Partida Rol por web

Ashe revisa tus heridas con cuidado de no hacerte daño, y tras unos minutos vuelve a cubrirlas con nuevas vendas.

-Es un buen trabajo el que has hecho, aún sin contar con material adecuado -Te mira a los ojos, algo seria-. Poco más puedo hacer yo, en realidad. ¿Te ayudó alguien?

La norne negó lentamente, sujetando con las manos las vendas para que Ashe pudiese cubrir bien las heridas. Aunque seguía siendo molesto, lo cierto es que no había rastros de infección, que era lo que más le preocupaba.

-Me quedé sola tras el asalto -explicó en un tono que ni demostraba miedo ni tristeza, como si se limitase a establecer lo ocurrido-. Rodé colina abajo, después huí y he pasado la noche en un resquicio de la montaña.

Hizo una pausa, de esas que parecen ir a continuar una frase pero se quedan en un silencio incierto. Sus ojos quedaban perdidos en algún punto de la habitación, tiznados por los destellos del fuego. Ladeó la cabeza ligeramente dejando que sus cabellos resbalasen por su hombro y lanzó una pregunta, un susurro al aire, como esperando de alguna manera recibir una respuesta.

-¿Crees que estamos aquí por algo? Siete viajeros, el mismo día y la misma noche... La llegada del invierno... Rivalidades... Se están tejiendo las hebras con cuidado.

-Parece una señal de los dioses, te lo concedo -Ashe frunce los labios, pensativa-. Pero a veces buscamos motivos ocultos en la simple casualidad.

Cuando se gira para guardar los utensilios en una cesta de mimbre, te fijas en su rostro, de reojo. Parece algo distante y pensativa, como si ella misma no se creyera sus propias palabras.

-Las casualidades son fruto del desconocimiento -respondió, y acto seguido sacó de la mochila el vestido que solía usar para aquellas ocasiones.

Necesitaba un par de remiendo aquí y allá, pero todavía era lo suficientemente presentable como para cumplir las expectativas de aquel lugar. Los adornos y detalles hedenses iban a sobresaltar seguro.

-¿Eres cristiana? -inquirió dibujando un gesto amable en su rostro, dando a entender que la pregunta no iba con malicia alguna.

Ashe niega con la cabeza.

-No. Por aquí todos honramos a los antiguos dioses Aytir. Aunque no soy especialmente devota.

Se incorpora y te mira con seriedad.

-Si los dioses realmente se interesan por nosotros, desde luego Sultünge no está entre sus prioridades.

Saga extendió la prenda sobre sus rodillas para examinarla más de cerca, tratando de adecentarla lo mejor posible, quitando filorchos y frotando donde había manchas.

-Los Dioses no se preocupan por nadie: son dioses -contestó con calma-. Somos sangre de su sangre; un reflejo de su propio egoísmo y también de algunas virtudes. No veo por qué deberían preocuparse más por nosotros que por los extranjeros que viven más allá del océano y desconocen de su existencia.

Cruzó las manos sobre las rodillas en un gesto bien estudiado y volvió sus ojos grises hacia ella.

-Pero intuyo que no lo dices por filosofía, sino porque están pasando cosas. ¿Me equivoco?

-...

Unos segundos de silencio. Las manos de la goldariana juegan con la tela de su vestido, pero sus labios no pronuncian ninguna respuesta. Tras unos instantes, se gira y se dirige a la puerta que lleva a la sala común.

-Nada que deba preocuparte. Intenta descansar. Si necesitas cualquier cosa, estaré por aquí.

-Compañía, si fuese posible, aunque comprendo que tengas responsabilidades que atender. De modo que extendiendo vuestra hospitalidad, un baño sería muy agradable.

-Sí, claro. Ahora te aviso cuando esté preparado.

Aunque la bañera es relativamente pequeña, el baño te sienta bastante bien, y te permite limpiar la suciedad y la sangre reseca de tu piel. Pero, sobre todo, te permite relajarte. Cuando terminas, ya queda poco para la noche, y Ashe está tan ocupada preparándolo todo que apenas si puede atenderte.

El vapor y las piedras humeantes le ayudaron a crear un ambiente relajante al que transportar su mente. En varias ocasiones se quedó mirando fijamente la superficie nebulosa del agua esperando encontrar algo más allá. Andrel. Will. Cualquiera.

Aquel lugar era extraño y casi podía percibir las hebras de Cloht siendo tejidas a su alrededor. ¿Qué repercusión tendría la marcha de los rivales del clan Yormef? ¿Tendría Resmit algo que ver con el lobo? ¿Y los asaltantes? Eran muchas, demasiadas las cuestiones que se agolpaban en su mente y pocas las respuestas que podría conseguir allí. Lo ultimo que le apetecía era ejercer de escalda, pero de alguna manera debía pagar la hospitalidad de aquellas amables gentes.

Tras purificar su piel y cabello, se arregló cuanto pudo trenzándose el pelo en un semirecogido que era aceptable acorde con su situación marital. También se limpió los dientes, las uñas y las orejas, y por último dibujó una fina línea bajo sus ojos, larga y delgada, intensificando su mirada. Después se vistió con su traje: una pieza cobriza de escote rectangular ajustada en la espalda por un trenzado de cordones, bordada en hilo verde, y coronando su imagen con una tiara con forma de dragón y el collar tallado en runas Aytir. Por último se echó la gruesa capa de piel sobre los hombros para visitar el vé y honrar a la diosa allí presente que, aunque ausente, aquel día le había brindado la presencia de Yngrid.

Afuera hace viento, y cae nieve en abundancia. Posiblemente esa noche será más fría que la anterior, y no puedes evitar pensar que, si no hubieras llegado a Sultünge, no lo habrías contado.

El vé está situado en un lugar tranquilo y alejado del resto de las casas. Modesto aunque solemne, está compuesto por dos piedras encajadas en el suelo que sostienen una tercera, en horizontal, que hace las veces de altar sobre el que los habitantes de Sultünge han colocado varios elementos decorativos. Aún así, los ornamentos son simples y, más que recargado, el conjunto podría llegar a parecer incluso vacío, si no fuera por la presencia de un árbol cercano, sobre el que se ha tallado, de forma poco talentosa aunque cuidada, la silueta de un rostro que, según deduces, debe representar a la diosa.

Allí, en soledad y acompañada solo por el silencio, mientras la luz va apagándose poco a poco para dejar paso a la noche, casi pareciera que una presencia, más allá de toda comprensión, te observara. Al arrodillarte frente a la construcción, oyes el graznido de un cuervo lejano. Por unos segundos, parece que la propia nieve y el viento hacen un pequeño descanso, permitiéndote presentar tus respetos con tranquilidad.

Arrebujada en la capa de piel, escondiendo la nariz entre el pelaje, Saga se apresuró hasta el vé con pasos cortos y rápidos. Sólo una vez estuvo allí se detuvo levantando el mentón y llenando sus pulmones del frío de la noche, contemplando los destellos dorados que el sol apenas era capaz de lanzar entre las nubes.

Se acercó hasta el árbol, un acebo tallado que parecía querer resistir contra viento y hielo, tan estoico como aquellas gentes. Además, parecía especialmente apropiado ya que en la tradición Lilium, el acebo representaba a los héroes y leyendas. La norne se arrodilló frente a él musitando una canción para Eihwaz en arkés antiguo; un cántico apagado que se mezclaba con el ulular del viento.

Quería ofrecer sus respetos, pero era inapropiado matar un animal para ofrecérselo a su creadora en vano. De modo que retiró el estilete que había usado como ornamento de su recogido para realizar un pequeño corte en la palma interior, dejando que las gotas resbalasen por la corteza de Eihwaz. Aunque los dioses no impusiesen la voluntad sobre su destino, el ciervo de aquella mañana había guiado a Yngrid hasta ella, salvando su vida. Se le debía una ofrenda de sangre, y la más valiosa era la suya propia.

Dejas que el peso de la vitalidad entregada caiga sobre fría piedra, y el frío se encarga de hacer el resto, anulando rápidamente el dolor por el corte. Por unos instantes, pareciera que el propio rostro de la diosa te devuelve la mirada, satisfecha ante la muestra de respeto. La tierra recibe la ofrenda, el cielo observa mudo y gris. La luz parece mantener el nombre solo por cortesía, y el anochecer está repleto de sombras apacibles. Sombras que escapan por el rabillo del ojo, sombras que parecen danzar ante una música desconocida, que suena cada vez que los dioses y los hombres conversan en ese lenguaje mudo que nadie entiende. Todo está bien.

Entonces el viento vuelve. Pero no vuelve solo.

Lo sientes cerca de ti, como un estertor lejano convertido en un susurro en tu nuca. El frío redobla su ataque, pero no es el frío del invierno, la nieve y el norte, el mismo que te asaltó la noche anterior. Esta vez es el frío de la muerte, el frío de ultratumba. No es una presencia conocida, ni la oscura sensación viene mitigada por el recuerdo fraternal. No está vez. Esta vez es otra entidad, nueva y misteriosa, una incógnita que puede significar salvación o peligro, indistintamente. No giras la cabeza, pero oyes el acostumbrado sonido de huesos crujiendo, el olor de carne podrida, el tacto de un aura pegajosa, calentando tu piel sin calentarla. El miedo es inevitable, incluso para alguien acostumbrado como tú. Controlarlo es cuestión de práctica, pero ni el más temerario de los hombres quedaría impasible ante la presencia del más allá.

Está a tu lado.

Había un susurro gélido, un silencio estremecedor entorpecido por unos crujidos fantasmales que sólo ella podía sentir. Tenía ese sentido de irrealidad, ese regusto a pesadilla de la que no podía escapar ni a gritos, y estaba segura de que correr daba lo mismo.

Saga permaneció inmóvil, todo lo que su temple le permitía tras aquellos años de encuentros indescriptibles. Cerró la mano con fuerza, escondiéndola dentro de la capa mientras con la diestra asía el estilete como si tuviese alguna posibilidad de defenderse del más allá.

Quería mirar, ver con aquella morbosidad humana hacia lo desconocido y macabro, y a la vez helada por el terror que despierta lo desconocido. Podía apreciar en la esquina de sus pupilas, o quizá sólo fuese la sombra enrevesada del árbol.

-*¿Quién eres? –atinó a decir.

Estaba en el vé, en un lugar sagrado protegido por Eihwaz… O eso quería creer.

La voz suena como hojas secas crujiendo.

-¿Quién eres tú?

Saga respiró con temple, dejando que el vaho se perdiese en la penumbra.

-Nadie. Sólo una viajera de paso... Alguien que ve lo que no se puede ver.

-¿Y qué ves?

Con cierto pudor y conteniendo la respiración, Saga se volvió.

-A ti. A otros...

El espíritu es el de un hombre delgado, joven y de rostro anguloso. Sobre su piel se perfila un fino resplandor verdoso. A su alrededor, la nieve no parece caer, pero como es habitual en estas apariciones, el frío es mayor de lo habitual. Se encuentra solo a un par de pasos de ti, erguido, mirándote con expresión desencajada.

-¿Qué otros? ¿Qué insinúas?

La norne enmudeció apretando la mandíbula con fuerza. Cada encuentro era único, tanto como peligroso.

Se levantó despacio, amarrando el estilete al cinturón para mostrar las palmas en señal de calma e inocencia. Con cierto titubeo, uno que los mortales no solían ver, se aproximó bajando lentamente la mirada.

-Me llamo Saga -empezó de nuevo en tono conciliador-. ¿Sabes dónde estás?