Partida Rol por web

Se escurrieron entre matojos, hierbas y arbustos hasta llegar a las inmediaciones de aquella granja. Agnor quiso equiparse ligero para esa misión de reconocimiento, la mayor parte del recorrido lo hizo desarmado, pero al llegar a la vista de la granja sacó su arco y una flecha, apuntando al suelo. A pesar de lo ocurrido en el vado con aquel trol, no confiaba en su puntería. Pero la flecha es un arma silenciosa y discreta, perfecta para misiones rápidas. Si hubiera que enfrentarse cara a cara, ya sacaría la espada y el escudo, que portaba a la espalda, o incluso su daga, al cinto.

Pero no llevaba nada más. Si la misión era sacar al enemigo de allí, y luego tenían que salir corriendo, más le valía ir ligero.

Tarbrand hizo una señal a sus compañeros para dividirse y rodear el enclave, él iría con Agnor por el lado izquierdo, y Aelloth y el nuevo recluta por el derecho, así si había alguien dentro tendría que dar la espalda a una pareja si quería atacar a la otra. Esperaba que apoyaran su plan y se dividieran, ir todos juntos hacía más fácil que los detectaran.

Sacó su arco, encordó una flecha y se dispuso a avanzar con su arma lista.

Se separaron en dos grupos, y continuaron acercándose con el máximo cuidado. Pronto vieron los destrozos que había causado el fuego. Todo estaba calcinado y negro. La granja había sido importante en su día, sin duda. Situado en un cruce de caminos, el edificio principal de piedra tenía dos plantas y una estructura sólida que había resistido el ataque del fuego. Seguía en pie, pero ahora ya no quedaban tejas, tan solo el esqueleto de las vigas y una gran chimenea que sobresalía. Las ventanas habían sido tapadas después de quemarse el edificio, y de una forma rudimentaria pero efectiva.

En el otro lado estaban los restos de lo que antaño había sido un establo. Ahora eran pocas columnas y una gran lona. La valla que cerraba el patio seguía más o menos intacta, y junto al pozo había varios cubos de agua. En el lugar reinaba el silencio, pero todo indicaba que había sido ocupado.

Fue Hasgon, el nuevo, quien vio un extraño movimiento entre las columnas de la segunda planta. Avisó con un gesto a los demás. ¡Un centinela armado con una alabarda! Estaba escondido entre las ruinas, seguramente de espaldas. Pero cada cierto tiempo se movía de un lado a otro, con cuidado para no caerse ya que quedaba poco del suelo de la segunda planta. Pero desde su posición arriba podría verlos si intentaban acercarse hasta la pared.

El dúnedain asintió al nuevo recluta, el cual parecía tener una vista bastante aguda, la cual les advirtió del nuevo peligro. De esta forma el montaraz elaboró un rápido plan de acción y cambiando su arco por la espada le dijo en voz baja a su compañero:

-Agnor, voy a intentar acercarme sin ser visto, mantén el arco tenso y presto para disparar si la situación se tuerce. Una vez llegue, echaré un vistazo por si el centinela está sólo, en cuyo caso os ayudaré a abatirlo; o intentaré acabar con los enemigos que encuentre para que no puedan socorrer al centinela llegado el caso -tras ello miró al otro grupo e hizo unas señas en la que se indicaba a él mismo y a la pared para indicarles que se acercaría, después hizo el gesto de apuntar con el arco y señaló a Agnor para indicarles que lo imitaran.

Tras ello y para asegurarse el mayor éxito en su misión, recordó uno de los hechizos de su pueblo para mejorar su camuflaje, se echó un poco de tierra por sus ropajes mientras pronunciaba en voz baja unos salmos inaudibles y al momento pareció una extensión más del entorno. Aprovechó su apariencia para acercarse con habilidad hasta la pared sin ser detectado y una vez en ella echó un vistazo a lo que quedara por ver, por si encontraba algún enemigo más.

Agnor asintió al plan de Tarbrand y se mantuvo agazapado con arco y flecha en las manos. Observó a la figura que se movía a ratos en la segunda planta. Giró la cabeza para ver qué hacía Tarbrand y ¡de pronto no estaba!

Agnor se sorprendió y pegó un pequeño respongo. Tarbrand sí estaba ahí, pero al mismo tiempo, no estaba. Se había camuflado con una habilidad increible. Siguió con la mirada a aquella figura difusa a medida que se acercaba a la pared.

...increible...

Y se limitó a esperar, apuntando al vigilante. Las posibilidades de poder acertar desde su posición le parecían mínimas, y pensaba que no iba a ser posible provocar un incendio sobre algo ya quemado. A no ser que lo intentaran en las lonas del establo para forzar la salida de los hombres que estuvieran escondidos en la granja.

Tarbrand se había fundido prácticamente con la hierba que le rodeaba, e incluso era difícil distinguirlo para los que le acompañaban. Así que estuvieron más pendientes del centinela orco, que se había alejado de ese lado del tejado. Fue Aelloth quien indicó con señas que se había sentado en la esquina de la derecha, más alejada de ellos.

Entonces Tarbrand emergió de entre las hierbas como una aparición, ya a pocos pasos de la pared. Y llegó hasta allí, y respiró aliviado con la espalda apoyada contra la ennegrecida piedra, entre dos ventanales cerrados con lamas de madera. Miró a sus compañeros, y Aelloth le gesticuló la posición del orco. Tenía la oportunidad para trepar hasta el tejado,  o para intentar averiguar qué sucedía en el interior…

Desde su posición, Agnor tenía controlado parte de los establos tapados con la lona. Pudo escuchar algunos ruidos, como gruñidos de un par de animales grandes. Huargos tal vez. Y algo pesado que estaba siendo arrastrado. Luego otra vez el silencio.

El montaraz prefería actuar sobre seguro, por lo que aunque el tiempo apremiaba la premura podría resultar fatal, así que mientras no los detectaran prefería tener una idea bastante exacta de todo cuanto pudiera averiguar sobre el enemigo y el entorno, por lo que con mucho cuidado, y con su hechizo aún activo, se asomó para echar un vistazo al interior. Si todo estaba en orden procedería a intentar escalar y abatir sigilosamente al orco de la parte superior; si en cambio había más enemigos en la parte inferior, intentaría enfrentarse a ellos en caso de que lo viera factible.

Vio las indicaciones que su compañero parecía hacerle, señalándole al establo, por lo que intentó fijarse en dicho lugar principalmente, para luego echar un vistazo a los demás.

Por supuesto, era de esperar que el vigilante no estaría solo. Pero no había manera de saber, de momento, cuántos acompañantes tenía. ¿Uno? ¿Dos? ¿Una tropa? Si fueran muchos enemigos, se oiría ruido. Al menos, el mínimo de la convivencia, si es que los orcos saben algo de eso. A no ser que estuvieran durmiendo.

Agnor se mantuvo en su puesto, agazapado, y aprovechó un instante de cruce de miradas para hacerle un par de gestos discretos a Tarbrand: yo-oír-establo-algo.

Tarbrand se acercó a las maderas que tapaban las ventanas, y miró con cuidado por la rendija. Había visto las señales de Agnor sobre el establo, y lo que vio dentro confirmó los peores presagios.

En un salón casi oscuro, había dos linternas medio tapadas que arrojaban algo de luz sobre los rostros de cuatro prisioneros atados de pies y manos en la parte de la izquierda. Presentaban bastantes magulladuras y golpes por toda la cara, y manchas de sangre. Pero estaban vivos. Delante de ellos, había tres orcos de gran tamaño armados con cimitarra y lanza. Unos pasos detrás, en el centro de la sala, un enorme orco con alabarda vigilaba a su vez a los orcos que vigilaban a los prisioneros. En el otro lado, a la derecha desde la posición de Tarbrand, había orcos durmiendo o tumbados. No distinguió ver cuántos. La disciplina era máxima, apenas hacían ruido. Algo muy extraño en los orcos.

Tarbrand miró con suma atención al interior y podía verse cómo intentaba no perderse el más mínimo detalle. Tras ello se volvió rápidamente hacia su compañero y le transmitió, a base de señales, la importantísima información que había descubierto. Señaló al interior y luego al orco de arriba e indicó con su mano el número 4, y luego se llevó ambas manos al rostro como para indicar que dormía y luego indicó con su mano el número 5 seguido de un movimiento sinuoso girando la muñeca que le indicaba que esta última cifra era una estimación. Posteriormente se señaló a sí mismo, juntó ambas muñecas como si estuviera encadenado e luego indicó con sus dedos el número 4. 

Finalmente se volvió a señalarse e imitó que escalaba, luego señaló al propio Agnor e imitando que tensaba un arco, apuntaba ficticiamente al orco vigía, pero no soltaba la flecha imaginaria. Así que tras esperar haberlo dejado lo más claro posible, se dispuso a escalar a la parte superior y poder abatir al orco de arriba sin llamar la atención, pues el sigilo era su única baza ahora mismo; sino, la situación podría volverse extremadamente peligrosa.

Agnor quiso entender que había cuatro prisioneros, y al menos cuatro orcos más durmiendo en el establo. A todas luces, cinco enemigos podrían ser demasiados para el grupo de avanzada. Con muchísima suerte podrían eliminar al vigía antes de que diera la alarma. Después, tocaría huir y reagruparse. Pero la huída podría ser la mejor manera de actuar: sacaría a, al menos, un par de aquellos orcos de la madriguera en su persecución. Y ese es un enemigo al que era posible enfrentarse. Y aunque salieran todos los orcos, Agnor contaba con el apoyo de los jinetes.

Lo que no le dejaba muy tranquilo era la sospecha de que pudiera haber algo más. Aquel era un puesto de vigía y reconocimiento. Es decir, un puesto de comunicaciones. En caso de una emergencia, los orcos tendrían la misión de avisar al cuerpo de su ejército, al norte o al sur. Y para eso haría falta velocidad. Y eso significa dos cosas: monstruos voladores como los que ya habían visto... o jinetes de huargos. Enfrentarse a unos huargos ya era un problema algo mayor que unos orcos de infantería. En cualquier caso, no se podía permitir que escapara nadie, porque el factor sorpresa iba a ser imprescindible en las siguientes maniobras contra el enemigo.

Agnor se limitó a seguir apuntando al orco. Tensó el arco, dispuesto a disparar en cuanto percibiera el menor problema.

El montaraz comenzó a subir por la pared del edificio en ruinas con una agilidad sorprendente. Aprovechaba las piedras irregulares y las vigas que salían, y evitaba ponerse delante de las ventanas. Llegó arriba, y lentamente se asomó para ver la posición del orco antes de terminar de subir. Una parte del tejado estaba bastante dañado mientras la otra aún seguía haciendo su función a su izquierda. El orco se hallaba en la parte dañada, donde sólo quedaban las vigas del esqueleto de la estructura, y algunas lamas de madera que habían sobrevivido al fuego, o habían colocado posteriormente los nuevos ocupantes. Por lo tanto, prácticamente toda la segunda planta estaba visible desde arriba. Pero Tarbrand aún no tenía ángulo para ver hacia abajo.

El orco estaba sentado de espaldas, con las piernas colgando y su lanza en la mano izquierda. Detrás de él, había unas tablas de unos dos metros de ancho que unían dos vigas de una punta a la otra del edificio a lo ancho. Pero para llegar hasta allí, era necesario caminar por una viga de un par de palmos de anchura.
 

El montaraz vio que para llegar a su objetivo tenía que atravesar la sinuosa viga de madera. Con su armadura no era una acción fácil, pero confiaba en su equilibrio y se decidió a cruzarla de la mejor manera posible, y en aunque en determinados momentos temió mirar hacia abajo y caer, alertando a todos los orcos, consiguió llegar hasta el final.

Ahora tenía a su presa cerca, tenía pensado agarrarle por la boca y clavarle su daga mientras tiraba de todo el cuerpo hacia atrás para que no cayera hacia delante, quizás hiciera algo de ruido en el tejado, pero era preferible a dejar que el orco o la lanza cayeran hacia delante y alertaran a todo el grupo.

No resultaba fácil ser un orco... La disciplina, las palizas, los gritos de los superiores. Encima tener que vigilar bajo la terrible luz del sol, tratando de protegerse con la visera del yelmo.

Crac

¿Qué ha sido eso?

El orco se encogió de hombros y sacó la cantimplora. Lo siguiente que notó fue el golpe de una daga...

Tarbrand falló el ataque con la daga, pero seguía con la posición ventajosa con respecto al orco que se incorporaba con dificultad, evitando tropezarse y caer en el vacío.

El dúnedain lamentó su débil ataque, que no llegó ni a perforar la armadura de la criatura; él no era un experto en dagas, ni nunca había tenido que dedicarse a realizar aquellas maniobras más típicas de ladrones que de soldado. Por ello, viendo que su intento había sido un fracaso, soltó la daga y empuñó su espada bastarda con ambas manos, con la que se sentía mucho más cómodo y habilidoso; para darle un temible golpe al orco, lo suficientemente fuerte como para compensar su error anterior y que aquel ser dejara este mundo lo más pronto posible.

No obstante, el joven sabía que la cosa se podría poner muy difícil si los orcos de la sala inferior dieran la alarma...

El orcó desenvainó su cimitarra, y se preparó para defenderse de los ataques del intruso que había aparecido de la nada. Su lanza no le serviría en combate cuerpo a cuerpo, y además necesitaba buscar un apoyo para los pies para no caerse al vacío. Así que optó por defenderse de los primeros embites, para después tratar de golpear al dúnadan. Su ataque, aunque preciso, no logró causar herida grave.