Partida Rol por web

Eben, sabrás cuál es tu camino cuando un día, de repente, estés andando ese camino y te des cuenta de que siempre era el tuyo. Que nunca hubo otro. A pesar de todas las dificultades, de todos los escollos, de los desvíos que puedas tomar, el camino siempre ha estado allí. Un montaraz solamente conocerá el Camino cuando lo esté andando. Y pronto tendrás que comenzar a andarlo. Estés preparado o no.

Aquí, en Cardolan, las guerras son diferentes. No todo es perseguir orcos y huargos. A veces es más importante el arado que la espada. Todo ayuda, y este lugar, esta pequeña cabaña abandonada, ha sido concedido por la Dama Aylarien como un refugio para los montaraces.

Si esta cabaña requiere ayuda de Sil Auressë, con echar estos botes de polvo al fuego podemos dar la voz de alarma. Recuérdalo. El humo rojo se ve desde la Casa  de Comercio e incluso desde la torre del nuevo castillo.

Eben recordaba las palabras de su maestro Denelloth mientras oteaba el horizonte lanza en mano. El sol se estaba poniendo en el oeste, y era difícil distinguir nada entre las sombras alargadas de los árboles y las colinas. La noche se presentaba nublada y sin estrellas. Otra noche más de vigilancia en lo alto del mirador de la Cabaña.

En los días que habían pasado desde que se separó de Girion y de Denelloth, Eben había tenido tiempo para reflexionar sobre lo sucedido en aquel monolito del bosquecillo. Una extraña fuerza ancestral se había despertado, de eso no tenía duda. Había notado una sensación de vacío en su interior, como si el monolito le hubiera absorbido parte de su alma, o de su fuerza vital. La estaba recuperando ahora de nuevo, rodeado de árboles, de animales, y de las energías invisibles de la Naturaleza.

Eben normalmente se sentía a gusto las veces que estaba en la cabaña de los montaraces. Tras haber colaborado en su acondicionamiento la consideraba un poco suya. Además le servía para aislarse de la ciudad y regresar a la naturaleza, donde se encontraba realmente como si fuera su hogar.

Eso hubiera sido de no ser por la extraña sensación que tenía en su interior desde el suceso del monolito. Algo había cambiado, pero era absolutamente incapaz de saber qué.

Llevaba varios días en la cabaña sin que nada extraño ocurriera. Anochecía. Había estado ocupado a lo largo del día pero también había tenido sus horas de descanso, podía permanecer la noche de vigilancia sin problemas. Ocupó su puesto en la atalaya suponiendo que se enfrentaba de nuevo a una aburrida noche de guardia.

La noche tenía sus ruidos y sus silencios... Tan diferente a lo que se escuchaba de día que podrían ser mundos distintos. Esta noche, el silencio fue tal vez más profundo de lo normal. A lo lejos, pudo ver algunas aves surcando el cielo nocturno. Por un momento, pensó que podrían ser murciélagos. El enemigo los usaba como mensajeros. Pero no estaba seguro.

Entonces escuchó algo. Algo se movía entre los árboles, y los hacía mover. Y se acercaba rápidamente hacia la cabaña.
 

Eben no estaba seguro de si había algo ahí abajo o no. Se concentró para hacer uso de una de sus facultades especiales y poder ver en la oscuridad, a la vez que se ocultaba mejor y preparaba el arco con una flecha.

Eben trató de adaptar sus ojos a la oscuridad, pero de repente notó como las sombras se hicieron más profundas y una extraña fuerza oscura se concentraba a su alrededor. No sabía lo qué era, y la reciente experiencia con el monolito le hizo detenerse allí. Aún sin el encantamiento, pudo ver la forma de un hombre corriendo entre los arbustos. Era corpulento, y se tambaleaba un poco, desorientado en medio de la noche. Podría incluso estar herido.

Entonces lo reconoció. Era Wulfgar, el norteño mercenario que se había quedado vigilando en la Colina Huarga. Miraba a su alrededor de forma precipitada, buscando qué dirección tomar. La cabaña no era fácilmente visible desde esa dirección, y menos de noche. Así que Wulfgar siguió de largo en dirección al sur. Estaba a unos cuarenta o cincuenta pasos de la posición de Eben, y volvió a mirar atrás como si le persiguiera alguien.

La cabaña era una posición oculta que sólo los montaraces podían conocer, pero Wulfgar, aún siendo mercenario, estaba herido y en medio de la noche posiblemente sería incapaz de recordar dónde se hallaba realmente. Era un riesgo, pero Eben decidió que podía asumirlo.

Estaba lo suficientemente cerca de la cabaña como para que en unos segundos pudiera salir y guiarlo hasta la misma. Sin pensarlo más, bajó a nivel del suelo y se deslizó rápidamente en dirección al mercenario.

- Wulfgar, aquí, rápido. - Medio siseo medio susurró, apenas lo suficiente como para que pudiera oirle. - Soy Eben, sígueme.

Solo en ese momento Eben pensó en que si lo estaban rastreando podrían seguirle a la cabaña. De ser así la cabaña se convertiría en una trampa mortal. Tenía que conocer más que era de lo que huía su compañero.

- Espera, mejor dime antes de qué huyes.

-Eben, ¿eres tú?, preguntó el norteño sorprendido. Su voz era agitada, y sujetaba su hacha con fuerza. -¡Orcos! Una patrulla, en la Colina Huarga, dijo apuntando con su arma hacia el oeste en la oscuridad. -Más de diez... Pero detrás... Muchos...

Arrastraba su pierna izquierda, donde había una flecha clavada. Comprendió que sus piernas no iban a ser lo suficientemente rápidas como para poder huir. -Tú corre. Avisa aldea. Yo luchar con orcos.

- No puedo dejarte así, te ayudo, cerca hay un refugio y puedes esconderte.

Eben intentaba ayudar a su compañero para que llegase hasta el refugio y allí pudiera esconderse, pero el esfuerzo era notable y apenas avanzaban. Aún no percibía la llegada de los orcos pero no podían estar lejos. Wulfgar seguía alentándolo para que lo abandonase, pero Eben seguía intentándolo.

A regañadientes el norteño se dejó el peso en el joven montaraz para avanzar hacia la cabaña. -Pierna... flecha orca ... veneno, dijo y golpeó con fuerza el miembro paralizado. El avance era lento, y la noche oscura a su alrededor. -Aldea muy lejos. ¿Avisar fuego?, preguntó.

Eben observó la pierna del herido calibrando si podría llegar a la cabaña con tiempo suficiente para que los orcos no lo detectasen, en caso contrario Wulfgar moriría igual y además perderían la cabaña. Era un pensamiento frío, pero Eben era esencialmente práctico: un superviviente.

La herida tenía muy mala pinta.

- Wulfgar... he de avisar a la aldea. - Eben no encontraba las palabras adecuadas, señaló en dirección a la caseta oculta de los montaraces - No se si podrás llegar, pero no podemos permitir que esos orcos se presenten en la aldea sin avisarles antes. - Le apretó el hombro antes de salir disparado hacia la aldea. - Suerte.

Eben partió lo más rápido que pudo a advertir a la aldea del inminente ataque.

El norteño miró al joven montaraz, y asintió serio. Era un veterano de varias guerras, y consciente de que las vidas de muchos dependían a menudo del sacrificio de unos pocos. Agarró el hombro de Eben, y le dijo: -Tú corre. Orcos llegan pronto, muchos. Estandartes. Huargos. Van a atacar la aldea.

Veía difícil volver a encontrarse en esta vida. Sobraban las palabras. Era un recién llegado a Sil Auressë, pero honraría el compromiso adquirido hasta el final. Agarró su arma y avanzó cojeando hacia la dirección que le había indicado Eben.

Eben avanzó a toda prisa hacia la aldea en mitad de la noche. La herida de Wulfgar no era mortal, pero la flecha orca había llevado veneno que le había paralizado la pierna. Los orcos estaban de camino. Eso lo que había dicho el norteño. Su puesto de vigía había sido la Colina Huarga. Desde allí tenía buena vista a leguas tanto al oeste como al sur. Seguramente había llegado una avanzadilla de exploradores, y pronto habrá llegado la hueste principal.

Eben era consciente de que unas tres millas le sepaban de la aldea aún, así que aligeró el ritmo. Antes de llegar hasta la aldea principal, había granjas en las afueras, muchas habitadas después de la fundación de Sil Auressë. Y también los molinos junto al río.

Eben corre hacia la aldea, lo importante es llegar cuanto antes. Lleva el arco a la espalda y la lanza en la mano, pero no la lleva especialmente preparada.

Eben seguía avanzando guiándose por el curso del riachuelo que se asomaba de vez en cuando a su izquierda, con el agua bañada en plata. Su respiración se agitaba, pero tenía que seguir. Vio a lo lejos alguna granja pero no había humo saliendo de las chimeneas, ni animales. Así que siguió corriendo...

Aunque su entrenamiento era bueno, empezaba a cansarse. Era complicado mantener el ritmo. A lo lejos se veía una granja que parecía intacta. Eben paro un instante y observó de lejos.

Eben descansó un instante para recuperar el aliento. La granja había sido abandonada hace poco. Habían recogido sus cosas a toda prisa, y se habían llevado los animales. Pero se podía ver el arado y otras herramientas que nunca dejarían atrás salvo en caso de extrema urgencia.

¿Estaban evacuando?

Un ruido captó su atención. El golpeteo de unas alas en el cielo oscuro. Luego el silencio. Y de nuevo. Alzó la vista, y creyó ver formas oscuras planeando a bastante altura encima de su cabeza. Eran murciélagos, tal vez tres o cuatro. De tamaño más grande de lo normal, y de color muy oscuro. En tiempos no tan lejanos, el temido Señor de la Guerra Dagorhir los usaba en grandes cantidades como mensajeros y espías, y cuando sus huestes orcas atacaban en Cardolan, se decía que tal era su número que podían tapar el sol.

Por un instante, Eben dudó en esconderse en la granja, pero pronto cambió de idea. Lo importante era llegar al poblado cuanto antes y prevenir a la guarnición para poder preparar las defensas a tiempo. Si pillaban a sus compañeros desprevenidos, el desastre podía ser total.

Por tanto no sucumbió a la tentación de ocultarse en la granja y continúo su carrera nocturna para prevenir a sus compañeros pero ahora llevaba cuidado de moverse bajo los árboles o lo más a cubierto posible para no ser detectado por la criaturas voladoras.

Eben buscaba el cobijo de los árboles, y seguía avanzando. Cada vez era más difícil esconderse al haber menos árboles. Además, era terreno rocoso con piedras sueltas, y grietas que en medio de la noche podrían suponer un peligro si uno corría por fuera de los senderos. Aún así, sor un momento pensaba que había dejado atrás a las criaturas aladas, pero entonces al salir de otro escondite vio otro murciélago. Uno solo que se había separado del resto, y ahora volaba en círculos encima de la cabeza de Eben, a unos veinte metros de altura.

Estaba indicando la posición del montaraz. No había forma de despistarlo ya, y aunque no parecía agresivo, podría atraer a más enemigos.

Había que silenciar a esa bestia. Eben sacó su arco, puso un flecha y disparó hacia el murciélago,