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Nieve y Hambre, capítulo 1: La silueta entre los árboles

E8 - Inocencia perdida

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26/09/2017, 23:20
Dag

Daggon solloza, en una esquina.

Cuando Ashe está con él, y apenas se aparta de su lado desde que todo acabó, intenta mantener la compostura. También lo intenta con los otros niños, que vienen a preguntarle. Les responde con evasivas, intentando no asustarles. Por último, también lo intenta con otros adultos.

Pero a veces no puede. Y entonces todos le miran con expresión preocupada. Recibe muchas atenciones, pero no quiere ninguna. No quiere que se entristezcan por él, ni que le repitan que ya ha pasado todo, ni que hablen entre ellos cuando creen que no escucha, intentando buscar soluciones al "problema". Su problema. Porque ha quedado marcado, como dicen todos. Marcado por el horror. Es por eso que no se atreve a mirar a nadie a la cara, dicen. Es por eso que no puede contener las lágrimas.

Así que, en los pocos instantes en los que está solo, deja que todo salga. Para que no quede nada cuando vuelvan con él, para que no sigan preocupándose. Porque lo que no saben es que, más que ninguna otra cosa, lo que más le pesa es la vergüenza.

Aunque hay verdad en lo que dicen: el miedo es lo segundo. Por eso duerme mucho. A veces intenta dormirse aunque no tenga sueño, para intentar escapar de sus recuerdos. Y en los sueños, las pesadillas le recuerdan el olor de la podredumbre y la matanza, las sombras de los cuerpos y el aliento de la bestia. Y el frío... 

Y sabe que nunca se irá. Que el miedo seguirá allí siempre, que tendrá que aprender a vivir con él. A eso podría enfrentarse, quizás. Pero no a la vergüenza.

Porque hubo un niño, unos días atrás, que soñaba con vivir aventuras. Hubo un niño que practicaba todos los días con palos y espadas romas, que hablaba de viajes y encendía la imaginación de sus amigos con sus relatos. Hubo un niño que deseó ser un héroe, enfrentarse a la oscuridad y regresar triunfante, habiendo vencido en su gesta. Hubo un niño que soñaba tan fácilmente como respiraba, ajeno a la oscuridad del mundo.

¿Qué fue de ese niño?

Por eso esconde la cabeza, quizás. Por eso evita mirarles. Porque se enfrentó a esos demonios que siempre había pensado que derrotaría al crecer, y descubrió que eran mucho más monstruosos de lo que nunca pudo imaginar. Porque tuvo miedo, porque tuvo que ser rescatado. Porque vio cosas que nunca creyó pudieran ser reales, y descubrió que sus sueños nunca habían sido más que una fantasía. Que su ingenuidad no tenía cabida en esas tierras. Y el niño murió.

Los sollozos remiten, lentamente. Luego llega el silencio y, por alguna extraña razón, su mente empieza a dar vueltas.

Piensa en Thorir. El Yormef no dejaría que el miedo derrumbara su honor. Cayó en desgracia y volvió a levantarse. No permitiría que aquello pudiera con él, volvería a levantarse. Haría lo que es correcto.

Piensa en Saga, que le salvó de aquella cueva. Piensa en lo que le dijo sobre el águila, en sus palabras de consuelo. Que no está solo. Que puede encontrarse la luz, incluso entre tanta oscuridad.

Piensa en Ashe. En como le abrazó, en las palabras de alivio y de cariño. En todos esos años, aprendiendo a quererse. Porque puede que Ashe no le diera a luz, pero es su madre. Y no puede derrumbarse. No puede hacerle eso.

Y piensa en Bedelia.

Bedelia, que tantas veces se adentró en el bosque sola. Que siempre hizo lo correcto, que no dejó que el miedo pudiera con ella. Que vio la oscuridad más profunda, y se enfrentó a ella sin dudarlo.

¿Y si en realidad sí existen los héroes?, piensa. Solo que no como él imaginaba. ¿Y si no fueran más que personas normales, con sus miedos y defectos, que deciden hacer lo correcto en el momento adecuado? ¿Y si fuera tan difícil para ellos como para el resto? ¿Y si tuvieran tanto miedo y dudas como los demás? ¿No haría eso que su decisión, en ese instante, tuviera aún más valor?

Y quizás esos mismos héroes pudieran ser cobardes días después. Quizás todos tienen el potencial de ser héroes, pero también el derecho de derrumbarse cuando la realidad se cierne sobre ellos. Puede que a veces sean capaces de cumplir su deber, pero en otras ocasiones fallen, porque son personas de carne y hueso, y las personas fallan. Porque quizás, y solo quizás, un héroe que nunca fallara no sería un héroe.

Dag se seca las lágrimas. Luego se levanta, decidido a no volver a llorar más.

Ahora le toca a él cumplir su deber.

El niño muere. Nace el adulto.