La náyade, llevandote de la mano con calma, te acerca al manantial donde estaban jugando. Te giras, sorprendido por estar tan cerca de tus compañeros pero te percatas de que eres incapaz de verlos por más que mires. Con un suave tirón, la ninfa atrae tu atención. Te señala, señala el agua y, sin dar ninguna otra explicación, se sumerge por completo. Aunque la ves en el agua, da la sensación de ser solo un reflejo, pero esa es toda la información que obtienes de ella. Es tu decisión elegir qué hacer.
Erik parpadeó, desconcertado por la repentina cercanía del manantial. Un segundo antes, sus compañeros estaban allí, aunque algo borrosos en su percepción. Ahora, solo veía la superficie cristalina del agua, reflejando la luz del claro. La náyade, con su pequeño agarre firme en su mano, tiró suavemente, señalando el agua y luego sumergiéndose sin decir una palabra.
La imagen de la ninfa bajo la superficie era extraña, casi espectral, como un reflejo más que una presencia física. Su mirada lo invitaba, pero el silencio y la naturaleza inusual de la situación generaban una punzada de duda en Erik. ¿Qué esperaba de él? ¿Debía seguirla? ¿Qué había debajo de esa superficie aparentemente tranquila?
Miró brevemente hacia donde había estado el grupo, sintiendo una repentina sensación de aislamiento. No podía verlos ni oírlos. La confianza que había sentido hacía un momento comenzó a tambalearse. Esto no era una prueba grupal, parecía ser algo personal.
Respiró hondo, tratando de calmar la creciente incertidumbre. La ninfa lo había ayudado, lo había sanado. Quizás esta era su forma de guiarlo hacia adelante, por lo que con una determinación renovada, aunque teñida de cautela, asintió para sí mismo. - Esto no puede ser peor que tirarse al vacío infinito. - murmuró, un escalofrío recorriéndole la espalda al recordar la horrible experiencia.
Soltó una última mirada al punto donde sus amigos habían desaparecido de su vista y luego se sumergió en el agua fresca del manantial, siguiendo el espectral reflejo de la náyade hacia lo desconocido, tomando una gran bocanada de aire que guardar en sus pulmones, eso sí.
El interior del agua está completamente en calma. Erik abre los ojos en espacio que parece infinito, muy similar a la caída, pero la sensación es diferente, no hay movimiento y pese a no verse final o principio, no hay sensación de vértigo.
No hay gravedad ni movimiento y Erik no necesita nadar para mantenerse quieto, simplemente flota en mitad de la nada.
En la parte alta, todavía se ve el reflejo que había sobre el agua, pero distorsionado por las ondas que el exterior produce en esta.
La náyade, de pie frente al chico desde que este ha entrado al agua, hace un gesto alzando la mano frente a él, pidiendole que pare, con la mirada fija en sus ojos, pero sin explicar qué o cómo debe parar. Antes de que tenga posibilidad de hacer algo, un par de ojos muy lejanos y brillantes se iluminan al fondo de ese inmenso vacío.
La náyade continua imperturbable.
Si dejas de respirar o aguantas, si nadas y huyes o no huyes... Lo que sea que haga Erik, dilo, para responder de una u otra forma.
El agua lo envolvió en una quietud sorprendente. Al abrir los ojos, el vacío infinito se extendía a su alrededor, evocando la aterradora caída, pero sin la angustiosa sensación de movimiento o vértigo. Flotaba sin esfuerzo, suspendido en la nada, la gravedad ausente. Arriba, el reflejo del mundo exterior temblaba y se distorsionaba en la superficie del agua.
La náyade permanecía de pie frente a él, su imagen tan real como antes, alzando una mano en un gesto firme, deteniéndolo con la intensidad de su mirada, aunque sin explicar qué debía parar. Erik, inconscientemente, se dio cuenta de que aún estaba conteniendo la respiración, algo que a su parecer era lo normal para alguien que está acostumbrado a no poder respirar en medios acuáticos.
Sin embargo, con una extraña sensación de liberación y desafiando toda lógica, Erik exhaló lentamente. El aire escapó de sus pulmones en una silenciosa burbuja que ascendió hacia la distorsionada luz de la superficie. No sintió pánico, ni necesidad de respirar. La quietud del entorno parecía extenderse a su propio cuerpo, silenciando las urgencias fisiológicas, al menos durante un instante.
Pero justamente en ese instante de suspensión y exhalación, dos puntos de luz brillante, muy lejanos en la negrura infinita, se encendieron como estrellas distantes. La náyade permaneció imperturbable, su mirada fija en los ojos de Erik, como si esos lejanos destellos fueran una parte esperada de este extraño encuentro. La ausencia de aire ya no era una preocupación, la aparición de esos ojos brillantes en la oscuridad se convirtió en el nuevo foco de su desconcierto, sin embargo, decidió confiar en aquella pequeña ninfa y no realizó ningún movimiento.
El aire que se escapa de los pulmones de Erik asciende hasta desaparecer en la superficie, sea donde sea eso. Pero, al tomar aire abruptamente por la presencia de los ojos brillantes, Erik nota que no necesita aire o, si es así, sus pulmones son capaces de conseguirlo del agua en la que está. Una criatua que de lejos parecía realmente infernal nada a gran velocidad hacia Erik, que se encuentra frente a frente con lo que habitualmente sería un pequeño pececito pero que está a una escala terriblemente grande. El animal va directo a él pero pasa al lado de los dos sin hacer el más mínimo intento de atacar.
Una pequeña sonrisa se extiende por el rostro de la Náyade y asiente, diciendo algo que al principio solo son burbujas escapándose de su boca.
-Gracias por confiar en mi -Dice una voz dulce e infantil, mucho más suave que el ruido de agua que hace cuando habla con Átropos. La criatura se acerca a Erik y extiende la mano, dejando ver muy claramente la misma cicatriz que el chico tenía en la suya antes de ser curado.
Prueba superada (está es sencilla por que la sala es de descanso)
La aparición de los ojos brillantes lo sobresaltó, haciéndole jadear instintivamente. Para su sorpresa, el aire llenó sus pulmones sin esfuerzo, extraído del agua que lo rodeaba. Era antinatural, pero bienvenido.
La criatura infernal se abalanzó sobre ellos a una velocidad vertiginosa, un pececillo cotidiano transformado en un monstruo de pesadilla por su gran escala. El terror lo paralizó por un instante, pero la bestia pasó a su lado sin mostrar la menor hostilidad.
La náyade sonrió, una expresión dulce e infantil que contrastaba con la seriedad de su rostro anterior y por primera vez, pudo entender su voz suave como el murmullo de un arroyo, muy diferente al sonido acuático con el que hablaba con Átropos.
La pequeña criatura se acercó, extendiendo una mano diminuta. Y allí, grabada en su piel, estaba la misma cicatriz que él había tenido, la marca de su pasado ahora replicada en este ser acuático.
Un escalofrío helado recorrió a Erik, mucho más intenso que cualquier temor a la criatura gigante. Todas las ilusiones de una curación milagrosa y desinteresada se hicieron añicos. El precio no era la desaparición del daño, sino su transferencia, su replicación en otra criatura inocente. La belleza de este lugar ocultaba un trueque oscuro.
Una oleada de repulsión se encendió en su interior, no podía permitirlo, menos aún ser cómplice de tal acto, aunque fuera para su propio beneficio. Pero la visión de un mundo exterior explotando este poder, sin consideración por el sufrimiento de estas criaturas, lo llenó de un horror aún mayor. Erik era de los que siempre intentaba creer en la bondad de la gente, en que todo el mundo puede cambiar y se merece una segunda oportunidad, pero "Angel Engine" resonó en su mente a pesar de que hacía años que lo había leído, la escalofriante visión de la humanidad utilizando la vida ajena para su propia inmortalidad.
Su gratitud hacia la náyade se desvaneció, reemplazada por una punzante sensación de responsabilidad. Este lugar no era una fuente de milagros gratuitos; era un ecosistema delicado, quizás incluso consciente. La idea de que la humanidad pusiera sus garras codiciosas en él lo enfermó.
Con una determinación sombría, Erik miró a la náyade. Ya no había asombro en sus ojos, solo una resolución firme. Tenía que entender el verdadero precio de este lugar y tenía que protegerlo.
Habrá sido sencillo, pero para Erik ha sido impactante.
La voz de Átropos te llega desde ningún lado y hasta la Náyade mira alrededor con los ojos sorprendidos, aunque también confundida.
-Por fin entiendes el papel de Burnell en todo esto -Su tono es tan serio como en cualquier otro de los momentos -, no está para llenar de más almas el castillo sino para liberarlas manteniendo el equilibrio y evitando que mi hermano lo utilice en su intención de crearse una dimensión donde sea dios -La ninfa, que da la vuelta sobre si misma buscando el foco de la voz, mira a la parte alta, preguntando cómo puede hablar con ellos si están en el interior del manantial. Suena ligeramente desconfiada pero también impresionada.
-Soy parte del castillo, no una criatura traída como vosotras, mi cuerpo está hecho con la oscuridad de la dimensión y puedo atravesar sus muros y sus capas -Explica con tan poco entusiasmo como siempre. Haciendo un pequeño giro sobre si misma, la Náyade toma la mano de Erik y empieza a elevarse como si nadase hacia arriba. Un instante después, la cabeza de Erik rompe la tensión del agua y sale, completamente seco, del manantial.
La ninfa, divertida, le hace un gesto de silencio en los labios y se aleja hacia el grupo, que ha vuelto a aparecer.
Vuelves con todos.
La náyade, llevándote de la mano con calma, te acerca al manantial donde estaban jugando. Te giras, un tanto inquieto por estar tan cerca de tus compañeros pero te percatas de que eres incapaz de verlos por más que mires. Bueno, en parte ya te lo esperabas... aunque sigue siendo inquietante. Con un suave tirón, la ninfa atrae tu atención. Te señala, señala el agua y, sin dar ninguna otra explicación, se sumerge por completo. Aunque la ves en el agua, da la sensación de ser solo un reflejo, pero esa es toda la información que obtienes de ella. Es tu decisión elegir qué hacer.
Tomo aire profundamente y me sumerjo junto a ella.
Espero que lo que sea que quiere hacer no tarde mucho.
No me gustaría ahogarme.
El interior del agua está completamente en calma. Kiran abre los ojos en espacio que parece infinito, no hay movimiento y pese a no verse final o principio, no hay sensación de vértigo.
No hay gravedad ni movimiento y Kiran no necesita nadar para mantenerse quieto, simplemente flota en mitad de la nada.
En la parte alta, todavía se ve el reflejo que había sobre el agua, pero distorsionado por las ondas que el exterior produce en esta.
La náyade, de pie frente al chico desde que este ha entrado al agua, hace un gesto alzando la mano frente a él, pidiendole que pare, con la mirada fija en sus ojos, pero sin explicar qué o cómo debe parar. Antes de que tenga posibilidad de hacer algo, un par de ojos muy lejanos y brillantes se iluminan al fondo de ese inmenso vacío.
La náyade continua imperturbable.
Haga lo que haga Kiran (nadar, huir, gritar...) asegurate de escribirlo para reaccionar en consecuencia. Si no escribes algo, asumiré que no lo haces.
¿Qué quiere? ¿Que pare? ¿Que pare de hacer qué, exactamente? ¿Flotar? Si ya he parado hasta de respirar.
Un par de burbujas escapan de mi boca cuando veo brillar ese par de ojos acechantes desde las profundidades.
Intento mantenerme quieto, como me ha indicado la náyade, porque supongo que se refería a eso. Que era una indicación anticipada, que quería decirme que no saliera huyendo a pesar de lo que viera. Bueno, es más fácil decirlo que hacerlo. No es que sea complicado mantener estable la flotabilidad en esa especie de limbo acuático, pero echo de menos el aire, y tal. Sé que cuanto más calmado me mantenga más me durará, pero el mero hecho de pensarlo ya resulta agobiante.
Ella tiene la vista clavada en mí, impasible y serena. Le señalo hacia abajo, hacia dónde algo con ojos inquietantes de depredador nos vigila. Por si ella no lo ha visto, nada más.
Su mirada continúa fija en la mía, firme. La sostengo, y asiento.
Sean lo que sean los ojos, para Kiran es evidente que comienzan a acercarse. El bamboleo que hacen de un lado a otro deja claro que es un movimiento rápido, no hay mucho tiempo a reaccionar. Al mirarla, la ninfa tiene los ojos cerrados.
Ay, madre...
¿Todo por lo que he pasado, para terminar así? Se supone que podíamos confiar en las apsaras. He accedido a su juego muy a la ligera, sin sopesar las consecuencias apropiadamente. Me estoy volviendo incauto. No me arrepiento te haberlo hecho, sino de al menos no haberme despedido de mis compañeros en condiciones. A lo mejor, de saber que la iba a palmar (otra vez), hasta habría besado a Ink.
Ya es tarde para eso.
No merece la pena pensarlo.
Con el corazón golpeándome en el pecho y en los oídos como un bombo, cierro los ojos igual que ella.
No es tanto un "ojos que no ven, corazón que no siente" como, más bien, un... "donde fueres, haz lo que vieres".
La sorpresa de ver aquellos ojos brillantes y monstruosos hace que Kiran deba mantener la cabeza fría para no moverse y salir escopeteado, aunque pasan los segundos... y nada ocurre. Pese al miedo de abrir los ojos y encontrarse un monstruo frente a él o los restos de la náyade, Kiran abre lentamente uno para observar alrededor. La criatua, que de lejos parecía realmente infernal, nada a gran velocidad hacia ellos, llegando a la zona iluminada que lo muestra como lo que habitualmente sería un pequeño pececito... pero que está a una escala terriblemente grande. El animal va directo a ambos pero pasa al lado de los dos sin hacer el más mínimo intento de atacar.
Una pequeña sonrisa se extiende por el rostro de la Náyade y asiente, diciendo algo que al principio solo son burbujas escapándose de su boca.
-Gracias por confiar en mi -Dice una voz dulce e infantil, mucho más suave que el ruido de agua que hace cuando habla con Átropos. La criatura se acerca a Kiran y extiende la mano, sonriendole.
Me siento pequeño, como el placton. Como si me hubieran encogido, como Alicia en el País de las Maravillas después de pimplarse la botella que decía "BÉBEME".
A nuestro lado pasa nadando indolentemente aquel pez con aspecto de alevín, pero descomunal. La náyade me sonríe, y... habla.
Nuevas burbujas escapan de mi boca cuando, inconscientemente, estoy a punto de responderle, sorprendido: "puedo entenderte".
Empiezo a sentir como me arden los pulmones, y me inquieto. Necesito respirar. Agarro la mano que me tiende, mis dedos ligeramente engarfiados. Pronto ni todo el autocontrol del mundo evitará que me ponga a patalear hacia la superficie para buscar aire. Aprieto su mano, y mi rostro empieza a contraerse, doliente y agobiado.
La náyade se rie al ver la expresión en el rostro de Kiran y tira suavemente de él, acercándose un poco para mirarlo a los ojos.
-Respira, humano -Pide con voz traviesa -, soy el agua, puedo permitirte respirar -Dice, alegremente como si hubiera ocurrido algo sumamente divertido. Aprieta la mano de Kiran y se rie de nuevo, mirandolo atenta, quizás esperando más cosas graciosas. Tras un momento divirtiendose a costa del chico, la náyade mira a la superficie y empieza a elevarse como si nadase hacia arriba. Un instante después, la cabeza de Kiran rompe la tensión del agua y sale, completamente seco, del manantial.
La ninfa, divertida, le hace un gesto de silencio en los labios y se aleja hacia el grupo, que vuelve a aparecer unos pasos más adelante.