Partida Rol por web

Era posible que alguien estuviera todavía en la cabaña, pero si no se acercaban no habría forma alguna de saberlo. Eben se acercó y les pidió que le cubireran.

Girion, que llevaba sus armas en las manos, caminó detrás del montaraz a unos metros de distancia,cerca de Denelloth, pero proximo por si tuviera que ayudar a Eben.

Cuando Eben decidió mitrar la tumba de Wulfgar, Girion levantó la mano y se ofreció para hacerlo él mismo, así no desmontarían la formación.

Eben se quedó cerca de la puerta entreabierta de la cabaña, y observaba desde allí la tumba de Wulfgar. Era poco más que un montículo junto a unos arbustos, y marcado con una piedra. No habían tenido tiempo para nada más elaborado en el improvisado funeral que le dieron al valiente guerrero norteño.

Denelloth se hallaba algo más lejos, con la ballesta preparada. Por las heridas sufridas durante su cautiverio en Carn Dûm, no podía tensar un arco. Pero las ballestas aunque le costaba más tiempo cargarlas, podía dispararlas con precisión. El montaraz se comunicaba con su discípulo por señas, mientras Girion caminaba con cuidado hasta llegar a la tumba de Wulfgar.

No se veía ningún peligro evidente, pero todos estaban tensos. La sensación de que algo o alguien había pasado por el lugar era cada vez más palpable.

Junto a la piedra que marcaba el lugar del último descanso del guerrero Wulfgar, alguien había depositado una flor blanca.

La habían dejado con sumo cuidado, y sin mover ninguna de las piedras de la tumba.

Tras acercarse a la tumba de Wulfgar, Girion observó que alguien había dejado una flor blanca. Si alguien había estado en aquel lugar, sin duda no era un enemigo. El joven dunadan se giró y miró a Denelloth quien también le estaba mirando. Le sonrió al ver que él también había visto la flor y luego se encogió de hombros y negó con la cabeza.

El joven se giró y bajó las armas y se acercó a donde estaba Eben. No creía que hubiera alguien escondido dentro pero tampoco guardó las armas.

Las órdenes eran esperar junto a Norion al pie de la colina, vigilante por si aparecía algún peligro por la retaguardia.

Quizá podía ser mas util en primera línea, pero las órdenes estaban para cumplirlas, así que aguardé paciente a que el resto explorara la cabaña y la diera por segura.

Mientras simplemente me mantenía alerta con hacha de mano y escudo prestos por si eran precisos.

Tras comprobar con la vista que sus compañeros consideraban que lo que había pasado por allí quizás fuera amigo, Eben se tranquilizó, pero ello no supuso ningún cambio en la cautela que ponía en las cosas que hacía.

No se oía ningún sonido en el interior de la cabaña. Eben empujó lentamente la puerta entreabierta con la punta de la flecha que llevaba cargada en el arco, situándose buscando en todo momento la cobertura de la puerta que se abría lentamente. En cuanto tuvo ocasión observó apuntando con la flecha el interior.

Entendió el gesto de Girion, pero respondió de forma evasiva, con un "nunca se sabe" de hombros y cabeza; dejar una flor en una tumba era un gesto de respeto, pero no tenía por qué relacionarse con la puerta abierta. No perdió de vista a Eben, y se aproximó lentamente, vigilando las ventanas, si estaban abiertas o se vehía cualquier movimiento entre las sombras.

Russef permaneció junto a Norion y el herido a los pies de la colina coronada por la cabaña. La distancia no era grande, pero preferían no dar voces hasta asegurarse de que el lugar estaba seguro.

Arriba, Eben entró con sumo cuidado en el interior de la cabaña. Girion avanzó unos pasos en la dirección de su compañero, hasta llegar a la puerta de madera. Mientras tanto, Denelloth se acercó unos pasos hacia la tumba y la flor depositada en ella. El montaraz parecía reconocerla, aunque no desvió su atención de los alrededores de la cabaña y de los árboles. Las lamas de las ventanas estaban cerradas, y de momento Eben no había dado voz de alarma, pero tampoco había regresado.

Otho se sentó en una de las piedras a observar la situación. No entendía muy bien qué sucedía, pero confiaba en Eben y Denelloth. Los dos habían guiado al grupo como exploradores con gran acierto, a pesar de ser hombres altos y ruidosos. El mediano se elevó un poco en su posición de sentado para ver al enano Ferrim y a Russef y a Norion más abajo. Les saludó con la mano para indicar que todo iba bien de momento.

La puerta emitió un ligero chirrido que sonó con fuerza en el silencio que rodeaba el lugar. El interior de la cabaña estaba a simple vista tal y como lo habían dejado. La mesa alargada con dos bancos, las sillas, la chimenea, la pequeña cocina... Y las escaleras que subían hasta la plataforma que habían construido recientemente Eben y Denelloth.

Eben avanzó con cuidado hasta llegar a la escalera, y Girion se quedó junto al marco de la puerta. Fue el montaraz quien se percató de algunos pequeños detalles como marcas en el polvo del suelo, o en los peldaños de la escalera. Eben se asomó para asegurar también la plataforma, y estaba claro que sea quien fuera el que había estado en la cabaña, ya se había ido.

Al ver que no había nadie dentro de la cabaña, Girion se giró e hizo un gesto con la mano al resto de compañeros que esperaban cercanos sus noticias, para que se acercaran.

Luego entró con cuidado de no pisar nada que fuera relevante mientras miraba cualquier cosa que les pudiera dar una pista de quíen podía haber llegado hasta allí y dejado una flor en la tumba de Wulfgar.

El anamarta observaba en silencio lo que ocurría, algo parecía alertar al montaraz y eso era suficiente motivo para quedarse quieto en la retaguardia. Cuando Eben entró a la cabaña la suerte estuvo echada, si había alguien pronto lo sabrían. Pero los Valar los protegían y pronto Otho y Girión dieron señas de que las cosas estaban bien y podían acercarse. Tiró de las riendas de Viento suavemente, para que avanzase con lentitud - Hora de movernos - susurró a Russef, que había estado a su lado custodiándolo. 

y Tuor vio junto al camino hierba en la que resplandecían como estrellas las blancas flores de uilos, la siempreviva que no conoce estaciones y que jamás se marchita; y así, maravillado y con el corazón aliviado, fue conducido al Portal de Plata.

“Siempreviva”… así llamaban los hombres del norte a aquella flor blanca con forma estrellada, aunque entre los dúnedain era también habitual el uso de su nombre en élfico: Alfirin o Uilos. Hacían referencia a que florecía en cualquier época del año, y era habitual su uso para recordar a los fallecidos. Las tumbas de Tyrn Gorthad las tenían, o al menos las habían tenido hasta la llegada de los temidos espectros tumularios. Aquello indicaba que la tradición de plantarlas en los lugares santos venía de lejos, de los tiempos de Númenor. O tal vez de antes, ya que también era tradición o costumbre de los eldar.

En cualquier caso, la presencia de la flor no era casual. Pero Denelloth no recordaba nadie en particular que podía haberla depositada allí en aquel día tan marcado por la oscuridad.

Miraba la flor cuando el gesto de Girion a los demás llamó su atención. El joven entraba en la cabaña sin esperar a la salida de Eben indicando que todo estaba en orden. Denelloth frunció el ceño y esperó cualquier movimiento sospechoso.

Eben había subido al piso superior. Quien quiera que hubiera estado en la cabaña ya se había ido. Desde una de las ventanas hizo en silencio un gesto a sus compañeros para que entrasen, no había peligro.

Mientras se acercaba lentamente a la cabaña, Eben dio señales de que todo estaba en orden, tras lo cual bajó del caballo con dificultad. Pidió ayuda a Russef para que lo ayudase a bajar al herido - Tenemos que llevarlo a una cama pronto, pero lentamente para que sus heridas no se abran mas - el anamarta tenía dos prioridades, las heridas del discípulo y liberar al caballo. Le dio una palmada en el lomo - Gracias Viento, has sido amable conmigo. Pero aún te queda mucho por hacer- le susurró al animal y avanzó hacia la entrada de la casa sosteniendo uno de los brazos del hombre que agonizaba.

Los exploradores habían barrido el terreno y todo parecía en orden. A la señal de Eben, Ferrim se puso en marcha acompañando a los que, como él, se habían quedado en la retaguardia. Parecía que había llegado el momento de un breve descanso ante un fuego. Si por él fuera, habrían seguido. Pero parecía imperioso cuidar a aquel malvado sirviente de la oscuridad que el retorcido Norión se había empeñado en salvar. Lo observó de reojo, sospechando y negando. ¿Por qué perdonarle la vida a ese sacerdote de la oscuridad que había trabajado activamente para traer la maldad pura al mundo y matarlos a todos? No solo no merecía ningún perdón, sino que todavía podía ser dañino para el grupo, Sil Auressë y mismo a la propia Tierra Media. Ya lo había intentado antes, ¿cómo no temer que aprovecharía cualquier oportunidad para atraer a los orcos u obstaculizar la marcha del grupo?

Sin duda, obstaculizar la marcha ya era algo que había conseguido, incluso sin pretenderlo.

A la seña de Eben Denelloth alzó la ballesta, liberó un suspiro y relajó la espalda. El resto de la compañía ya subía colina arriba, así que se permitió una larga mirada al oeste, donde el sol, que aquel día había visto alterado su imperio habitual, comenzaba a ponerse. Se resistía a entrar en la cabaña, y dejó a los demás las tareas que pudieran quedar pendientes. Dio unos cuantos pasos y se sentó pesadamente en una gran piedra plana, posando la ballesta en el suelo. La musgosa piedra se asentaba al pie de una de las esquina de la cabaña, donde todavía llegaban los cálidos rayos del sol; la más cercana a la tumba de Wulfgar. Tras un tiempo frotándose la pierna herida y mirando el túmulo todavía fresco habló en alta voz, aunque más para sí mismo que para los demás.

-Alfirin, la siempreviva. Dicen que Tuor la contempló en la ciudad oculta de Gondolin, frente al Portal de Plata. La flor que compaña a los muertos por toda la eternidad. Es un merecido tributo a tu valentía y honor, Wulfgar. Quienquiera que la depositara ahí te ha demostrado su respeto. Pero quién vino hasta aquí a dejarla, me pregunto...

Una vez confirmado que no había peligro en la cabaña, Girion hizo las señas para el resto. Russef y Norion cargaron con el herido y lo depositaron con cuidado en un lecho en el suelo. Detrás de ellos entró el enano Ferrim que no dejaba de observar con suspicacia al herido bajo los cuidados de Norion.

La estancia tenía una alargada mesa de madera con un banco a ambos lados, una pequeña zona para cocinar, una chimenea y algunas sillas.

Por otro lado, Eben y Otho subieron las escaleras para ocupar la plataforma abierta que servía de puesto de vigilancia. Desde allí podían controlar los alrededores, al menos hasta caer la noche.

Habían regresado al refugio. Al lugar de donde habían partido para cumplir el cometido en el monolito. A pesar de que no había pasado ni un día completo, las vidas de todos ellos habían cambiado de una forma irremediable.

El único que se quedó fuera era Denelloth. Observaba sentado la tumba de Wulfgar en busca de pistas para comenzar a desvelar el secreto que aguardaba una sencilla flor cargada de simbolismo. Girion se encontraba cerca, pues para él no tenía sentido entrar más en la cabaña. Su misión era otra. Debía cabalgar con Viento hacia la batalla para informar a Lord Khôradur de lo que había sucedido, y cargaba con la cabeza de Gothdush.

El misterio de la flor depositada le inquietaba a Denelloth. Buscaba huellas en los alrededores de la tumba, pero no encontró nada. Era cierto que la tierra había sido removida por ellos mismos, pero aún así él era un Faradrim Aran, y era hábil leyendo los secretos de las huellas en la tierra. Tal vez se tratara de un elfo, o de alguien acostumbrado a moverse en la Naturaleza. Tampoco había limpiado las huellas, hasta donde podía ver.