Partida Rol por web

Poika, por el contrario, consigue mantener el temple. De poco le sirve, sin embargo, dado que los ataques de Thorir, al poder centrarse ahora solo en un enemigo debido al bloqueo de Renmo, se vuelven más insistentes y difíciles de parar. Poika suelta un gruñido de dolor cuando la espada de su enemigo le pincha en el costado, posiblemente abriendo una herida que tardará en cerrarse... Si es que el norteño sale de esa, lo que cada vez parece menos posible.

La sangre colorea el rostro del gigante y gotea hasta sus labios, es salada, está caliente. Ese pobre infeliz nunca debió enfrentarse al llamado heredero de Kraeghul, ahora su alma alimentará a los demonios de su antepasado.

Drunfo gira sobre si, en dirección a Poika, su compañero parece aterrado. La sangre fluye por el enorme trozo de acero hasta su afilada punta.

Los enormes pies dejan tras de si enormes boquetes en la nieve, acompañado de un leve hilo de sangre. Drunfo está andando en dirección a Renmo, es su próxima victima, y el gigante se asegura que su mirada deje bien claro sus intenciones.

La sangre de la espada está a empezando a congelarse ocultando los destellos del filo.

El ceño de Thorir estaba fruncido, el sudor se congelaba junto con la sangre propia y ajena, en sus ojos sólo había un objetivo, acabar con aquel enemigo, aquel hombre estaba luchando con valentía, pero sólo uno de ellos podía salir de aquel bosque. El filo de su espada cortaba el aire y chocaba con el arma de aquel norteño, Thorir empezaba a hartarse de aquella situación y agarró con más fuerza la empuñadura de su espada y cargó con los ojos llenos de ira y violencia, sólo durante unas milésimas de segundo el filo de la espada parecía haberse puesto al rojo vivo, que aquello sólo fuera una imaginación nadie lo sabe, pero si que es verdad que la sangre y el hielo que había en aquel filo se fundieron y resbalaron hasta la mano de Thorir que notó el calor de aquel extraño fluido.

La mirada de Renmo se cruza con la de Drunfo, y el norteño da un paso atrás. Pues en los ojos de su contrincante ya no existe rastro de humanidad, solo la sombra de la muerte. Poika también lo ve, y el temor que ya sentía por la resolución de Thorir se agranda hasta convertirse en miedo. Entonces lo saben: Los dos van a morir allí, ya no hay duda alguna. Es revelación llega como un golpe de nieve, como un susurro del más allá.

Quizás Poika siempre fue el más fuerte de los dos. Quizás siempre supo que moriría siendo joven. O quizás, solo quizás, puede que la suerte decidiera que, en ese momento, fuera él el que mantuviera la cabeza fría.

-¡Corre, Renmo! -Grita, mientras detiene la espada de Thorir-. Busca a Einar. Dile que hemos fallado.

En sus palabras no hay pánico, ni dolor. Solo la tristeza de aquel que sabe que ha llegado al final de su vida.

Renmo mira a su compañero, y en sus ojos asoma, quizás, una última chispa de heroísmo temerario.

-Pero tú...

-Yo ya estoy muerto.

Las palabras caen como una muralla que termina de separar, definitivamente, a los dos compañeros. Renmo aparta, por unos instantes, la mirada de Drunfo para observar a su amigo. Este ni siquiera le devuelve la mirada: Su despedida es suficiente. Alzando las dos hachas, apunta con una a Thorir, que está a su lado, y con otra a Drunfo, que se acerca por su flanco, como retándoles a que le abatan. Una última palabra sale de su boca, una orden póstuma.

-Ve.

-¡¡DRUNFO, DETEN A ESE HOMBRE!!- gritó Thorir mientras cargaba contra Poika como un lobo que se lanza contra su presa, aquel norteño tenía valor, y eso Thorir lo admiraba.

Una vez más Drunfo levanta el enorme mandoble, y una vez más ataca con todas sus fuerzas confiado en que sea la ultima vez que tiene que realizar ese movimiento, los músculos empiezan a engarrotarse del esfuerzo.

El ataque de Thorir es poderoso y fuerte. Quizás demasiado. Puede que la repentina preocupación porque escape uno de los norteños, o quizás el deseo por acabar con ese combate de una vez por todas hagan mella en él. Lo cierto es que, a diferencia de otras ocasiones, esta vez la habilidad de Thorir deja paso a la impaciencia o, quizás, la juventud del norteño, que a diferencia de otros guerreros más experimentados, todavía guarda dentro de sus venas la sangre pasional de la juventud. Sangre que, aun convirtiéndose a veces en la causa de la victoria de las nuevas generaciones, en casos como este puede llegar a suponer una tara, pues precipitarse en un combate puede resultar en un desenlace fatal.

Poika tampoco tiene la barba gris, pero aventaja al noble en unos pocos años. Quizás esa calma, que mantiene a pesar de saberse al borde del abismo, es la que mueve su mano e interpone el mango del hacha en la trayectoria del brazo de Thoriir. La suerte quiere que madera y hueso choquen con violencia, justo en el punto en el que los nervios trasmiten el dolor con más intensidad. La sorpresa de Thorir al encontrar un obstáculo en el medio del camino se traduce en una repentina flojera, flojera que le hace soltar el arma... La cuál sale despedida, en dirección a Drunfo.

El gigante ya está frente a Renmo, el cuál, paralizado, contempla su sombra con el terror dibujado en sus facciones. Gira en el aire, silbando su alegre tonada, y por unos instantes el tiempo parece detenerse. El mandoble de Drunfo ya se alza sobre su víctima, esta apenas si puede interponer el hacha a tiempo. Está condenado. Entonces, un destello metálico.

¿Quién podría negar la presencia del destino en una situación así? Como las piezas de un puzzle que se encaja, justo en el mismo momento en el que el mandoble empieza a descender, la espada larga, movida por una mano invisible, decide cambiar el rumbo de los acontecimientos. Una broma de los dioses que, divertidos, parecen jugar con los mortales a un juego demente. "¿Creías que ya se había acabado? Bien, déjame interrumpir". Puede parecer cruel, y lo es. Pues si es verdad que existe alguna fuerza invisible que decide, con su voluntad, el devenir de los sucesos que atrapan al hombre en el vórtice de la causalidad, entonces esa entidad, esa inteligencia omnipresente, bien poco se preocupa por aquellas hormigas ruidosas que se hacen llamar agentes del destino, héroes, leyendas, humanos. No, no son más que juguetes en sus garras, por mucho que ellos quieran pensar lo contrario. Y no hay nada seguro, pues incluso algo tan obvio como la victoria de Thorir y Drunfo se tuerce en un giro inesperado.

La alternativa, que no es sino el hecho de que no existe nada, y todo es obra del azar y la demencia, no es mucho más esperanzadora.

Sea como sea, en esta ocasión todo ese conjunto de hechos se traduce en un solo momento. La causa es que Thorir soltó la espada. La causa de que la soltara es que no se esperaba esa parada tan extraña por parte de Poika. La causa de que no se la esperara es, posiblemente, el cansancio del combate y el dolor de las heridas. La causa de que estos hechos le hayan afectado se debe al malestar acumulado en su cuerpo. Ese malestar se debe, posiblemente, al hecho de que no durmió bien, debido a la incomodidad del refugio y al frío de los últimos días. La causa de que haya dormido mal es que el propio Einar, quien envió a esos hombres, le negó el asilo. La causa de que le negara asilo fue la reputación de Thorir. La causa de dicha reputación son las calumnias de su familia. Y, si se sigue tirando del hilo, las causas son cada vez más lejanas, hasta llegar a la propia concepción del clan Yormef, quizás, o puede que a un tiempo más remoto.

Pero esas causas confluyen en el pomo de su espada estrellándose contra la sien de Drunfo.

El metal produce un crujido al entrar en contacto con el hueso. El arma, una verdadera obra de arte, podría destrozar con su propio peso el cráneo de cualquier persona menos robusta. El cuerpo humano es más frágil de lo que parece, y una lesión, aunque mínima, en la cabeza, su punto más frágil, puede desembocar fácilmente en la muerte. El gigante no emite sonido alguno. Ni siquiera una exhalación, o un gemido de dolor. Su cabeza es movida unos centímetros por el impacto, pero parece rebelarse contra la espada al mismo tiempo, pues esta sale rebotada y cae en la nieve. Durante ese segundo eterno, el cuerpo del guerrero se tambalea, sin llegar a caer, como si no hubiera ocurrido nada. A pesar del impacto brutal, a pesar de que aquel estallido podría haber destrozado el cráneo de cualquier persona normal. Pero Drunfo no es normal. Y Renmo, que observa la situación con expresión atónita, mudo de asombro, aun baraja la posibilidad de que su ejecutor ignore por completo esa ayuda venida del cielo, como un coloso de piedra al que ninguna fuerza puede tumbar.

Pero al final, Drunfo cae, con los ojos en blanco. Su mandoble cae junto a él, y ninguno de los dos vuelve a moverse.

Parece que, al final, incluso ese titán no era más que un humano.

Su victima está próxima, indefensa ante el terror, desde la perspectiva, parece que hasta está tumbada en la nieve esperando lo inevitable. El gigante, que ya tiene el mandoble en lo alto solo tiene que dejar caer su peso y cortar. La victoria está cerca, pronto Drunfo podrá sentarse sobre la nieve y descansar del terrible susto que cuatro norteños le provocaron. 

Las manos se cierran impasibles sobre el mango, los músculos del brazo se tensan, la mirada se nubla, una mano fría agarrota la cabeza del gigante, un dulce calor abanica a Drunfo, que se desploma en la nieve, inconsciente, sangrando allí donde el mango de la espada de Thorir ha impactado.

Thorir no podía creerse lo que acababa de ocurrir, maldito necio, pensaba mientras intentaba calcular que hacer. Echó un vistazo rápido al suelo y pudo distinguir una de sus espadas, tenía que intentar recuperarla, entonces Thorir se abalanzó sobre su espada.

Negro. Las brumas de la inconsciencia te envuelven...

Renmo mira fijamente el cuerpo de Drunfo, completamente bloqueado. Habiendo aceptado la muerte, su mente ahora tiene que entrar en comunión con la idea de que, por un azar del destino, las tornas han cambiado. Poika, sin embargo, no tiene tiempo de pararse a pensar.

Aprovechando el hueco en la defensa de Thorir, comienza a arremeter de nuevo. La armadura y los buenos reflejos del noble le salvan de convertirse en picadillo, y a excepción de algunas magulladuras, no sufre ningún daño crítico. Sin embargo, debe dedicar todo su esfuerzo a evitar que las hachas le alcancen, por lo que sus espadas quedan lejos de él... Y sin espadas, está en desventajas. Por mucha habilidad que tenga en el combate cuerpo a cuerpo, un hombre desarmado es un hombre muerto, cuando se enfrenta a dos hachas.

Poika, confiando en su ventaja, redobla su ataque.

Los músculos de Thorir no podían más, estaban tan desgastados qua apenas podían con su propio peso, y aquel norteño no paraba de lanzarle ataques con sus dos hachas, aquello se había convertido en un combate de Thorir contra la muerte, ya que era lo que parecía más probable, desarmado y con Drunfo tendido inconsciente en el suelo no parecía que hubiera salvación. Thorir miró a los ojos a Poika y le increpó, - ¿Acaso esto es un combate justo?¿Esta es la clase de honor que tenéis aquí? luchar contra un hombre desarmado no depara ninguna clase de honor- 

Poika se detiene en seco al oír tus palabras. Parece que, por suerte, tus palabras han conseguido tocar alguna fibra en su interior, un resquicio de duda que le hace cesar en sus intentos. Aunque mantiene sus hachas en posición de combate, y te tiene arrinconado contra un árbol, no vuelve a embestir. En sus ojos se traza una línea, el ceño fruncido que lanza sombras sobre la tormenta interior que debe estar ocurriendo, en solo unos pocos segundos, dentro de su cabeza.

-Renmo -Dice, al final-. Ve a avisar a Einar. Ya.

-¿Qué haces, Poika?

Renmo no parece entender nada. Demasiadas emociones han pasado por su cabeza en los últimos segundos, y la sangre que nubla su vista y la herida que cubre su rostro hacen que no pueda pensar con claridad.

-¡Vamos!

Renmo se permite un último instante de titubeo, luego asiente y se aleja entre los árboles. Te quedas a solas, con Poika. Este sigue sin dejarte espacio para maniobrar. Tras unos segundos, sisea una acusación.

-Exiges honor a precio muy barato, bastardo. Amenazas a nuestro jarl, acechas nuestra aldea, y exiges deferencia a cambio.

Escupe al suelo, y luego te mira.

-Accedo. Una pelea entre iguales, te lo has ganado. Pero no me tomes por estúpido: He cruzado mis armas con las tuyas, y sé que son mejores. Recoge una, pero la otra se queda en la nieve. Y quítate la armadura. Si quieres un duelo, un duelo tendrás. Pero no un duelo con ventaja.

Thorir asintió, sin dejar de mirarle a los ojos empezó a quitarse la armadura, -Sabes Poika, se que lo digo sobre mi pasado es algo poco creíble para alguien que no me conoce, pero por los dioses que digo la verdad, en ningún momento quise insultar a tu Jarl y ni mucho menos estaba acechando tu aldea, pero entiendo tu postura y la de los tuyos, por ese motivo y por que creo en los designios de los dioses aceptaré el duelo, que sean ellos los que decidan quien debe sobrevivir a esta noche -, tras quitarse la armadura recogió una de sus dos espadas del suelo.

-Si no quisiste insultarnos, entonces tus palabras fueron mal escogidas. Sea como sea, ya es tarde. La sangre de su hijo yace en la nieve, y otro de mis amigos está aquí al lado, partido en dos por esa bestia. Cuando esto termine, habrá un nuevo cadáver junto a ellos.

Poika prepara sus dos hachas, y comienza a andar en círculos a tu alrededor.

Thorir se agachó a por una de sus espadas, escogió a Kald, necesitaba la fuerza, la sabiduría y la frialdad del gigante para ese combate​ que por mil azares podría ser el último. Cogió con fuerza la empuñadura de su arma y comenzó a caminar en círculos, al igual que hacía Poika, siempre dándole la cara, como le decía su padre, nunca le vuelvas la cara a la muerte.