Impactado por la noticia, retrocedo boquiabierto. Agacho la cabeza, sin saber muy claro si era por tristeza, por vergüenza o ambas. Mi ojos poco a poco van retornando a su estado natural, perdiendo el tono blanquecino y oscuro, y recuperando las pupilas.
- Solo... solo me defendí de las sombras... - digo con tono triste y culpable. - Si lo hubiese sabido... - Agarro mi cabeza con ambas manos, como si me doliera. - Yo no... yo no quería...- levanto el rostro de repente, separando las manos de la cabeza pero manteniéndolas en el aire. - Hay que ir a buscar a Drunfo y al chico... - miro a Saga - ¿Conseguiste descifrar el resto?
Yo soy Baklar... ya no hay duda... las imágenes que me mostró. Eran reales. No eran más engaños...
Yo acabé con los mios...
Yo maté a Viggo...
Yo maté a Rorar...
¿Qué voy a hacer...? No podré volver a mi pueblo nunca...
¿POR QUE THURIZ...? ¿POR QUE ME BENDICES Y MALDICES AL MISMO TIEMPO...?
Acaso tú me bendeciste y Nauthiz me castigó por envidia...
¿Por qué esta oscuridad se cierne sobre mi...?
Baklar... nunca tendrás lo que deseas. Sea lo que sea.
Lo juro.
Descubriré como destruirte.
Thorir permanecía atento a todo lo que ocurría, pero sin intervenir, no sería bueno dada la relación entre el y Resmit. Miró a Yngrid y haciendo una mueca de cansancio descabalgó, tras lo cual y cogiendo su caballo por las riendas se aproximó a ella, -Yngrid, baja el arco-, le dijo, tras lo cual se acercó más aún a ella, para hablarle al oído.
Acto seguido se dirigió a Saga y a Resmit, -No hay tiempo que perder, te explicaremos todo en el camino, ahora tenemos que marcharnos- les dijo con voz firme y seria.
-Después de terminar con la bestia se le juzgará y los Dioses determinarán si dice la verdad o miente, pero ahora no podemos pararnos a esto-
Lo que le digo a Yngrid.
Yngrid baja el arco un poco, pero sigue mirando a Resmit con el odio pintado en la cara.
-No puedo. Lo siento, no puedo. Este... Monstruo. Ha matado a Rorar. Nos ha traicionado. Es un... Asesino. Es...
Una brisa de aire interrumpe su voz, haciendo que la nieve revolotee a vuestro alrededor.
-Min fred, jeg gir deg.
"La paz te otorgo".
Aquel detalle no habría sido destacable, de no ser por el hecho de que una gota es invisible en el océano. Y una brisa de nieve debería serlo en una ventisca.
Pero no hay ventisca.
¿Cuándo se detuvo? A lo lejos, en la distancia, parece seguir rugiendo, tan incansable como hasta ahora... Y sin embargo, allí, en medio de la oscuridad, lo único que oís son vuestras respiraciones. Quizás ocurrió hace apenas unos segundos, quizás poco antes de que Resmit se colapsara. Fuera como fuera, ninguno habéis percibido el cambio. Pero ahora resulta obvio. Una sensación de calma y seguridad rematan la certeza de que algo que dista mucho de ser normal ha sucedido ante vosotros... Y ni siquiera la furia de Yngrid parece ser capaz de combatir aquella fuerza. Sorprendida, baja el arco lentamente y contempla el escenario con curiosidad.
La nieve tampoco cae de forma normal. Como si descendieran de forma perezosa, resistiéndose con desidia a depositarse en el blanco tapiz que cubre el suelo, los copos bailan en la zona, suspendidos en el aire por alguna extraña magia, pues no corre brisa alguna. El frío también es distinto. Más piadoso, más llevadero. Aunque la ausencia de viento puede tener algo que ver, sentís que esto se debe a algo más... Una presencia, podría decirse. Un aura cálida que, a pesar de no calentar físicamente, derrite la escarcha que no se ve, aquella que rodea el alma.
Antes de que nadie lo diga, todos identificáis el origen de aquella transformación. Para aquel que no se fijara en su extraña distribución, no serían más que un montón de rocas situadas una encima de otra por casualidades del destino o la gravedad. Pero si uno se detiene a observarlas comprenderá rápidamente que la posibilidad de que una combinación de casualidades fortuitas haya concluido en esa figura es realmente baja. La sensación de un diseño invisible, una mano inteligente que las las ha colocado así con algún motivo oculto, os invade inmediatamente.
El montículo de piedras emite una extraña luz, que solo tus ojos pueden ver.
Ya has visto esa luz previamente, aunque en un contexto bien distinto.
La norne miró a Yngrid en su dolor y de sus ojos nublos resbaló una lágrima sin siquiera darse cuenta. Podía sentirlo, en todos, e ignorarlo resultaba a veces demasiado pesado, demasiado duro. A veces era más fácil dejarse arrastrar por el dolor y la culpa, que eran emociones muy humanas. Por eso, al mirar a Resmit de nuevo, pareció no saber si odiarlo o compadecerlo en todo aquello. Sin embargo, aquella pesadez se volvió sorprendentemente liviana, amena, y quien se fijó pudo ver como Saga volvía la cabeza hacia un lugar en concreto, como si hubiese escuchado algo.
-Tú...
Desembarazándose de la capa, Saga se acercó al montículo de piedras atraída del mismo modo que las polillas acudían a la luz. Mientras caminaba, habló en aquella lengua extraña y susurrante que en nada se parecía a cualquier cosa que hubieran escuchado antes.
-Nos salvaste. A noche... -pronunció con claridad y eterno agradecimiento-. ¿Qué eres?
Su figura surge, lentamente, casi con timidez, de detrás de las piedras. Su apariencia es la de una niña, aunque su mitad inferior adopta una forma mucho menos natural. Sus cascos no dejan huella en la nieve.
-... Yo... -te mira con cierto pudor, como si no supiera si acercarse a ti o salir huyendo inmediatamente-. ¿Cómo es que puedes...?
Había visto muchas cosas en su vida; cosas que ningún humano debería haber visto jamás. Cosas a las que su mente siempre estaría absolutamente aterrada. Cosas indescriptibles y aberrantes. Susurros y criaturas. Chispas en la oscuridad. Pero aquello, aquel ser era probablemente lo más gentil y hermoso que sus pobres e ilusos ojos de humano podrían ver jamás.
-Eres... -musitó, absolutamente embelesada y abstraída de dónde estaba y en la situación en la que se encontraba. Y no sabía lo que era, pero sólo una palabra brotó de sus labios-. Hermosa.
La criatura aparta la mirada, y si no fuera porque su piel es tan blanca como la nieve dirías que se ha ruborizado.
-No deberías poder verme. Oírme, quizás...
Cuando se refiere a mi como "monstruo" por primera vez de todas las que me lo dijeron me lo creía, los dioses me habían engañado. Lo que yo siempre pensé que era una bendición, los poderes de un dios, el favor de Thuriz, mi destino como un héroe de legenda... todo eso tenía una contra parte. No solo Thuriz se habría fijado en mi, si no que Nauthiz castigó los dones que su compañero divino me otorgó, de tal manera que ahora soy también un asesino, un traidor...
¿Cómo podré vivir con esto...?
La palabra monstruo no era la primera vez que lo usaban contra mi, en varias ocasiones ya se refirieron así a mi persona, pero no les di la mayor importancia, era por que no comprendían como un dios se podría haber fijado en mi, como podía tener una capacidad tan poderosa y destructiva que ellos no podría llegar a tener ni soñar... pero tenían razón.
¿Desde cuando soy Baklar? ¿Por que lo soy? ¿Siempre estuvo ahí...? Cómo soy en realidad... soy un héroe rodeado de luz o un monstruo envuelto en llamas... Desde luego, la palabra "monstruo" lo describía bastante bien.
Doy un profundo suspiro mientras tengo la mirada perdida en dirección a Saga y las rocas, aunque en realidad no me fijo mucho en lo que está sucediendo, solo soy consciente del movimiento de la hedense y de la gente de alrededor.
Tengo tantas preguntas... y ninguna respuesta. Llegué aquí pensando lo que lo sabía todo, pero no es así. ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Qué es Baklar? ¿Porque y cuándo apareció? ¿Se ha acabado ya o a sido una victoria temporal?... ¿Soy un monstruo?
Por fin enfoco y centro la vista y miro las rocas que en un principio llamaron mi atención. Tenía un toque casi divina, como si los dioses hubiesen querido que me parase en ese lugar por alguna razón, que nos reuniéramos allí por algún motivo. Intento calmarme antes de hablar, mis pensamientos me habían agitado y estaba nervioso, además de sentirme culpable de muchas cosas.
- ¿Qué es... este lugar?
Tras unos segundos duditativo mirando a Saga cerca del montículo de rocas, por fin enfoco y centro la vista y miro las rocas que en un principio llamaron mi atención. Tenía un toque casi divino, como si los dioses hubiesen querido que me parase en ese lugar por alguna razón, que nos reuniéramos allí por algún motivo. Intento calmarme antes de hablar.
- ¿Qué es... este lugar?
Yngrid se remueve, incómoda.
-Se lo mostré a Bedelia hace unas cuantas horas, hoy mismo. No... No sé lo que es. Lo encontró Dag, hace unos años. Pero es antiguo, muy antiguo. Y... A veces oigo cosas, cuando paso por aquí. Susurros.
Saga apartó la mirada en un gesto que pretendió ser respetuoso, y se dio cuenta de que una chispa de sonrisa pendía de sus labios. Se giró brevemente hacia Yngrid; quizá aquello fuese bueno.
-Lo siento -se disculpó, inclinando levemente la cabeza hacia la criatura-. Siempre he sido capaz de ver. Fantasmas, criaturas... Magia. Los chamanes de los Yermos me enseñaron a hablar.
La norne casi parecía estar manteniendo un intercambio de palabras con alguien. O algo. Le vieron un amago de sonrisa en el rostro, y todo rastro de miedo, incertidumbre o urgencia parecía haber quedado atrás. Inclinó la cabeza, respetuosa, hacia la formación, aunque su mirada no estaba posada allí concretamente. Y entre medias, intercalaba palabras sueltas casi en un susurro.
-Ya veo. Normalmente, solo algunas personas pueden oírme. La otra mujer pudo. Pero nadie ha podido verme desde hace... Mucho tiempo.
Hace una pausa, evaluándote con la mirada. Parece algo menos recelosa, aunque todavía da la sensación de que podría echar a correr en cualquier momento.
-Mi nombre es Xeir.