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Turno 7: Exterior

Vio como el orco levantaba su arma dispuesto a impactar sobre él cuando notó que una punta de flecha se asomaba desde el centro de su pecho. No tardó mas de un par de segundos en desplomarse, y pudo ver algunos metros detrás al hombre del arco que comenzaba a recargarlo. Agradeció la determinación de ese guerrero, y observó con claridad la escena que lo rodeaba. El orco mas cercano estaba saliendo de su posición defensiva mientras que el grande que aún estaba en pie había recibido un terrible impacto del experimentado guerrero que estaba peleando a unos pasos más adelante. La pequeña batalla se había inclinado, pero los arqueros aún podían disparar desde dentro, era el punto de inflexión, debían dar un paso antes que sus enemigos para no quedar expuestos.

Aprovechó los segundos de ventaja que la posición defensiva de su oponente le daba, muy pocos pero suficientes para hacer un par de señas. Miró primero al hombre que estaba cercano a él, que ya había logrado recuperar su arma, le gritó - a la derecha de la puerta, déjame- sin esperar su respuesta dio un silbido al guerrero que había estado peleando con los dos mas grandes, y con un gesto de su cabeza le sugirió que fuese al lado izquierdo de la puerta. Si los dos hombres avanzaban a un lado de la entrada podrían atacar apenas se asomara el resto de los orcos, él mismo seguiría siendo el señuelo para que saliesen y pensaba que podía lidiar con los dos orcos en pie considerando el estado en el que estaban. Confiaba en que los arqueros entenderían la maniobra y apuntarían a la puerta donde estaba el resto de los enemigos. El crepitar del fuego sobre el establo era cada vez mas audible, era música para sus oídos, mientras siguiese prendido tenían esperanza de salir victoriosos.

Pudo ver como el orco mas cercano avanzaba hacia él y le lanzó un golpe instintivo a la criatura, pero poco preciso, su mente aún no había logrado dejar de pensar en la estrategia del combate, debía aprender a concentrarse en el oponente si quería sobrevivir. Lanzó un grito de enfado mientras tomaba con firmeza el escudo, esperando el golpe del enemigo.

Agnor ya estaba herido y no iba a dejarse asaetar. Pero en el patio las tornas habían cambiado y los orcos estaban en desventaja. Con sus más y sus menos, los ataques por diferentes flancos habían convertido a un grupo sólido de enemigos en una panda aturdida o paralizada.

Sin embargo, no estaba todo dicho. Todavía podían recuperarse. Sobre todo, con el apoyo de los arqueros del interior. Para acabar de desequilibrar la balanza, decidió atacar al orco grande con el que había empezado el combate. Parecía totalmente ido y torpe, esperando el golpe de gracia. Después de atacar, se pegaría a la pared de la granja, para quedar fuera del campo de visión de los arqueros.

Alzó la espada con todas sus fuerzas y golpeó al enemigo con ella y, sin pararse a observar si el golpe había sido mortal o no, dio unos pasos protegiéndose con el escudo hasta quedar pegado a la pared, junto a la puerta de la granja.

El dúnedain aguanto su grito de dolor en cuanto aquella maldita bestia consiguió sobrepasar sus defensas y le asestó un duro golpe. De pronto empezó a verlo todo nublado, pero aguantó lo suficiente como para ver como el inmundo gran orco caía abatido por el nuevo aliado.

A duras penas consiguió sobreponerse al dolor, se vendó como buenamente pudo, y gustoso recogió la hierba que le ofrecía y empezó a aplicársela como buenamente podía, mientras en un tono agradecido interrumpido por muecas de dolor le decía:

-Gracias amigo ufffff -dijo conteniendo una mueca de dolor mientras se levantaba y continuaba diciéndole- mi nombre es Tarbrand y es un placer haber contado con tu ayuda, mis amigos también pueden estar en apuros, pero lo que más me preocupan son los prisioneros, pues son los que están indefensos y deben ser nuestra prioridad -dijo en tono serio y preocupado esperando que el guerrero lo apoyara en ello, pues él en su estado no iba a poder por si sólo.

Mientras descendía iba repasando mentalmente sus conocimientos sobre su hechizo de curación, pues iba a necesitar aplicárselo a si mismo en breve.

Interior

Tarbrand puso la hoja de Arlan en el costado donde le había golpeado el orco, y comprobó el alcance del daño. El dolor era intenso, pero por suerte se trataba solo de una fractura de costilla que además seguía en su sitio. Se curaría bien, y no había riesgo de que perforara ningún órgano vital. Se reincorporó para seguir a Aaren quien ya había bajado por las escaleras…

Aaren dio unos pasos y se detuvo. Las escaleras bajaban a una especie de pasillo que conducía a la puerta principal. Pero las paredes de cada lado no llegaban hasta el techo, y apenas se podía intuir la estructura que una vez habían tenido. Ahora eran tan solo unas columnas calcinadas y algunos trozos de madera quemada que dificultaban el paso. Además, los orcos habían apilado trastos a ambos lados, así que los huecos de las puertas seguían cumpliendo su función. Pero desde lo alto de la escalera se podía ver casi todo el espacio interior, iluminado con unas pocas linternas medio tapadas.

Justo enfrente había dos orcos de gran tamaño, uno de ellos era sin duda el líder. Pocas veces había visto Aaren a un orco tan grande. Dirigía a los suyos con mano de hierro, y sujetaba una alabarda.

-Preparad las flechas, dijo y su voz resonó en el silencio de la sala. Un total de cuatro orcos armados con arco que se encontraban junto a las ventanas y a la puerta entreabierta comenzaron a untar sus flechas en lo que eran sin duda botes de veneno.

Había un orco más en la cocina a la derecha, y en el salón otros dos que estaban pendientes de cuatro prisioneros atados de pies y manos. Se podían ver las magulladuras y golpes que tenían, pero estaban vivos. Encima de sus cabezas, un palo de metal cruzaba la estancia, y en ese palo descansaban boca abajo una docena de murciélagos gigantes.

Detrás de los prisioneros, había una puerta abierta que daba a una sala que tenía una mesa con un mapa y cajas y sacos con objetos. Aaren reconoció algunas de las pertenencias de su grupo allí.

Turno 7. Exterior

La situación había cambiado por completo. El orco que luchaba con Theon vio como el norteño Agnor golpeó brutalmente al único de los grandes orcos que seguían en pie. El golpe del mandoble impactó en el vientre, y destrozó órganos vitales. Los gritos de dolor hicieron estremecer la piel al orco más curtido, y le hizo tomar una posición más defensiva. Dio unos pasos hacia atrás, y paró el débil ataque de Theon, y apenas le devolvió el golpe.

Agnor y Theon se movieron rápidamente hasta la pared, donde también estaba Aelloth al otro lado de la puerta desde la posición de Theon.

Ninguna flecha salió desde el edificio, y Egnadan no vio un disparo claro. Así que disparó al único orco que seguía en pie en el patio, y su flecha dio en la parte baja de la espalda. No obstante, el orco no cayó.

Las dos flechas incendiarias que había disparado Hasgon a la puerta del establo comenzaron a devorar la madera. Poco a poco, el fuego se propagaría. Pero aún quedaba para que eso sucediera, aunque los huargos ya olían el peligro y gruñían con cada vez más fuerza.

Los tres guerreros se encontraban junto a la pared, y de repente hubo una extraña pausa en medio del frenesí del combate. Los dos bandos estaban a la expectativa.
 

Turno 8. Exterior. Parte a

Los dos arqueros lo habían asistido bien en su lucha con los tres orcos, habían dejado a uno muerto, a otro paralizado y el último con el que peleaba había sido herido con las flechas de Egnadan, y no tardaría en caer. Al ver que su compañero había acabado con el orco de mayor tamaño que estaba en pie con un fuerte golpe de su espada, comprendió que ya no tenía sentido quedar expuesto a las flechas y se acercó a un lado de la puerta lo mas rápido que pudo.

Bien, seis bajas, solo un poco mas y se rendirán pensó mientras recordaba las señas que el desconocido montaraz había hecho sobre el tejado tras acabar con la vida de uno de los orcos. Miró a sus compañeros de combate, habría tiempo de presentaciones mas tarde si sobrevivían, por lo pronto lo único importante estaba detrás de esa puerta. Habló lentamente y con palabras simples en Adunaico, para que los orcos no comprendiesen y si tenía suerte ellos si, apoyandose en gestos con la mano para acompañar sus palabras -Vuestro amigo contó a casi diez orcos entre dormidos y despiertos, cinco cayeron, dentro ha de haber cinco mas y su jefe- hizo un silencio mientras intercambiaba mirada con ambos - eso espero..-

Mirando al hombre que estaba al otro lado de la puerta le dijo - Eres feroz combatiendo, mucho mejor que nosotros dos - dijo sin ningún pesar, consciente de las limitaciones suyas y del hombre que había dejado caer el arma durante el combate -si te encargas del líder, nosotros podremos detener a los otros hasta que lo derrotes, luego estoy seguro que se rendiran- suspiró, habían logrado un buen combate gracias a la asistencia de los arqueros, pero ellos debían quedar fuera por si alguno salía en busca de los huargos o para asistirlos desde allí si el combate volvía a darse fuera. Eran solo ellos tres contra el resto. Lo tranquilizaba que frente a ellos había algunos arqueros con el arco en mano, si actuaban rápido podían aprovechar eso para acabar con ellos primero y equilibrar le combate por venir., pero alguien debía encargarse del líder.

Miró a ambos, expectante de lo que podían llegar a decir. Dispuesto a lanzarse dentro de la casa apenas hubiese un acuerdo.

Al alcanzar el último giro de las escalera, me detuve en seco.

Esperaba encontrar la puerta abierta y a los orcos supervivientes luchando mano a mano con Theon, Egnadan y el resto de asaltantes, pero la escena que me encontré fue una bien distinta.

Me escondí tras la barandilla y me asomé con cuidado para estudiar la situación.
Cuando Tarbrand (pues así decía llamarse) me alcanzó, lo detuve con un gesto de mi mano, haciéndole saber que no era prudente irrumpir sin más en el pasillo.

Nueve Orcos, entre ellos un enorme Uruk, que a buen seguro hacia las veces de Lider. Cuatro de ellos eran tan grandes como el que acabábamos de neutralizar en la escalera.

Entonces los vi. En la sala de la izquierda, a través de las paredes semiderruidas pude apreciar las figuras de Abêl y de Menegor...estaba magullados, pero seguían con vida. Aquello inundó mi corazón de luz y de esperanza. Todavía existía la posibilidad de salvarlos.

Mientras estudiaba en susurros con el Montaraz las lineas de acción a seguir, envaine mi martillo y apliqué la dosis de veneno Orco en mi "estrella del Alba" Los grandes problemas requieren de Grandes soluciones Y aquel enorme Uruk, se me antojaba el último gran escollo entre nosotros y la libertad.

Cuando volví a echar un nuevo vistazo, reparé en los murciélagos gigantes que descansaban sobre la barra metálica y se me ocurrió una idea.

Se la hice saber al encapuchado, que asintió, si bien no parecía estar tan de acuerdo con el resto de mi plan.
EL quería que ambos nos dirigiésemos hacia la estancia donde se encontraban los prisioneros y una vez allí, atrincherarnos en la sala contigua.

No lo veía claro...tal vez el estuviese acostumbrado a moverse entre las sombras como una de ellas. (Todavía recordaba con asombro su insólita aparición en el tejado de la cabaña, cuando había emboscado al Orco que actuaba de vigía). Pero ese no era mi caso, no creía poder llegar tan lejos sin ser descubierto.

Cuando termine de aplicar el veneno, volví a echar un último vistazo a la sala, para ver si descubria algo que pudiese ayudarnos a tomar una decisión.

Tarbrand se recuperó como buenamente pudo y aprovechó la preciada pausa para curarse su dolorido costado con su magia como buenamente pudo, pero el dolor le impedía concentrarse, y aunque el hechizo le salió bien, su efecto no fue tan notorio como le habría gustado.

Acto seguido siguió a su compañero, el cual no le había revelado su nombre aún, y haciéndole caso se paró para ver el panorama allí presente. Debatió en silencio su plan a seguir, sin entender como aquel hombre prefería meterse en el lugar más peligroso antes que ayudar a los prisioneros, pero no le correspondía a él juzgarlo, por lo que aunque no quería dividirse, no le iba a quedar otra opción.

Se quedó meditando un instante para usar su hechizo de acechar, el cual le iba a ser más que necesario...

El montaraz al final consiguió que su nuevo aliado comprendiera que valía más salvar a los soldados que matar al líder, por lo que una vez se pusieron de acuerdo se dispusieron a ejecutar su plan; por lo que tras unos instantes de concentración, el habilidoso dúnedain realizó su hechizo para mimetizarse con el ambiente y pese a su herida consiguió un buen resultado.

Luego sacó su daga y la cargó con su mano izquierda, pues aunque tenía su escudo embrazado no pensaba usarla, sólo arrojarla a los prisioneros en cuanto pudiera; en la derecha llevaba su temible espada y tras un simple asentimiento al hombre rubio se dispuso a infiltrarse.

En cuanto empezó a moverse, quizás fuera por la tensión o el elevado peligro al que estaba sometido, lo hizo con la mayor precisión pese a tener aún su abdomen lastimado; por lo que caminó bastante orgulloso de su habilidad para inflitrarse, la cual parecía ser indispensable.

Tras unos breves intercambios silenciosos, ambos pergeñamos una suerte de plan para intentar rescatar a los prisioneros.

Finalmente deseché mi idea de usar el veneno contra el gran Lider Uruk. Creía que con una pequeña distracción podía alcanzar su espalda con ciertas garantías y así asegurarme un golpe limpio con la maza.
Si lo dejaba fuera de combate, confiaba en que los Orcos se sentirían un tanto perdidos sin su guía, lo que nos proporcionaría unos preciosos segundos para huir.

Pero lo cierto es que eran demasiados...aunque lo hubiese conseguido, mi posición se hubiese visto demasiado comprometida. Y no estaba dispuesto a jugarme mi vida y la de mis compañeros por una corazonada incierta sobre el comportamiento Orco.
De modo que guardé mi maza y empuñe nuevamente mi martillo de guerra esperando a una mejor ocasión.

En cuanto el encapuchado empezó a moverse, me asomé a las escaleras y lo seguí con la mirada, preparado para socorrerle en caso de ser descubierto.

Por momentos, incluso a mi me resulto difícil seguir su figura entre las sombras de la estancia.
Sin duda, aquel Norteño sabia moverse con cautela. Su capa parecía ayudarlo a fundirse con el entorno ruinoso del interior de la cabaña.

Cuando ya casi había ganado la espalda del Orco más alejado a las escaleras, me dispuse a imitarlo aprovechando las sombras más próximas a la pared.

Turno 8 exterior.

Agnor estaba intrigado por lo que ocurría con su compañero Tarbrand en el interior de la granja. La inusitada pausa le permitió coger aire y escuchar, y no le llegó nada. Si hubiera combate, se escucharían los gritos de los heridos o el entrechocar de las armas. Pero sin ruido... o los orcos habían vencido, o Tarbrand y el inesperado aliado estaban en un subterfugio, guardando silencio por algún motivo.

Por eso reprimió el deseo de llamar a su compañero con un grito. Si estaba muerto no podría escucharlo. Y si estaba vivo y en silencio, no podría responderle y cualquier intervención podría estropear una supuesta emboscada.

Observó al orco que quedaba en pie en el patio. Estaba herido y activo, y no se sabía si atacaría o no. Pero no se iba a alejar de la pared para combatirle, pues no quería ser objetivo de las flechas. Confió en que sus  arqueros o Aelloth se hicieran cargo de él... mientras Agnor entraba en la granja.

Porque entendió a medias el plan de aquel hombre que le hablaba en otro idioma. Entendió lo justo y adecuado, pues las palabras clave no daban lugar a dudas. Era el momento de entrar.

Se mordió el labio, aferró con fuerza la espada, y de un giro rápido entró por la puerta con el escudo protegiéndole.

Durante los años del lento declive de Cardolan, los orcos y los lobos malignos se habían asentado en cada vez mayor número en las tierras altas de Minhiriath. Vivían escondidos en los complejos subterráneos que se habían formado en la roca caliza, y estaban protegidos tanto por la orografía como por la decadencia de los principados dúnedain. Eran una lacra constante, y un recordatorio de que la fuerza de los dúnedain de Cardolan era cada vez menor. Nada quedaba de la gloria de antaño. El Señor de la Guerra Dagorhir había reunido las distintas tribus orcas, y había establecido un reino de opresión y terror en el corazón de Minhiriath, apoyado por terribles trols, manadas de huargos y bandadas de murciélagos gigantes. Aunque finalmente fue derrotado en la campaña de los Señores Aliados, los orcos nunca fueron aniquilados del todo.

Ahora los restos de aquellas huestes se habían reunido bajo un nuevo estandarte, con el símbolo de un enano desmembrado. Eran los Skator-Vok-Koptog, y marchaban a la guerra. Para preparar su ofensiva, en primavera habían arrasado las pocas granjas que quedaban en posiciones estratégicas. Luego la habían ocupado como base de operaciones, reconstruyendo parte del establo. Necesitaban primero permanecer ocultos para luego poder aniquilar sus objetivos por sorpresa. Bajo el mando de los nuevos amos, la victoria final de la oscuridad sobre los pedazos fragmentados del reino perdido estaba cada vez más cerca.

Turno 9

El capitán Uruk miró los cadáveres en el patio, y vio cómo el fuego de las flechas incendiarias comenzaba a devorar la madera nueva de los establos. Poco a poco, las llamas se extendían y ya eran visibles desde el edificio principal. Y los huargos habían percibido el peligro. Lejos de amedrentarse, lo que sintieron era cólera y rabia.

La sangre le hervía en sus venas. Había aceptado el cometido de sus amos para dirigir las tropas en la batalla, y ahora todo se había complicado por estos intrusos miserables. Lamentaba haber tomado tantos prisioneros, aunque eso ya daba igual…

Sus arqueros estaban listos, sus flechas se asomaban por las ventanas. Esperando su orden, aguantando…

-¡¡¡KALUS – KALOG!!!¹

Las flechas volaron. Y en ese momento, vio entrar al guerrero rubio con la espada manchada de sangre orca.

Turno 9. Exterior

Aelloth vio como Agnor se adentró en la boca del lobo, y Theon se preparaba para ir detrás. Él no era un gran guerrero, pero no podía dejar suelto al orco en medio del patio. Así que se abalanzó sobre él con su espada corta para redimirse de su fallo anterior. Su ataque no era fuerte, pero el orco no pudo esquivarlo del todo y le alcanzó en el costado. Se quedó aturdido y comenzó a sangrar. El orco se tambaleaba, y soltó su arma mientras Aelloth se preparaba para acabar con él.

Turno 9. Exterior

Egnadan vio como cuatro arqueros orcos le dispararon a la orden, y en ese momento supo que su vida pendía de un hilo. Una de las flechas erró, pero tres le impactaron. Una pasó cerca de su cara y le hizo un feo corte en la oreja que comenzó a sangrar profusamente. Otra le dio en el brazo que sujetaba el arco, y casi al instante notó como perdía sensibilidad en el brazo y tuvo que soltar el arco. La última le dio en el pecho, pero su armadura le protegió.

Turno 9. Exterior

Hasgon vio con satisfacción como el fuego se extendía en el establo, y entonces apuntó su arco al cielo y disparó una flecha incendiaria hacia las nubes. La flecha dibujó un arco con estela de fuego en el cielo azulado.

Luego miró a Theon, y asintió con la cabeza cuando lo vio meterse detrás de Agnor.

Hasgon y Theon intercambiaron una mirada de apenas unos segundos. Los dos improvisados aliados tenían claro que en medio de la refriega era vital mantener la cabeza fría. En el hombro, el guerrero portaba un ribete rojo…

“Los rojos fuegos de la venganza”… Era el lema del ejército reclutado por Lord Echorion, el Príncipe Desterrado de Girithlin, y sus seguidores, a falta de uniforme y escudo de armas formal, se había convertido en el símbolo de sus tropas.

Turno 9. General

Agnor cargó hacia el interior del edificio. Su corazón de guerrero sentía que la victoria la tenían al alcance de la mano, y que la gloria era de los valientes. Detrás de él, Theon le seguía.

Así el norteño cruzó el umbral, y pasó entre los dos arqueros orcos que acababan de disparar. Tenía enfrente al gran capitán Uruk blandiendo su alabarda, y en la otra mano llevaba un escudo con el dibujo de un enano desmembrado.

La sala era grande, y aunque apenas se filtraba la luz desde el exterior, había linternas que la iluminaban. Las paredes interiores habían desaparecido, pero algunas columnas y sobre todo escombros marcaban la composición original. Agnor y Theon entraron en lo que antes había sido un pasillo que conducía a unas escaleras al fondo. Y junto a esas escaleras, pudieron ver a Aaren moverse sigilosamente hacia su izquierda, a la espalda de los orcos.

Los orcos eran numerosos. Junto a las ventanas había cuatro arqueros que acababan de disparar sus flechas. Pero había otros cuatro de gran tamaño dispersos por distintos lugares, dos de los cuales vigilaban a los prisioneros. Y el capitán Uruk en el centro, controlándolo todo.

Protegido por las sombras, Tarbrand comenzó a acechar hacia los prisioneros. De momento, los guardias no le habían visto. Y la entrada de Agnor le permitió seguir avanzando...

Turno 10 General Apenas había logrado recorrer unos metros amparado en el silencio de las sombras, cuando la potente voz del Uruk ordenando la descarga me sobresaltó. Mí corazón se encogió por un momento, pensando en mis compañeros que se encontraban en el exterior. Entonces ocurrió. Como el prematuro rayo de luz que despunta al Alba tras las montañas, un guerero Norteño irrumpió en la oscura estancia de los Orcos, trayendo consigo el brillo del sol en sus cabellos rubios y el reflejo de la mañana en el filo de su espada. A su espalda, pude observar también el rostro de Theon, que parecía estar bien. Aquello reforzó mi animo y afianzo mi voluntad de rescatar a Menegor para llevarlo con su hermano. Tarbrand se deslizaba por delante de mi como una sombra reptante y sibilina...yo lo había seguido, pero la situación acababa de cambiar, y era el momento de tomar decisiones... Enseguida me viré hacia la entrada, Agnor y Theon venían solos, y su ataque parecía suicida, si no actuaba, los Orcos caerían sobre ellos como un cuchillo sobre mantequilla. El guerrero resplandeciente se encontraba ya acorralado, rodeado de hasta 4 Orcos, no aguantaría mucho sin ayuda. Nada más entró, llame su atención con mi puño y lo previne de arrojarse a la batalla sin proteger su guardia. Señale al Orco Uruk y negué silenciosamente con la cabeza, tratando de disuadirlo. Justo después, señalé hacia la sala de la izquierda para llama su atención sobre la puerta abierta detrás de los prisioneros y terminé agitando la mano para indicarle que deberíamos ir posicionandonos hacia aquella salida. Tal vez una decisión correcta al inicio de la contienda, nos proporcionase una ventaja estrategia más adelante. Sin perder un instante, me moví rápidamente a espaldas del Orco que flanqueaba al capitán, lo hice lo más sigiloso que me fue posible tras valorar la distancia, para poder alcanzarlo antes de que tuviese al Norteño a distancia. Mientras me movía, dirigí mi puño al centro del grupo de murciélagos gigantes que descansaban boca abajo sobre la vara de hierro. Apunté con toda la precisión que me fue posible a sus diminutos ojillos rasgados y abrí la palma de mi mano los segundos necesarios para provocar una reacción en ellos. ____________________________________________________________ Tan solo había dado un par de pasos en dirección al Orco, cuando se me pasó por la cabeza la idea de que a pesar de todo pudiese oírme llegar. De modo que con la esperanza de atraparlo por sorpresa, antes de que pudiese darse la vuelta, Arrojé el martillo con todas mis fuerzas sobre el. Y me detuve para observar el resultado de mi acción. Las llamas empezaban a asaltar las paredes del establo fuera, pero aquello no me preocupaba...el fuego no podía someterme, no podía silenciarme...lo único que portaba era luz y liberación...ninguna pared podía retenerlo...como a mi.