Partida Rol por web

Baklar no hace esfuerzo alguno por detener la maza. En su lugar, te dirige una mirada sonriente... Y luego tu maza revienta su cabeza. Los rayos lo cubren todo, mezclándose con la oscuridad hasta que luz y sombra parecen una sola entidad. El mundo se colapsa, y en apenas milésimas de segundo tus ojos presencian como aquellos tentáculos negros se atan a cada una de las tiras de energía que salen del arma... Y luego trepan por tu brazo, imparables. La esencia de Baklar se funde con la tuya. Vuestras mentes se sincronizan.

"¿Mi cabeza, eh? Has decidido, pues. Déjame... Mostrarte".

Inmóvil, convertido en una masa informe de pura energía, observas. Navegando a una velocidad vertiginosa en los recodos de tu mente, en forzosa colaboración con Baklar, que usa sus energías restantes para guiarte por oscuras sendas y recodos que no conocías. Descubres, horrorizado, un universo oculto, una capa bajo la capa de tus pensamientos, una trampilla oculta en un sótano oscuro de tu psique. Es algo fascinante e hipnótico, pero también profano y horrible, como si abrieras tu piel con un cuchillo y descubrieras ojos, pelos y dientes creciendo en tu interior. Impotente, incapaz de contolar tus pensamientos, buceas en aquel mar prohibido.

Frente a ti, dos figuras. Dos guerreros, uno inmenso y poderoso, el otro ágil y esquivo. El brazo de uno, acabado en una inmensa arma de hueso, el del otro retorcido en un sinuoso tentáculo acabado en una punta afilada. Los conoces: ya los derrotaste. Y, sin embargo, esta vez ninguno parece dispuesto a atacar. Te observan, con los rostros de tus padres, sonriendo... Y de repente, cambian. Como si un velo transparente que tapara sus caras hubiese caído al suelo de golpe, tu cerebro traspasa la ilusión y ve lo que hay más allá. El brazo del grande se convierte en un gran espadón, el del pequeño, en un arco... Y sus rostros mutan hasta convertirse en los de Drunfo e Yngrid.

De repente, un sonido detrás de ti. El lugarteniente de Baklar avanza lentamente, flanqueado por las criaturas fantasmales que le defendían. Sin embargo, la imagen de estas se superpone con las de otras personas: El oso con la de Drunfo, el halcón con la de Jostein, el chico joven de la aldea. Su creador sonríe y levanta su yelmo. Debajo está Rorar, que te mira con amargura y desprecio. Los ojos de alguien traicionado. Unos ojos cargados de odio.

"Quieres mi cabeza", susurra Baklar, todavía atado a ti, aferrándose al hilo que os une. "Algo innecesario..."

En la nieve, un cuerpo tendido junto a un árbol. Viggo, muerto... Y, sin embargo, hay algo extraño. Su cabeza no está abierta por el filo de un hacha. En su lugar, aparece aplastada por algún objeto pesado, un golpe necesariamente mortal. En tu mano, sujeta con fuerza, la maza...

"¿No te das cuenta, Resmit? No puedo ofrecerte mi cabeza..."

No. Te niegas a verlo. Todo tu ser se rebela ante la posibilidad, ante la horrible verdad. Y, sin embargo, aquella parte de tu mente que te advertía contra el peligro ahora se desploma, derrotada. Y entonces Baklar se impone, haciendo uso de sus últimas fuerzas, y te obliga a mirar. Intentas cerrar los ojos, pero no hay ojos que cerrar. Las imágenes se suceden en tu mente, y nada puede borrarlas una vez allí. La verdad, la aterradora verdad, se clava en cada una de tus neuronas con alfileres de dolor.

-¿Idiota? Mira a quién insultas, mocoso.

El golpe hace que todo se vuelva oscuro por unos segundos. Tu vista cambia, no de forma obvia, pero sí perceptible. Otra voluntad rige tu cuerpo.

-¡Basta ya! -grita alguien, y la gente empieza a calmarse. Alguien se acerca a ti mientras te incorporas-. Joder, Canute, contrólate. Casi le dejas seco.

-¿Qué pasa, eh? ¿Acaso no es "el carnicero"? Qué nenaza...

Risas. Pero tú no escuchas. Inmediatamente sacas tu maza. Algunos se echan hacia atrás, y las risas se apagan rápidamente.

-Tranquilo, Resmit -dice alguien-. Ha sido un puñetazo, nada más.

Oyes como un rugido surge de tu garganta.

-¡¡¡FUNGERD!!!

Varios se apartan, intimidados. El aludido se acerca rápidamente, interponiéndose entre tú y Canute, que parece dispuesto a sacar su arma ante una mínima provocación.

-¡Resmit, por los dioses, tranquil...!

El ataque le interrumpe a mitad de la frase. Logra alzar el brazo en el último momento, lo que le salva de la muerte por unos segundos. De nada, sirve, pues tu maza le remata de nuevo, una y otra vez, una vez está en el suelo, y de nada le sirve el hueso partido para protegerse esta vez. Su cabeza, reducida a una pulpa sanguinolenta, mientras varios hombres se echan atrás, estupefacto. Muchos desenvainan.

-¡Está loco!

-¡¿Qué hace?!

-¡Le ha matado...!

-¡Resmit, para!

Uno de los veteranos se acerca a ti, con el arma desenvainada, dispuesto a reducirte. Al girarte, ves como su imagen es reemplazada por la de Fungerd, siendo atravesado y decapitado por una espada. Una mera ilusión, pero tu rabia te impide ver la treta. Así que avanzas hacia él, dispuesto a ejecutar tu venganza, y solo su experiencia y reflejos consiguen contenerte. Parece que te va a reducir, pero entonces tu rabia estalla al fin. Y lo que para ti es una tormenta divina, otorgada por el mismo Thuriz, para ellos es un mar de llamas negras. Llamas que les envuelven, que derriten su piel y sus intestinos. Las llamas de un dios bien distinto, un dios del engaño y la necesidad, un dios traicionero y manipulador.

Muchos mueren ante la explosión, y tu mente justifica el horror creando enemigos de la nada, hombres con yelmos astados que les asesinan ante tu impotencia. Cargado de furia, desatas el infierno sobre estos enemigos. A tus ojos, asesinos aniquilados por el glorioso poder de tu maza divina. A los de Baklar, aliados asesinados a traición por el monstruoso poder de su hacha demoníaca. Las llamas envuelven sus cuerpos, reduciendo la carne a cenizas. Restos calcinados que son arrastrados por las corrientes de viento que origina la concentración de poder en bruto. El horror continúa, y pronto la sangre cubre tu cuerpo. Sangre de los tuyos. Sangre de tu sangre.

Es cuando ya no queda nada cuando Baklar se gira hacia ti, dispuesto a completar el ritual de muerte. Y es entonces cuando tu mente se rebela, por primera vez... Y huyes, tanto física como mentalmente. Te lanzas al agua, y la inconsciencia hace el resto.

"Innecesario, como he dicho. Mi cabeza es la tuya. Siempre ha sido así, Resmit. Yo... Soy tú".

El espejo de tu mente se hace añicos. Baklar se repliega, incapaz de mantener el control por más tiempo... Alejándose, cada vez más, hasta donde no llega luz alguna. Deaparece en lo más profundo de tu alma, allí donde ni tu consciencia ni tu voluntad pueden alcanzar. Parte de ti... Por siempre.

Al abrir los ojos, te das cuenta de que te has caído de rodillas, al suelo. Arriba, el cielo está completamente negro, reflejo de la oscuridad que ha echado raíces en tu interior.

Tras golpear con su maza en el aire, desprendiendo una miríada de rayos en el proceso, Resmit suelta un súbito grito de dolor. Acto seguido cae al suelo de rodillas, sujetándose la cabeza con ambas manos, como si esta estuviera a punto de explotar. Apenas dura unos segundos, en los que su espalda se contorsiona en una inmensa agonía. Luego se queda congelado en una postura casi antinatural... Y por fin abre los ojos, lentamente.

Noo... ¿Cómo...? Fui... ¿Yo?

Mis brazos pesaban, como si los hubiesen anclado al suelo, mis piernas no respondían, tan solo sentía la húmeda tierra mojada por la nieve, mirando con la mirada perdida al infinito del cielo ahora teñido de oscuridad. No podía verme, pero mi ojo izquierdo se sentía raro, era por que ambos miraban al lienzo celestial sin pupilas, pero tenían colores distintos. El derecho, como en los momento en los que Thuriz me otorgaba su poder tenía un tono blanco, sin embargo, el izquierdo era de un tono azabache que jamás había tenido. ¿La oscuridad era parte de mi...?

Yo acabé con mis amigos... Fungerd... ¿Por qué lo hice? ¿De... dónde... viene esta oscuridad? Baklar... ¿Es parte de mi?

Quebrado, la confusión se apodera de mi, el dolor de las heridas es tan mínimo que es como si hubiese desaparecido, el corazón me da un vuelco, mi cabeza no sabe muy bien donde se encuentra, solo ve la oscuridad del cielo. No parpadeo y los ojos se cansan. Cuando los cierro me resulta difícil volver a abrirlos.

En mi mente veo una imagen de mi, y delante la imagen de Baklar, que se quita la máscara de frente mía. Corazón se acelera cuando veo su rostro... es el mío, con uno tono de tez grisáceo como si se tratase de una roca. Nos miramos fijamente y tras un segundo avanzamos hasta ponernos a la par. Un rayo cae sobre mi cuerpo del cielo, rodeándome de rayos; a mi lado, la figura sombría de mi estalla en llamas negras. La intensidad de la escena provoca que vuelva a abrir los ojos, mirando nuevamente al cielo.

Una lágrima se vierte coda uno de mis ojos, llegando hasta las mejillas.

No puedo ser... Baklar... soy... yo.

Entonces... Viggo... ¿Lo  maté yo? - Por un momento recuerdo el combate de antes. -  Aquellos... ¿Eran Yngrid y Drunfo? Rorar... Jostein... ¿Los he matado? - Mi mente comienza a divagar de una escena a otra, reviviendo las escena que Baklar me ha mostrado.

Yo... salí del pueblo buscando la cabeza de Baklar... y soy yo... no podré... volver nunca...

Siento miradas en mi nuca, lentamente bajo la cabeza y miro a Saga, Thorir e Yngriz que me están observando. Me cuesta unos segundos poder abrir la boca, aún no e asimilado lo que  ha pasado, todo ha surgido muy rápido y aún es confuso.

- ¿Que.... ha... pasado?

Durante unos treinta segundos miro con la mirada perdida al cielo, ignorando todo lo que me rodea.

Siento miradas en mi nuca, lentamente bajo la cabeza y miro a Saga, Thorir e Yngriz que me están observando.Se puede ver como de cada ojo aparece una lagrima que llega a las mejillas. Pero todavía más sorprendente es que tengo un ojo blanco y otro negro sin pupilas. Me cuesta unos segundos poder abrir la boca, aún no he asimilado lo que  ha pasado, todo ha surgido muy rápido y aún es confuso.

- ¿Que.... ha... pasado?-  digo despacio y con dificultad.

No entendía qué acababa de pasar, ni por qué ni cómo, pero le pareció que Resmit volvía en sí brevemente y eso era algo bueno. Necesario. No tenían tiempo pero en su mirada…

A paso lento y cuidado, Saga se acercó hacia él, agachándose a su lado.

-No lo sé… Discutías con alguien, alguien que no estaba aquí -murmuró suavemente-. Estabas lleno de rabia y odio. Le… atacaste. ¿No te acuerdas?

Miro a Saga calmado y confuso. Mientras se acerca levanto lentamente el antebrazo para secar las lágrimas. La observo desubicado, echo un vistazo rápido a mi alrededor, no sabía muy bien donde me encontraba. Entonces miro el tronco donde Baklar se apoyaba y respondo duditativo y balbuceante.

- Eeeh... sí, me acuerdo. -  entonces miro a Yngrid con preocupación.- ¿Donde está Drunfo?

La hedense despegó los labios sin decir nada. Miró a Yngrid brevemente y después se volvió hacia Resmit posando la mano sobre su antebrazo. En su mirada había pavor, miedo y duelo.

-Yngrid dijo que te envolviste en llamas negras. Les atacaste. Rorar… Está muerto y Drunfo no lo sabemos. Su cuerpo se lo llevó la bestia. -Apretó levemente su brazo-. Lo siento mucho, pero tenemos que irnos cuanto antes. Por favor.

Rorar... Drufo... Entonces... es cierto... Joder... soy Baklar, ya no hay duda.

Agacho la cabeza al oír la muerte de Rorar.

Asique... le maté... ¿Pero que hacía él aquí...? Mierda, era un idiota, pero era buen guerrero. No merecía... que lo matara...

Miro a Saga aún cabizbajo antes de intentar reincorporarme, pero al apoyar el brazo en el suelo para intentar levantarme vuelve el dolor de las heridas. Acompañadas de gruñido. Alejo a Saga que me sujeta de un brazo y con tono suave digo:

- Cuidado, aléjate.- la separo un metro de mi mientras invoco una vara plana de electricidad de unos veinte centímetros.

Me levanto la camiseta, mostrando una fea herida en el costado que no para de sangrar y acerco la vara para quemar el corte. Aunque intento aguantarlo, no puedo evitar dar un grito de dolor, resoplando con fuerza para soportarlo. Cuando termino, bajo la camiseta con cuidado y en un agitar del brazo desaparece la vara en la palma de mi mano. Espero un instante para recuperarme de la abrasadora impresión y me reincorporo.

Confundido, pero por fin localizado y vuelto en mi dirijo una mirada a todos, y con respiración acelerada les pregunto:

- No recuerdo nada desde que Yngrid me disparó por la espalda, bueno sí, cuando aparecisteis de entre los árboles. ¿Qué a pasado?¿Cómo a muerto Rorar?

Agacho la cabeza al oír la muerte de Rorar.

Miro a Saga aún cabizbajo antes de intentar reincorporarme, pero al apoyar el brazo en el suelo para intentar levantarme vuelve el dolor de las heridas. Acompañadas de gruñido. Alejo a Saga que me sujeta de un brazo y con tono suave digo:

- Cuidado, aléjate.- la separo un metro de mi mientras invoco una vara plana de electricidad de unos veinte centímetros.

Me levanto la camiseta, mostrando una fea herida en el costado que no para de sangrar y acerco la vara para quemar el corte. Aunque intento aguantarlo, no puedo evitar dar un grito de dolor, resoplando con fuerza para soportarlo. Cuando termino, bajo la camiseta con cuidado y en un agitar del brazo desaparece la vara en la palma de mi mano. Espero un instante para recuperarme de la abrasadora impresión y me reincorporo.

Confundido, pero por fin localizado y vuelto en mi dirijo una mirada a todos, y con respiración acelerada les pregunto:

- No recuerdo nada desde que Yngrid me disparó por la espalda, bueno sí, cuando aparecisteis de entre los árboles. ¿Qué a pasado?¿Cómo a muerto Rorar?

-Resmit... -El rostro de Saga desencajado en una mueca incrédula-. Tú le has matado. Quizá a Drunfo también. Yngrid y Jostein tienen suerte de haber escapado con vida.

-Murió defendiéndonos -escupe Yngrid, todavía apuntando a Resmit con su arco-. Defendiéndonos de ti.