los dos lobos que se encontraban entre el grupo y Sil Auressë, se dispersaron rápidamente uno a cada lado. Tal vez querían de separar a los tres jinetes, o simplemente alejarse del peligro.

Pero el lobo que tenía agarrado a Sir trataba de llevársela. El cuarto hizo un ataque hacia Russef para separarlo de la presa que tenía agarrado el otro miembro de su manada. Dio un zarpazo fuerte que le alcanzó en la pierna a Russef, partiendo tendones y aturdiendo al hombre de Saralainn. El huargo aprovechó el momento para intentar proteger al líder de la manada que cargaba con la valiosa presa...

El montaraz veía cómo el lobo arrastraba a la niña fuera de su alcance.

¡La niña! Ayuden la.  Enfocó la luz hacia el sitio y siguió el suceso para no alejarse. Primero fue secuestrada, y ahora una manada de lobos, esa pequeña infanta debía ser muy interesante para atraer a tanto mal sobre ella.

Había de sacar del peligro al grupo y atender cuanto antes las heridas.  

Ahora oía claramente a los jinetes, veía a los jinetes. Denelloth pudo incluso reconocer, por el rabillo del ojo, el familiar casco del sargento Leaniach. Y no llegan demasiado pronto... Russef tardará un momento en recuperarse de ese zarpazo...

Pero el alivio se esfumó de inmediato; la maldita bestia había mordido a la pequeña Sir y ahora la arrastraba en su huida. Denelloth se unió a lo gritos de Caäniza, que iluminaba la escena con una mágica luz:

-¡Mátalo, Leaniach! Acaba con ese lobo inmundo!

El montaraz estaba exhausto por el cansancio y la agitación acumuladas y apenas pensaba con claridad, pero todavía tuvo ánimo para descargar otro sablazo certero con todas sus fuerzas sobre el animal antes de que este pudiera alejarse demasiado.

Maldicion, murmuro mientras el lobo me arrastraba por la pierna. Lo preocupante ya no era el dolor, sino la impotencia de poder ayudar a la  pobre niña. Estos malditos lobos no tenían miedo y atacaban sin dar cuartel.

Pero oí algo. Eran pasos acelerados, no, eran caballos y jinetes. Y Caaniza los había dirigido hasta el lugar de la batalla.

Aquí, jinetes!! grité con un hilo de voz, la niña, salvarla!!

TURNOS 6-7

El huargo que había atacado a Russef se detuvo al ver al hombre alejarse, y se dirigó a proteger al líder que cargaba con la presa. Denelloth le atacó con fuerza al líder, y aunque no pudo hacerle daño grave, le obligó a parar y a defenderse como podía con las garras. Pero seguía sin soltar a la niña. No obstante, no estaba apretando con las mandíbulas. ¡Se la quería llevar con vida!

Pero en ese instante llegó Leaniach. El hábil jinete norteño manejó su caballo con maestría, y con una finta despistó al huargo que trataba de darle apoyo al que sujetaba a Sir, y acto seguido golpeó con su lanza atravesándole una de las patas delanteras. La sangra salía a borbotones, y por fin la bestia soltó a Sir. 

A ambos lados, un jinete perseguía a un huargo. El que se había dirigido al norte giró para encararse con su perseguidor, pero ya más del grupo. Entonces, por fin, los primeros rayos de sol iluminaron el campo de batalla. Y los allí presentes vieron en el cielo un murciélago volando en círculos. Por un instante, los huargos se frenaron ante la llegada del nuevo día. Desde el norte, se pudo oír nuevos aullidos y ruidos. Aún fuera de la vista, al otro lado de las colinas. El jinete que se había dirigido allí se detuvo, sacó su espada y dio media vuelta para regresar...

Por fin esa maldita bestia me había soltado y aunque el dolor era grave y las heridas tambien, en el fragor de la batalla no había tiempo que perder.

Al ver como la niña estaba inconsciente y sola tras soltarla el huargo, me dirijo hacia ella para intentar cargarla y entregarla a uno de los soldados a caballo para su custodia a Sil Auresse.

Los primeros rayos de sol, fueron alentadores, pues pronto podrían ser dueños de lo que les fuera a acontecer. 

Por tantas veces como habían liberado a la pequeña, y parecía que deberían seguir, la maldita alimaña volando por encima de sus cabezas, le dio mala espina. 

E intento deshacerse de esta. 

TURNO7

Leaniach pasó como una exhalación junto a Denelloth, que notó el calor que desprendía el caballo sudoroso, ensartando al lobo que aferraba tercamente a la pequeña Sir. La embestida fue terrible y tuvo que soltarla. Sin pensarlo, el montaraz dio otro tajo a la horrenda bestia, ya muy maltrecha.

TURNO8

Pero el tiempo seguía apremiando, más enemigos se cercaban; sin duda eso es lo que había hecho darse la vuelta al cuarto jinete que había acudido en su ayuda. A su lado, el valeroso saralainni Wrings se aprestaba a recoger a la pobre Sir, pero Denelloth no pudo evitar insistir:

-Recoge a la niña, Russef, y vámonos de aquí cuanto antes. Yo no puedo hacerlo.

La profunda herida de su pierna sangraba ligeramente, y se sentía débil. Vio a Caäniza disparando hacia el cielo, siguió la trayectoria de la flecha y volvió a admirarse de la puntería de la joven curandera, rica en recursos. Recuperando un poco el ánimo, gritó, intentando coordinar los esfuerzos de todos:

-¡Leaniach, urge refugiarse en Sil Auressë! Más huestes de huargos y jinetes de lobos se acercan. ¡Cubridnos como mejor podáis, pongámonos todos a salvo!

Apenas unos centenares de pasos los separaban de la fortaleza, al este, inundada de los rayos de sol que surgían por detrás, haciéndola todavía más atractiva, si aquello era posible. Se dirigió hacia ella lo más rápido que pudo, sin perderle la cara a los lobos que quedaban, que seguramente redoblarían sus esfuerzos para recobrar la presa que tan cerca habían estado de llevarse.

-¡Cerrad la formación en torno a Russef!¡Vámonos!

Si alguna de aquellas bestias se acercaba al joven guerrero y su carga, Denelloth se interpondría en medio para defenderlos con sus armas y su cuerpo.*

La flecha de Caäniza surcó el cielo buscando al murciélago, pero éste elevó su vuelo y se alejó del peligro sin dificultad. Eran animales extremadamente ágiles y de una inteligencia malvada. Siguió volando en círculos alrededor del grupo, marcando su posición a los enemigos en los alrededores. Pero ya a una distancia más prudencial de las flechas que le podían disparar.

Denelleth cargó con fuerza contra el huargo que había estado a punto de llevarse a Sir a un destino tal vez peor que la propia muerte. Su espada mordió la pierna, cortando una artería. La sangre oscura salpicaba al montaraz y a Sir, y el huargo perdió el equilibrio y se quedó en el suelo. El feroz animal había recibido más golpes de los que podía aguantar, y su fin estaba ya próximo.

Sin dedicarle más tiempo al moribundo enemigo, el grupo cerró filas alrededor de Russef, quien había tomado a Sir en sus brazos. La niña estaba muy grave, y su rostro estaba pálido y su piel fría al tacto. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Russef, temiendo lo peor. Pero aún respiraba, y sus ojos cerrados se movían frenéticamente en un sueño agitado.

Avanzaron, y Russef a un lado tenía a Leaniach montado a caballo, y al otro, un poco adelantado, a Denelloth. Caäniza estaba entre el de Saralainn y Denelloth.

Subieron la cuesta, y vieron las murallas de Sil Auressë. Unos cuatro cientos pasos le separaban de su objetivo. Detrás, uno de los soldados mantenía a raya a dos huargos, y el otro les protegía en el flanco izquierdo, a unos cincuenta yardas. Pero aún no lo habían logrado. Una manada de seis huargos se acercaba a gran velocidad desde el norte, tratando de llegar a cortarles el paso. Aún se encontraban a más de media milla tanto del grupo como del castillo, pero podrían llegar a gran velocidad.

Los huargos se detuvieron al ver movimiento en las murallas... ¡Los guardias de Sil Auressë los habían visto!

Echando miradas atrás, Denelloth avanzó hacia la muralla, y pudo ver el resplandor del sol sobre el casco de los guardias que estaban en lo alto. Aunque seguramente fuese innecesario, no pudo contenerse:

-¡Ah de la guardia! ¡A nosotros, socorrednos! Que nos persigue una manada de huargos, ¡que conozcan nuestra puntería!