Partida Rol por web

Cinco figuras, armadas, se recortan contra la luz de las llamas. De fondo, el incendio, que a pesar de no haber aumentado sigue presentando combate a aquellas buenas gentes. Pero aquella imagen pasa a un segundo plano, pues ya distingues perfectamente los rostros de los guerreros. Está Resmit, el norteño del clan Solvgilftanden. También Rorar, el perrito faldero de Einar. Los acompañan dos norteños de aspecto imponente.

En el centro del grupo, la figura de jarl, que se gira hacia el bosque y les hace una seña al resto.

Una partida de caza.

Al salir a fuera, contemplas una escena que ya te habías temido.

Cinco figuras, armadas, se recortan contra la luz de las llamas. Está Resmit. También Rorar, el norteño que acompañaba a Einar cuando os recibió. Los acompañan dos norteños de aspecto imponente, uno de ellos el rubio al que Ashe había dejado al mando cuando te siguió.

En el centro del grupo, la figura de jarl, que se gira hacia el bosque y les hace una seña al resto.

Una partida de caza.

Vuestras miradas se cruzan. Las dos lo habéis visto: Einar ha visto correr la sangre de los suyos, y ahora busca derramar la sangre ajena. La situación es crítica por partida doble: A un lado, el infierno. Al otro, los demonios. Y detrás... Quién sabe lo que hay detrás.

No hay tiempo que perder.

El rostro de Saga se descompuso por un instante. ¿Iban a salir a darle caza a los traidores? ¿A acabar lo que habían empezado? Sólo era cuestión de tiempo que descubriesen el reguero de sangre que les condujese de vuelta a la aldea... Y desde allí no sería muy complicado dar con su paradero o deducir que alguien les había ayudado a huir. Y Saga no podía darse a la fuga con dos moribundos.

Aquello se acababa de ir todo al traste. Por suerte, dio con la única persona que quizá pudiese ayudarla.

-¡Bedelia! Bedelia, necesito vuestra ayuda. -Corrió a su vera, angustiada, y la tomó de las manos con desesperación-. ¿A dónde va Einar? ¿Van tras Thorir y Drunfo?

Mierda. Mierda, mierda, mierda. Bedelia, tienes que tomar una decisión. Tienes que ser rápida.

Y era rápida, lo sabía. Ellos eran cinco y debían moverse coordinadamente. Ella era una, podía buscar a Drunfo y Thorir, pedirles explicaciones y actuar en consecuencia. El problema radicaba en hacer de abogada del diablo. Si la veían con ellos tendría que huir o arriesgarse a ser juzgada...o directamente ejecutada.

¡Joder!

Dos hombres podían ser injustamente asesinados, y si eso ocurría dejaba la puerta abierta a más ataques en Sultünge.

Fue entonces cuando su mirada se cruzó con la de Saga. Se acercaron, coordinadas desde la desesperación. Ella habló primero.

-Si. Si, creen que ellos dos han atacado el granero-Susurraba, aunque hablando con nerviosismo-Renmo está herido, y Einar cree que le ha pasado algo a su hijo.

Cogió a Saga del brazo. Tenía la cara descompuesta.

-Los van a matar. Si los encuentran los matarán.

-No. No, no, no. Van a estar muertos antes de que los encuentren si no hacemos algos. Yo los vi. Los vi detrás del granero, fui la única -Tiró de ella para apartarla de la gente, bajando el tono y tratando de encontrar las palabras. Seguía agarrada a ella y temblaba-. Sé que no han sido ellos pero están muy graves. Los mandé al vé... Drunfo estaba inconsciente y Thorir desangrándose. Necesito medicinas. Y necesitamos caballos y equipo. En cuanto den con el rastro de sangre van a volver y... Hay que esconderles o... encontrar un refugio. No podemos viajar de noche por el bosque.

Bedelia palideció. Su cabeza era un remolino de ideas y posibles escenarios.

-Vale. Bien. Necesito mis cosas, mi arma sobre todo.

La sureña tuvo que contenerse para no llamar la atención. No estaba segura de que su encuentro con Saga hubiera pasado desapercibido.

-Ashe ha estado curando a Renmo en el gran salón. Allí hay medicinas y pomada que podemos usar para curarles. Tu ve a por eso, yo recogeré mis cosas, las tuyas y nos encontraremos a la salida del pueblo, cerca de ellos dos.

Frunció el ceño. Lo estaba frunciendo en un día más veces que en todo el mes.

-No se montar a caballo, y dudo que podamos llevar a una persona inconsciente y a un moribundo. Vamos a necesitar un refugio, y tu eres la que mejor conoce estas tierras.

Dejando aquella frase en el aire se preparó para marchar, pero antes apretó las manos de Saga.

-Ten cuidado.

La sureña comenzó a caminar hacia la casa donde le habían dado cobijo, maldiciendo en silencio.

-Esperad. Coged todo lo que podáis... Sobre todo ropa de abrigo y cuerdas. Yesca y pedernal... comida. Si nos vamos a fugar a caballo habrá que atarlos, y a ti para que no te caigas. Yo no conozco bien estas tierras, pero podemos tener una oportunidad si nos llevamos todas las monturas. -Saga se tomó un momento para cerrar los ojos y suspirar. Después miró a Bedelia, de repente con una fría serenidad-. Actuad con precaución y si os preguntan por qué cogéis material decid que es para ayudar a Ashe y a los heridos. Nos veremos en el vé, pero procurad que nadie os vea.

Y en el momento en que dejó de mirarla, Saga se preguntó qué demonios estaba haciendo jugándose el cuello de aquella manera.

Encuentras el material de Ashe sin demasiados problemas. Sobre una de las mesas del comedor, te llama la atención la presencia de Renmo, que está tumbado inconsciente, con la cara vendada y respirando con cierta dificultad.

Al salir de nuevo, ves que el grupo de Einar ya no está.

Por suerte parece que Saga, como tú, no ha desecho su mochila de viaje más de lo necesario, y no tardas en reunir vuestras cosas. La búsqueda de utensilios de supervivencia, por otro lado, se antoja más complicada.

La comida debería ser lo más fácil de conseguir. Esa misma tarde viste a Frigda guardar unos tarros en un arcón de la sala principal, por lo que es probable que allí guarden algunas reservas. Claro que todavía queda el dilema moral de si robar a una viuda y sus hijas el mismo día que el pueblo pierde sus reservas de alimentos para el invierno es ético o no. En cuanto al resto del material de supervivencia, con una búsqueda rápida es probable que encuentres algunas cuerdas y mantas, puede que alguna herramienta o utensilio adecuado. Claro que esto supone perder unos minutos valiosos en dicha búsqueda... Minutos de los que quizás no disponéis.

Saga se hizo con lo que necesitaba, además de con la capa de alguien que la había dejado atrás al salir atropelladamente de la fiesta. La gente iba y venía, y en su cabeza no dejaba de darle vueltas a cómo salir de aquello. Era cuestión de tiempo que les alcanzasen, y el bosque de noche no era un lugar seguro para nadie... Ni siquiera de día. ¿Qué iba a hacer con dos moribundos y una sureña que no sabía cabalgar, a parte de firmar su propia sentencia de muerte?

El culpable de que el granero hubiese ardido seguía entre ellos o peligrosamente cerca, pero todos estaban mirando en la dirección equivocada. Quedarse en el pueblo tampoco era la opción más segura... ¿Y entonces?

Al llegar al vé tus peores temores se hacen realidad: Thorir yace en el suelo, inconsciente, tumbado sobre su costado en frente del altar. En su mano, aún entrelazado entre sus dedos, un colgante. La pérdida de sangre ha podido con él.

Esto complica las cosas.

Bedelia empaquetó todo frenéticamente y cargó con las cosas como pudo. No tenía tiempo ni de respirar, y sólo cuando tuvo la comida en la mano se planteó si aquello estaba bien.

Y no lo estaba.

Drunfo y Thorir estaban malheridos, y, por lo que sabía, Saga no podría sobrevivir en el bosque. Necesitaban aquella comida tanto como Frigda y sus hijas. No. Frigda la necesitaba más, debía alimentar a una familia ella sola, mientras que el grupo podía cazar si tenían la necesidad. Era lento, y arriesgado, si, pero tenían esa alternativa.

Entonces encontró una alternativa. Maldijo en silencio por no avisar a Saga al recordar que el gran salón estaba lleno de comida que había sobrado de la fiesta. Era un auténtico desperdicio que podrían haber aprovechado. Quizás todavía podía pasarse...aunque eso implicaba perder un tiempo muy valioso.

Con cuidado, dejó los tarros en el arcón, y prosiguió con su búsqueda. El resto de cosas no eran tan imprescindibles para Frigda y sus hijas, algún vecino podría dejarles mantas o cuerda si lo necesitaban. Yesca y pedernal tenía la propia Bedelia en su mochila, y estando todo nevado no iban a necesitar agua. De las medicinas se ocupaba Saga, y no se le ocurría que mas podrían necesitar.

Durante un pequeño instante se planteó dejar una nota a Frigda disculpándose, pero eso sería dinamitar cualquier posible excusa que tuviera si al final les daban caza, así que la descartó la idea con rapidez.

Cerró la puerta con cuidado, sintiendo el saqueo. Se consoló a si misma pensando que sólo se había llevado lo imprescindible. Cuerda y mantas. Nada más. Nada irremplazable.

Respiró profundamente y se preparó para ir al gran salón. No podía robar a la mujer, pero tampoco irse sin comida.

¿En qué te has metido?

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

Por un momento, la norne se quedó paralizada ante la escena como si el viento hubiese terminado de helar todas sus ideas. Con Thorir inconsciente la balanza acababa de torcerse del todo dejándola sin opciones. No podía cargar con ambos, curarlos, protegerlos y ponerlos a salvo. Huir sencillamente ya no era una opción.

Se arrodilló junto al bastardo murmurando en hermital frases sin sentido que rogaban a los Dioses, al azar y a la suerte, y a todo aquel que estuviese dispuesto a escuchar sus plegarias. Por suerte pudo sentir el leve aliento de Thorir, apenas un soplido que se escapaba de su boca. Había perdido demasiada sangre, como su compañero, y entre el uno y el otro debía decir. Se acercó al caballo, tirando de las pieles de Drunfo para tenderlo sobre el suelo. Un leve quejido le dio a entender que se resistía a abandonar aquella vida, pero Saga ya había tomado una decisión.

Thorir era más valioso mientras que Drunfo había echado por tierra todos sus intentos por apaciguar a Einar. No le conocía. No tenía nada en contra suyo pero tenía la intuición de que sería imposible hacer entrar en razón a la sureña para dejarlo atrás. O quizá fuese más sabio entregar al bastardo, que era realmente quien había alimentado la ira del jarl. Dudaba, pero sabía que una muerte ayudaría a que las cosas se apaciguasen y a interceder por el que sobreviviera. Quizá. O quizá no. No lo sabía y no había forma de saberlo, así que decidió deshacerse del peso más grande y luchar por quien podía reportarle más beneficios.

-*Que los Dioses te acojan en su mesa. Descansa en paz -susurró en lileth mientras alcanzaba con los dedos el estilete que llevaba en el pelo.

El estilete se dirige a la garganta del norteño. Un movimiento, una vida menos. Así funciona el mundo, por suerte o por desgracia. Y un alma pasa al mundo de los muertos.

A menos que el mundo de los muertos tenga algo que decir al respecto.

Una mano gélida sujeta tu muñeca antes de que la punta del arma se clave en la piel de Drunfo. Tu corazón se salta un latido, mientras alzas el rostro para ver una cara conocida, una cara que te observa desde la oscuridad, con expresión de angustia.

Cuentas con los dedos de las manos las veces que Andrel ha influido físicamente en el mundo de los vivos.

-¿No lo ves, Saga? -Dice, y su voz suena triste, lejana-. Rojo y blanco.

Su otra mano señala al suelo, en donde la sangre del guerrero se funde con la nieve, formando extrañas formas que recuerdan a ramas de árbol o garras de bestias.

-¿No lo ves? -Repite-. Misma casta, misma bestia. La sangre llama a la sangre.

La vida se escapó de su cuerpo durante un instante al sentir el agarre de aquel brazo que no estaba. No supo qué hacer: llorar, gritar o enfurecerse por las crípticas referencias de Andrel que de nada servían. Sus ojos se volvieron hacia el pálido resplandor de su hermano, y de nada sirvió la repentina nostalgia que quiso azuzar su corazón.

-¡No! No lo veo, Andrel -espetó cuando fue capaz de recuperar el aliento, tirando del brazo para soltarte de aquel gélido abrazo-. ¿Él pertenece a la casta de la bestia? No te entiendo.

Y no era precisamente el momento de entender, sino el de actuar. Pero si el gigante tenía relación con todo aquello... ¿O era la sangre que llamaba a la sangre? ¿Iban a venir los demonios de la nieve, como los había descrito Jorik? Con el corazón en un puño, Saga miró alrededor asustada, buscando un guía, una señal. Ni siquiera estar tan cerca del vé parecía reportarle tranquilidad.

Al salir de nuevo, ves que el grupo de Einar ya no está. Eso puede ser más o menos preocupante, dependiendo de la dirección que hayan tomado...

Cargando con los dos macutos, y más por inercia que por haberlo reflexionado, te diriges al gran salón de Einar. Allí está Renmo, sobre una mesa, con la cara vendada. Inconsciente, como es lógico, probablemente debido a sus heridas. Si no fuera porque su pecho sube y baja, tampoco tendrías claro que siguiera vivo. Aparte de él, no hay nadie más en el edificio, que tú veas.

El lugar, de hecho, parece un poco deprimente. Hace menos de una hora, vibraba con las risas y  conversaciones, estaba vivo. Ahora es un sitio muerto y olvidado, y las mesas que antes ofrecían un aspecto de plenitud y abundancia ahora trasmiten cierta sensación nostálgica, como si los comensales que antes disfrutaban de dichos manjares hubieran desaparecido de repente, abandonando sus platos a medio comer. Que, de hecho, no se aleja demasiado de lo que ha ocurrido en realidad.

Sea como sea, lo cierto es que recordabas más comida de la que ahora ves frente a ti. Quizás la imagen del banquete inicial, antes de ser atacado por los hambrientos norteños, era la que se quedó grabada en tu mente. Tampoco es que Einar hubiera servido más de lo adecuado para una celebración como esa. Al fin y al cabo, el invierno está cerca. Pero, por mucho que palidezca en comparación a hace unas horas, lo cierto es que sigue quedando comida. Con un poco de esmero y suerte, quizás puedas reunir lo suficiente como para aprovisionaros para vuestro hipotético viaje.

Si es que al final os vais...

Andrel asiente, furioso.

-Misma sangre, mismo destino. ¡Debes verlo! ¡Debes saber!

Antes de que puedas reaccionar, su imagen se desdibuja y aparece de nuevo frente a ti. Su rostro a un par de centímetros del tuyo, el gélido aliento de la muerte sobre tu piel. Luego, ya no está. Pero tu hermano no es lo único que ha cambiado.

A tu alrededor, el mundo se ve oscuro, incoherente, como si hubiera sido trazado con la mano de algún pintor inexperto. El cuerpo de Thorir y el caballo se han visto reducidos a simples sombras luminosas, apenas visibles, y la nieve que hay bajo vosotros tiene un color negruzco y apagado, como si fuera ceniza. Los árboles, a vuestro alrededor, se extienden hacia el cielo en formas retorcidas, y no parece verse el final de sus ramas, que se diluyen en el aire de forma indescriptible, de tal manera que no podrías llegar a asegurar donde empiezan y donde acaban.

Sin embargo, hay dos visiones que resaltan sobre las demás. La primera, el vé, que brilla con luz intensa y casi dañina, una luz sobrenatural que desdibuja formas inconexas en tu retina. La segunda, Drunfo. O lo que debería ser Drunfo, porque en el lugar donde debería estar el inmenso norteño no hay más que una silueta blanca, inmensa, como una larva reluciente de gusano cuya piel está surcada por infinidad de oscuros vasos sanguíneos que transportan un líquido que, desde luego, no parece sangre. Palpita, tiembla, se retuerce de forma sutil, como si estuviera viva, como si sintiera tu presencia. Aunque tiene un aspecto vagamente humanoide, su superficie es blanquecina y semitransparente, y bajo ella se puede intuir algo que se mueve...

Acercas la mano, temblorosa, más por un impulso mecánico que por verdadera voluntad. La curiosidad es peligrosa, y más en un caso como este, pero no puedes evitar sentir una atracción magnética, casi irresistible, hacia esa criatura imposible que yace bajo tus pies. Tus dedos están a punto de tocar la piel pegajosa cuando lo ves.

Lo que se mueve bajo la piel. Desearías no haberlo visto.

Dientes. Mandíbulas. Bocas que se retuercen, gritan, muerden intentan devorar... ¿El qué? Algo horrible, profano, algo que no debería existir. La mera existencia de aquella cosa se rebela contra tu cordura, golpeándola como un ariete frente a las puertas de un castillo creado por tus barreras mentales. Casi crees oír sus gruñidos, sus gritos y gemidos, el horror que predican sumidas en el ansia más pura e incomprensible...

La imagen se queda grabada en tu retina, incluso cuando un estallido de luz te devuelve a la realidad y el cuerpo de Drunfo vuelve a aparecer frente a ti. La presencia de Andrel vuelve a estar a tu lado, y los árboles de nuevo ofrecen su aspecto normal. El mundo vuelve a tener sentido... Pero aquella cosa sigue grabada a fuego en tu cabeza.

Miedo era el instinto natural de supervivencia de cualquier humano, la vaga certeza de que el hilo que lo mantenía a uno sobre la faz de Gaia estaba a punto de quebrarse. Pero lo que sintió Saga sobrepasaba con creces el vértigo a cualquier abismo hacia el terror humano.

Ni en sus pesadillas había notado tan profundo el aguijón de los horrores que se ocultaban más allá de la comprensión de su ser.

Lo peor fue que logró controlarlo, relegar el horror al resquicio de su mente donde encerraba las pesadillas, dejando espacio a las preguntas. Entonces fue cuando la vorágine de ignorancia se hizo presa de su ser. Qué era. Qué no era. Dónde estaba. Quién. Cómo. Por qué. Qué debía hacer... Y con cada pregunta llegaba una nueva bocanada de aire que apenas podía controlar. Y tras estas más preguntas, todas tildadas por el incontrolable terror que hacía temblar su cuerpo y ahogar sus lágrimas entre sollozos. Ni siquiera le daba el raciocinio como para apartarse de aquel... monstruo.