Partida Rol por web

Al ir a defenderte de la estocada, todo sale mal. Tu capa se enreda con uno de los brazos, y tus pies trastabillan al chocar contra el montículo de tierra que rodea una tumba recién abierta. Por un instante piensas que vas a poder recuperar el equilibrio, pero entonces la espada de ese engendro corta el aire a la altura de tu pecho. El filo herrumbroso corta tu piel en una línea irregular, y el dolor te hace cerrar los ojos. Te has echado para atrás al tambalearte, y eso es lo que te ha salvado de caer muerto al instante, pero por muy superficial que sea aquel corte no deja de ser preocupante. Por desgracia, el breve momento de vacilación hace que de nuevo te inclines hacia atrás, hacia la tumba abierta, todavía enredado en la capa y notando como una de tus manos deja caer, de forma voluntaria, una de tus espadas...

En el último momento Thorir se apoyó en una lápida y dando un salto consiguió evitar caer a la tumba que se abría inexorablemente bajo sus pies. El dolor del pecho le dolía como demasiado, sentía como la sangre caliente le corría por el abdomen pero consiguió recuperar las fuerzas y sostener con firmeza sus espadas a la vez que dando una vuelta sobre sí conseguía desenvolverse de la capa dejándola ondeando al viento mientras observaba, con las dos espadas cruzadas soltando chispas a los no muertos que sin descanso volvían a cargar contra él. 

Tus espadas dejan estelas brillantes en el aire, que congelan o abrasan todo lo que tocan. Cortes certeros que inflingen heridas en esos cuerpos que fácilmente podrían ser mortales en un ser vivo, pero que en su caso no parecen causarles el más mínimo dolor. Uno pierde un brazo, el otro cae hacia atrás con el pecho atravesado y ardiendo. Dos de ellos están empezando a quemarse, y pronto serán engullidos por las llamas. Sin embargo, nada parece detenerlos... Y caen sobre ti, incansables, imparables...

El sudor y la sangre de los pequeños cortes que los muertos le habían causado caían, resbalaban por la espalda y por la cara del norteño que se batía contra multitud de enemigos como un lobo feroz que se encuentra acorralado, siempre dando la cara y lanzando dentelladas terribles a sus enemigos. Se movía ágilmente parando todos los envites, tras un pequeño corte Thorir se envalentonó y clavando su espada de fuego en uno de los muertos cargó su brazo con la mayor fuerza que pudo reunir y lanzó una dentellada tremenda, imposible de parar para cualquiera, la dentellada del invierno. 

Mientras que uno de los muertos recibe un corte que le lanza por los aires, ardiendo, otro te agarra por detrás, mordiéndote con fuerza en el hombro. No te da tiempo a escapar, pero el dolor activa tu adrenalina y consigues desprenderte de él con una fuerte sacudida. Cuando otro se acerca, tu postura es perfecta. La suerte, el destino y tu experiencia quieren que tus manos tracen un arco perfecto, bello en su poder, sublime en su ejecución. Un golpe único, solo limitado por tu propia mortalidad, pero que aún así podría llegar a hacer llorar lágrimas de terror, alegría o respeto a dioses y hombres por igual. Incluso aquellas mentes vacías, aquellos cuerpos putrefactos e insensibles parecen estremecerse ante dicho corte.

Uno de ellos estalla en mil esquirlas de hielo, mientras Kaldtneve lanza destellos azulados, en pleno apogeo.

La fiereza de los muertos o simplemente el cansancio hacen retroceder a Thorir, consigue parar el primer ataque pero casi al mismo tiempo recibe otro ataque que lamentablemente no consigue detener y le hace retroceder perdiendo de vista al otro contrincante que le alcanza sin poder hacer nada por evitarlo.  

Los muertos intentan atraparte, morderte, arañarte. Apenas si puedes contenerlos a los tres, mientras se lanzan sobre ti como animales. Solo tu fiel cota de mallas impide que lleguen a tu piel, protegiéndote del daño... Por ahora.

Aquellos malditos seres atacaban sin descanso, apenas daba a basto a parar tantos ataques y provenientes de todas direcciones, aún así, la sangre de noble y la bravura de Thorir se imponía y seguía parando y golpeando. 

La espada atraviesa a una de las criaturas, casi partiéndola por la mitad y terminando de extender las llamas por su cuerpo. Contemplas aterrorizado como, sin embargo, se recompone y vuelve a lanzarse sobre ti convertido en una antorcha humana, su cuerpo apenas sostenido ya por unos pocos tendones y huesos.

Aquel ser lanzó a Thorir un tremendo zarpazo, a lo que el norteño se apartó en el último momento y lanzó su espada al gran punto débil que el muerto había dejado, descargando en ese ataque toda la furia contenida. 

El muerto es arrasado por las llamas de tu espada. Cae, partido en dos y convertido en una pira ardiente, al suelo frente a ti, y ya no vuelve a moverse.