Partida Rol por web

La sonrisa de Ingur, visible entre sus cicatrices incluso en medio de aquella oscuridad, se graba en tu retina con la fuerza de un cincel golpeando una piedra.

-Te veo algo agitada.

Bedelia se giró sobresaltada, temiendo ser sorprendida en una actitud tan sospechosa. Al ver aquella cara su voz, su rostro y su postura se endurecieron al tiempo que recordaba una frase.

Habría sido una pena que una mujer como ella acabara sus días en la nieve, ya me entendéis.

Aquel hombre le había causado rechazo en el gran salón y se lo seguía causando entonces. Para él, las mujeres tenían un propósito y sólo uno. Bedelia debía estar alerta.

-¿Ahora te dedicas a espiar mujeres en mitad de la noche?

Le miró a los ojos y se contuvo para no arquear los labios en un gesto desagradable.

Ingur ensancha su sonrisa.

-Sí, cuando traman algo.

Bedelia no sonrió.

-Y has decidido tomarte la justicia por tu mano en vez de avisar a alguien importante. Eres considerado, Ingur.

Dicho aquello, la mujer se esforzó por no empezar una escalada de agresividad. No era propio de ella, pero los nervios vigorizaban todas sus acciones, fueran buenas o malas. Decidió no añadir nada más, esperando ver cómo se resolvía la conversación.

-¿Justicia? ¿Quién ha dicho justicia?

Suelta una carcajada algo seca.

Bedelia sonrió con acidez. Aquel hombre le resultaba repulsivo.

-¿Y qué vas a hacer entonces? Me tienes en ascuas.

La sureña congeló su sonrisa al pronunciar aquella frase, planteándose otra posibilidad, aumentando la lista de paranoias sobre lo que podría haber sucedido. ¿Y si Ingur había incendiado el granero? ¿Y si era verdad que Drunfo y Thorir habían sido inocentes? Él era tan sospechoso como ellos dos...incluso más, si se dejaba guiar por el instinto. Él había aparecido en medio de la noche, exigiendo ver al jarl con malos modales. Él podría haber matado al hombre que vigilaba, y él podría haberse dado a la fuga. Le taladró con la mirada. Era perfectamente posible.

-¿Qué has venido a hacer a Sultünge?

La sonrisa de Ingur se hace algo menos evidente, aunque no llega a desaparecer. De forma casual, apoya una mano sobre el hacha de guerra que cuelga de su cinturón. En la fiesta no la tenía, como el resto. ¿Cuándo la ha cogido?

-No, no, no lo entiendes. Déjame que te explique, pajarita. Tú no haces las preguntas aquí.

Su sonrisa se borra de forma repentina.

-Segunda oportunidad: ¿Qué estás tramando?

Bedelia miró el hacha de Ingur sin mudar su expresión.

-Supongo que para alguien como tu es difícil aceptar que no todo se consiga amenazando, ¿verdad?

Arqueó las cejas, volviendo a mirarle a los ojos. No tenía miedo, pero infravalorar a ese hombre podía salirle caro. Agradeció llevar el estoque encima.

-¿Por qué te interesa tanto lo que estoy tramando? ¿Te incomoda de alguna manera?

La sureña se sorprendió a sí misma en aquella posición, diciendo esas cosas. La postura que mantenía era más parecida a la mercenaria que un día fue que a la persona en la que se había convertido. Pero la necesidad de supervivencia era fuerte...

-Tercera oportunidad. No doy más.

Apretó el mango del estoque sin llegar a desenvainarlo, previendo un combate inminente. Hacía tiempo que no luchaba...

No dijo nada, sólo miro a Ingur con gesto amargo. No quería hacer aquello...pero por supuesto que se iba a defender.

Segundos tensos, miradas duras. Luego, la sonrisa de Ingur vuelve a aparecer.

-Los tienes bien puestos, eso te lo cedo.

Su postura se relaja, aunque no aparta la mano de su hacha.

-Respondiendo a tu pregunta: Esta aldea está condenada, no hay que ser un genio para verlo. Cuando un barco se hunde, las ratas lo abandonan las primeras. Y tienes tanta pinta de rata como yo.

Frunce el ceño, impaciente.

-Ahora dime que tramas, guapa. Quizás hasta salimos ganando los dos.

Bedelia levantó las cejas sorprendida. Ese no era para nada el desenlace que se había imaginado, y casi lo agradecía. No las tenía todas consigo en un combate, pero por otro lado Ingur no parecía de los que lo evitaba así como así. Tenía razón, estaba tan desesperado como ella por salir de allí.

Su mente divagó un segundo buscando pruebas de su culpabilidad, pero en seguida se obligó a estar centrada. Tenía dos opciones y ninguna de ellas le gustaba. Una especie de sentido de justicia desarrollado con los años empujaba a encontrar la verdad, a enfrentarse a Ingur, mientras que el instinto de conservación instaba a salir corriendo de allí, incluso si eso significaba colaborar.

Aquel día le estaba poniendo al límite. Suspiró.

-¿Crees que alguno de los viajeros que estamos aquí está libre de sospecha respecto al incendio? El pueblo es una comunidad, nosotros somos los extraños.

Medias verdades, eran la clave para salir airoso de aquella situación.

Ingur enseña los dientes, visiblemente enfadado.

-Empiezo a cabrearme, sureña. Te he respondido, y exijo una respuesta. No más preguntas.

Bedelia cierra un segundo los ojos, intentando no hacerlos rodar.

-Lo que te quiero hacer entender con esa pregunta es que aquí todos somos sospechosos del incendio, todos los que no pertenecemos a Sultünge. Incluso los que no somos del norte.

Por suerte para todos no era mordaz, pero aquella salida de tono le había hecho replantearse su colaboración.

-No quiero estar cerca si esto se convierte en una caza de brujas. ¿Entiendes?

Ingur escupe al suelo.

-Sí, ya, vas a huir. Dime algo que no sepa. La cuestión es cómo. Entiendo que hay un cómo, ¿no?.

Te dirige una mirada impaciente.

-Venga, pareces una chica lista. Enunciaré lo obvio: Hay una ventisca, y los caminos estarán bloqueados mañana. No hay nada a menos de dos días de aquí, así que salir sin un buen plan es un suicidio. Ahora dime, ¿cuál es tu plan?

Bedelia torció los labios, dubitativa. ¿Que Ingur le estuviera preguntando aquello significaba que no tenía plan? ¿O era otra cosa? En cualquier caso, no estaba segura de salir bien parada si le contaba sus intenciones y menos desconociendo el número de caballos en el establo. Si sólo había dos, ¿cómo iba a justificar necesitar tantos? Y si había un único caballo...bueno, las cosas se pondrían feas.

Pero aun así no podía engañarle. ¿Qué otras formas había de salir del poblado si no era a pie? Contuvo una maldición. Tendría que decir la verdad...

O podría intentar una última cosa.

-Este pueblo vive en mitad de la nada, deben estar preparados para seguir con su vida incluso si hay ventisca. Creo que en algún lado deben guardar trineos, esquís, raquetas para la nieve o algo por el estilo. Cuando todos los caminos estén cortados será lo más rápido.

Contuvo el aliento intentando que los nervios no se reflejaran en su rostro. Prefería quedar como una estúpida que no había pensado en los caballos a tener que compartir el establo con aquel hombre.

Ingur suelta un bufido.

-Trineos. Ese es tu gran plan. Quizás te he juzgado mal. O quizás me ocultas algo.

Bedelia se encogió de hombros.

-Pues perdona por pensar que los trineos son mi mejor opción para cruzar la nieve. 

Miró de arriba a abajo a Ingur.

-¿Tu no tenías ningún plan?

Ingur te mira durante unos segundos, con una expresión que no llegas a identificar. Luego esboza una mueca burlona.

-Claro. Mi plan es unirme a cualquiera que tenga un buen plan. Lo que, por desgracia, te excluye.

Bedelia miró a Ingur con cara de circunstancias.

-No se muy bien cómo sentirme ahora mismo...

Más que cómo sentirse, lo que la mujer no sabía era cómo actuar, porque tenía miedo de que Ingur no le hubiera creído del todo y le siguiera sin darse cuenta. Seguía habiendo muchas cosas con ese hombre que no cuadraban.

-Siempre puedes unirte al grupo de bandidos que dicen hay por aquí cerca. Sería un modo seguro y fácil de viajar.

Se volvió a encoger de hombros. No quedaba del todo claro si lo decía de broma o en serio, aunque en voz alta parecía una idea bastante potable.