Partida Rol por web

La flecha erró, y el murciélago siguió en su empeño de marcar la posición de Eben. Ahora se atrevía a acercarse más, pero sin intención de atacar al joven montaraz. De lo que no había duda era de que poseía una inteligencia maligna. Era más grande que un murciélago normal, y de color más oscuro. Y sus colmillos estaban afilados, y sus ojos tenían un brillo amarillento que le inquietaba a Eben.

Eben se concentra y hace un nuevo disparo a la bestia

La segunda flecha de Eben también falló. No obstante, el murciélago se alejó un poco más para quedarse fuera del alcance de las flechas. Y desde la distancia, seguía vigilando al humano que corría hacia la aldea. Pronto se le unió otro.

Eben siguió el curso del arroyo, y amineró la marcha. El camino parecía despejado hacia el este, pero una preocupación crecía en su interior.

Elena continuó su camino atento a las bestias. Eran demasiado escurridizas para su arco y decidió no malgastar más flechas. Aún siendo observado por las bestias Eben calculó que llevaba ventaja suficiente sobre la horda que la seguía.

Tenía que intentarlo. Tenía que llegar a tiempo de que preparasen las defensas o evacuaran a la gente.

De repente los murciélagos se dispersaron. Sin previo aviso, en las alturas por encima de la cabeza de Eben. Algo les había asustado, y les hizo alejarse. El montaraz alzó la vista, y creyó ver una silueta surcar el cielo. Un ave de cierto tamaño, de plumaje oscuro. Pero fue una aparición fugaz en medio de la noche sin estrellas, y tal y como apareció ya se había ido. Al menos el camino estaba ya más despejado.

Y entonces escuchó algo desde su derecha. Detrás de unos árboles se veía un granero en mal estado, y la voz de un hombre se podía escuchar con claridad en la noche:

-¡VETE, CRIATURA INMUNDA! ¡VETE SI NO QUIERES MORIR!

Alguien se enfrentaba a algo que le daba miedo. Mucho miedo. Pero aún así había decidido mantenerse firme y desafiante. Desde su posición, Eben no podía ver lo que estaba sucediendo sin acercarse un poco más.

Eben se mostró aliviado al observar que los murciélagos ya no etsaban sobre él. Pensó en recuperar tiempo saliendo más al descubierto y acelerando el paso cuando oyó unos gritos en un granero cercano.

Decidió que tenía que ayudar a quien fuera que estuviera allí, pero apenas un instante ya que su prioridad seguía siendo avisar a sus compañeros en el campamento. Se acercó con cuidado amparándose en las sombras para ver que pasaba sin que se advirtiera su presencia.

El joven montaraz se movía con sigilo para poder ver qué estaba sucediendo. Protegido por unos árboles, y con el viento a favor para que su olor no le delatara, se acercó hasta tener una visión clara del granero. Vio a un hombre de mediana edad sujetando una horca de tres púas a modo de lanza. Y enfrente tenía a un huargo que parecía estar jugando con su víctima. El hombre estaba a la entrada del granero, sin escapatoria salvo para adentrarse. Pero no había puerta, solo una gran apertura. Agitaba su improvisada arma con nerviosismo, pero el animal se mantenía a distancia y se movía de un lado a otro, esperando su momento.

Eben no se atrevió a moverse más. Estaba escondido y la bestia aún no se había percatado de su presencia. Preparó una flecha y se concentró, sin prisas, para hacer un disparo lo más certero posible. Cuando estuvo preparado disparó a la bestia.

Turno 1

Eben respiró hondo y afinó la puntería.

Soltó la cuerda, y la flecha impactó en el costado del lobo y se quedó clavada mientras el animal aullaba de dolor. ¡Era el momento de acabar con él!

Turno 2

La flecha había dado en la bestia justo donde Eben quería, un buen tiro. La bestia se revolvía pero aún no sabía desde donde le había venido el tiro, tenía una oportunidad.

Dejó caer el arco y salió disparado hacia el animal, para ensartarlo con su lanza.

Turno 2

El huargo sintió el dolor en su costado, pero no se dio la vuelta. Estaba aturdido, pero había olido sangre y no podía cambiar de objetivo. Cuando vio al joven montaraz cargar con la lanza, se dio unos pasos a un lado pero ya era tarde... La lanza impactó con fuerza en el cuello del animal y lo dejó indefenso para un nuevo ataque...

Turnos 3 y 4

Eben atacó nuevamente con la lanza aprovechando la ventaja que le daba el que el animal seguía incapacitado. Gritó al granjero:

- Ayúdame a acabar con esta bestia antes de que se recupere.

Seguía clavando la lanza en el animal esperando que muriera.

Turnos 3 & 4

-¡MUERTE!, gritó el hombre y atestó varios golpes seguidos al huargo. Por el otro lado, Eben golpeaba con su lanza. Una y otra vez, y pronto el animal estaba sangrando de distintas heridas. Pero seguía luchando, con una mirada asesina y con una fuerza y una determinación casi sobrenatural. No era un lobo corriente. Era un huargo al servicio de las huestes oscuras.

Pero su fin estaba próximo. Con cada golpe, se debilitaba más y más. Finalmente se quedó inmóvil en el suelo, con un charco de sangre extendiéndose debajo.

Y no se movió más.
 

-Gr-Gracias, chico, dijo el hombre tratando de recuperar el aliento. No parecía estar herido de gravedad. En su rostro tenía una fea cicatriz cerca de la boca, pero era anterior a la pelea con el lobo. -Creo que me has salvado, malditos huargos, ¡están por todas partes!

Aún cansado, se apoyaba en la pared de la granja mientras le dio un golpe al cadáver con su improvisada arma para asegurarse de que estaba muerto. Luego le ofreció su mano. -Soy Berlenan, y estoy en deuda contigo. Todos me llaman Berl por aquí... Eh, ¡yo te conozco! Eres el muchacho que va con los cazadores de Denelloth, ¿cierto? ¿Qué haces aquí fuera? ¡Están evacuando a todos a la aldea!

- Iba corriendo a avisarles para que hicieran exáctamente eso. - Eben estaba preocupado por la aldea, pero ahora la menos sabía que alguien estaba tomando las decisiones acertadas.

- Berl, tenemos que correr... y mucho. Detrás de mi viene toda una avalancha de enemigos. ¿Sabes hacia donde hay que ir? ¿Donde ha ido la guarnición de la ciudad?

-Nuestros soldados se están reagrupando, y se ha convocado a todos los milicianos. La aldea se está preparando para un ataque, muchacho, contestó Berl. -Yo me quedé rezagado, y cuando intenté regresar, me encontré con varios de estos huargos de aquí a la aldea. Tuve que retroceder. Los huargos no son más que la avanzadilla de la hueste, pero son muy agresivos y rápidos, y el terreno es demasiado abierto si seguimos en esa dirección hacia la aldea. Creo que lo mejor sería dar un rodeo hacia el este, para ver si podemos cruzar el río y llegar hasta el castillo en la colina.

Eben asintió a Berl. Tras darse cuenta que no tenía heridas graves le apremió a avanzar.

- Hemos de llegar a ese castillo cuanto antes y ayudar a la guarnición. Vamos, pero con cuidado no nos detecten.

Avanzamos algo más lentos de lo normal buscando ocultarnos en lo posible.

Avanzaron hacia el río, y a su alrededor había cada vez más árboles. Berl se tropezaba de cuando en cuando con alguna raíz o piedra, pero en general era capaz de seguir el ritmo del montaraz. Se avecinaba una batalla, y los hombres de Sil Auressë se estaban preparando para hacer frente a la gran hueste enemiga.

Cuando miraban el cielo, no veían murciélagos. Pero sí escuchaban ruidos. Murciélagos surcando el cielo. Pasos, aullidos y gruñidos que traía el viento de los alrededores.

Cada vez que Berl tropezaba, Eben esperaba algún ataque por algún lado. Estaba muy nervioso y estaba claro que el hombre hacía lo que podía por pasar desapercibido. De todas formas ya había tenido que abandonar a uno de sus compañeros atrás y no iba a repetirlo.

- Animo, cada vez estamos más cerca.

Eben permanecía atento a cualquier cosa que se moviera por los alrededores.

De repente, algo se movía entre la densa arboleda. A gran velocidad, una criatura alada salió de entre los árboles, y se dirigió hacia Eben y Berl. Instintivamente, ambos agarraron sus armas. Pero el ave frenó y movía las alas para permanecer a unos pasos de Eben, mirándolo fijamente. Era un búho de los túmulos, una especie típica de las Quebradas más al norte, pero no muy habitual en esta zona hasta que la llegada de los espectros les habían obligado a abandonar sus nidos.

Eben había estudiado la fauna de la región, y sabía que no eran agresivos. Es más, solían evitar a los hombres. Sin embargo, este ejemplar se comportaba de forma extraña. Aterrizó en un roca de poca altura, y seguía mirando a Eben ladeando la cabeza con movimientos bruscos. Sus ojos de color amarillento brillaban en la noche, y el más mínimo ruido le hacía mover rápidamente la cabeza.