Partida Rol por web

Norión partió, y el resto de la compañía se predispuso a hacer lo mismo, aunque en diferentes direcciones y con distintos destinos. La decisión del anamarta afectó de forma diferente a cada uno, y aunque todos continuaban bien dispuestos, el espíritu decayó necesariamente. Eben y Otho se lanzaron en vanguardia, y Denelloth a duras penas contuvo al resto para darles unos centenares de pasos de ventaja. Se reencontrarían en el linde del bosquecillo, pero quedaba el tramo más complicado por recorrer, y el montaraz quería que todos mantuviesen los sentidos aguzados y procuraran por todos los medios no ser vistos.

-Adelante. Como las sombras de las águilas. Si nuestros clareadores están en problemas, los socorreremos.

Miró al cielo, en busca de murciélagos amenazadores, pero también invocando el favor y la ayuda del búho que los escoltaba. El bosquecillo, el claro que había en su interior y el lúgubre monolito que había en el centro eran su próximo objetivo.

Tras la sorpresiva decision de Norion, avanzamos por caminos distintos. Ya estaba todo dicho y la opción del anamarta no iba a cambiar. Quizá gracias a él el objetivo del monolito no estaba perdido.

Caminabamos con cautela aprovechando el conocimiento del terreno y donde estaban situados los enemigos.

El corazón de Girion volvió a latir furiosamente cuando nuevamente se pusieron en marcha. El joven miró a Denelloth y asintió cuando el montaraz les hizo avanzar. A lo lejos quedaban Eben y Otho,q ue nuevamente estaban en la vanguardia y que casi no distiguía por la distancia que les separaba.

Vamos Girion un último esfuerzo - se autoreforzó el joven dunadan.

Con el arco preparado Girion siguió los pasos del líder del grupo abservando en cada momento sus alrededores, vigilando cualquier posible enemigo que pudiera acercárse a ellos.

Era el momento de escurrirse por las sombras y aprovechar el acto de valentía de Norión, un héroe inesperado. A la señal, Ferrim trotó, ocultándose como podía. Sabía que ahora era el más lento y ruidoso de todos, con diferencia. Si a alguien podían descubrir era a él. Pero notaba en sus venas las vibraciones de antaño, la emoción de las aventuras de juventud, unas refrescantes alas. Una sensación hacía mucho dejada atrás, aunque, en sus muchos y largos viajes, la paz nunca fuera algo seguro.

Normalmente viajaba en caravanas diplomáticas o de mercaderes, acompañado de varios enanos o humanos bien posicionados, e incluso con mercenarios como protección en más de una vez. Y más de una vez los mercenarios fueron necesarios o él mismo tuvo que salvar su vida de propia mano. Sin embargo, solía ser contra bandidos, o partidas de saqueo de orientales en la región de Rhûn, y hacía muchos años, muchísimos, que no se tenía que enfrentar a unos orcos. Y mucho menos, a unos orcos que no parecían estar ahí para saquear riquezas.

Eben y Otho iban de avanzadilla, aprovechando el terreno para acercarse al bosque sin ser visto. A medida que se acercaban, Eben pudo sentir una carga invisible sobre sus hombros. Era como un peso muerto con el que cargaba, y cada paso le costaba más de lo normal. Notaba las sombras que arrojaban las piedras y los árboles más oscuras de lo normal, el aire más viciado y el sol parecía brillar con menos intensidad. El poder del monolito había crecido desde la vez anterior, y ahora se extendía por los alrededores.

No obstante, el hobbit Otho le instaba a seguir. Era como si no le afectara en absoluto el poder de ese lugar ancestral. Fue gracias al mediano que pudieron seguir explorando el terreno sin apenas detenerse. Pero aunque lograron llegar a las proximidades del bosque, esa extraña sensación de pesadez no había desaparecido.

El montaraz seguía la ruta indicada por Otho y Eben. Conocía el terreno, y no resultaba difícil acechar por estas tierras. De reojo había seguido a Norión hasta perderle de vista. Según sus cálculos, pronto iba a entrar en el campo de visión de las patrullas orcas.

Mientras avanzaban, los ojos de Denelloth buscaban a Hawmenedrol. El búho había sido su fiel guía y acompañante en esta travesía, y su presencia le reconfortaba. Pero en el cielo vio solamente murciélagos, además algunas bandadas se hallaban en el camino hacia el bosque. ¡Entonces apareció el guardián! Desde el oeste, voló veloz y pasó por delante de los murciélagos, y rápidamente se unieron para perseguirlo. Alguno le impactó con fuerza, y pero la lechuza siguió volando, y dejó libre de criaturas voladoras el camino hacia el bosque.

Quedaba un último tramo para llegar al bosque. La avanzadilla se había detenido, y el resto les alcanzó junto a unas rocas. Una patrulla de cuatro orcos vigilaba el lado por el que iban a entrar. Entonces, se escucharon algunas voces en la distancia, y dos de los orcos se apresuraron hacia la zona del camino marcado con los postes. Seguramente Norión ya había llegado a la entrada principal, y su presencia atraía a los orcos como la miel a las moscas.

Dos orcos, armados con cimitarras y arcos. Era lo que les separaba de la espesura. Acechando era posible llegar a estar a unos treinta pasos de ellos, a partir de allí les podrían ver.

Norión pudo sentir el poder creciente que emanaba del bosque. Aumentaba con cada instante, con cada paso del caballo. Se acercaba a la fuente, y las sombras eran cada vez más densas a plena luz del día. El umbral entre lo visible y lo invisible se estaba debilitando. El monolito era un foco que absorbía la fuerza de distintas formas. La canalizaba y la dirigía más allá de la Oscuridad, hacia un poder ancestral que se había despertado. Un poder que Gothdush quería moldear para sus propósitos. Por eso había utilizado rituales disfrazados de bailes y canciones tradicionales.

El sacerdote ya pudo ver el bosque con detalle. Era pequeño y ancestral. Le recordaba fugazmente al pequeño gosque donde Ayla tenía su lugar de meditación. Norión recordaba la luz que se filtraba allí, recordaba el símbolo en el suelo. Ahora, la luz parecía huir del mundo, y sólo quedaba la Oscuridad. Pero no era una simple ausencia de la luz. Era la esencia de la noche, la sombre que se proyectaba hasta ahogar la luz, hasta terminar de absorberla. Era la Oscuridad viva, un ente con fuerza y voluntad. Y Norión formaba parte de esa Oscuridad. Siempre lo había hecho, pero nunca la había sentido como ahora. Y en esa oscuridad donde vagaba ahora el espíritu del anamarta, vio con claridad cómo la luz había ido perdiendo fuerza lentamente. Latido a latido, día a día, el Abismo se había hecho notar desde el otro lado del umbral para preparar su inminente llegada.

Necesitaba más, y había encontrado su cómplice en Gothdush. Durante meses, él había alimentado a la bestia dormida. Pero no había sido suficiente. El Abismo que se encontraba detrás exigía más. Siempre exigía más. Norión lo notaba ahora con una nitidez aterradora. Lo sentía. Lo respiraba con cada poro de su ser. Hasta este momento, la presencia había sido un lejano latido, un eco de un pasado remoto, un suspiro profundo que hacía reverberar la Oscuridad. Pero ahora estaba aquí, más concentrado y más directo. Algo le había fortalecido, alimentado su infinito odio con la sangre de inocentes. Gothdush había acudido a la llamada del Abismo, y lo había alimentado con su poder y el de otros. Y después con sangre. Norión lo supo. Lo intuyó incluso antes de llegar al camino ceremonial. La mente y el alma del anamarta divagaban ahora por la Oscuridad de la que pocos habían regresado. Se había adentrado donde la desesperación y el miedo eran los pilares que sostenían un sombrío vacío. Y notó el olor metálico de la sangre derramada.

Los postes del camino, los que habían visto desde la distancia, estaban manchados de sangre y una fina cadena de oro los unía. La cadena tenía runas grabadas. Runas que ya había visto antes…

Raumo nurrua
Undumë rúma
métim auresse
Undumé hacala
enwina lúmethe¹

Los antiguos versos en élfico que habían aparecido en los manuscritos. Era la útima mañana, de eso no había duda. Al final del camino, vio la entrada al bosque donde le aguardaba el monolito. Le esperaba, le … llamaba. Allí estaba la puerta del Abismo en la oscuridad.

Un grupo de orcos se habían reunido en el camino. Temerosos se movían, y cuchicheaban entre ellos para ver cómo tratar con el oscuro señor que había llegado cabalgando lentamente hacia ellos, sin temor a la noche que se avecinaba. Sin temor a la Oscuridad, y quien parecía acudir a la llamada del Abismo. No sabían quién era… pero le temían.

El grupo se había reunido, oculto tras un pequeño promontorio. Con las respiraciones entrecortadas, pudieron ver cómo dos orcos se alejaban, mientras otros dos mantenían la posición. Denelloth miraba al cielo, y musitó un agradecimiento hacia el búho que les acompañaba, y que había conseguido alejar a los numerosos murciélagos que aleteaban sobre sus cabezas. Volvió a fijar la mirada en aquellos dos orcos que estaban delante de ellos, con expresión dura, y reconoció el terreno con ojo experto.

-Ha llegado el momento. Tenemos que acabar con ellos. Rápido y en silencio. Nos acercaremos hasta el borde del risco e intentaremos asaetearlos; si no lo conseguimos, los remataremos de cerca.

Miraba a Eben directamente; consideraba que ambos, como montaraces, conseguirían acercarse sin ser percibidos. Pero, por otra parte, un tercer hombre podría ser decisivo para ser superiores en número y ejecutar la maniobra de forma expeditiva. Girion le había demostrado ya su habilidad con el arco. Decidió confiar en su capacidad para acercarse con sigilo.

-Iremos Eben, Girion y yo. Russef, Ferrim y Otho, vigilad nuestros pasos y los de los orcos que acaban de irse. Si algo se tuerce, somos vistos o esos dos avisan a sus secuaces, intervenid. Recordad, ninguno puede salir con vida y advertir de nuestra presencia aquí. Si todo va bien, unios con nosotros en la linde en cuanto los orcos hayan caído. Que los Valar nos guíen a todos.

Volvió a comprobar su ballesta, y tras intercambiar una mirada con los demás, se escabulló hacia delante, buscando reparos y avanzando cautelosamente, sin perder de vista las oscuras y odiosas figuras de los orcos.

Eben ya había tensado su arco compuesto y estaba con la saeta preparada a las órdenes de Denelloth para atravesar a uno de los orcos, cuando recibió la orden de avanzar con él y Girion.

Quitó la flecha del arco, pero le mantuvo la tensión, preparándose para mejorar su posición acercándose a la pareja de orcos. Denelloth ya empezaba a moverse cuando Eben le tocó ligeramente el hombro.

- Si avanzamos por ahí - señaló una zona más oscura que las demás - será mucho más fácil ir encubiertos.

Eben se puso a cabeza mientras guiaba a sus dos compañeros por una parte más oscura del bosque que les permitía esconderse mejor.

Girion asintió a las órdenes de Denelloth y siguió los pasos de Eben para no hacer ruido. No soltó el arco y la flecha pues si notaba que habían sido descubiertos lanzaría su flecha para intentar acabar con uno de los orcos lo antes posible. 

Nada más comenzar Eben sugirió un lugar más umbrío por el que acercarse, dejando claro su valía como montaraz. El joven dunadan miró la zona sugerida y comprendió que debía seguir y acatar lo que sus compañeros,  más duchos que él en estas lides, le digeran.

Sin más y acumulando todo el valor y coraje que pudo siguió a sus compañeros. 

Ferrim asintió y se quedó en la retaguardia. No le dolía en el orgullo ser dejado atrás, él era práctico y sabía que había entre aquellos hombres gente más capacitada que él para ocultarse en las sombras y acabar rápidamente con los orcos. Su posición era más defensiva, y aunque dudaba de que una patrulla de orcos llegara a donde estaba, si lo hacía, demostraría su valía a su manera: rompiendo algún cráneo con Hakk.

Se mantuvo discretamente oculto, atento a todo lo que pasaba, vigilando el entorno y esperando que no se le necesitara allá donde iba la avanzadilla. No podía permitirse que la misión fracasara, no tan cerca.

Las cabezas empaladas al costado del camino habían clavado sus ojos sin vida en la silueta del encapuchado que avanzaba lentamente hacia el grupo de orcos. El hedor de esas criaturas podía sentirse a la distancia, al igual que el de la carne de los cráneos pudriéndose. La bienvenida de la oscuridad no podía pasarse por alto, los espectros susurrando a coro ante el horrendo espectáculo y la fuerza de la oscuridad centrada en el monolito hacían que el sacerdote sintiese cierto privilegio. Él que caminaba entre la vida y la muerte desde su infancia, él que había recibido por anticipado el castigo en su rodilla por las imprudencias que mas tarde causarían la llegada de los espectros al túmulo donde se asentaba su orden, él que había visto la pureza de Ayla y la silueta de los Valar al otro lado del Umbral, ahora podía sentir en carne propia una oscuridad mas profunda que la noche, mas letal que el mundo de los muertos. El abismo estaba frente a él, esto es el infierno que has visitado, mi princesa? este es el límite que cruzaste y del cual no pudiste regresar? , sus pensamientos en vano trataban de alcanzar a la mujer que mas había querido, a sabiendas que tal vez ya hubiese partido de este mundo.

Acarició el lomo de Viento, el caballo de Girion era fiel y valeroso, pero no soportaría estar rodeado de bestias como las que allí moraban. Su piel hacía contacto con el suave pelaje del animal, lleno de una vitalidad que estaba a punto de escaparse. Los labios del sacerdote se movieron inaudibles, Oromë pacifica a tus criaturas. Continuó avanzando lentamente, cada paso resonaba en un eco lúgubre que se mezclaba con el murmullo de los orcos. En su mente se arremolinaban imágenes oscuras, antiguas palabras que alguna vez había leído ahora se le hacían familiares. Podía sentir la oscuridad dentro suyo, y en cierta medida disfrutaba de esa desconocida sensación. La noche se posó sobre él , bendiciéndolo, como un hijo de las sombras que volvía a su hogar. 

La oscuridad que lo rodeaba a plena luz del día no impedía que los orcos frente a él lo observaran expectantes y temerosos. Namo, no seas severo en tu juicio, se que puedes comprender que para que la luz prevalezca debo entrar a la mas profunda oscuridad... confío en que tu brazo me sacará de ella llegado el momento. Su pensamiento expresaba una esperanza que comenzaba a desvanecerse, no había luz en el camino frente a él, ni los Valar podían con lo que allí se estaba gestando. Aún así el anamarta avanzó.

Cuando estuvo a metros de los orcos se detuvo. Sus labios pronunciaron con fuerza palabras en la lengua maldita, palabras que aturdirían los oídos de los justos y los hombres de bien, pero que a Norión ya no le hacían ningún daño -Fha-Burzum-

Russef asintió a las ordenes de Denelloth en silencio. Estaba dispuesto a actuar en cuanto fuese necesario, por lo que permaneció junto a Ferrim y Otho con el arco presto y listo para cualquier contratiempo.

Como habían mencionado ya antes, si algo salía mal y eran descubiertos, era indispensable que ninguna maldita criatura saliera con vida para dar la alarma al resto del ejercito orco.

Desde su escondite, Russef, Ferrim y Otho pudieron observar cómo Eben y Girion avanzaron por una zona de sombras oscuras. En general, parecía que las sombras eran más profundas de lo normal. Era una sensación que todos habían tenido desde hace varios días, y ahora en los albores de algo terrible, ese presentimiento empezaba ser algo tangible y concreto. No obstante, Eben pudo encontrar un camino aprovechando esa oscuridad, y con el arco preparado indicaba el camino. El joven montaraz era hábil, y los dos compañeros de la Academia se acercaban a los orcos sin ser vistos. Un poco separado de ellos, Denelloth se movía con la ballesta cargada fundiéndose por completo con el entorno. Se sabía que había sido uno de los Faradrim Aran, los Montaraces Reales de Arthedain. Y aunque su cuerpo estaba lisiado, y cargaba con cicactrices y heridas que nunca se iban a curar del todo, el dúnadan seguía siendo un maestro del sigilo. Fue el primero en llegar a una posición de disparo, a tan sólo 20 pasos del orco más cercano^O1.

El otro orco^O2 se impacientaba e incluso se adentró en el bosque pero luego regresó. No dejaba de mirar al cielo, donde le preocupaba la ausencia de los murciélagos.

Las sombras que invocó el montaraz le sirvieron para avanzar sin ser visto. Era algo que ya manejaba con cierta soltura. Pero esta vez algo era diferente. Las sombras eran oscuras y profundas, y no se doblegaban a la voluntad del joven dúnadan. Aparecieron en mayor cantidad de lo esperado, y Eben notó como su fuerza se agotaba rápidamente. Algo estaba absorbiendo la vida y las fuerzas naturales del lugar, y la invocación de Eben se sumó sin su voluntad a ese movimiento.