Partida Rol por web

No perdió el tiempo, cogió los cartuchos y se los guardó en el bolsillo. ¿Dónde estaba la escopeta? En la habitación. Pensó en Bastian. ¿La tenía ya? ¿No había dicho que era un cazador? ¿Y ella? ¿Qué estaba haciendo? El corazón iba a tope, dos ventrículos a plena potencia, un motor V8 de alta cilindrada tragando nitro, adrenalina y miedo. Debía volver, al cuarto, con el monstruo y con los demás. Se sobresaltó cuando notó a Red allí. ¿Mirando las tardas? El tiempo apremiaba, la urgencia era notoria. Se detuvo un momento. Solo estaban ellos. A solas.

—Aquí nadie puede oírnos, Red. Dime una cosa ¿Estás tan loco como pareces?

Escucharía su respuesta y luego saldría de allí corriendo.

Mientras Lian recoge los cartuchos de escopeta del suelo, de entre los trozos de la cerámica, Bastian aparece en la habitación con la respiración acelerada, cargando en sus manos, además del arco que ya tenía, una escopeta.

-¡Listo!- Sonrío al ver cómo la tarta sale en su punto del horno así como algunas galletas- no todo mi trabajo se fue al caño.- veo como de las figuras que preocuparon a Lian aparecen dos cartuchos de escopeta -¡Vírgen santísima! Eso podría ayudar, aunque yo no he visto ninguna escopeta en hasta cabaña ahora, tal vez esté en otra de las piezas- igual me pongo a buscar en todos los rincones de la cocina. -Lian, no sé si tú en el sótano viste alguna. -toco mi brazo que aún resiente la herida -y quién mejor que Kiran, Bast o tu para ello, ustedes son los de la puntería- 

Escucho la pregunta de Lian y le contesto un tanto nervioso:

-No, yo no estoy loco, a todo mundo se lo he dicho. Solo tengo los nervios un tanto  royos y una imaginación de altos vuelos.

Era lo que respondía siempre y los malintencionados me decían que la negación era lo mío. 

Veo como entra Bast con la escopeta -¡Oh, creo que este arroz ya se cosió.

Era el momento de crecer ¿No? De salir del cascarón, de tira el muro abajo. Era el momento de ser libre. Durante toda su vida Lian se había refugiado detrás de sus labios, en sus estudios. En la magnánima tranquilidad que le daban las matemáticas. Uno más uno siempre sería dos. El axioma de la existencia. Estaba bien. Ahora el mundo estaba del revés. Podías morir y volver a morir, convertirte en estatua o amanecer asesinado de la forma más cruel y creativa posible. Y había monstruos.

Se acercó a Bastian, intercambió con él una mirada cómplice. Cogió la escopeta de sus manos con delicadeza, como si estuviera tomandoa  Excalibur de las manos de la dama del lago. Había visto alguna película sobre aquello. La abrió y colocó dentro los dos cartuchos que había encontrado. La cerró y la amartilló. Este es mi palo de fuego, decía la película. Podía haberle dado la escopeta a cualquiera. No se había dado cuenta, pero allí estaban también Danilo y Erik. Al carajo todos ellos. No iba a darle el arma a nadie*.

Salió de la cocina, armada y peligrosa. Un día de furia en versión navideña. Oh, oh, oh, ahora tenía una escopeta. Se acercaría a esa cosa, a una distancia que no pudiera fallar. Atascada en la puerta, era un blanco fácil. Cogería el arma firmemente, apuntaría, y dispararía. Y todo aquello, sin pestañear.