Partida Rol por web

12 de noviembre de 2000 - 15:30

Donny llegó a casa de sus padres mucho después de la hora de comer. Matar monstruos consume una cantidad sorprendente de energía, y entre la tensión que la regeneración de sus heridas provocaba a su cuerpo y el paseo hasta aquí, al Ahroun le rugían las tripas como si se estuviesen devorando a sí mismas.

Naperville era una ciudad modélica y la gente tenía un nivel de vida bastante alto, pero en todas partes hay pobres y ésta no era la excepción. La residencia de los Garrett era una casa unifamiliar con un pequeño jardín que la nieve había reducido a un montón de hierba marrón y sin vida. El neumático en el que se columpiaba de niño se meneaba suavemente en el único árbol de su propiedad. ¿Cuánto hacía que nadie lo usaba? ¿Por qué no lo habían quitado ya?

No quería entrar. No podía quedarse mirando la casa toda la vida, pero no quería entrar. Pensó en comer algo antes de acercarse a la puerta, para ganar tiempo, pero por más hambre que tuviera no creía que pudiese tragar ni un poco de papilla gris. No le quedó más remedio que esperar hasta que estuvo seguro de que no iba a aparecer ningún Danzante a librarle de aquello.

Emprendió el camino hacia la puerta. Todo estaba hecho una mierda, como se esperaba. Su padre no movía un dedo en todo el día desde que se había lesionado la espalda y su madre no tenía tiempo o no le importaba.

Remoloneó un rato más delante de la puerta, tratando de imaginar qué iba a pasar a continuación. Por suerte, Donny no era el chico más imaginativo del mundo, o algunos de los escenarios que hubiese anticipado habría sido lo bastante horrible (aunque ninguno era agradable, desde luego) para hacer que se diese la vuelta y dejase que a su madre le saliesen tentáculos en la cara. Finalmente tocó el timbre, y se le subieron las tripas a la garganta.

Cuando tocó el timbre, Donny escuchó una voz que llamaba a alguien en el interior de la casa. Las llamadas fueron cada vez más insistentes. Tardaron tanto en abrir la puerta que, de no ser por esos gritos, podría haber pensado que no había nadie. Pero al final le abrió su padre. Estaba sentado en la silla de ruedas allá donde lo había dejado, y debía de haber envejecido una década en el año que llevaba fuera.

La hosquedad con la que le recibió no fue distinta a la que se había acostumbrado durante los años en casa. No era difícil adivinar a Donny en la expresión de su padre, y de no resultar un hombre lobo y de encontrar el camino en su vida, podría pensarse que acabaría antes o después así, gordo y amargado.

-Mira por dónde, el hijo pródigo, o como se diga -gruñó entre dientes-. Y la puta esa de la asistente social se ha marchado sin decirme nada y tengo que abrir yo. Si fueras un jodido atracador, ya estaría perdido. ¿Vienes a por dinero o algo así, hijo? Porque seguimos sin un dolar.

Terrence se recostó en la silla.

-¿Te han herido en donde quiera que te hayan enviado? Tienes una pinta preciosa.

-Hola, papá -masculló.

No hizo ningún ademán de entrar en la casa, ni reaccionó a las pullas de su padre. Estaba acostumbrado, aunque había pasado unos meses estupendos sin oírle. Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se rascó el tobillo derecho con el pie izquierdo.

-¿Puedo entrar? No quiero dinero.

Terrence echó la silla hacia atrás y le dejó pasar. El olor de su casa no había cambiado nada, pero ahora lo notaba con más intensidad que antes. Volvía al hogar, aunque ya no lo fuese y no lo sería nunca.

Su padre entró en el salón y ocupó el espacio donde antes había entrado el segundo sofá. La televisión estaba puesta y sobre la mesa había un par de latas de cerveza barata ya vacías. Terrence se palmeó las piernas insensibles y miró a su hijo desde abajo.

-Has crecido. ¿Te matan mucho con el ejercicio en el ejército?

-No creas.

Se le hizo un nudo en el estómago al volver a ver el salón de su casa. Había dormido dentro de contenedores de basura que le habían provocado menos malestar que esa habitación.

Miró alrededor, pensando si debía sentarse. Decidió que mejor no. No era su casa y no le habían invitado.

-¿Y mamá?

-Ha salido. Volverá pronto -contestó su padre. Alargó la mano hasta la mesa y cogió una de las latas. Le dio un meneo y, al escucharla vacía, la dejó otra vez en su sitio-. ¿Qué quieres, Donny? ¿A qué has venido?

Donny desvió la vista hacia una ventana.

-Pues a veros, a qué va a ser -respondió, seco y poco convincente.

-Sí, claro. Tráeme una cerveza de la nevera. Coge tú una si quieres.

Andar el camino hasta la cocina se le hizo extraño. Habían cambiado algunas de las fotos del pasillo, y habían quitado el aparador donde su madre guardaba los manteles y los cubiertos. La minúscula cocina tenía una minúscula nevera, pero parecia bien surtida. Había cerveza de sobra, Coca-Cola, comida precocinada, montones de dulces, leche y algún que otro vegetal mustio. Y no olía a contenedor, sólo un poco a nevera.

Cuando Donny volvió al salón, su padre recibió la cerveza con mucho gusto.

-Está bien que hayas venido a vernos de una vez. No te has dignado a mandar ni un mísero dolar, ni a llamar. Ni una carta. Ni una palabra. Tu madre está preocupada por ti. No sabemos si estás muerto, pero a ti eso te da exactamente igual, ¿no? En la guerra te lo pasas tan bien que no te acuerdas de tu familia. Perfecto.

Hizo una mueca y fue a la nevera a coger una cerveza para su padre. Aprovechó para meterse unos cuantos dulces en los bolsillos de la cazadora. Normalmente sólo veía los envoltorios. Echó un vistazo rápido para ver si había hierbas de Callahan Co., pero no le puso mucho empeño.

Dejó la lata al alcance de su padre y se apartó.

-Bueno pues ya he venido -cortó de malos modos.

¿Siempre era tan difícil hablar con los padres? Viviane no parecía tener el mismo problema. Debería haberle pedido ayuda a ella en vez de a Ashley.

La puerta de la calle se abrió.

-¡Donny!

El olor de su madre impregnó la habitación. El Ahroun escuchó el ruido de bolsas de papel y pasos en su dirección. Su madre le miró con una sonrisa sin dejar de cargar la compra. Se cambió las bolsas de brazo para tener uno libre y poder estrecharlo, pero al acercársele cambió de idea. En su rostro apareció la expresión de muchos cuando se daban cuenta de que había algo extraño en él.

-¿Cuándo has vuelto? -preguntó, seria.

Dio un respingo al escuchar la puerta. ¿Y si su madre era ya un fomor? ¿Y si ya era tarde? Pero no, no lo era. O al menos no lo parecía.

-Mamá.

Al ver que su madre se acercaba para abrazarle Donny sacó las manos de los bolsillos para recibirla, pero quedó claro que no iba a suceder antes de que llegara a levantar los brazos. Oh, bueno, nada nuevo.

-Hoy. Trae, te ayudo -dijo, y cogió las bolsas para llevarlas a la cocina.

-¿Qué te ha pasado? -preguntó la mujer en referencia a sus heridas-. Espero que te estén tratando bien en el ejército. ¿A dónde te habían destinado? Nunca nos lo dijiste... -Cuando Donny contestó y llegaron a la cocina, Loretta le dio un beso en la mejilla-. ¿Vas a quedarte mucho tiempo? ¿Has traído maleta? Debería lavarte esa ropa. ¿Hace cuánto que no te la cambias?

-Estoy bien.

Cuando su madre le dio un beso Donny carraspeó, incómodo. No estaba acostumbrado a que la gente fuese afectuosa con él, y no hacía más fácil el resto de la conversación.

-No me puedo quedar mucho. -Se apartó un poco de su madre para que no pudiese examinar la cazadora sucia y volvió a carraspear-. Escucha, mamá, tengo que preguntarte una cosa.

La decepción apareció en su rostro. Loretta torció el gesto y puso los brazos en jarras. No era lo que esperaba escuchar, desde luego.

-¿Qué pasa?

Donny desvió la mirada y volvió a aclararse la garganta.

-¿Estás trabajando en un sitio, eh... Callahan Co. o algo así?

-¿Has estado revisando mi correo, jovencito? -preguntó Loretta cruzándose de brazos.

Donny levantó las manos como si le hubieran pillado haciendo algo malo.

-¡No! No. Yo no. Es, um... -Entonces tuvo una idea. Seguramente debería habérsele ocurrido antes, pensaba, pero teniendo en cuena que había participado en aproximadamente diez conversaciones a lo largo de su vida no estaba mal-. Es un mal sitio, mamá. Me han pedido que te lo consulte, ya sabes, um, el gobierno. Porque les preocupa. Que estén... envenenando a la población o algo. No me han dicho. Es una cosa de terrorismo.

-Tú sí que eres un terrorista -respondió Loretta-. ¿Vas a quedarte a cenar, al menos? Puedo hacerte salchichas y puré de patata. Eso te gustaba mucho, ¿a qué sí?