Partida Rol por web

Yngrid dice algo, no la oyes. El fuego que arde dentro de ti, que te impulsa a coger las riendas de tu vida, es el mismo que te da fuerza para andar a través de esa condenada ventisca. Unos minutos más tarde, te das cuenta de que Yngrid ya no está contigo. Da igual. El frío te muerde la piel con insistencia, pero tú no lo notas. Tu mente está centrada en una única misión: El símbolo, ese maldito símbolo. Como si al encontrarlo pudieras solucionar todo ese embrollo. Como si al encontrarlo demostraras que no eres una marioneta más.

Es solo un buen rato después cuando te das cuenta de que te has perdido.

Justo entonces tu pie se choca contra algo. Al apartar la nieve, distingues un extraño objeto metálico, hecho con varillas y cristales...

Bedelia había utilizado gran parte del camino para rememorar su vida como si de un libro se tratara, empezando por su primer recuerdo y saltando gradualmente hasta ese momento. Sin embargo, su pié golpeando un objeto extraño le hizo dejar de abstraerse.

Se agachó para desenterrarlo y observarlo con más detenimiento. Es entonces cuando sintió un vuelco en el corazón y esbozó una sonrisa; lo reconocía. Era lo que en un primer momento habían tomado por las gafas de Hadar. Estaba cerca.

Envolviendo aquel aparato con su ropa mojada para que no se rompiera, lo metió en la mochila. También debía estar por allí el mandoble de Drunfo, si no se equivocaba. Si iban a enfrentarse a aquella cosa sería bueno recuperarlo, así que paseó la mirada por la nieve con cierto detenimiento mientras seguía avanzando. Pese a todo, su prioridad seguía siendo el símbolo. El trotar de su corazón y un ansia casi obsesiva de respuestas se lo recordaba.

Allí está, seco y casi borrado por la nieve, pero aún visible en la corteza arrugada.

La sonrisa de Bedelia se ensanchó, y sus pies empezaron a correr sin que ella diera la orden. Cuando estuvo frente a ello lo observó con detenimiento, aunque no había olvidado el aspecto que tenía.

Hizo amago de arrodillarse, pero entonces se le ocurrió una idea que, aunque descabellada a priori, podría funcionar. Volvió a sacar aquellas extrañas gafas de su mochila y las observó cuidadosamente, buscando alguna forma de manejarlas. Allí, tan cerca del símbolo...tal vez no fuera casualidad.

Con un profundo suspiro se las puso, y acto seguido se agachó junto al símbolo. Sintiendo el corazón palpitar con fuerza, puso ambas manos sobre el tronco.

Las múltiples varillas y cristales te producen un leve mareo al que no tardas en acostumbrarte. El mundo de espejos y luces en el que te sumergen debió de tener sentido, en su momento, para Hadar o cualquiera que fuera el propietario de aquel extravagante invento, pero por desgracia no parecen tenerlo para ti. Al mirar a través de una de las lentes observas que el símbolo se ve ampliado... Aunque a primera vista no parece más que eso, una imagen ampliada. No hay ningún detalle que resalte en especial...

Curioso, pero Bedelia no se las había puesto por lo que pudiera ver, sino por lo que no podía. Sabía que había espíritus, y de alguna manera esperaba que las gafas le diesen una capacidad que no poseía. No se hacía ilusiones, pero por probar...Aun así, estaba segura de que aquellas gafas guardaban más misterios que una simple ampliación. Sería entretenido buscarlos.

Sin quitárselas, colocó ambas manos sobre el símbolo, casi suplicando que le susurrara.

Una voz suena detrás de ti.

-No creo que encuentres lo que estás buscando ahí.

Al girarte, sobresaltada, distingues a un hombre, entrado en años, que te observa con cierta curiosidad desde una distancia prudencial. No le has oído llegar.

La reacción de Bedelia fue tan rápida que en menos de un segundo se había girado y mostraba ante si el estoque desenvainado, lista para defenderse. Al comprobar quién había hablado se relajó y dejó que el brazo descendiera, pero no lo guardó. Con un movimiento también se quitó las gafas y las dejó en el bolsillo, únicamente para comprobar que su interlocutor estaba allí de verdad.

-¿Y qué estoy buscando?-Preguntó, con una perfecta neutralidad mercenaria pero sin dejar de evaluar la situación.

El extraño esboza una sonrisa amable.

-Mal vamos, si tú misma no lo sabes. ¿No crees?

Bedelia sonrió a su vez, y después de sopesarlo un instante, envainó el estoque.

-Me llamo Bedelia, y estoy buscando respuestas.

Se giró hacia el símbolo, y después nuevamente hacia el extraño.

-¿Sabes qué es ésto?

-Un símbolo, para definir su territorio. Lo marcan por instinto, cuando se establecen en una zona durante un tiempo.

Eso quería decir que no era sangre ritual, no era sangre derramada voluntariamente. Aquel símbolo había sido creado con el sufrimiento de una víctima, y esa idea le produjo tal repulsión que, en un movimiento instintivo y sin poder contenerse, se limpió las manos en la ropa.

Con todo, la posibilidad de obtener información le hizo dar un paso adelante, a pesar de que seguía sintiendo reservas.

-¿La conoces? ¿Puedes hablarme de ella?

-Sí y no.

-¿La conoces pero no puedes hablarme de ella?

El hombre ensancha la sonrisa.

-Así es. Clarificación innecesaria, de haber hecho las preguntas por separado. ¿Te importa que me siente?

Da un par de pasos hacia un tronco caído, y limpia de nIeve la superficie con la mano.

-No es que esté cansado. Pero me gusta conversar sentado.

Le gustaba que se pusiera cómodo, eso implicaba disposición a hablar. Parecía que por fin alguien podía responder sus preguntas...más o menos. Ella también se sentó, guardando las gafas en la mochila.

-¿Por qué no puedes hablarme de ella?

El hombre ríe, mientras se acomoda sobre el tronco. Acto seguido levanta la mano.

-Cinco preguntas, hasta ahora. Lo justo sería que tuviera la oportunidad de hacer lo propio, ¿no crees?

Al cruzar los brazos sobre su regazo, observas que le falta la mano derecha.

-Es lo justo.

Bedelia sonrió y dejó la mochila en el suelo, acomodándose pero atenta a cualquier ruido o movimiento que delatase a la bestia.

-Tienes razón, a mi también me parece justo. Pero destaco que no has contestado a la última.

Se cruzó de piernas y observó a su interlocutor con curiosidad renovada.

-Dispara.

El extraño ensancha su sonrisa.

-"Destaco que no has contestado" -parafrasea, divertido-. Veo que no cedes terreno, Bedelia. Una virtud en tu profesión.

Deja que su expresión afable se desvanezca poco a poco, de forma natural, hasta transformarse en una más reflexiva y cautelosa. Al final, retoma el hilo de la conversación.

-Vienes del sur, de tierras lejanas -no es una pregunta, aunque la pausa que hace entre medias te hace dudar de ello-. Dime... Allí donde creciste, ¿que clase de juegos o deportes practica la gente para mantenerse en forma? Cuéntame algo de ellos.

"Una virtud en su profesión". ¿Cómo sabía ese hombre cuál era su profesión? Tal vez simplemente lo estuviera infiriendo al ver su ropa o saber de su viaje hasta el norte, o tal vez la conociese. En ese caso, ¿no debería al menos sonarle su cara? ¿Era alguien del pueblo?

La sureña relegó aquellos pensamientos para su turno de preguntas y se concentró en lo que el hombre quería saber, ladeando la cabeza y desenfocando la mirada mientras hacía memoria.

-No estoy segura de si está extendido, pero recuerdo que, cuando era niña, nuestros padres cosían los restos de pieles que sobraban de las matanzas en forma de bola y nos gustaba jugar a darle patadas hasta colarla por un par de piedras que colocábamos. Las tierras de las que vengo no están cubiertas de nieve, como éstas, así que podía rodar con facilidad.

Una sonrisa floreció mientras recordaba.

-También había otras cosas, atarnos los pies para llegar saltando hasta una meta, o escondernos mientras otro nos buscaba. Pero todo eso son juegos de niños, a los adultos sobre todo les gustan las cartas y beber.-La imagen fugaz de Donovan cruzó su mente y sintió un aguijonazo de nostalgia-A los más ricos les gusta organizar bailes, pero no consideraría eso deporte.

Miró a su interlocutor, todavía con curiosidad en los ojos, esperando algún comentario o la siguiente pregunta.