Partida Rol por web

Aunque el frío sigue siendo molesto, la mañana se perfila algo más tolerable que la noche, y aunque el sol no aparezca en ningún momento por el cielo, la visibilidad no es mala. Ni siquiera la nieve, que no deja de caer a tu alrededor, derrumba el hilo de esperanza que empiezas a agarrar con la desesperación de una superviviente nata. No tardas en encontrar algo de leña seca, que llevas al refugio. También recuperas algunas bayas comestibles, así como un par de tallos que, si consigues cocinar de alguna forma en el fuego, tendrán un sabor adecuado. Por último, en una de tus caminatas reconoces una extraña flor que, por lo que crees recordar, sirve para hacer un potingue que crees recordar es bueno para las heridas.

Antes de que puedas volver al refugio otra vez, tus ojos captan una silueta que se mueve, a cierta distancia, entre los árboles. Instintivamente, te ocultas y te quedas quieta, temiendo lo peor. Sin embargo, tras unos segundos descubres que se trata de un ciervo, que pasta tranquilo alimentándose de un par de brotes que aún asoman entre la nieve. Parece que él no ha advertido tu presencia.

Salir y empezar a moverse, aunque doloroso, pareció devolverle algo de ánimo y paz mental. Logró olvidarse de su situación mientras divagaba por aquel bosque que, aunque salvaje, guardaba una belleza particular a los ojos humanos. Aferrarse a la vida ayudó a que mantuviese la compostura.

Tuvo la suerte de encontrar madera bastante seca en los huecos que causaban las raíces de los árboles, gracias a las enseñanzas del viejo Illazer, las cuales mantenía vívidas en su memoria. Comenzó a apilarla dentro de una camisa que se había quitado, y la cual había anudado de forma que hacía un cesto con el que poder transportar los troncos de forma más fácil. Después de eso iba a quedar inservible, pero no podía sacrificar la abrigada capa de piel para transportar material. Además, también recogió algunos frutos y brotes, lo que mejoró su ánimo de forma visible. Incluso una tibia sonrisa había empezado a amanecer en la comisura de sus agrietados labios.

No pudo evitar ponerse en lo peor cuando escuchó el crujir de la nieve a su alrededor, pero al contemplar que era sólo un ciervo destensó los músculos soltando un largo y callado suspiro. Con cuidado se llevó las manos al bolsillo alcanzando alguno de los frutos que había encontrado. Su afición por los animales no era muy grande, pero aquella oportunidad era única y ya que la caza era algo que quedaba totalmente descartado por la falta de indumentaria, quizá amigarse con un animal le reportase más beneficios, o al menos la compañía que le faltaba.

Se agachó para soltar las ramas de la forma más cuidadosa posible, quedándose agazapada y quieta. No quería representar una amenaza para aquel animal que, con suerte, no se había encontrado antes ante la crueldad del ser humano. Tras observarlo en la lejanía se animó a susurrar unas palabras en Lileth, que sonaba mucho menos rudo y vasto que el arkes acaico, y lanzó con cuidado algunos frutos en su dirección.

El ciervo levanta la cabeza, asustado, cuando oye tu voz. Durante unos segundos, te mira fijamente, pero al tirar la fruta sale despedido entre la espesura. Parece ser que hoy no es tu día. Sin embargo, crees recordar que, a veces, los animales asustadizos se esconden solo para evaluar la situación y ponerse a salvo de un peligro inminente. Quizás el ciervo no se ha marchado, puede que simplemente se haya escondido. Quizás está evaluando tu reacción desde la vegetación, y si esperas unos minutos saldrá de nuevo, receloso. Puede...

Súbitamente, el ruido de una cuerda tensándose a tus espaldas. Una voz ruda, a tus espaldas.

-Esa era mi presa.

Frunció el ceño ante la huida del ciervo. Qué tonta, tratando a un ciervo salvaje como si fuese un chucho de las calles de Kalsrude. Pero se quedó en su posición, todavía con la vaga esperanza de que el animal regresase, aunque fuese en la distancia. Y de repente, ella se convirtió en el ciervo asustadizo ante una amenaza desconocida. La diferencia es que Saga era un ser de naturaleza racional, y enseguida determinó que si hubiese tenido una intención verdaderamente hostil, quien fuese que reclamaba su presa, bien podría haberle asestado un ballestazo por la espalda. Eso le daba al menos una oportunidad de dialogar.

Se dijo calma sin mover un solo músculo. Después respiró hondo soltando el aire despacio a la vez que se levantaba con un movimiento lento y rígido, dándose la vuelta hacia el cazador. Debía de tener un aspecto lamentable: sucia, con restos de sangre y prominentes surcos violáceos bajo los ojos, además de pequeñas heridas y os labios severamente agrietados. ero mantenía el orgullo en la mirada en un gesto difícil de borrar.

-Lo lamento de veras, señor. No era mi intención asustarlo. Ni siquiera había notado su presencia -explicó con una inusitada calma que sólo se aprendía en las cortes.

-No soy un señor.

La mujer no deja de apuntarte con su arco, mientras frunce el ceño. Aunque posee cierto atractivo salvaje, dudas que tenga mucho mejor aspecto que tú. En su caso, sin embargo, es probable que ese pelo enmarañado y ese rostro sucio sean la norma, y no la excepción.

-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

Con un gesto calmado, Saga mostró las palmas de las manos pidiendo calma a la vez que mostrando que no ocultaba nada.

-Me llamo Saga Olrik, diplomática hedense. Me dirijo al Clan Thurizung, pero ayer nuestra comitiva fue asaltada y asesinada parcialmente. Mis guardias y guía murieron defendiéndome. Yo logré escapar saltando de la colina, en esa dirección -dijo, señalando hacia donde creía que se encontraba el camino-. Estoy herida, perdida y no pretendo ningún mal. Como ves, sólo estaba recogiendo algo de madera y frutos para intentar reponer fuerzas y seguir mi camino. Nada más.

Lo explicó de forma calmada sin poder evitar un ligero temblor por el frío. Para cualquier observador medianamente despierto habría sido evidente que decía la verdad: desde sus ropas hasta el aspecto que presentaba desentonaban con el de cualquier ermitaño acostumbrado a vivir allí, y desde luego no se parecía mucho al de un guerrero. Esperaba que fuese suficiente para salvarse.

Durante más tiempo del que te gustaría, la mujer se mantiene firme, sin decir nada y apuntándote con el arco. Sin embargo, al final parece decidir que tu historia es cierta, porque baja el arma ligeramente y relaja los músculos. Su expresión poco amistosa no llega a desaparecer en ningún momento.

-De acuerdo.

Hace un gesto con la cabeza, señalando en dirección noroeste.

-Por allí hay una aldea, Sultünge, a solo unas pocas horas de camino. Te darán algo de comida y alojamiento, si tienes suerte.

Respiró con algo más de calma, dejando caer los hombros y asintiendo levemente.

-Gracias -musitó, esbozando una breve sonrisa que sabia que no iba a ser correspondida-. ¿Te importaría, si no es mucha molestia, guiarme al menos un trecho? Tengo comida, quizá alguna pieza con la que podrías comerciar y si necesitas cualquier otra cosa o material podría tratar de conseguirla o comprarla en el pueblo para ti. Se que es mucho pedir, señora, pero he perdido a skalmo y no las tengo todas conmigo en este paraje desconocido.

No estaba segura de que fuese a acceder, pero entre caminar sola o en compañía prefería apostar por lo segundo con todo lo que tuviese. Siempre seria mejor que quedar a merced de las inclemencias del tiempo de nuevo.

La mujer parece pensárselo, pero al final parece acceder.

-De acuerdo. Pero el ciervo lo pagas. Normalmente los vendo a 20 reksdaler.

-Claro, era una buena pieza. -Saga se echó la mano al cinturón, donde bajo la maraña de capas llevaba oculta una bolsa con algunas monedas (no todas; había que ser prudente)-. No he tenido ocasión de cambiar por reksdaler. Si prefieres puedo hacer trueque cuando lleguemos y te pago en tu moneda. Puedes quedarte una parte como adelanto. El resto cuando llegue.

Contó las monedas y le tendió 3 tras enseñarle que disponía de más. Aguardó un momento, mirándola directamente a los ojos para evaluar si le parecía un trato lo suficientemente equilibrado.

-También me gustaría un nombre por el que llamarte. El que sea.

El nombre del pueblo no te suena, y te conoces bastante bien la historia de la región. O bien es un asentamiento relativamente reciente, o bien nunca ha tenido especial relevancia. Probablemente no sea más que una aldeucha de mala muerte en medio del bosque, con cuatro casas destartaladas.

La mujer se acerca, todavía algo desconfiada, y tras mirar las monedas durante unos segundos asiente.

-Eso bastará.

Le entregas las monedas y ella se las guarda en un bolsillo de piel que tiene junto a sus ropas. Luego se lleva el arco a la espalda, aunque sin dejar de mirarte.

-Me llamo Yngrid. ¿Puedo darte un consejo?

-¿Que no sea tan confiada con la gente que me puede apuñalar por la espalda? -comentó en un tono en el que no se distinguía ironía.

-Que no digas que vas a hablar con los Thurizung, de parte de Hendell. Hay rumores. Y gente a la que no le gustan esos rumores.

-Normalmente no lo hago. Pero tú no pareces de la clase de persona que agredería a un diplomático. O a alguien que es honesto y no te pretende mal alguno. Por cierto, el trato que acabas de hacer no es en absoluto justo. Todavía te debo dos monedas, si quieres equiparar el valor real de 20 reksdaler. Son monedas bonitas, pero no tienen tanto valor como parece.

Dicho aquello, Saga volcó el fardo de leños y se guardó la camisa echa un rebullo en la mochila. Ya la usaría para algo.

Yngrid se encoge de hombros.

-Bah. Tampoco sé si lo habría cazado. Dejémoslo así.

Espera a que recojas tus cosas, y acepta a regañadientes que deis un pequeño rodeo para recuperar aquellas pertenencias que habías dejado en el refugio. Durante el trayecto, no habla demasiado.

La compañía, aunque silenciosa, era más que agradecida. Saber que caminaba en una dirección certera y en compañía de alguien que podía protegerla resultaba reconfortante después de los acontecimientos pasados. Todavía se le encogía el estómago al pensar en Will y en Andrel, y aunque hacía verdaderos esfuerzos por mantenerlos lejos de su mente el pensamiento resultaba tan molesto como los mosquitos veraniegos, rondándole a uno hasta el hastío.

-Imagino que conoces bastante bien estas tierras, Yngrid. ¿Sabes de algún asentamiento o movimiento militar cercano? Con la clase de gente que asaltaría una caravana de viajeros para matar y robar más que sólo las pertenencias.

Tenía particular interés en averiguarlo, pero más en acallar sus propios pensamientos.

-No. No pasa mucha gente por Sultünge. Lo más cercano es Lagerat, que está a dos días de camino.

-Hum. -Se quedó pensativa durante varios pasos sin añadir mucho más. La miró de refilón como calibrando el peso de su actitud del mismo modo en que un guerrero balanceaba una espada nueva por primera vez-. ¿Cómo es la vida allí?

-¿Allí dónde? ¿En Sultünge, en Lagerat, o en esta región?

Te das cuenta de que, mientras andáis, va mirando a su alrededor constantemente, como si estuviera buscando algo. En algunos momentos piensas incluso que te está ignorando, hasta que responde a alguno de tus comentarios demostrando que, en realidad, te presta atención. O, al menos, parte de su atención.

Iba a clarificar su pregunta, pero decidió cambiarla al percatarse de su actitud. De forma casi inconsciente, ella misma empezó a escudriñar la espesura en busca de algo más allá de lo que sus ojos podían ver.

-¿Qué buscas? O qué temes.