Partida Rol por web

Los pocos que reaccionan a tiempo para intentar razonar con vosotros se ven incapaces de haceros cambiar de opinión. En los pocos segundos que pasan entre que os subís a los caballos y os apartáis del grupo apenas si escucháis un par de comentarios enunciados a toda prisa a favor de la prudencia y alguna que otra crítica ante la falta de un plan. Sin embargo, sí hay alguien que consigue deteneros cuando apenas habéis cabalgado durante medio minuto, con un argumento tan contundente que, esta vez, os veis incapaces de ignorar.

-Vamos a ver, parejita -dice Yngrid, subida en el tercer caballo, en el que ha debido de subirse poco después de que desaparecierais del lugar-. ¿Queréis explicarme cómo vais a encontrar el lugar por vuestra cuenta? Y no es que ponga en juicio vuestra capacidad de rastreo, pero es que esto roza lo ridículo. Ya os he dicho que ese hombre ha derrotado a cuatro personas él solo -mira a Saga-. Si os guío hasta allí, ¿qué piensas hacer cuando le encuentres, eh, genio? ¿Pedirle por favor que deje de matar a gente?

Saga no se detuvo ni tuvo intención de hacerlo. Uno muerto equivalía a todos muertos, ya fuese Dag, Drunfo o cualquiera de los allí presentes. Cada minuto era un minuto perdido. Cada minuto era una posibilidad menos de salir con vida y si se quedaba allí parada sin hacer nada, escuchándoles pelear o intentando razonar con ellos, iba a terminar por tirar la toalla. Y no podía tirar la toalla.

-A ti qué más te da -espetó sin miramientos-. Si Drunfo se muere estamos todos muertos, así que lo mismo me da morir intentando salvarle que morir esperando a que vengan a por nosotros. Si no, pregúntale al resto por el círculo en el que estamos atrapados.

Y azuzó al caballo para seguir adelante, Yngrid o no Yngrid de por medio. Además, no es que rastrear un cúmulo de nieve revuelto y sangre chorreando fuese a ser muy complicado. No es como si hubieran pasado 10 minutos.

Yngrid suelta una maldición, y por unos instantes parece que va a intentar replicar a Saga, o darse la vuelta y abandonaros a vuestra propia suerte. Al final, sin embargo, decide acompañaros, y lo cierto es que su ayuda os permite encontrar el lugar mucho antes de lo que lo habrías hecho por vuestra cuenta.

Una vez allí, se os presenta una escena dantesca: árboles destrozados, nieve derretida, rocas quemadas y ennegrecidas... Y sangre. La única figura que está allí es Rorar, que se encuentra tumbado en el suelo en el medio de la destrucción.

-Joder.

Yngrid descabalga y sale corriendo hacia el norteño, agachándose junto a él.

-¡Rorar! Por favor, dime que sigues vivo...

Su corazón pareció detenerse ante aquella escena. ¿En qué se habían metido? ¿Qué demonios había pasado allí? ¿Y dónde estaban Drunfo y Resmit? En su cabeza se disparó una serie de acontecimientos y posibilidades; aquel grupo de guerreros que andaban por el bosque. Lo que fuera que residía en el interior del gigante. ¿Y si...?

Saga descabalgó descolgándose la mochila. Tenía que estabilizarlo, si seguía vivo, y buscar al resto. Había salido disparada de allí sin pensar que solos no tenían ninguna posibilidad. Necesitaban estar unidos, pero aquello le superaba. Menuda idiota. ¿Por qué no parecía poder pensar con la cabeza en frío?

Al ver aquel panorama Thorir sintió rabia, la ira le subía por la venas y al bajar del caballo lanzó un gran grito mientras apretaba con fuerza las empuñaduras de sus espadas. Tardó unos minutos en reaccionar, mientras Yngrid y Saga atendían a Rorar, o lo que quedara de él, Thorir observaba aquel improvisado campo de batalla, por si veía algo que se les hubiera escapado. 

Entonces se acordó de algo, recordó que Resmit le había dicho que los forasteros que vagaban por el bosque eran viejos enemigos suyos, que practicaban magia negra, incluso mencionó algo sobre llamas negras, además, la sola idea de que Drunfo fuera tan fácilmente derrotado le parecía absurda, allí había algo más.

La herida en la cabeza de Rorar es terrible. El golpe le ha abierto el cráneo con la fuerza justa como para hacer que sea irremediablemente mortal, pero no tanto como para matarle inmediatamente. Al acercaros a él, descubrís que el destino tampoco ha decidido darle el reposo de la inconsciencia, siquiera: sus ojos se clavan en vosotros, sumidos en un mar de dolor, y aunque las palabras tardan en salir de su boca, al final consigue hablar.

-Yngrid...

Es un milagro que aún pueda pensar con claridad, teniendo en cuenta los daños que ha sufrido su cabeza y, por tanto, su cerebro. Cualquier recuperación queda lejos de vuestras capacidades, y no hace falta saber de Anatomía o Medicina para ser consciente de ello.

-Estoy aquí.

Le coge de la mano, apenada.

-Nos salvaste. Salvaste a Jostein.

Rorar esboza una mueca que podría interpretarse como una sonrisa amarga. Entonces repara en vosotros dos.

-Lobito.

Al escuchar aquella palabra Thorir se agachó clavando la rodilla en tierra y poniendo la mano en el pecho de Rorar y dibujó una media sonrisa en su rostro, -Estoy contigo amigo, tranquilo- dijo apenado.

No había nada que pudiese hacer. Lo supo de inmediato y con absoluta certeza y, sin embargo, esta vez no supo cómo decirlo en voz alta. Había perdido a gente en sus manos muchas veces: era la ley de la vida y del norte. Pero aquello fue el golpe vertical y contundente, no letal en sí mismo, que te hacían darte cuenta de forma desgarradora que la batalla estaba perdida. Y vio la nieve, el silencio. Los árboles en llamas y la sangre reluciendo como rubíes sobre el manto blanco y pútrido del invierno, y aquel impulso por dar un paso más desvanecerse en un estremecimiento abrumador. No tenían guerreros. No tenían dirección. Tres de los componentes del círculo ya no estaban, dos de ellos porque los había enviado prácticamente a solas a la emboscada perfecta. Bedelia destrozada. Add y Ahmel y ella misma no sabían luchar, Ingur no podía y Thorir estaba en la misma posición que Eskol o Thaldein. Will… Will ni siquiera debía haber puesto un pie en aquel lugar, para empezar.

Quizá, pensó, quizá era el momento de volver a casa y despedirse. ¿A cuál?, si allí ninguno parecía tener o pertenecer a ningún lugar. Eran desterrados y despojos y perdidos, no sólo en aquel páramo alejado de los ojos de los dioses sino en sus propias mentes. Sin dirección. Y Saga estaba cansada, ni siquiera se había dado cuenta de cuánto, de perseguir una venganza que había sido la veleta de su vida hasta aquel mismo día. Todo cuanto había hecho, todo lo que había aprendido y padecido, las veces que se había rendido y las que se había vuelto a levantar, había sido por la única y exclusiva razón de encontrar a aquel demonio y mandarlo de vuelta a su particular infierno. Aquella bestia de ojos abismales, más fríos que el océano y los glaciares. Aquel ser nacido de las entrañas del odio y la aberración; una abominación que jamás debería haber existido y, sin embargo, allí estaba, arrebatandoles lo más preciado que tenían que era la vida misma.

Y desde algún rincón de su mente algo seguía tirando de forma innata por encontrar respuestas. Porque siempre había sabido que ella tenía un papel que jugar.

-¿Quién?

Rorar cierra los ojos antes de responder.

-Einar... ¿Se avergonzaría ahora...?

Y por un instante, no parece el guerrero malhablado y arisco de los días anteriores. No hay arrepentimiento, miedo o rabia en su expresión, ni siquiera queda dolor ya. Ante la muerte, lo único que tiñe su rostro es la pena.

-Por supuesto que no- Thorir había visto a mucha gente morir, y muchas de ellas en sus brazos, pero una muerte siempre era una muerte. Tras unos segundos Thorir se acercó un poco más al rostro de Rorar, -Ahora podrás volver a verle, en el gran Salón de los Dioses- dijo afectado por aquella situación, -Has sido muy valiente- 

-¿Quién hizo esto?- preguntó por último, intentando averiguar algo más acerca del suceso.

Pero Rorar no responde.

Yngrid se incorpora, el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

-... Hay que quemarle.

-Si...- dijo Thorir mientras se levantaba.

Buscó el arma del norteño y se la puso en el pecho, con las manos entrelazadas, como se solía hacer en sus tierras, cuando terminó se puso delante del cuerpo y pronunció una oración para el descanso del guerrero y para que los Dioses lo acogieran.

Mientras, Saga se acercó a los árboles donde las llamas todavía avivadas no se habían extinguido. Recogió varias ramas que pudo recuperar, de las que ya estaban chamuscadas, y las juntó para prenderlas. No iba a arder bien, pero no tenían tiempo para regresar o buscar una solución mejor.

Conforme Thorir recitaba, Saga se agachó, cerró los ojos de Rorar y dibujó la runa que le llevaría junto a Einar con ceremonia y solemnidad. Después acercó las llamas al cuerpo, repitiendo el proceso en varios puntos mientras se cubría la boca con un resquicio de la capa. La muerte, por mucho que quisieran hacerla solemne y respetada, daba miles de razones para no serlo y la carne chamuscada era una de ellas.

Tras guardar unos minutos de silencio Thorir alzó la mirada al cielo, quizás para asegurarse que los Dioses estaban allí, observando aquella triste escena, entonces volvió a fijar su mirada en el cuerpo sin vida del valeroso Rorar y abriendo las manos comenzó su oración particular.

-No te conocí mucho, pero pude ver en ti los verdaderos valores que deben regir la vida de un hijo del Norte, valor, lealtad y honor, luchaste por tu pueblo y caíste como un héroe, estoy seguro que tu amado Jarl estará orgulloso y te espera allí arriba, en el lugar de los héroes. Nunca he sido de repetir de memoria una oración que algún sacerdote escribió, por lo que solo os pido que acojáis a este hombre en vuestros Salones y que esta noche pueda cenar a vuestro lado. Siempre te recordaremos Rorar y ten por seguro que haremos todo lo posible para que tu pueblo sobreviva a este invierno tan oscuro- 

Tras estas palabras Thorir agachó la cabeza y se llevó el puño al pecho en señal de respeto, acto seguido dio varios pasos hacia atrás. 

Yngrid coge una de las ramas que todavía arden tras el combate, y se acerca al cuerpo. Antes de posarla sobre él, murmura algo para sí misma, que sin embargo los dos oís a través del sonido de la ventisca.

-Siempre estuvimos fuera, tú y yo. Buen viaje.

Acto seguido se aparta para contemplar como las llamas consumen el cuerpo.

Cuando ambos hubieron dicho sus palabras y memorias, Saga recitó el último adiós según los norteños. Uno que bien les podía servir a ellos pues se encontraban a las puertas de aquel desenlace.

Lo, There do I see my Father

Lo, There do I see my Mother and

My Brothers and my Sisters

Lo, There do I see the line of my people back to the begining

Lo, They do call to me

They bid me take my place among them in the halls of Valhalla

Where thine enemies have been vanquished

Where the brave shall live Forever

Nor shall we mourn but rejoice for those that have died the glorious death.