Partida Rol por web

25 de Noviembre, año 990 D.C.

Paisajes nevados y miradas hoscas.

Es básicamente el resumen de tus últimas semanas. Y el frío, el horrible frío que cala hasta los huesos (en serio, una idea genial lo de esperar al invierno para viajar). La caravana avanza lenta, pero no tan lenta como el tiempo. Las carreteras de los Yermos Cálidos a las que estas acostumbrada han sido reemplazadas por caminos ocultos entre la nieve, estrechos y mal cuidados, que te hacen incluso añorar tu estancia en las Charcas. Al menos allí los Lochgjest se encargaban de mantener en un estado aceptable las sendas principales. Aquí, cada recodo es un nuevo obstáculo: Árboles caídos, montículos de nieve, engorrosos rodeos para evitar zonas impracticables… A veces, el camino desaparece, simplemente, y si no fuera por el guía que lleváis junto a vosotros, hace días que os habríais perdido. Pero bien poco puede hacer ese joven barbilampiño por calmar el aburrimiento, el cansancio y la incomodidad. Parece que un kilómetro es una docena, y aunque acabáis el día exhaustos, al mirar el mapa contemplas con horror como el punto donde os encontráis se sitúa alarmantemente cerca del punto en el que estabais el día anterior. Los caballos se llevan la peor parte, pero eso no implica que los tramos que debéis andar a pie para evitar que mueran de cansancio no se te hagan interminables. En resumen: Un viaje incómodo.

Bienvenida a Miürenheim. Bienvenida a Goldar.

La comitiva no es excesivamente grande, a decir verdad. Movilizar a un gran número de personas en estos senderos, y por estas fechas, resulta extremadamente complicado. Apenas una docena de compañeros de viaje restan a tu lado, pues los otros han ido desviándose a lo largo del camino. Junto a ti solo viaja Will y otros dos guardaespaldas, Torf y Hägger. El resto son desconocidos, y sus misiones bien poco te importan. Probablemente se separen en algún momento del camino y no vuelvas a verles.

El rey Sterki en persona fue quien te dio las órdenes, lo que resalta la importancia de tu misión. "El clan Thurizung es la puerta hacia Goldar, y su líder es el pomo. Y últimamente no tenemos muchas noticias de él. Así que necesito que engrases las bisagras". Un tipo imponente, el rey de Hendell. Los detalles te fueron dados más adelante, pero la gravedad de tu misión quedó patente desde el primer momento. Ahora solo queda llegar y empezar con la diplomacia.

Si es que llegáis. Porque al ritmo que vais, no te extrañaría que el clan Thurizung se hubiera disuelto para entonces.

Vuestro guía, que había ido a reconocer el terreno, regresa por donde ha venido, saliendo de detrás de unos árboles.

-Temo que el camino está bloqueado, las nieves lo han cubierto -Se escuchan varios gruñidos entre los viajeros-. Temo que tendremos que tomar un desvío -Mira hacia la derecha, señalando un camino (si es que se puede llamar camino) que asciende por la ladera de una montaña cercana, cubierto de un manto blanco y repleto de vegetación-. A pie.

Miradas de fastidio, suspiros de resignación. Observas al resto de la comitiva. Una pareja joven, tres hombres de aspecto hosco repletos de cicatrices, y un hombre mayor entrado en años acompañado de un tipo callado de aspecto amenazador. Llevas varios días con ellos, y todavía no sabes nada de sus historias. Tampoco es que den mucha conversación, a excepción quizás de la pareja.

Tampoco es que el lugar invite a ello.

Will baja del caballo con más bien poca soltura, y luego se acerca a tu posición, con las riendas en la mano.

-La segunda vez hoy -Murmura, torciendo la boca en una mueca algo fea. Probablemente esté hambrienta, como tú. Todavía no habéis parado a comer...

Saga volvió la mirada ligeramente hacia el camino y después alzó el mentón dejando que la escasa claridad bañase su rostro enrojecido por el viento cortante. No dejó traslucir un atisbo de incomodidad o gesto de hastío, aunque era evidente que la noticia no contentaba a nadie.

-Está bien. Sigamos. –Descabalgó con algo de torpeza debido al entumecimiento; aquel frío podía llegar a doler como cuchillas en los pulmones. Se acercó a Will tirando de las riendas y apoyó levemente la frente en su hombro (en realidad, sobre la piel humedecida por los copos de nueve)-. No vamos a llegar antes de que arrecien las ventiscas.

Eso era lo que más le preocupaba, el no llegar a tiempo. El viaje, aun por largo y tortuoso terminaría por llegar a su fin pero si no lograban alcanzar alguno de los pueblos antes de que el invierno asentase sus temidas garras nada podrían contar de aquella travesía. Hacía que uno añorase las vastas y fangosas llanuras de Moth y sus endiabladas sanguijuelas, o incluso la húmeda calidez de las costas de Dwänholf.

Además el cansancio, la inestabilidad o sencillamente el ambiente oscurecido de aquella cordillera había avivado sus pesadillas asaltándola con ferocidad. Will había hecho lo posible por confortarla, pero en medio de aquel infierno blanco poco consuelo podían encontrar. La soledad, el aburrimiento y la falta de una cama y un buen fuego entorpecían todo y aunque Saga tenía un buen temple, Will sabía que las fuerzas se le escapaban como agua entre los dedos.

Aquella noche habían sido especialmente vívidas, llegando a despertarla luchando por recuperar el aliento. El rostro de Andrel, incluso su voz y el calor de su sangre habían sido tan reales que le costó distinguir la delgada línea entre sueño y realidad. Después, el cansancio no había hecho más que acentuar un quedo silencio y la expresión fruncida de sus labios heridos por el frío. Pero aun con eso siguió adelante con pasos cortos pero firmes.

Will te mira con preocupación, y apreta tu brazo con suavidad en un gesto que intenta ser reconfortante.

-Llegaremos. El viaje está bien planeado, no...

-Daos prisa -Interrumpe Wendell, hablando para todo el grupo en general-. Aún nos quedan horas de luz, pero con este cambio de planes... -Señala hacia el camino cortado para acompañar sus palabras-. Hay que apurar un poco el paso.

Uno de los hombres con cicatrices hace un comentario que no llegas a oír, pero que por las risas que lo acompañan deduces será algún tipo de mofa a costa del pobre chico, que titubea, algo nervioso. ¿Cuántos años debe tener? ¿17? 18, como máximo. Puede que menos.

La comitiva empieza a subir por el sendero, que se alterna tramos estrechos y azarosos con otros más asequibles. Los caballos se adaptan a vuestro paso de manera torpe, tropezando de vez en cuando debido a la dificultad del camino. Pronto empiezas a sentir como se te cargan los músculos de las piernas debido a la subida, pero cuando miras hacia la derecha, a la ladera que desciende desde el borde del camino, descubres que el suelo está más cerca de lo que pensabas. Con algo de suerte, no hará falta que subáis más alto, y pronto empezará la bajada. Con algo de mala suerte... Bueno, decir que tu humor ya es lo suficiente malo de por sí como para añadir más razones para quejarte.

Sin mediar palabra, Saga dejó caer la mirada sobre el tipo que había hecho el comentario con un gesto templado y difícil de descifrar. Lo mismo podía significar algo que sencillamente una casual mirada. Pero cuando sus ojos nublados se clavaron en él, decían advertencia. Y no es que la hedense tuviese un aspecto intimidatorio o las facciones hoscas de un norteño hecho y derecho, pero había algo en su actitud, en su comedido silencio o en la oscuridad de sus pupilas que recordaba a los ruidos inexplicables de una noche fúnebre.

-¿Cuántas noches quedan hasta Thurizung? – inquirió tras dar alcance a su guía.  

Apurar el paso había conseguido disuadir el frío brevemente a cambio de que el cansancio empezase a alcanzar un pico preocupante. Era de buena constitución: viajaba con frecuencia y sin descanso, pero todo se veía entorpecido cuando los sueños regresaban con tanta intensidad, y no se había permitido tregua alguna por temor a retrasar aquella travesía todavía más. ‘En Thurizung podrás descansar’ se repetía, pero conocía muy bien el punto de inflexión en el que la voluntad cedía bajo las necesidades físicas, y no tenía ninguna gana de convertirse en una carga más.

Wendell medita su respuesta durante unos segundos, paseando la mirada entre los árboles que rodean el camino, como si estuviera intentando encontrar alguna marca o detalle que le confirme que vais por buen camino. Luego responde sin mucha convicción.

-En un par de días deberíamos llegar a uno de los caminos principales, que llevan a la ciudad de Hermagor. Diría que tardaremos un par de días más en llegar a esta, aunque la marcha será menos dura, y podremos parar a descansar en alguna posada del camino. Desde Hermagor hay algo menos de una semana hasta las tierras del clan Thurizung. Tres días, si apuras mucho. Sea com... ¿Has oído eso?

Wendell se interrumpe, girando la cabeza de forma repentina. Frente a vosotros, el camino continua en plano durante algo más de treinta metros hasta una curva a la derecha, a partir de la cuál ya no se ve nada. No, no has oído nada.

Saga volvió el rostro en la misma dirección. Su oído no era nada fuera de lo común, pero sus ojos eran capaces de vislumbrar fuerzas que para otros apenas eran perceptibles más allá de un vago escalofrío en la nuca. Sin embargo, no vio nada más que nieve, riscos y dificultades en su avance.

Negó lentamente mirando al joven, y acto seguido posó la mano sobre el morro del caballo. Los animales siempre sabían más que los humanos, cuyos instintos se habían atrofiado a lo largo de los siglos separándose tanto de los Dioses como de la Madre, quedando a merced de lo desconocido. Podía ser nada, como el viento haciendo crujir los árboles o aullando en la lejanía, o podía ser cualquier tipo de bestia que aprovechaba el desconcierto de un grupo desprevenido para cazar.

-¿Compañía? -musitó, tratando de averiguar algo.

Wendell entrecierra los ojos, intentando discernir algo entre los árboles.

-... No sé -Se gira hacia el resto de la comitiva, que se ha detenido y le observa expectante-. Ha debido de ser mi imaginación. Sigamos.

-Joder con el niño -Gruñe uno de los tres hombres con cicatrices, frunciendo el ceño-. Nos hace subir esta mierda de cuesta, y ahora decide que le dan miedo las alturas. No te pongas nervioso, que las fieras huelen el meado.

Uno de sus compañeros comienza a reirse, y eso parece envalentonar al tipejo, que da un par de pasos hacia Wendell, el cuál ha pasado de una expresión de desconcierto a otra de profunda vergüenza.

-Mira, chaval, si admites de una vez que te has perdido te haré un favor e iré delante. Así dejarás de asustarte con cualquier hoja que cruja.

Mira de reojo hacia atrás, como esperando la reacción de sus compañeros, pero esta vez nadie hace ningún ruido.

En su lugar, el mismo que antes le había reído la gracia ahora se tambalea, con el filo de un hacha sobresaliendo por la parte lateral de su cráneo. Durante un par de segundos, en los que el tiempo parece detenerse, todos miráis horrorizados como un chorro de sangre sale disparado de su cabeza. Luego el tipo pone los ojos en blanco y se desploma sobre la nieve, tiñéndola de un color carmesí.

Entonces el tiempo vuelve a moverse, y se oyen gritos de guerra. Una sombra aparece en medio del camino, a unos metros tuya, y se acerca corriendo alzando lo que parece ser un arma...

Lo inesperado siempre tenía la ventaja de la sorpresa, dejándoles paralizados y confusos. Y Saga no era menos en ese sentido, luchando durante unos instantes por darle una explicación lógica a lo que acababa de ocurrir además de buscando la forma de reaccionar. Y aunque el tiempo pareciera detenerse, en el fondo no lo había hecho.

Captó por suerte una de las amenazas que se acercaba hacia ella. Luchar no era su fuerte y salir corriendo tampoco parecía una opción que le fuese a reportar mucho más tiempo de vida, por lo que su cuerpo reaccionó como un resorte girando sobre sus propios talones para tirar con fuerza de las riendas del corcel, interponiéndolo entre ella lo que fuera que les estaba asaltando.

Aunque al principio da un par de pasos hacia delante, tu montura no es un córcel de guerra, y está poco habituado a las situaciones de batalla. Por ello, al ver como aquella figura se acerca, gritando, relincha y se retuerce, tirando de las riendas y dejándote relativamente expuesta ante el enemigo.

Sin embargo, el hombre que corre en tu dirección decide ignorarte, centrándose en vez de ello en Wendell, que aunque intenta apartarse recibe un hachazo en el costado y cae al suelo con un gemido de dolor. La sangre salpica a tu caballo, que se pone más nervioso aún y forcejea con las riendas por dar marcha atrás. Por suerte, tu pulso firme y tu soltura con las riendas evitan que se descontrole.

Echas un vistazo a tu alrededor, sintiendo como la ansiedad se asienta en tu pecho. Hay otros hombres que han aparecido a los lados del camino, descendiendo por la ladera de vuestra derecha o ascendiendo bruscamente por la pendiente de la izquierda. Probablemente estaban esperando escondidos tras los árboles y recovecos. Cuentas a dos, un poco detrás de ti, que han dividido la comitiva en dos partes y que en estos momentos están enfrentándose al tipo callado que acompañaba al viejo. Hay otros dos cerrando el paso por detrás, encarados a los dos hombres con cicatrices que quedan vivos. Distingues algunas figuras más acercándose a vuestra posición por distintos lugares, aunque hay mucho movimiento y no puedes pararte a contarles.

El hombre que está frente a ti, que es el único que tapa el camino hacia delante, te mira enseñando los dientes, pero tras un segundo parece decidir que no eres una amenaza, y se acerca a Wendell, que se retuerce en el suelo, probablemente dispuesto a rematarle. Esto te da el tiempo suficiente como para echar un vistazo a la caída que hay a tu izquierda: La altura es considerable, y la ladera está repleta de piedras y árboles, aunque hay zonas que parecen relativamente más seguras para saltar que otras. Por otro lado, no es una caída en vertical, y la inclinación y las ramas podrían reducir el impacto, con algo de suerte...

Una figura aparece a tu lado y te sujeta el hombro.

-Detrás mía -Dice Will con tono grave, girándose rápidamente hacia el guerrero que está junto a Willem, y levantando su estoque con gracilidad.

Estar en batalla era una de esas sensaciones que ni se olvidan ni se recuerdan con la misma claridad con la que lo vives en el momento. Asustada e incapaz de poner orden o presentir por dónde iba a venir el próximo hachazo, reculó todavía aferrada a las riendas del corcel. Se refugió detrás de Will sin poner resistencia, pero una cuenta rápida le hizo darse cuenta de que los números no estaban con ellas sino con el enemigo.

-*Will, hay que ir hacia arriba o saltar – gritó en Tarazv, de modo que sólo su compañera pudiese entenderla. Tiró de su brazo señalando hacia adelante.

Era eso y rezar para que detrás de la curva no hubiese más enemigos y el caballo pudiese salir al galope. Lo que era tan probable como saltar colina abajo sin abrirse la cabeza. Pero no era ella misma quien le preocupaba realmente sino Will, ya que habían determinado que la hedense no era una amenaza. Echó mano del estilete más por sentir el peso de un arma en la mano que por su habilidad de defenderse, y se centró en la retaguardia esperando que Will pudiese quitar de en medio al asaltante que les obstaculizaba la retirada.

Se oye un golpe seco, y los gemidos de Wendell se detienen. El asaltante se gira y mira a Will esbozando una sonrisa.

-Deja ese palillo, mujer –Dice, dando un paso adelante y llevándose el hacha al hombro-. No voy a mataros.

Te dirige una mirada lasciva, que te permite deducir sus verdaderas intenciones. No, no va a mataros, al menos no hasta que se aburra de vosotras. Sin embargo, ese momento de despiste supone un gran error, pues Will se lanza como un dardo hacia delante, disparando su estoque hacia el corazón del enemigo con una rapidez asombrosa. El norteño es pillado por sorpresa, pero una vida de peleas y tensión constante han debido de agudizar su instinto natural, pues es capaz de apartarse en el último momento, de tal manera que el filo de arma no alcanza su objetivo inicial. Sin embargo, corta la carne del antebrazo, dibujando una fea herida sobre la dura piel del guerrero, de la que cae un riachuelo oscuro de sangre.

El tipejo suelta una exclamación de sorpresa e intenta devolver el golpe con su hacha, con bastante torpeza. Sin embargo, Will ya está de nuevo frente a ti, con el arma en alto, y el golpe ni siquiera se acerca a su posición. Con todos sus músculos tensos, la espadachina vuelve a colocarse en posición de defensa, consciente de que a partir de ese momento su enemigo no volverá a bajar la guardia tan fácilmente. Este último os mira con expresión airada.

-Te va a costar cara la broma, putilla. Te iba a perdonar a pesar de ser fea, pero con tu amiga me vale.

Will gira levemente la cabeza, ignorando las palabras de su contrincante para poder echar un vistazo a la situación actual. Al fondo de la comitiva, uno de los hombres con cicatrices cae por la ladera, dejando un rastro de sangre a su paso. Aunque el tipo callado parece estar manejándose bien con los del centro, e incluso ha logrado dejar a uno inconsciente en el suelo, la presencia de otros tres asaltantes, que se acercan a vuestra posición desde distintos lugares, no augura nada bueno.

-Salta –Responde, hablando también en Tarazv.

Notas una nota de nerviosismo en su voz. Parece que las palabras del norteño no le son tan indiferentes como intenta aparentar.

Aquello no era una broma; no era un asalto por necesidad. Iban más que en serio y con intenciones ante las que prefería morir de pie que vivir de rodillas. Detrás de la fachada de honor y lealtad, siempre se escondía un monstruo sediento del sufrimiento humano.

Pero no podía dejar a Will sola, por mucho que confiase en sus habilidades con la espada. Era su amiga, casi como su hermana juramentada en la tradición goldariana. O salían de allí juntas o no salían.

-¡Apártate y salta conmigo! -gritó Saga acercándose al caballo, al cual le arreó un buen tajo en los cuartos traseros con la intención de encabronarlo y que cargase hacia adelante entorpeciendo el paso.

Después sí, se volvió hacia la pendiente y tras murmurar un incomprensible 'Mannaz ayúdanos', saltó llevándose las manos a la cabeza para protegerse de los golpes y esperando que las acolchadas ropas invernales previniesen heridas graves.

Durante unos instantes, quedas suspendida en el aire, mientras tu estómago se retuerce ante la visión de la caída. Luego la gravedad decide acordarse de ti, y el tirón hacia abajo es brusco y repentino. El sonido de las espadas desaparece, la respiración de Will desaparece, los gruñidos de aquella bestia desaparecen, el mundo entero desaparece. Todo se convierte en un borrón.

Luego el golpe.

Notas el frío de la nieve, pero también algo duro, quizás rocas o ramas. No sientes dolor, pero sí calambres que recorren todo tu cuerpo, mientras ruedas ladera abajo. Te golpeas el hombro con algo duro, probablemente una roca, y te quedas sin aire. Tus ropas se enganchan y se desgarran. Intentas colocar las manos, pero estas se golpean contra un arbusto, y caes de espaldas. Sientes que algo se clava en tu costado, rompiendo las ropas y la piel. Notas como tus extremidades se doblan, como si fueras un muñeco, e intentas recuperar su control para no seguir cayendo. Pero la falta de un punto de referencia lo convierten en una tarea imposible. ¿Dónde está el cielo, y dónde la tierra?

Cuando te detienes, aún tardas unos segundos en recordar donde estás. Estás mareada, y no sientes tu cuerpo. El frío entra en tus pulmones, y un cielo gris te devuelve la mirada mientras lo expulsas, creando una nube de vaho sobre tu rostro. El dolor llega poco a poco, pero cuando quieres darte cuenta, ya es tan intenso que te cuesta incluso incorporarte para revisar tus heridas. Estás repleta de cortes, contusiones y arañazos. No porque los veas, sino porque los sientes en todo tu cuerpo. Sobresaliendo por debajo de tus costillas hay clavada una pequeña rama, que debe haberse partido de algún árbol o arbusto con el que has chocado. De la herida ya empieza a manar un feo chorro de sangre oscura.