Partida Rol por web

Un nuevo golpe.

-No vas a vencerme. Coge tu espada.

Drunfo sostuvo la espada con todas sus fuerzas, aquel era el momento, debía ganar a su hermano. Recordó todas sus enseñanzas, todos los fallos que cometía, se concentró.

-Eso ya lo veremos hermano.

Y se lanzó al ataque.

Es sorprendente comprobar de lo que es capaz un niño en un momento de crisis. La rabia de los infantes, al igual que otros sentimientos de estas edades, es tan voluble como intensa, y tiene la capacidad de llevarles a realizar las mayores locuras, a veces con sorprendentes resultados. Un chico, a pesar de tener solo 8 años, siempre fue corpulento, alto, imponente. Lleva muchos años entrenándose, casi desde que tiene memoria. Un chico sería capaz de rivalizar con muchos otros mayores que él.

Pero su hermano le dobla en edad. Y está más preparado que él.

Los golpes se hacen duros, pero mayor es la frustración de saber que están jugando con uno. Aunque de vez en cuando Guldron recibe un golpe de refilón, sabes que se debe principalmente a que no está poniendo todo de sí. La rabia, el temor, todo lo que ya sentías de antes se une a dicha frustración para formar una masa desagradable, un caldo de cultivo para las lágrimas más puras, aquellas que nacen de la impotencia. Te imaginas golpeándole fuerte, castigándole por su impetuosidad, por haceros la vida más difícil, por no pensar en los demás. Te imaginas haciéndole daño. Pero él se limita a sonreír y, de nuevo, otro golpe te lanza al suelo. Y así, el dolor se une a la mezcla, que solo crece y crece en tu cabeza.

La adrenalina, sin embargo, viene bien para descargar energías. O eso dicen.

-Eres solo un mocoso, Drunfo -Dice Guldron, algo más serio, cometiendo la impertinencia de aleccionarte incluso cuando estáis en medio de la batalla, mientras que tú solo puedes jadear debido al esfuerzo-, pero eso no hace que el mundo te vaya a tratar como tal, y lo sabes. Esta es la única actitud que te salvará -Esquiva un golpe con sorprendente agilidad, dado su tamaño, y te coge del cuello, alzándote por los aires-. La actitud del que lucha.

Te suelta y por poco pierdes el equilibrio de nuevo. Te sorprende ver que, en esta ocasión, se aparta unos pasos y deja que recuperes el aliento. Luego baja la espada ligeramente, aunque no la guardia. Sus ojos te miran fijamente, y una pregunta asoma por sus labios.

-¿Eres un monstruo, Drunfo? ¿Estás maldito?

Aquellas palabras, de la boca de su propio hermano, hicieron que el vaso que poco a poco se iba llenando de ira desbordase. Con lagrimas en los ojos, sin ver apenas nada, apretando el mango de la espada tan fuerte que dolía y con todas sus fuerzas puestas en aquel ataque, que se lanzaba hacia la cabeza de su hermano, hicieron que Drunfo gritara por ultima vez y con voz rota.

-¡CÁLLATE! 

El ataque que lanzó bien quería en aquel momento matar a su hermano mayor. Nada importaba, ni los lazos de sangre, ni los golpes recibidos, ni la humillación a la que había sido expuesto, ni el frío, ni el dolor, ni las mentiras, ni ese tatuaje, ni las gentes del pueblo, ni su padre, ni la maldición... Nada importaba en aquel instante, solo aquel ataque, aquel movimiento, solo importaba dañar al adversario, que ya no era su hermano, en ese instante, delante de Drunfo, solo había una persona que debía morir.

Todo había desembocado en un momento de trance mental, ya no sentía nada, ya no diferenciaba nada, ya no pensaba nada, solo actuaba, por instinto, el instinto de la bestia, el instinto del guerrero, el instinto del berserker.

Aquella fue la primera vez que entró en aquel estado de locura. Pero no fue la ultima.

Dos cuerpos que se enzarzan, dos almas que comparten la misma sangre enfrentadas en un duelo encarnizado. Contra todo pronóstico, Guldron empieza a retroceder ante una fuerza que no comprende, una energía que casi roza los límites de la humanidad, y que puede ser capaz de igualar las tornas en un combate entre un niño y alguien que le dobla en edad. Notas la sangre en tus dedos, y un gemido de dolor, pero no te detienes. Quieres más, más...

-¡Te he hecho una pregunta, joder! ¡¿Eres un monstruo?!

Un agarre, un movimiento, y eres lanzado por los aires. Te agarras instintivamente a su hombro, arañando, y logras cambiar de trayectoria en medio del vuelo. Le devuelves una patada, que el bloquea con su codo. Caéis rodando, y os levantáis. Ya no hay espadas: El combate es más primal, más salvaje. No hay espacio para algo tan civilizado como un arma.

-¡¿Estás maldito?! ¡Responde!

Los golpes vuelan en las dos direcciones, y el dolor empieza a hacer mella en los dos hermanos. Ya no hay pensamiento, solo ansias de lucha, ansias de muerte. Quizás Guldron es capaz de controlar la furia que le engulle, pero tú has dejado al lado cualquier intento de control hace un rato.

-¡¿QUÉ ERES, DRUNFO?!

El tiempo desaparece, y solo queda la voz de tu hermano, repitiendo la pregunta una y otra vez. No sabes cuanto tiempo lleváis luchando. Puede que hayan sido solo unos segundos, o minutos, o puede que incluso horas. De repente te encuentras bloqueado, atrapado por una fuerte presa que no te deja moverte. Apoyados contra una roca, sentados en el suelo, jadeando y sangrando por múltiples lugares. El gigante te ha rodeado con sus brazos, impidiendo cualquier movimiento por tu parte. No sabes ya cuanto tiempo llevas forcejeando, pero la energía está desapareciendo, y la furia cesa lentamente. El combate ha acabado.

-¿Qué es lo que eres, hermano? -Dice Guldron, con voz tensa. A pesar de haber ganado el combate, sus heridas y el sudor que cubre su piel indican que dista mucho de encontrarse en buen estado-. ¿Quién eres?

Drunfo no comprende nada, la angustia, el dolor, esa niebla que lo envuelve todo. Vuelve a escuchar a su hermano "Que eres" Drunfo no comprende nada.
-¿Que? Soy tu hermano.
Y el niño perdió el conocimiento.

Las palabras de tu hermano se cuelan en tu cabeza antes de que la oscuridad lo cubra todo.

-Exacto. Eres un Ulfrym.

No recuerdas cuanto tiempo estuviste inconsciente. Probablemente horas, porque al despertar de nuevo, ya era de noche. Si no hubiera sido por las voces que llegaban desde la habitación contigua, hubieses creído que seguías dormido.

-... tratarle... niño... que estás... él?

-¡Le trato... niño, Guldron! ...más duro... vas a acabar... puede aguantar algo...

Las brumas del sueño acaban por disiparse, y las voces se vuelven más claras. La única luz llega de la estancia contigua, procedente de alguna trémula vela que arroja multitud de sombras a través de las cortinas que cubren la entrada a la tuya. Parece que las dos voces que hablan son las de tu madre y tu hermano.

-Sí que puede aguantarlo. Estamos hablando de mi hermano, madre. Es capaz de aguantarlo, y es capaz de superarlo.

La voz de tu madre responde, exasperada.

-Es. Un. ¡Niño! Después de todo lo que ha tenido que pasar, y tú le haces esto...

La voz de tu hermano sube de volumen, y responde igualmente airada.

-¡Por eso mismo lo hago, joder! No se merece lo que le han hecho, pero no por ello van a parar. De hecho, va a ir a peor. Solo intento que se haga fuerte, porque es lo que le va a salvar en el futuro. Si le proteges así, le haces vulnerable. ¿Y qué pasará cuando ya no estemos a su lado, eh?

-Estaremos a su lado, Guldron. Eso es lo que hacen las familias. Deberías pensar más en la tuya, en vez de comportarte como un... ¡Bruto! Casi le matas hoy. ¿Es que no te preocupa lo que sufra tu hermano?

Un golpe brusco y violento, sobre la mesa. La voz de Guldron suena tensa.

-... No insinúes que no me importa mi hermano. Sabes que haría lo que fuera por él. Sabes que moriría por él.

Silencio. Luego, un suspiro de tu madre, algo más tranquila.

-Sí... Lo siento, Guldron. No quería sugerir eso. Ya sé lo que le quieres.

Pausa. La voz vuelve a sonar, algo más firme.

-Pero eso no te justifica. Deberías haberte limitado a explicarle lo del tatuaje. Este año ha sido especialmente malo para él, no necesitaba esa paliza.

-La necesitaba. Necesita aprender.

Drunfo consigue ponerse en pie, el dolor agarrota todo su cuerpo, como una tenaza gigante que quiere evitar que se mueva. ¿Acaso se desgarró el solo los músculos?

Se dirige hacia la puerta, la abre lo justo para ver el interior de la otra sala y se queda allí, inmovil aguardando. No quiere llamar la atención, pero tampoco que no le vean.

Tu madre y tu hermano se encuentran en la mesa que hay en el centro de la sala, gesticulando. Bajo la tenue luz de la vela, casi parecen fantasmas, cuyos rostros cubiertos de sombras se perfilaran en la noche como malos recuerdos de un pasado lejano. No han advertido tu presencia.

-Guldron, sé que no tienes mala intención. Pero esta no es la manera, y lo sabes. Si sigues entrenándole así, al final acabará...

-... ¿Cómo acabará, madre? ¿Cómo yo? ¿Es eso lo que quieres decir?

Valeska suelta una exclamación indignada.

-¡Como una bestia, eso quería decir! Aunque podría haber dicho como un descerebrado, y entonces sí que me estaría refiriendo a ti.

Guldron abre la boca, de forma involuntariamente cómica. Entonces a tu madre le entra la risa tonta, y tu hermano acaba por acompañarla, tras unos segundos.

-Un poco descerebrado sí que soy, te lo reconozco -Dice, entre risas.

De repente, una voz surge de la nada.

-Tenéis espectadores.

Quizás el hecho de que esté algo apartado de la mesa, oculto entre las sombras, ha sido la principal causa de que no hayas visto a tu padre hasta ahora. Valeska y Guldron se giran hacia él, y luego hacia donde está mirando, que es donde estás tú.

-¡Drunfo!

Tu madre se acerca a ti, con una mirada alarmada.

-¿Cuánto tiempo llevas ahí?

El cansancio hace mella en el niño, que ignora la pregunta de su madre.

-¿Que le pasa a Guldron? ¿Que es ese tatuaje que lleva?

Valeska te guía hasta la mesa, casi obligándote a sentarte en una silla pero sin perder la actitud dulce que solo una madre puede proyectar a sus hijos.

-Eso... Bueno, Drunfo, es tradición que, cuando llegan a la edad adulta, algunos guerreros se hagan un tatuaje. Se lo hace quien quiere, porque es doloroso y algunos lo consideran innecesario. Pero hay quien dice que pintarse el cuerpo con símbolos antiguos atrae la atención de los dioses, y otros que infunde valor en la batalla. Quizás te ha sorprendido porque nunca te has fijado, pero no es raro que muchos adultos los lleven...

Habia algo que no terminaba de encajar en la mente del joven niño.

-¿Pero por que tanto secretismo si es solo eso?

Tu madre te devuelve una mirada confusa.

-¿Secretismo? ¿A qué te refieres?

-Cuando le preguntaba Guldron solo me respondía con golpes y más golpes, no quería explicarme que era.
 

-Claro que te expliqué lo que era -Interviene Guldron, alzando una ceja-, o empecé a hacerlo. Hasta que te pusiste como un energúmeno y empezaste a gritar. Con los perros rabiosos no se razona, Drunfo.

Valeska se gira y dirige a tu hermano una mirada envenenada.

-¡Guldron, deja de decir esas cosas! Creo que debes una disculpa a tu hermano.

Guldron se cruza de brazos, indignado, pero el tono de Valeska no deja lugar a réplica. Tras unos segundos cede, como harías tú y como hace tu padre, casi siempre. Tu madre puede no ser una gran guerrera o una inmensa masa de músculos, pero es sin duda la reina de la casa.

-Vale, vale... -Guldron se encoge de hombros, derrotado, y camina hacia la puerta-. Vamos fuera, enano. Aquí el ambiente está bastante cargado.

Sin esperar respuesta, abre la puerta y se dispone a salir.

Sin entender mucho la situación, Drunfo recoge una manta y sigue a su hermano no sin antes mirar a los ojos a su madre, buscando una explicación.

Afuera hace frío, como es costumbre por las noches en estas latitudes, incluso en verano. Os alejáis, en silencio, de la casa, hasta llegar a un tronco caído que hay junto a un estanque cercano. Allí, Guldron se sienta y te hace un gesto para que te sientes a su lado.

-Luchaste bien, antes -Dice, carraspeando-. No tardarás mucho en superarme, creo. Lo llevas en la sangre.

Una ráfaga de viento sopló, lo que hizo que los hermanos se encogieran momentaneamente. La manta ayudaba a alejar el frio, pero no a que desapareciese.

-¿Acaso no era esa nuestra promesa? Entrenar hasta que te superase y entonces me darías tu espada.

Drunfo escudriñó el rostro de su hermano.

-¿Ya no te acuerdas?

Tu hermano posa su mano en tu hombro y sonríe.

-Claro que no, Drunfo. Te di mi palabra. Y la palabra de un Ulfrym está grabada en la piedra.

Pasáis unos segundos en silencio, observando el bosque oscuro que se alza frente a vosotros. Arriba, una miríada de estrellas os devuelven la mirada. Entonces Guldron vuelve a hablar.

-Todavía no sabes lo que significa el tatuaje. ¿Quieres que te explique por qué me lo he hecho?

Los ojos de Drunfo se iluminaron.

-Claro que quiero saberlo.